Capítulo 1

Llevo dos semanas siendo un hombre nuevo, y todo se lo debo a ELLA, a ese momento que en un principio creí nefasto: el instante en el que le pedí matrimonio.

La llevé a cenar a mi restaurante favorito, ese al que la llevé una vez, cuando solo quería pasar un día con ella. Quería causarle buena impresión, y la verdad es que lo conseguí. Estaba muy nervioso, no recuerdo haber estado así nunca. Gabrielle estaba espectacular, como siempre. Cenamos un menú sencillo, una ensalada y pasta. Apenas probé bocado, los nervios me cerraron el estómago.

Ella sonreía y me miraba con picardía, pero yo estaba demasiado concentrado en la tarea que tenía pendiente, demasiado enfrascado en mis pensamientos para darme cuenta de esa mano traviesa que subió por mi pierna.

—Tranquila, gatita traviesa —susurré en su oído al quitarle la mano—. Aún queda mucha noche por delante. 

Ella rió y continuó comiendo en silencio. Yo me conformé con mirarla, con deleitarme con sus pequeños gestos, sus miradas y sus sonrisas mientras hablábamos de cosas banales. Estaba tan absorto en el movimiento de su boca que no me percaté de que su mano volvía a acercarse a mi entrepierna, y me sobresalté derramando el vino por toda la mesa.

—¡Joder! ¡Qué torpe soy! —mascullé entre dientes.

Gabrielle soltó una carcajada que reverberó por todo mi cuerpo. Me limpié como pude con la servilleta, y cuando el camarero recogió todo el desaguisado me apoyé en la mesa y la miré travieso.

—Me las vas a pagar, preciosa. He hecho el ridículo por tu culpa, y voy a vengarme.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo vas a vengarte? —preguntó coqueta.

—Cuando estés desnuda en mi cama lo descubrirás.

—Estoy deseando que llegue ese momento.

Continuamos cenando en silencio. Compartimos el postre, aunque lo que realmente me apetecía era tumbarla sobre la mesa, untar el mouse de chocolate sobre su cuerpo y lamerlo hasta que sus gemidos me volvieran loco de deseo.

Poco después paseamos por las calles de la ciudad. Disfruté mucho de ese paseo. La mimé todo lo que pude, incluso le regalé una rosa que nos ofreció un vendedor ambulante. Nunca he sido romántico, ni me han importado estos detalles, pero con ella siento la necesidad imperiosa de tenerlos, si me lo pidiera le bajaría las estrellas. Cuando llegamos a la plaza un músico callejero tocaba a ritmo de Blues.

—Princesa, ¿me concedes este baile?

Sin esperar respuesta, acerqué su cuerpo al mío y comencé a mecernos al compás de la música. Nos dejamos llevar mucho tiempo, mirándonos a los ojos, compartiendo sonrisas y besos, sin preocuparnos del paso del tiempo.

Cuando llegamos a la puerta de su casa, los nervios hicieron que me marease, pero no podía echarme atrás cuando todo había salido perfecto, así que inspiré hondo y le abrí mi corazón… y mi alma. Ella me escuchaba con los ojos como platos, las lágrimas rodaban por sus mejillas… pero no obtuve la respuesta que esperaba.

—Derek… te quiero como jamás he querido a nadie, pero… pero no puedo casarme contigo… todavía.

Su negativa amenazó con destruirme. Sentí como mi corazón se rompía en mil pedazos y mi alma quedaba destrozada.

—Entiendo —dije alejándome de ella, pero me sujetó de la muñeca para impedir que me marchase.

—No, Derek, no lo entiendes —El roce de su mano en mi mejilla fue como bálsamo para mis heridas— . Estoy enamorada de ti y quiero estar contigo, pero aún es demasiado pronto para embarcarnos en un compromiso.

—¿Pronto? —pregunté ofuscado—. Estoy enamorado de ti y tú me correspondes. ¿Para qué esperar?

—¡No nos conocemos! Desde que nos vimos por primera vez hemos estado más tiempo separados que juntos. Necesitamos pasar tiempo juntos, conocernos, y averiguar si somos compatibles.

—No tengo ninguna duda de que lo somos, Gabrielle.

—¿Puedes hacerlo por mí? Guarda el anillo y vuelve a pedírmelo cuando nos conozcamos mejor. Por favor…

—¡Está bien, maldita sea! ¡Esperaré!

—Gracias, cariño —susurró un segundo antes de unir su boca a la mía.

Aunque soy adicto a sus besos, ese beso me supo muy amargo. No entendía sus motivos, yo la quería con toda mi alma y estaba seguro de que quería pasar el resto de mi vida con ella. ¿Por qué ella no lo tenía tan claro?

—Quédate conmigo, Derek —susurró cuando separó su boca de la mía.

—Nena… no estoy de humor. Dejémoslo para otro día, ¿de acuerdo?

—Derek… Por favor… Solo dormir…

—Gabrielle, no…

Pero las palabras no consiguieron salir de mi boca. Sus labios se unieron a los míos de nuevo, y esta vez no era un beso inocente, ni mucho menos. Sus manos recorrieron mi espalda y mi culo, tentándome, provocándome como solo ella sabe hacer, y casi sin darme cuenta me vi de pie a los pies de su cama.

—Gabrielle…

—Solo dormir Derek. Te lo prometo.

Me desnudé, quedándome solo con los bóxers, y me metí bajo las sábanas. Gabrielle apareció poco después enfundada en un pijama de seda que dejaba muy poco a la imaginación. Se me secó la boca solo con verla. Esa mujer es capaz de excitarme con solo una mirada, y su cuerpo envuelto en seda es un caramelo que me encanta desenvolver y saborear.

Gabrielle se arrebujó bajo las mantas y acercó su cuerpo al mío, abrazándome, colocando su cabeza en el hueco de mi brazo y suspirando satisfecha.

Yo no pude pegar ojo. Me pasé toda la noche luchando con el deseo de arrancarle la ropa y hacerla mía, marcarla a fuego para que recordase a quién pertenecía. Las horas pasaban en el reloj de la mesita de noche, y yo seguía sin comprender su negativa.

Las luces del alba entraban por la persiana medio cerrada cuando logré coger el sueño. Me desperté a mediodía gracias a las caricias de la mano de mi novia en el pecho. Sin abrir los ojos atrapé su mano entre las mías y sonreí cuando intentó liberarla sin éxito.

Cuando abrí los ojos y la miré, supe que jamás podría resistirme a ella. Haga lo que haga, siempre conseguirá de mí lo que le venga en gana, aunque eso sea mi perdición. Ella es la dueña de mi corazón, de mi alma y de mi cordura.

Dejando a un lado mi frustración, la tumbé en la cama despacio y empecé a recorrer su cuerpo con mi boca, con mis manos, con mi lengua. Sus gemidos de placer me encendían, me animaban a seguir explorando. Cuando mi lengua rozó su pezón por encima de la seda, un gemido incomprensible salió de sus labios.

La desnudé lentamente, dejando toda su piel al descubierto, pasando las yemas de mis dedos por cada porción de su cuerpo que dejaba a la vista. Ella se retorcía, gemía, se arqueaba buscando más caricias. Pero simplemente la rocé durante lo que me parecieron horas.

—¡Derek, por dios, tócame! —gritó de repente.

Sonreí y posé mi boca en el hueco de su cuello, donde succioné despacio marcando su piel. Continué bajando lentamente, y cuando mi boca estuvo a menos de un milímetro de su pezón soplé suavemente. La cresta rosada se endureció al momento, y cuando mi lengua la tocó Gabrielle gimió extasiada.

Mis manos bajaron por su estómago para enredarse en los suaves rizos de su sexo, y uno de mis dedos encontró su clítoris, ya hinchado. Alterné mis caricias en su clítoris con lametazos en su pezón, y Gabrielle se convulsionó entre mis brazos en su primer orgasmo del día.

—Buenos días, preciosa —susurré junto a su boca.

—Te quiero, Derek.

Sus palabras me llegaron directas al alma. La garganta se me cerró por las lágrimas contenidas, sentí como mi corazón volvía a recomponerse poco a poco, y no pude reprimir el impulso de abrirle las piernas y enterrarme en su interior.

—Yo también te quiero, preciosa.

Mis caderas comenzaron a moverse lentamente, y mi boca se apoderó de la suya. Nuestras lenguas bailaron juntas, nuestras manos se enredaron en el otro, y mi polla bombeó dentro de ella hasta que juntos llegamos al orgasmo.

Sin salir de ella continué besándola largo rato. Sentir sus manos enredadas en mi pelo calmó mi alma atormentada por su negativa.

—Esperaré, Gabrielle. Esperaré y te convenceré de que soy todo lo que necesitas.

Dicho esto, me levanté de la cama, y tras vestirme y saborear su boca un momento más, me marché a casa para pensar en todo lo ocurrido más tranquilamente.

Dos horas después estaba en casa de Evan, tirándome de los pelos. No pasaron ni diez minutos antes de que empezase a pasearme por el salón como un león enjaulado intentando descubrir qué le faltaba a Gabrielle para entregarse a mí por completo.

Cuando llegué a casa de Evan y le comenté mis dudas y mis miedos, simplemente se rió. ¡El muy cabrón se rió!

—No le veo la gracia, Evan —repliqué malhumorado.

—¿Pero tú te estás viendo, Derek? ¡Hace una semana que la has recuperado, por amor de Dios!

—¿Y eso qué tiene que ver? Llevamos casi un año conociéndonos. No es tan descabellado pedirle matrimonio.

—A ver Derek… Gabrielle lo ha pasado muy mal en esta relación. La has tenido girando en una ruleta rusa, y ahora no puedes pretender que se case contigo solo porque se lo has pedido. Dale tiempo para ver que has cambiado y que no vas a volver a hacerle daño, macho. Déjala respirar un poco.

—¿Respirar? ¿Crees que la estoy agobiando?

—Sinceramente, creo que un poco sí. Pasa tiempo con ella, haced cosas juntos, y cuando pasen un par de meses, o tres o cuatro, vuelve a pedirle que se case contigo.

—Me estoy comportando como un auténtico gilipollas… otra vez, ¿verdad?

—Digamos que estás haciendo el imbécil. No llegas a gilipollas... todavía.

—¡Menos mal! —contesté con ironía.

Las palabras de Evan me hicieron recuperar la cordura y plantearme seriamente mis prioridades. Ahora sé que antes de volver a pedirle que sea mi mujer tengo que convencerla de que el cambio es real, de que no voy a irme a ninguna parte ni voy a hundirme cuando las cosas no vayan todo lo bien que deberían. Tengo que convencerla de que soy un hombre nuevo.