Capítulo 4
Solo quedan tres horas para que deje la oficina hasta el lunes, y aunque parezca increíble hoy es miércoles. Estoy dejándolo todo preparado para que uno de mis socios se pueda ocupar de todo en caso de emergencia, aunque sé que no va a pasar nada.
Después de mucho negociar, conseguí que Gabrielle se conformara con dos días libres antes del fin de semana, así que pasaremos cuatro días en la playa. Estaremos solos hasta el viernes, que vendrá Evan a pasar el fin de semana con nosotros, y una “sorpresa” de Gabrielle.
Acabo de tener una reunión muy importante que ha salido tal y como esperaba, así que estoy de muy buen humor. Lo único que podría agriarlo sería un problema de última hora, y eso no va a pasar.
Cristen entra en mi despacho con mi expreso, y la animo a sentarse en uno de los caros sofás para hablar con ella.
—Cristen, voy a dejarlo todo en manos de John, pero de todas formas si ocurre algo importante llámame al móvil.
—¡Ah, no! ¡Ni hablar! Su novia me amenazó con estrangularme si lo hacía, así que no cuente con ello, señor Lambert.
Sonrío inconscientemente ante las ocurrencias de Gabrielle… ¿Cómo no se me ocurrió que sería capaz de algo así?
—Insisto, Cristen. Si ocurre algo muy importante me llamas. Yo te protegeré de Gabrielle. Además, no voy a volver, pero puedo intentar solucionarlo por teléfono.
—Como su novia me arranque la cabeza por hacerlo, tenga claro que volveré de entre los muertos para atormentarle mientras viva —contesta levantándose—. Y no lo digo en broma.
Cierra la puerta tras la carcajada que escapa de mi garganta ante su ocurrencia. Miro a mi alrededor y pienso en todos los cambios que ha habido en mi vida desde que conocí a Gabrielle en aquella parada de autobús. Ella ha sido un bálsamo para mis heridas. Se ha convertido en mi confidente, mi amiga, mi amante. No concibo la vida si Gabrielle no forma parte de ella. Y ahora me toca a mí demostrarle que he cambiado, que soy un hombre nuevo y que puede contar conmigo siempre.
Sacudo la cabeza para alejar esos pensamientos de mi cabeza y me dispongo para salir, pero irrumpe en mi despacho una Marguerite desaliñada y con ojeras. Mi secretaria entra inmediatamente después.
—Lo siento, señor Lambert —dice alterada por el forcejeo—, no he podido detenerla.
Le hago un gesto con la mano para que se marche y me cruzo de brazos mirando a Marguerite con una ceja arqueada.
—¿Y bien? ¿Qué coño haces aquí?
—Necesito que me ayudes, Derek. No podéis quitármelo todo… ¡No podéis dejarme en la ruina!
—Creo recordar que todo lo que has tenido pertenece a Josh. Tú no tienes un céntimo, Marguerite. Jamás has trabajado. Además, considero que las condiciones que te ofrece son más que suficientes. Deberías aceptarlas, ¿No crees?
—Por favor… ayúdame a conseguir más… la casa, al menos.
Se acerca a mí y acaricia mi brazo con sus manos, por lo que me aparto de un tirón.
—Sé que tú y yo no hemos tenido una buena relación, pero podríamos repartirnos el botín.
—¿Botín? ¡Lárgate de aquí! Y ten por seguro de que tu marido se va a enterar de esta visita, Marguerite. Soy su abogado, y si por algo me caracterizo es por no dejarme corromper por nada, ni por nadie.
Dicho esto, paso por su lado y me marcho a casa, este va a ser un largo, y deseado, fin de semana, y no voy a dejar que esa horrible mujer me lo estropee. Tras darme una ducha, reviso la maleta una última vez y pongo rumbo a casa de Gabrielle.
Cuando abro la puerta me quedo parado en seco: hay una muchacha rubia sentada en el sofá con un pijama de corazones comiendo pizza.
—Eh… ¿Hola? —digo confundido.
—¡Siii! —grita saltando hacia mí y abrazándose a mi cuello— ¡Por fin conozco a mi cuñado!
Su grito despeja todas mis dudas: se trata de Ariana, la hermana pequeña de Gaby. Paso mis brazos por su cintura y la abrazo con cariño. Solo conozco de ella lo que su hermana me ha contado… que no es poco. Ambas hermanas están muy unidas y Gaby siempre habla maravillas de la pequeña.
—Así que tú eres la pequeña Ary… ¡Y yo que pensaba que eras una niña! —bromeo.
—¡Oye! ¡Que solo soy un año menor que tu novia! Seguro que mi hermana ya te ha contado las batallitas de cuando éramos pequeñas.
—Pues la verdad es que no… pero ya sé en lo que nos vamos a entretener este fin de semana —bromeo—. Por cierto… ¿Dónde está?
—En la ducha.
—Bien… pues sé una buena cuñada y comparte conmigo un poco de esa pizza… me muero de hambre.
—Y yo que creía que ibas a ir a acompañarla…
—¿Contigo en el salón? Ni lo sueñes.
—Sírvete entonces —contesta señalando la mesa.
Me siento con ella y me como casi media pizza hablando de Gabrielle. En diez minutos sé más de su juventud de lo que ella me contaría de buena gana.
Siempre fue una niña ejemplar. Buenas notas, un expediente impecable. Tocaba el piano y le encantaba patinar. Nunca ha sido muy popular, y era la presidenta del club de matemáticas. Tiene un Máster en dirección de empresas, pero en vez de trabajar para una gran multinacional decidió montar su pequeña floristería.
Gabrielle nos descubre tirados en el sofá, muertos de la risa, y nos mira con una ceja arqueada. Está impresionante con esas mallas y ese jersey de lana. Me levanto sin dejar de reír y la beso suavemente en los labios.
—Veo que ya os conocéis —comenta.
—Tu novio me gusta, Gaby. Es guay —grita su hermana desde el sofá.
—Hemos tenido una conversación muy… interesante —digo como si tal cosa.
—Ya te ha estado contando sus batallitas de juventud, ¿no?
—La verdad es que no. Me ha contado las tuyas.
Ella mira a su hermana con reprobación y a mí me da un ataque de risa. Gaby se vuelve a mirarme sonriendo también.
—Solo por eso voy a perdonarla.
—¿Por qué? —pregunto confundido.
—Porque nunca te había visto reír de esa manera.
Sonrío y la abrazo por la cintura para besarla como es debido. Saboreo su boca lentamente, hasta que la voz de su hermana me hace volver a reír.
—Idos a un hotel, chicos… que aquí hay gente que se muere de envidia.
Gaby la mira sonriendo y la apunta con un dedo.
—Nada de fiestas, ni chicos que no conozcas. Lo quiero todo recogido, y ya sabes lo que tienes que hacer el sábado.
—¡Que sí, pesada! Todo controlado. Largaos ya.
Agarro la maleta de mi chica y tiro de ella hacia la salida, no sin antes darle un sonoro beso en la mejilla a mi nueva cuñada. Me está gustando esto de tener nueva familia.