Capítulo 2
Hoy es uno de esos días en los que me gustaría mandarlo todo a la mierda y meterme en la cama con Gabrielle. Está lloviendo a mares, he llegado tarde a trabajar gracias a un atasco de cojones y, por si eso fuera poco, tengo que ver en una hora a Joshua Simmons y, por ende, a su mujer.
Llevo sin ver a Marguerite Simmons desde la fatídica noche en la que hice creer a Gabrielle que la estaba engañando con ella, y no sé cómo enfrentarme a esta situación, la verdad. Lo primero que he hecho esta mañana ha sido informar a Gabrielle de la cita, no quiero que por esta tontería volvamos a tener problemas. Creo que no le ha hecho mucha gracia, pero sabe que el señor Simmons es mi mejor cliente, así que no ha dicho nada.
Media hora antes de la reunión recibo un mensaje de la dueña de mis pensamientos.
Suerte en la reunión. Te quiero
Sonrío porque sé que está preocupada, nerviosa e insegura debido a lo que pasó la otra vez, así que la llamo al momento para tranquilizarla.
—Hola cariño, ¿Qué tal estás?
—Aburrida —contesta tras un largo suspiro—. La tienda hoy está muerta, con tanta lluvia la gente no se anima a salir.
—¿Y por qué no cierras la tienda, coges un taxi y te vienes para acá? En cuanto termine la reunión te invito a comer.
—No sé, Derek… no quiero molestarte…
—Nena… no digas estupideces. Le diré a mi secretaria que me avise en cuanto llegues para acortar la reunión… me muero de ganas de verte.
—Está bien… cierro y voy para allá. Hasta ahora.
—No tardes, cielo. Te quiero.
—Y yo a ti.
En cuanto cuelgo, salgo para hablar con Cristen, mi nueva secretaria, para que me avise de la llegada de Gaby.
—¿Se le ofrece algo, señor Lambert?
—Sí, venía a hablar contigo, Cristen. Y ya te he dicho que me llames Derek.
—Prefiero conservar el formalismo, si no le importa. Gajes del oficio.
—Como quieras, entonces —contesto sonriendo. Esta mujer es demasiado formal.
—Usted dirá.
—En una media hora llegará mi novia, Gabrielle Lewis. Cuando llegue avísame inmediatamente para terminar la reunión con el señor Simmons, por favor.
—Por supuesto, señor Lambert. ¿Alguna cosa más?
—Te pediría que echases matarratas en la bebida de la señora Simmons, pero sé que tu moral te lo impide, así que eso es todo —digo con un guiño.
Me alejo con la carcajada de mi secretaria haciéndome sonreír a mí también. Diez minutos después Cristen me avisa de que Joshua Simmons me espera. Me extraña que no venga con Marguerite, es una puta lapa pegada al culo de su marido millonario.
—Buenas tardes, Derek —dice Joshua estrechándome la mano—. ¿Qué tal te va todo?
—No me puede ir mejor, Josh. La verdad es que estoy en mi mejor momento.
—Me alegro… me alegro. Te mereces todo eso y más.
Necesito acortar la reunión todo lo posible, así que haciéndole una seña me acomodo en mi sillón.
—Tú dirás, Josh. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Vengo a pedir el divorcio.
Sus palabras me dejan estupefacto. Después de tantos años aguantando a Marguerite, ¿a qué viene esto ahora?
—¿El divorcio? —pregunto.
—Exactamente, Derek. Hace mucho tiempo que no hablamos, y desde que me sacaste de la cárcel soy un hombre nuevo. Me he apuntado a Alcohólicos Anónimos, y estoy siguiendo un tratamiento para dejar la bebida.
—Me alegro mucho por ti, Josh. Es un gran paso que debías de haber dado mucho antes.
—Cierto. Ahora me doy cuenta de cosas que antes no veía. Marguerite me engaña, Derek. Me engaña con todos los tíos que tienen el estómago suficiente para follársela. También sé que intentó propasarse contigo, y lo siento.
—Josh, no…
—Sé que tú no has permitido que lo haga, y te lo agradezco. Pero no pienso mantener a sus chulos con mi dinero.
—Se va a poner difícil. Lo sabes, ¿no?
—Me decepcionaría si no lo hiciera —dice sonriendo con petulancia—, pero cuando nos casamos le hice firmar una separación de bienes absoluta, así que no tiene por dónde cogerme. Ella ha vivido mantenida por mí durante todo nuestro matrimonio, así que no tengo nada que perder.
Joshua me da una carpeta llena de documentos. Tras echarle un vistazo, veo una lista de bienes, fotocopias de sus documentos de identidad, el registro de la casa, y cosas por el estilo.
—Confío en que no se me haya olvidado nada —continúa mi cliente—, pero siempre puedes llamarme para pedirme lo que necesites. Por cierto, también va mi nueva dirección, me mudé hace una semana.
—Esta tarde me pongo a ello, y en cuanto tengamos fecha de juicio te llamo.
El pitido del intercomunicador de Cristen pone fin a la reunión.
—Su mujer está aquí, señor Lambert —se oye la voz de mi secretaria.
—Gracias, Cristen. Ahora mismo salgo.
—Vaya, vaya… Así que te has casado, ¿eh, granuja? —dice Joshua sonriendo.
—Aún no, Josh… estoy en ello. Pero te aseguro que será con ella con quien lo haga —contesto seguro de mí mismo.
—Enhorabuena, hombre. Me alegro de que hayas conocido a la mujer adecuada.
—Discúlpame un segundo.
—Solo si me la presentas.
Tras sonreírle, me dirijo a la puerta y veo a Gabrielle apoyada en el escritorio de Cristen, hablando con ella relajada. El corazón me da un vuelco en el pecho, siempre que la veo me pasa lo mismo, es mi sueño hecho realidad, solo mío. Me acerco a ella despacio y la agarro de la cintura para unir mis labios a los suyos en un beso casto.
Entro en combustión inmediata, sus manos se enredan en mi nuca y me devuelve el beso con ternura. Su olor inunda mis fosas nasales y mi cuerpo se relaja.
—Hola preciosa. Te he echado de menos.
—No seas exagerado. Solo hace unas horas que me dejaste en la floristería —responde riendo.
—Unas horas son demasiadas. Ven.
Entro en mi oficina enredado en su cintura, y ella se para en seco cuando ve a Josh.
—Lo siento, no sabía que estabas aún reunido —dice compungida.
—No importa, nena. Quiero presentarte a Joshua Simmons, mi mejor cliente. Josh, esta es la mujer que me ha robado el corazón, Gabrielle Lewis.
—No me extraña que te haya robado el corazón, Derek —dice Joshua acercándose a estrecharle la mano—, es preciosa. Encantado de conocerte, Gabrielle. Cuida a mi abogado, tiene que durarme muchos años.
Ella sonríe y asiente, pero no dice nada. Me encanta verla tan cohibida… si pudiese le sacaría los colores, pero tengo que ser profesional.
—Bueno —dice Josh—, debo irme. Espero esa llamada, Derek.
—Espero que sea pronto.
En cuanto mi cliente se va, aprisiono a Gabrielle contra mi escritorio y comienzo a desabrochar su camisa mientras enciendo el intercomunicador con Cristen.
—Cristen… que nadie me moleste, por favor.
—Muy bien, señor Lambert.
En cuanto corto la conexión, ataco su cuello con besos lentos, húmedos, que le ponen la piel de gallina. Bajo mis manos por su cuello, y aparto la tela del sujetador de encaje… Dios, me vuelve loco el encaje. Masajeo su carne con suavidad, esperando que su pezón se endurezca por mis caricias, y la desnudo de cintura para arriba, sentándola en la mesa después.
—¿Aquí? —susurra entre jadeos.
—Aquí —contesto sonriendo—. Llevo fantaseando con esto toda la mañana, nena. Así que no vas a escaparte.
—No pienso hacerlo.
Mi mano baja por su estómago, hasta colarse por el filo de su falda, que se le ha subido al sentarse abierta de piernas sobre la madera. Acaricio por encima del encaje su sexo, muy lentamente, y ella se retuerce buscando un mejor contacto.
Retiro la tela lo justo para poder acariciar su clítoris, pero ya estoy cachondo, y necesito mucho más que eso, así que la tumbo sobre la mesa y devoro sus pechos mientras introduzco un dedo dentro de su dulce coño, que ya está empapado.
—¡Joder, Derek! ¡Sí!
—Shh… que te van a oír, preciosa. Silencio.
—¡No puedo!
Aparto la tela un poco más, y me arrodillo frente a ella. La miro sonriendo, su respiración se ha parado en seco y está tensa como la cuerda de un arco esperando mi próximo movimiento.
Subo una de sus piernas a mi hombro para abrirla al máximo y poder darme un festín. Ella inspira profundamente, y yo me río triunfal. Saco la lengua sin dejar de mirarla, y me acerco lentamente a su cuerpo. Ella se arquea, esperando mi lametazo, pero vuelvo la cara y beso su muslo suavemente.
—Eres malo —me dice jadeando.
—Y te encanta que lo sea.
Continúo con mis caricias en sus muslos, sin acercarme demasiado a su sexo, que me llama como miel a las abejas. Cuando creo que voy a perder la cordura, escapan de sus labios las palabras que quería escuchar.
—¡Por favor, Derek… cómeme ya!
Entierro mi cara en sus pliegues, y lamo, chupo y saboreo sus fluidos, que mojan el escritorio.
—¡Dios, por fin! —susurra gimiendo y agarrándome del pelo.
Aumento el ritmo, e introduzco dos dedos en su interior para embestirla con fuerza, como a ella le gusta. Mi chica se retuerce, se arquea, gime con cada embestida de mis dedos, y estoy a punto de volverme loco.
Me pongo de pie de un salto y desabrocho mis pantalones con prisa para liberar mi polla, que corcovea deseando enterrarse en ella. Arranco sus braguitas de un tirón y me empalo de una sola estocada en ese coño que me vuelve loco. ¡Joder! Es el puto paraíso.
Empiezo a moverme despacio, toques secos, certeros y hasta el fondo. Mi chica se agarra a mis brazos para no resbalar por la superficie de madera, y cada vez aumento más el ritmo. Pero no es suficiente, necesito entrar más adentro, así que pongo sus piernas sobre uno de mis hombros y cambio el ángulo de mis embestidas.
—¡Joder, nena… cómo me pones!
—¡Sí, Derek… más fuerte! ¡Más fuerte!
De pronto, Gabrielle me aparta de su cuerpo, se levanta y me llama con un dedo juguetón. Sonrío acercándome despacio a ella.
—¿Qué es lo que quieres, gatita traviesa?
—Siéntate en el sillón —susurra—. Voy a hacer que te acuerdes de mí cada vez que estés aquí.
Saber que quiere montarme casi me catapulta al orgasmo, pero trago saliva y hago lo que me pide. Mi pequeña diablilla se coloca dándome la espalda y se introduce mi polla lentamente, haciendo que gima de placer.
—¡Joder, nena… vas a matarme!
Ella solo sonríe y comienza a moverse. Sus caderas suben y bajan hipnotizándome, sus manos viajan perezosas hasta sus pechos y pellizca sus pezones con desespero… y yo me estoy volviendo completamente loco.
Pego mi pecho a su espalda, y paso mis brazos por debajo de sus piernas, de modo que ella tiene que apoyar los pies en el escritorio, quedando totalmente expuesta. Empiezo a moverme dentro y fuera de su cuerpo, acariciando su clítoris al unísono, cada vez más y más rápido, hasta que las contracciones de su orgasmo me catapultan al Nirvana.
Caemos desmadejados en la silla, ella acurrucada en mi cuerpo, y tras un par de respiraciones agitadas estallamos en risas. Ha sido un final de jornada muy interesante.