GRACIAS

María, me preguntaste por qué en la dedicatoria de este libro no salías ni tú, ni tu hermana Angela. Te respondo: se lo debía a tu padre.

No alcanzas a imaginar lo feliz que fui viéndote arrebatarle a tu hermana el manuscrito. Tu dedo marcando cada palabra para no saltarte ni un renglón; aquel mano a mano de las dos por saber quién adelantaba a quién, hasta llegar al final; la fascinación que desplegaste por la historia. Claro que esta novela también está dedicada a ti. Gracias, princesa.

Y también va dedicada a tu hermana, Ángela. Ese inmenso océano de sensibilidad, fuerza y delicadeza, a quien debo la maravillosa portada de este libro. Gracias, mi niña grande, por leerme y emocionarte con mis palabras; por sufrir y alegrarte con los estados de ánimo de los personajes. Por creerte todo lo que escribí y vivirlo con tanta intensidad. Eres el pulso que marca el palpitar de mi escritura.

Quiero agradecer a Teresa Soler y a Ángel Cequier las noches que compartimos. Además de buenos amigos, son maravillosos médicos, y me aconsejaron y aportaron su sabiduría, sin cortarle alas a la imaginación.

A Helena Jorquera, que sin conocerme me regaló una clase de piano.

A Ramón Eguiguren, pianista de vocación, por escucharme y decirme que sí, que todo lo soñado se podía.

A mi queridísimo hermano Richard, por abrirme su privilegiado cerebro y dejarme hurgar en la biblioteca de su conocimiento.

A mis queridísimos hermanos Soco, Xime y Marquis a quienes siempre siento, a pesar de la distancia.

A mi queridísimo Andrés, sobrino entrañable, de quien recibo tanto amor… Y a Isabel.

A mi Joaquín, por regalarme sus recuerdos de infancia y sus pasos recorridos.

A mi queridísima hermana Patri, por cuidarme y acompañarme con su amor cuando, por la pérdida de nuestro padre, me rompí.

Y por último, a mi queridísima hermana Cili por estar siempre… siempre.