Rampart
El mar de Barents es tan frío que si se quedara en calma un solo día, si los vientos del Ártico y las corrientes oceánicas dejaran de agitarlo, se solidificaría. Se podría andar por su superficie, se podría dirigir un reflector abajo e iluminar el paisaje de ensueño, sellado con hielo, del fondo del océano. Arrecifes y desfiladeros, restos de naufragios encenagados, organismos ciegos que viven y mueren en perpetua oscuridad.
La refinería Con Amalgam de Kasker Rampart está anclada a un kilómetro de la aglomeración de islas de la Tierra de Francisco José. Una plantilla reducida de quince personas recorre corredores y bloques de alojamiento que habían sido el hogar de mil hombres. Diariamente llevan a cabo monótonos chequeos del sistema, luego pillan un ciego, miran la tele o contemplan el desfallecido y deprimente sol a través de la portilla. Se retrotraen en sus recuerdos, navegan por un paisaje de nostalgia y desazón, matan el tiempo hasta el día que Con Amalgam pone otra vez la plataforma en marcha y el oleoducto del fondo del mar vuelve a bombear.