IV

Duerme ahora en la cámara de la lanza rota en las batallas.

Manos de cera vuelan sobre tu frente donde murmuran

las abejas doradas de la fiebre, duerme.

El río sube por los arbustos, por las lianas se acerca,

y su voz es tan vasta y su voz es tan llena.

Y le dices, repites: ¿Eres mi padre? Llenas el mundo

de tu aliento saludable, llenas la atmósfera.


Soy el profundo río de los mantos suntuosos.

Duerme quince años fulgentes, la noche ya ha cosido

suavemente tus párpados, como dos hojas más, a su follaje negro.


***


No eran jardines, no eran atmósferas delirantes. Tú te acuerdas

de esa tierra protegida por una ala perpetua de palomas.

Tantas, tantas mujeres bellas, fuertes, no, no eran

brisas visibles, no eran aromas palpables, la luz que venía

con tan cambiantes trajes, entre linos, entre rosas ardientes.

¿Era tu dulce tierra cantando, tu carne milagrosa, tu sangre?


***


Todos los cedros callan, todos los robles callan.

Y junto al árbol rojo donde el cielo se posa,

hay un caballo negro con soles en las ancas,

y en cuyo ojo líquido habita una centella.

Hay un caballo, el mío, y oigo una voz que dice:

"Es el potro más bello en tierras de tu padre".


***


En el umbral gastado persiste un viento fiel,

repitiendo una sílaba que brilla por instantes.

Una hoja fina aún lleva su delgada frescura

de un extremo a otro extremo del año.

"Torna, torna a esta tierra donde es dulce la vida".