Capítulo 9


A punto de anochecer, Carter entró con expresión seria en una de las salas de la comisaría. Allí se encontraba Trevor Bennet, sentado, con las manos sobre el regazo, en una aparente actitud serena; sin embargo, bajo la mesa su pierna derecha se movía incesantemente. 

En cuanto el jefe de policía tomó asiento, Trevor se reajustó las gafas y luego miró hacia el espejo que estaba enfrente. Era la primera vez en su vida que pisaba una sala de interrogatorio. Pudo comprobar que, en efecto, el famoso espejo que había visto en numerosas películas y series de televisión estaba allí. Y sintió que era observado desde el otro lado, lo que acrecentó su nerviosismo. 

—Trevor, iré el grano pues tenemos que solucionar esto lo antes posible. Sabemos con detalle lo que ocurrió en la madrugada del lunes. Cogiste de tu tienda la caja con los dispositivos electrónicos y la dejaste en la casa de Vincent Walker con la intención de acusarle de robo…

—¡Eso no es verdad! —exclamó Trevor cruzándose de brazos— Yo nunca haría una cosa así. 

Carter no se inmutó, pues esperaba que justo esa fuera su reacción. 

—Sabías que Georgia tenía una aventura con Vincent y deseabas quitarlo de en medio, así que ¿qué mejor que acusarle de robo para que pasara una temporada entre rejas? Seguramente abriste su taquilla e hiciste una copia de las llaves de Vincent mientras trabajaba. Y luego aprovechaste la tranquilidad de la noche para colarte en su casa…

—Eso es absurdo. No tiene pies ni cabeza —interrumpió Trevor removiéndose en el asiento. Una gota de sudor emergió de su melena gris para surcarle la frente. 

—Todo te salió mal, Trevor —dijo Carter con frialdad—. Vincent, antes de que fueras a denunciar el robo, se percató de la caja y llamó a Georgia, quien enseguida supo que solo tú podías haberle tendido semejante trampa. Georgia fue quien llevó la caja a casa de Andy para devolverte la jugarreta. Los dos habéis cometido el mismo delito, simulación de robo, lo que está penado por la ley. 

—No diré nada más, Carter. Es toda una fabulación. No puedes probar nada, así que me detienes o me marcho —dijo Trevor señalando la puerta. 

La luz fluorescente del techo parpadeó unos segundos oyéndose un chisporroteo metálico. Carter se recordó que debía llamar a mantenimiento para que cambiasen la bombilla. 

—¿Oyes? —preguntó el jefe de policía. 

—¿Qué?

—Si te callas un momento, oirás el murmullo que proviene de la otra sala… —dijo Carter señalando con la mirada la pared—. Con tu mujer está mi ayudante, y la estamos interrogando al mismo tiempo que a ti. Esto es lo que quiero proponerte: si tú te declaras culpable y Georgia también, ahora mismo a los dos solo solo os caerán seis meses y como no tenéis antecedentes, no tendréis que pisar la cárcel. Pero si tú te marchas y ella se declara culpable, te llevaremos ahora mismo ante el juez y te aseguro que como mínimo te caerán dos años, por lo que acabarás con tus huesos en la cárcel. 

Trevor abrió los ojos, estupefacto. Se encontraba entre la espada y la pared. 

—Y si te preguntas cómo probaremos que pudiste acceder a la casa de Vincent, recorreremos todas las cerrajería de Chippingville, St. Joseph y alrededores enseñando tu foto y preguntando si hace poco que te han visto —dijo Carter, esperando que su órdago resultara. Carecía de unas pruebas sólidas contra el matrimonio, pero esperaba que el temor de verse en la cárcel les hiciera dar un paso en falso—. Piénsalo, voy un momento a tomar un vaso de agua, ¿quieres algo, Trevor?

Trevor se llevó la mano al puente de la nariz y, con los ojos cerrados, negó con la cabeza. Su frente brillaba de sudor. 

Carter cerró la puerta detrás de sí y se dirigió a la máquina expendedora situada en la recepción. El aire acondicionado le había dejado con la boca seca, así que agradeció tomar un largo sorbo de agua fresca. 

Con la botella en la mano se dirigió a la sala contigua. Georgia y su ayudante le miraron nada más entrar. Con una mirada cómplice de su ayudante, supo que la oferta ya estaba planteada. Georgia estaba de pie caminando por el pequeño espacio dejando entre la mesa y la pared. A Carter la pareció curiosa la forma de reaccionar de dos personas ante la misma situación. 

—¿Quieres tomar un café, o un refresco? —preguntó Carter. 

—No, gracias —respondió Georgia mirando con desdén al jefe de policía. 

Carter fue a su despacho, donde le esperaba Marion. Cuando descubrió lo que había sucedido a Fred Mitchell pensó que había sido un golpe de suerte, pero ahora se había percatado de que su hermana era más perspicaz de lo que nunca habría imaginado. 

—¿Has pensado en hacerte policía, Marion? Serías una buena detective —dijo Carter. 

—Oh, sería una terrible policía, se me notaría enseguida los nervios —respondió Marion—. Además, me gusta más teñir el pelo o recortar un flequillo que ir por ahí con un coche de policía y trabajar los domingos.  

—La paga no está mal. 

—Déjalo, creo que está bien con un solo policía en la familia —dijo sonriendo—. ¿Habrán confesado ya? 

Carter hizo el gesto de mirar el reloj, pero los pasos de su ayudante le hicieron cambiar de opinión. Se asomó y le vio caminando hacia su despacho. 

—Creo que estamos a punto de saberlo —dijo Carter. 

—Qué ganas tengo de que acabe todo esto.

El ayudante entró en el despacho, sonrió con timidez a Marion y se aclaró la voz. 

—Jefe, el matrimonio ha reconocido los hechos, han firmado la confesión y le están esperando.  

Carter se frotó las manos. 

—Enhorabuena, tu plan ha funcionado —dijo Marion, contenta.

—No te hagas la modesta, fuiste tú quién dio con la clave. Ha sido todo gracias a ti —dijo Carter rodeándola por un hombro y besándola en la cabeza—. Este domingo te invito a cenar a casa.

—Pero que cocine tu mujer, por favor —dijo torciendo el gesto.