Capítulo 4
Una vez salieron de Blue Chip, Marion y Ruth se encontraron a Vincent Walker, el otro dependiente de la tienda. Estaba apoyado sobre el capó del coche, fumando un cigarrillo en una actitud de motorista fuera de la ley. Vestía con una camiseta negra, cuyo dibujo era una siniestra calavera, y unas botas vaqueras, inapropiadas para el recién llegado verano, pero parecía que a Vincent le era indiferente.
—Hola, chicas —dijo mirándolas con cierto descaro.
Ruth y Marion intercambiaron una mirada de desconcierto.
—¿Cómo está Andy? —preguntó después de dar una larga calada al cigarrillo.
—Más o menos —dijo Ruth.
Exhaló el humo en forma de donuts que se fueron disipando por encima de su cabeza.
—Hace poco que somos compañeros, pero he de decirte que me cae bien. Ojalá todo sea un malentendido y vuelva pronto a trabajar con nosotros.
—¿Trabajaste ayer? —preguntó Marion.
—Sí, ¿por qué? —dijo poniéndose erguido.
—¿Viste a alguien sospechoso en la tienda?
—¿Te refieres a alguien sin afeitar, con gafas de sol y mirando con disimulo las cámaras de seguridad? —preguntó con sarcasmo—. Si es así, no he visto a nadie, lo siento. Además, me cuesta creer que alguien robara para luego dejarlo en casa de Andy.
—Si crees que es culpable, dilo sin más —dijo Ruth de malos modos.
Vincent tiró el cigarrillo al suelo y lo estrujó con la bota mientras lanzaba una bocanada de contaminante humo.
—No sé lo que ha pasado, la verdad. Yo anoche estaba en mi casa con insomnio —dijo Vincent—. Bueno, me ha encantado la charla, pero tengo que entrar a trabajar. Por desgracia, aún no soy rico pero espero algún día que me toque la lotería.
Vincent pasó entre ambas dejando un rastro de olor a tabaco. Marion lo miró marcharse, haciendo lo posible para no descansar la vista sobre su ceñido trasero, lo mismo que Ruth.
—Vamos a la peluquería, que se nos hace tarde —aconsejó Marion.
—Sí, vamos —dijo sacando las llaves de la puerta del coche.
En el interior del vehículo Marion no sabía qué pensar sobre Vincent. De tan ridículo que parecía su carácter, se le ocurrió pensar que se trataba del verdadero culpable y que no perdía la ocasión de restregar a todo el mundo su «inteligencia». Pero ¿por qué iba a Vincent a dejar la caja en la casa de Andy? ¿Qué ganaba con tenderle una trampa?
Pronto Ruth desveló un dato interesante mientras se incorporaban al tráfico. Conducía un pequeño coche de segunda mano en el que los amortiguadores se oían como muelles de una vieja cama.
—Andy me contó, en varias ocasiones, que ha notado que Vincent tiene celos de él por cómo Trevor lo trata —dijo Ruth—. Le ha dado más responsabilidades en la tienda y eso, al parecer, le molestaba a Vincent. No quería que Andy le dijese lo que tenía qué hacer.
Marion asintió con la cabeza.
—Es un buen motivo para desear librarse de él —dijo la peluquera—. Creo que no debemos de perderle de vista, Ruth.
La tarde en la peluquería se desarrolló sin sobresaltos. Entre las dos atendieron a un buen número de clientas, entre ellas a la infatigable Dory Bantry, que siempre traía algún cotilleo fresco sobre tal o cual vecino de Chippingville. Ruth aparentaba serenidad pese a la angustia que anidaba en su interior. Sin duda, concentrarse en el trabajo le ayudaba a distraerse.
Cuando quedaba poco para cerrar, apareció Glenn. Ruth estaba ocupada con la última clienta, un sencillo trabajo de secar y marcar, así que no se percató de la presencia del médico. Marion y el apuesto médico salieron a la calle para que el ruido del secador no les molestara.
—Pasaba para contaros que he estado con Andy. Me llamaron de la comisaría, le ha dado una pequeña crisis de ansiedad —dijo Glenn.
—De momento que no se entere Ruth. Ya está muy preocupada, y eso le podía afectar mucho. ¿Se encuentra bien?
—Sí, ahora está mucho mejor. Le he dado un ansiolítico para que se calme.
Marion aspiró el viril aroma del médico. Siempre se las arreglaba para oler de maravilla.
—¿Y has venido solo para decirme eso? Podías haberme llamado —preguntó Marion con cierta brusquedad, aunque enseguida se arrepintió.
—Quería ver cómo estaba llevando Ruth todo esto. No tiene que ser fácil ver a tu novio en la cárcel.
La sombra de un árbol les proporcionaba un fresco refugio de los rayos solares de la tarde. A Marion le entraron ganas de zambullirse en el mar con ropa incluida.
—Está bien, dentro lo que cabe. Este mediodía hemos estado en la tienda donde trabaja para hablar con Trevor y Georgia. Después nos encontramos con Vincent, otro de los dependientes. Un tipo de lo más peculiar.
—Corrígeme si me equivoco, Marion, pero Trevor y Georgia ¿están casados, verdad?
Marion, sorprendida, respondí afirmativamente. Glenn miró a su alrededor como si lo que estuviera a punto de decir fuera un secreto de estado.
—Hace un par de semanas fui un domingo a almorzar al pueblo de aquí al lado, St. Joseph. A un restaurante que un paciente me había recomendado. Por cierto, que preparan unos caracoles de muerte, deberías probarlos con limón y…
—¿Qué me quieres contar, Glenn? —interrumpió Marion, embargada por el suspense.
—Que vi a su mujer comiendo con alguien más joven que él. Era un tipo que se llama Vincent, ha venido a mi consulta un par de veces. —Aquí inclinó la cabeza hacia la peluquera de tal forma que sus miradas se engancharon, y susurró—: Y digamos que estaban muy… acaramelados.
—¡No me digas! —exclamó Marion mientras pensaba en cómo encajar ese detalle en el misterioso robo de los dispositivos electrónicos.
Los acontecimientos sufrían un giro inesperado. ¿Cuál sería su siguiente paso?