Capítulo 5


Después de atender a la última clienta, Marion cerró el negocio y se dirigió junto a Ruth de nuevo a la comisaría. Su amiga y compañera le aseguró que ella ignoraba la relación clandestina entre Georgia y Vincent, pero no estaba segura de si Andy estaba al tanto. 

Así pues, Marion deseaba preguntarle al novio de Ruth si sabía sobre la relación. Era posible que trabajando hubiera sido testigo de alguna escena amorosa entre la pareja. Si era así, la aparición de la caja en su casa cobraba sentido. Como una forma de quitarle de en medio. 

Tal y como había sucedido por la mañana, Marion y Ruth fueron conducidas hasta la celda, solo que esta vez el policía era distinto, alguien que la peluquera no conocía. Al ver a Andy, a Ruth se le humedecieron los ojos. Su novio estaba tumbado sobre el duro banco de metal, con el brazo derecho sobre los ojos, como si quisiera dormir. En la misma celda se encontraba un hombre de gran envergadura, rígido como una estatua y con la mirada perdida. 

—Andy, cariño —dijo Ruth.

Ambas se mantuvieron cerca de los barrotes, pues el policía no había querido abrirles la puerta al encontrarse un nuevo huésped en la celda. Adujo que se trataba de motivos de seguridad. 

El joven levantó el brazo, miró de refilón y esbozó una cansada sonrisa. 

—Ven, cariño, que Marion quiere hacerte una pregunta —dijo Ruth con apremio. 

Andy se apoyó en los grueso barrotes y lanzó una expectante mirada a Marion. 

—¿Sabías que Vincent y Georgia estaban liados? 

—¿Cómo? —preguntó abriendo los ojos, sobresaltado—. ¿Vincent y Georgia? ¿Desde cuándo?

Marion chasqueó la lengua, decepcionada. Por la reacción de Andy era evidente que lo ignoraba. Su teoría era inservible. 

—No lo sabemos con exactitud, pero creo que está relacionado con el robo, pero no sé de qué forma —dijo Marion. 

—¿Estás completamente convencido de que nunca has visto nada raro entre ellos? —insistió su novia. 

—Nunca he visto nada, pero también es cierto que soy muy despistado para ese tipo de detalles —dijo Andy.

Ruth miró a Marion y asintió con gesto resignado, corroborando la respuesta.

—A veces he visto discutir a Trevor y a Georgia, pero muy pocas veces. Jamás pensé que ella prefería estar con otro —continuó Andy. 

Marion y Ruth se marcharon tan solo después de acabar el tiempo que les habían permitido estar con Andy. Cada una estaba concentrada en sus propios pensamientos, casi sin percatarse de la presencia de la otra. Atardecía sobre Chippingville de una forma armoniosa y poética. Los turistas volvían a sus casas u hoteles para darse una ducha y descansar para luego cenar algo por ahí.  

—Tenemos que hablar con Trevor, Ruth, y contarle la aventura amorosa de su mujer para ver cómo reacciona —dijo Marion muy convencida. 

—¿Estás segura? Se molestará con nosotras y con razón —dijo Ruth—. No tenemos esa clase de confianza para contarle algo así. 

—O todo lo contrario, quizá nos lo agradece. Si es que no lo sabía. ¡Veamos cómo reacciona! 

Ruth miró su reloj de pulsera. 

—Hoy es martes. Es posible que esté en el puerto, limpiando su bote. Andy me contó que le gusta cuidar de él después de cerrar la tienda. 

Sin perder un minuto, las dos montaron en el coche y se dirigieron al puerto de Chippingville. Como es lógico, les resultó más difícil encontrar aparcamiento que en otras ocasiones debido a que se encontraban en temporada alta. A multitud de turistas les deleitaba salir a pasear, tomarse un helado y disfrutar viendo los barcos atracados en el muelle. Se había levantado una agradable brisa cargada de salitre que animaba el paseo. 

El barco de Trevor tenía unas considerables dimensiones: quince metros de eslora y cinco de manga. Carecía de mástiles por lo que se propulsaba a motor. Cuando llegaron Marion y Ruth, Trevor, arrodillado sobre la cubierta, disimulaba con una capa de pintura unas pequeñas rozaduras cerca del timón. 

—Hola, chicas, subid a bordo, bienvenidas —dijo Trevor sonriendo e invitándolas con un gesto de la mano. 

Las dos subieron a bordo a través de una pequeña pasarela. Marion notó que su pulso estaba un poco acelerado, pero se obligó a calmarse para conseguir su propósito. Ruth subió detrás de ella, muy atenta a cada paso que daba para no caerse al agua. 

—¿A qué se debe vuestra visita? —preguntó indicando que se sentaran en unas pequeñas sillas plegables. 

Ruth carraspeó, esperando que su amiga diera el primer paso. 

—Trevor, hay algo que nos gustaría contarte, pero creemos que no te va a gustar nada —dijo Marion seriamente. 

La espalda de Trevor se irguió por completo, después miró a Ruth, como esperando que fuese una broma. 

—¿Qué ocurre? 

No había una forma suave de contarlo, así que Marion decidió que lo soltaría sin más. Le dijo que alguien había visto a su mujer con Vincent en un restaurante, en St. Joseph, que estaban con una actitud cariñosa, según le había dicho la fuente anónima; y que pensaban que debería saberlo. 

Bajo la atenta mirada de Marion, Trevor, con las mejillas ruborizadas, se puso de pie y se alisó la camisa varias veces en un gesto nervioso. 

—Es completamente imposible —dijo negando con la cabeza—. Georgia no es así, además, los domingos mi mujer almuerza conmigo. No puede ser, no es más que una sucia patraña de la gente envidiosa. 

—Pero… —dijo Marion. 

Sin querer, Trevor golpeó la lata de pintura y esta se derramó por la cubierta. 

—Ahora por favor, marchaos de mi barco. ¡Ya! He sido amable con vosotras pese a que no debería, pero hasta aquí hemos llegado. Como me volváis a molestar, a mí y a mi mujer, os pondré una denuncia. ¡Fuera de aquí!

—Lo siento, Trevor —dijo Ruth poniéndose de pie al tiempo que lo hacía Marion. Ambas abandonaron el barco usando la pasarela mientras Trevor maldecía a sus espaldas. La gente que paseaba por el muelle se quedó estupefacta al verle furioso, agitando los brazos. 

—Buff, cómo se ha puesto —dijo Ruth camino al coche. Pero Marion en vez de mostrarse arrepentida, sonreía de oreja a oreja. 

—¿Te das cuenta de lo que ha pasado? 

—Sí —respondió Ruth—, que nos ha puesto de todos los colores. 

—No, que Trevor miente más que habla. Yo no le he dicho que vieron a su mujer y a Vincent un domingo. Él lo ha dicho, por lo que sí sabía que estaban liados. Interesante…