19.- Insinuación de chocolate

Cuando está a punto de facturar la maleta, el teléfono sobresalta a Ven. Es Lucy. De fondo, un sonido de aeropuerto, similar al que lo rodea, pero con acento español.

—Ven, ¿dónde estás?

—A punto de volar para Madrid. ¿Y tú?

—Lo mismo, pero rumbo a Venecia. Nos vemos allí a las ocho, en la estación del vaporetto de la plaza de San Marcos.

—¿Y eso? ¿Me estás proponiendo una cita romántica? La góndola la pago yo.

—La góndola y lo que quieras después, si esto sale bien —contesta ella eufórica—. A las nueve estoy citada con Sofriti. Él tiene las claves de la muerte del Chef.

—¿Sofriti? ¿Pero…?

—¡En Venecia te cuento, que se me va el avión! ¡Besos!

Y cuelga.

Ven corre de mostrador en mostrador en busca de un billete en el primer vuelo a Venecia. De pronto, se rebela y se para. No va a ir corriendo de un lado a otro de Europa porque Lucy lo llame en el último momento sin dar explicaciones. Marca su número, pero el operador le dice que el teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura. ¿Habrá embarcado ya? Su Smartphone suena. Ven contesta feliz:

—¡Lucy, cariño!

—¡Qué cariño ni qué hostias, Ven! Soy el Gitano. Tengo la información que querías.

Ven escucha atentamente y sólo interrumpe a su antiguo compañero para obtener precisiones:

—Así que era una tarjeta de crédito, ¿no? Ya me pareció a mí. ¿Y qué compraron con ella? ¿Sólo eso? Repíteme el nombre. ¿Pilocarpina? ¿Y eso para qué sirve? —El rostro de Ven palidece—. ¡Coño! No, no, Gitano. Está de puta madre, sigues siendo el mejor para averiguar cosas. Ya te contaré. Antes de que me olvide, ¿a nombre de quién está la tarjeta?

Ven se queda en silencio. Luego reacciona.

—Sí, sigo aquí, Gitano. Gracias por todo. Te debo una.

Cuando cuelga, Ven intenta ordenar todos los datos que le ha ofrecido su amigo y que aportan claridad al caso. Pero no puede. Mientras compra el billete a Venecia, sigue retumbando en su cabeza el nombre del titular de la tarjeta:

Sofriti, Vincent Sofriti.

• • •

Lucy está tan impaciente por el encuentro con Sofriti que ni siquiera disfruta de la estampa del canal que atraviesa en una lancha-taxi. Llega a su hotel, el Danielli, junto a la plaza de San Marcos. Es un cinco estrellas, una pieza de colección. Las escalinatas son de ensueño. Se puede perder por sus escalones en espiral y las columnas de las ventanas de los anfiteatros que se ven desde el patio interior del hall. Su suite resulta impresionante. Tiene una cama inmensa y, al verla, no puede evitar pensar en Linda. Después de darse un baño en la bañera de cerámica, se conecta a Internet para ver las reacciones que provocan su nueva entrada en el blog. Son tantas que renuncia a leerlas todas. Se tumba en la cama y se queda dormida. La despiertan discretos golpes en la puerta de su habitación. Un botones le entrega un pequeño paquete que ha llegado para ella. Cuando él se marcha, Lucy piensa que debería haberle dado propina, pero ya es tarde. «La falta de costumbre», piensa.

Dentro del paquete hay un teléfono móvil encendido y una tarjeta que advierte: «Cambio de planes, por motivos de seguridad. En media hora, en la plaza de Santa Margarita. Yo la llamaré. Venga sola. S.»

¿Motivos de seguridad? A Lucy le suena peligroso. Necesita avisar a Ven. Lo llama, pero su teléfono está apagado o fuera de cobertura. Suspira y elige su vestido negro, el más elegante de los que compró en Madrid. «Puede que sea una emboscada o no, pero, por si acaso, iré monísima», bromea consigo misma para quitarse el miedo.

Antes de salir se mira en el espejo. Está deslumbrante, como para una foto.

—Espero que no sea para la de la necrológica —vuelve a bromear ella y cierra la puerta.

• • •

Mientras espera para desembarcar en el aeropuerto de Marco Polo, Ven combate la impaciencia hojeando por décima vez la revista de abordo. Incluye, como no, una receta del Chef. Un postre. Insinuación de chocolate. El texto lo describe fino y delicado, como una insinuación y recomienda tomarlo rápido para que se derrita a tiempo en la boca. Seguro que a Lucy le encantaría. Si salen de esta, la invitará a tomar media docena. Por fin se abren las puertas, y Ven queda como el pasajero más grosero del avión, pero logra bajar entre los primeros.

Ya en la lancha-taxi llama a Lucy. Escucha el tono de llamada, pero ella no responde. Ven insiste. Del otro lado descuelgan y la voz de ella se oye lejana, como un susurro.

—Ven, no puedo hablar mucho. Es posible que me estén vigilando. Me adelantaron la cita y me dieron un móvil. Llevo dos horas de un lado para otro. Querrán comprobar que nadie me sigue. La última dirección que me han dado es el Palazzo del Visconti. Nos vemos allí.

Y cuelga.

Ordena al taxista que le lleve a toda prisa hasta el Palazzo del Visconti, pero el hombre le informa que sólo puede ir hasta la Plaza de San Marcos y que desde allí está muy cerca, pero debe tomar una góndola, porque está en un canal estrecho.

Ven perjura y confía en que pueda conseguir llegar a tiempo. No puede asegurarlo, pero todo esto le suena a emboscada para Lucy y él en Venecia y desarmado. «No del todo», piensa y saca de la maleta la magnum que le regaló Sabrosi. ¿Alcanzará para defender a Lucy de quien quiera que sea que esté al final de este laberinto? Ven quiere aparentar firmeza, pero siente como si se pudiera deshacer en cualquier momento. Como una insinuación de chocolate.