Nota final

Carlos Pereiro —que como se comprenderá es un nombre figurado—, murió el pasado 9 de mayo en la unidad de reanimación de la sección de Oncología del Hospital Juan Canalejo de La Coruña —también, vaya burla del destino—, tres horas después de haberse sometido a la tercera e inútil operación para extirparle el bazo y otras partes infectadas por el tumor maligno que lo carcomía por dentro. Luchó hasta el final contra ese malnacido cáncer. Luchó y perdió.

Yo, modestamente, pero contando con su permiso y el de su compañera en los últimos meses de vida, junté el montón de archivos y papeles que escribió a ratos y que, por lo menos, lo mantuvieron entretenido, y los organicé —solo pequé tirando mi «biografía»—, para darle forma de novela. No sé si lo logré, pero va por él.

No se trata de rendirle un homenaje póstumo a esa persona, pues para nada deseaba que su nombre apareciese en ningún lado, es el tributo al amigo que se fue, y es también, porque las novelas son eso, historia pura y dura, su historia. De ella y de lo sucedido en el año 36 ya nadie se podrá librar, ni siquiera la más recatada y persistente memoria.