CAPÍTULO 3

Las dependencias de la policía de Shanghai se encontraban en un edificio de ladrillo marrón de unos sesenta años, en la calle Fuzhou. Dos soldados armados montaban guardia en la verja gris de la entrada, pero al igual que los demás policías, Chen entraba por una pequeña puerta situada al lado de la portería. De vez en cuando las puertas se abrían de par en par para recibir a alguna visita importante, y entonces se podía divisar desde el exterior una calzada que se curvaba alrededor de un parterre que quedaba en el centro de un gran patio.

Tras responder al saludo rígido del centinela, el inspector jefe Chen subió hasta su oficina en la segunda planta. No era más que un pequeño cubículo dentro de un amplio despacho que se repartía entre más de treinta agentes del Departamento de Homicidios. Todos trabajaban codo con codo, utilizando las mismas mesas y compartiendo los teléfonos.

Reluciente bajo la luz matutina, la placa de latón con su nombre en la puerta de su cubículo«inspector jefe chen cao» atraía a veces su mirada como un imán. El interior era pequeño. Una mesa marrón de encina con una silla giratoria, también de color marrón, ocupaba la mayor parte del espacio. Había, junto a la puerta, un par de tazas de té sobre un archivador metálico de color verde oscuro y un poco más allá, en el suelo, cerca de una estantería con libros, reposaba un termo. En la pared no había más que un retrato enmarcado del camarada Deng Xiaoping en el puente de Huangpu, bajo un paraguas negro que sostenía el alcalde de Shanghai. El único lujo del despacho era una pequeña nevera a la que, según lo dispuesto por Chen, tenían acceso todos los miembros del personal. Como su piso, el cubículo le había sido entregado con el ascenso.

La idea que predominaba en la oficina era que el ascenso de Chen era producto de la nueva política de cuadros del camarada Deng Xiaoping. Hasta mediados de los años ochenta, los cuadros del Partido ascendían, paso a paso, en un proceso lento. Sin embargo, cuando alcanzaban un nivel alto, permanecían en él durante años. Algunos nunca se jubilaban, aferrándose a su cargo hasta el final. Por lo tanto, un inspector jefe de cincuenta y pocos años podía considerarse un hombre afortunado.

Con los drásticos cambios introducidos por Deng, los cuadros superiores también tuvieron que retirarse tras alcanzar la edad de la jubilación. La juventud y la formación se convirtieron de pronto en el criterio fundamental en el proceso de ascenso de los cuadros. Chen estaba cualificado en ambos aspectos, aunque algunos de sus superiores no veían con tan buenos ojos sus méritos. Para ellos, la formación académica no significaba gran cosa, y más en el caso de Chen, especializado en literatura inglesa. De hecho, creían que la edad significaba experiencia en el terreno.

El estatus de Chen se debía a una especie de equilibrio. Por regla general, el Departamento de Homicidios estaba dirigido por un inspector jefe. El antiguo director del Departamento se había jubilado, pero el nombre de su sucesor seguía siendo una incógnita. La categoría administrativa de Chen era, simplemente, la de jefe de una brigada de asuntos especiales que contaba con sólo cinco miembros, incluido el inspector Yu Guangming, su ayudante.

Al inspector Yu no se le veía por ninguna parte en el despacho, pero Chen encontró su informe entre los montones de papeles esparcidos en su mesa.

«Agente presente en la escena: inspector Yu Guangming. Fecha: 11 de mayo de 1990.

1 El cuerpo. Una mujer muerta, sin nombre, desnuda. El cuerpo fue encontrado dentro de una bolsa de plástico en el canal Baili. La edad probable se calcula entre los veintiocho y los treinta y dos años. Constitución sana, unos cincuenta kilos de peso, un metro sesenta. Difícil saber el aspecto que tenía en vida. La cara un poco hinchada, pero sin contusiones ni rasguños. Cejas delgadas y negras, y nariz recta. Frente ancha. Piernas largas y bien torneadas, pies pequeños de dedos largos. Las uñas de los pies pintadas de rojo. Manos también pequeñas, sin anillos. Bajo las uñas no se han encontrado sangre, tierra o piel. Caderas anchas, abundante vello púbico negro carbón. Es posible que haya tenido relaciones sexuales antes de morir. No había marcas de golpes. Sólo se observó una leve moradura, apenas visible, alrededor del cuello y un ligero rasguño en la clavícula. Aparte de eso, piel suave y sin señales de heridas. Ausencia general de contusiones en las piernas, lo cual también demuestra que, al parecer, no opuso resistencia antes de morir. Pequeños vasos sanguíneos rotos en torno a los ojos, que podrían ser indicio de muerte por asfixia.

2 La escena. El canal Baili, un canal pequeño que desemboca en el río Suzhou, a unos quince kilómetros al oeste de la fábrica de papel de Shanghai. Para ser más precisos, un afluente muerto del río sobre el que cuelgan arbustos y hierbajos. Años atrás, fue elegido como sitio para una planta química, aunque posteriormente el plan del gobierno fue desestimado. En un lado hay una especie de cementerio con varias tumbas desperdigadas. Es un canal de difícil acceso, ya sea por agua o por tierra. No hay recorrido de autobuses. Según los habitantes locales, pocas personas acuden allí a pescar.

3 Los testigos. Gao Ziling, capitán del Vanguardia, del Departamento de Seguridad Fluvial de Shanghai. Liu Guoliang, antiguo compañero de instituto de Gao, ingeniero nuclear en Qinghai. Los dos son miembros del Partido, careciendo de antecedentes penales.

4. Posible causa de la muerte. Estrangulamiento y agresión sexual».

Al acabar de leer el informe, el inspector jefe Chen encendió un cigarrillo y permaneció un rato sentado. Con las volutas de humo brotaron dos posibilidades: o la mujer había sido violada y asesinada en una embarcación y luego lanzada al canal, o el crimen se había perpetrado en otro lugar y el cuerpo había sido llevado hasta allí.

La primera hipótesis no le parecía demasiado plausible. Sería sumamente difícil, cuando no imposible, que el asesino cometiera el crimen en la embarcación, en compañía de otros pasajeros. Y si estaban los dos solos en el barco, ¿qué sentido tendría ocultar el cuerpo en una bolsa de plástico? El canal estaba muy aislado, y lo más probable era que el crimen se hubiese cometido durante la noche, por lo cual no habría sido necesario envolver el cuerpo. En la segunda hipótesis quizá encajaba la bolsa de plástico, pero entonces el asesinato podría haberse perpetrado en cualquier lugar.

Chen echó una nueva mirada en el despacho grande y vio que el inspector Yu había vuelto a su mesa y que bebía una taza de té. Con un gesto mecánico buscó el termo en el suelo. Todavía quedaba agua, no haría falta bajar al calentador colectivo. Marcó la extensión de Yu.

—Inspector Yu Guangming, venga a mi despacho. Yu se presentó en la puerta en menos de un minuto. Era un hombre alto de cuarenta y pocos años, de constitución mediana, con el rostro curtido y la mirada profunda y penetrante. Sostenía una carpeta de color marrón en la mano.

—Habrá tenido que trabajar mucho anoche —dijo Chen ofreciendo una taza de té a su ayudante—. Un trabajo bien hecho. Acabo de leer su informe.

—Gracias.

—¿Alguna novedad sobre el caso?

—No, todo está en el informe.

—¿Y por el lado de la lista de personas desaparecidas?

—No hay nadie que corresponda a su descripción —Yu le entregó la carpeta—. Han revelado algunas fotos. No puede haber estado mucho tiempo en el agua. Calculo que no han sido más de veinte horas.

Chen miró las fotos. Eran imágenes de la mujer muerta en la orilla, desnuda o parcialmente tapada. Había varios primeros planos. El último de la cara, en el depósito, con el resto del cuerpo tapado con una sábana blanca.

—¿Qué opina? —preguntó Yu soplando suavemente en su taza de té—.

—Un par de hipótesis. Nada concreto hasta que acaben los forenses.

—Sí, el informe de la autopsia llegará por la tarde.

—¿Cree que podría ser alguien de algún pueblo de los alrededores?

—No, no lo creo. He llamado a los Comités de los pueblos de la región. No han informado de nadie desaparecido.

—¿Y el asesino?

—No, tampoco hay muchas probabilidades. Como dice el refrán «El conejo no come cerca de su madriguera», pero quizá conozca bien la zona del canal.

—Entonces, hay dos posibilidades —dijo Chen—.

Yu escuchó el análisis del inspector jefe sin interrumpir.

—En cuanto a la primera, me parece poco probable —señaló cuando Chen terminó—.

—Sin embargo, el asesino no hubiera podido llevar el cuerpo hasta el canal si no dispusiera de un medio de transporte —aventuró Chen—.

—Puede que se trate de un taxista. Hemos tenido casos parecidos. El caso de Pan Wanren, ¿lo recuerda? Violada y asesinada. Una gran similitud, salvo que el cuerpo fue abandonado en un arrozal. El asesino confesó que no tenía intención de matarla, pero que le entró pánico al pensar que la víctima pudiera identificarlo por su coche.

—Sí, lo recuerdo. No obstante, si el asesino violó a esta chica en el coche, ¿por qué se habría dado el trabajo de ocultar el cuerpo en una bolsa de plástico?

—Tenía que ir en coche hasta el canal.

—Le hubiera bastado esconderla en el maletero.

—A lo mejor tenía la bolsa en el coche.

—Quizá.

—Cuando asesinan a una mujer después de violarla —Yu se cruzó de piernas—, el móvil del crimen no suele ser otro que el deseo del violador de ocultar su identidad. La víctima podría identificarlo a él o al coche. De modo que la hipótesis del taxista es válida.

—También puede que el asesino fuese un conocido de la víctima —siguió Chen mientras estudiaba la fotografía que tenía en la mesa—. Al abandonar el cuerpo en el canal, sería complicado relacionar la desaparición con el asesino, lo cual podría explicar lo de la bolsa: disimular el cuerpo cuando lo metió en el coche.

—Sí, pero no hay mucha gente que tenga coche propio, excepto los cuadros superiores. Y nadie le pediría a su chofer que lo ayudase en una misión como ésa.

—Es verdad, no hay muchos coches privados en Shanghai, pero el parque aumenta rápidamente. No podemos descartarlo.

—Si el asesino conocía a la víctima, la primera pregunta que tenemos que hacernos es por qué. Una relación secreta con un hombre casado. Hemos visto casos así, aunque casi sin excepción, la mujer estaba embarazada. He llamado al doctor Xia temprano por la mañana y lo ha descartado —Yu encendió un cigarrillo sin ofrecerle ninguno—. Con todo, su teoría sigue siendo plausible, y si es así, lo más probable es que no podamos hacer nada hasta conocer la identidad de la víctima.

—Entonces, según su teoría, ¿cree que deberíamos empezar por comprobar el servicio de taxis?

—Podríamos, pero no será fácil. La situación ya no es como hace diez años, cuando apenas había taxis en Shanghai —explicó Yu—. Uno podía pasarse horas esperando en la calle sin conseguir pillar uno. Ahora quién sabe cuántos hay. Están por todas partes y no dejan de ir de un lado a otro, como las langostas. Seguro que son más de diez mil, sin contar los taxistas que trabajan por cuenta propia, que deben de ser otros tres mil.

—Sí, son muchos.

—Hay otra cosa, y es que ni siquiera estamos seguros de que la chica fuera de Shanghai. ¿Y si viniese de otra provincia? En ese caso tardaremos todavía más en averiguar su identidad.

El aire en el despacho se había vuelto espeso con el humo.

—Entonces, ¿qué cree que deberíamos hacer? —preguntó Chen mientras abría la ventana—.

El inspector Yu esperó un momento y preguntó a su vez:

—¿Tenemos que ocuparnos de este caso?

—Es una buena pregunta.

—Respondí a la llamada porque no había nadie más en el despacho y porque no pude encontrarlo a usted. Pero sólo somos la brigada de asuntos especiales.

Era cierto. La brigada no tenía que ocuparse de un caso hasta que éste fuera declarado especial por el Departamento. La solicitud podía provenir desde otra provincia o desde otra brigada, aunque en la mayoría de los casos se debía a motivos políticos no declarados. Por ejemplo, una redada en una librería privada que vendía cds pornográficos no sería una tarea difícil ni especial para un policía, si bien llamaría demasiado la atención y daría pie a varios titulares de prensa. En otras palabras, se consideraba que un caso era especial cuando el Departamento tenía que adecuar sus objetivos a ciertas obligaciones políticas. La investigación sobre una mujer desconocida descubierta en un pequeño canal remoto seguramente pasaría a la brigada de homicidios sexuales, a la que, en principio, correspondía.

Eso explicaba la falta de interés del inspector Yu en este caso, aunque era él quien había contestado la llamada telefónica, acudiendo a la escena del crimen. Chen siguió revisando las fotos hasta que se detuvo ante una y la cogió.

—Pida que reencuadren ésta y que la amplíen. Tal vez alguien pueda reconocerla.

—¿Qué pasa si nadie se presenta?

—En ese caso tendremos que empezar un rastreo… si nos asignan la investigación, claro.

—Eso, un rastreo —dijo Yu quitándose una hoja de té de los dientes—.

La mayoría de los policías detestaba ese tipo de incordios.

—¿Con cuántos hombres contamos para esa tarea?

—No demasiados, camarada inspector jefe —reconoció Yu—. Nos falta personal. Qing Xiaotong está de viaje de luna de miel. Li Dong acaba de dejarnos para instalar una frutería y Liu Longxiang sigue en el hospital con un brazo roto. En realidad, en la llamada brigada de asuntos especiales sólo quedamos usted y yo en este momento.

Para Chen no pasó desapercibido aquel tono mordaz. Yu tardaría un tiempo en asimilar su fulgurante ascenso, y mejor no hablar de su nuevo piso. Esa dosis de antagonismo no le extrañaba en absoluto, sobre todo de parte del inspector Yu, que había ingresado antes que él en el cuerpo y tenía una formación técnica, así como parientes con un largo historial de servicio en la policía. Sin embargo, el inspector jefe Chen quería que se lo juzgara por sus logros en el ejercicio de sus funciones, y no por cómo había llegado a ocupar su puesto. Por eso estaba tentado de aceptar el caso, puesto que se trataba desde el principio de un auténtico caso de homicidio. Pero el inspector Yu tenía razón, estaban faltos de personal y tenían muchos asuntos especiales pendientes, por lo que no podían permitirse aceptar algo que se habían encontrado sin proponérselo: un crimen sexual sin indicios ni testigos. El panorama no era nada bueno.

—Hablaré con el Secretario del Partido Li. Entretanto haremos copias de las fotos y las distribuiremos en las comisarías. Es lo habitual. Da igual quién se ocupe del caso.

Luego añadió:

—Si tengo tiempo iré al canal esta tarde. Cuando fue usted, debía de estar bastante oscuro.

—Pues sí, es un paisaje muy poético —ironizó Yu mientras se levantaba y apagaba su cigarrillo—.

Y sin ocultar su sarcasmo prosiguió:

—Quizá se le ocurra un par de versos magníficos.

—Nunca se sabe.

Cuando Yu salió, Chen se quedó sentado tras su mesa, pensativo. Le molestaba la animosidad no disimulada de su ayudante. El comentario que había hecho de pasada sobre la pasión de Chen por la poesía era otra puya más. Sin embargo, en cierto modo, Yu tenía razón.

Chen nunca había tenido la intención de convertirse en policía, al menos durante sus años en la universidad. Publicaba sus poemas y era un alumno destacado del Instituto de Lenguas Extranjeras en Beijing. En aquella época, estaba decidido a seguir una carrera literaria. Un mes antes de licenciarse, se inscribió en un máster en literatura inglesa y norteamericana. Su madre aprobó la decisión, quizá recordando al padre de Chen, un profesor de la escuela neoconfuciana que había gozado de gran prestigio. No obstante, un buen día le informaron de que un cargo prometedor le esperaba en el Ministerio de Asuntos Exteriores. A comienzos de los años ochenta, eran las autoridades las que asignaban un empleo a todos los universitarios que se licenciaban. Dado que él era uno de los alumnos en la lista de honor, el Ministerio solicitó sus antecedentes. La carrera diplomática no era la opción elegida por Chen, aunque, normalmente, dicha carrera fuera considerada una de las mejores opciones para un licenciado en inglés. Pero entonces, en el último momento, se produjo otro cambio inesperado. En el curso de la investigación emprendida por las autoridades, se descubrió que un tío de Chen había sido condenado por actividades contrarrevolucionarias y ejecutado a comienzos de los años cincuenta. Aunque él no lo conocía, una relación familiar de ese tipo era políticamente inadmisible para un aspirante a un cargo diplomático. Su nombre fue tachado de la lista del Ministerio y, al final, le asignaron un puesto en la policía de Shanghai. Durante los primeros años, su trabajo consistió en traducir un manual de técnicas de interrogatorio que nadie quería leer y en redactar para el Secretario del Partido Li informes políticos que él no quería escribir. Sólo en los últimos años había trabajado como policía: primero en el escalafón más bajo y, luego, sin saber por qué, como inspector jefe, aunque exclusivamente encargado de los asuntos especiales que le pasaban otros. El resentimiento que expresaban Yu y otros compañeros de la oficina se debía no sólo a su rápido ascenso, producto de la política de cuadros de Deng, sino también a sus actividades literarias que, en opinión, además de en conveniencia, de todos, constituían una desviación de sus obligaciones profesionales.

Chen volvió a leer el informe del caso y se dio cuenta de que era la hora de comer. Al salir, encontró un mensaje para él en el despacho. Lo habrían dejado antes de que llegara por la mañana.

«Hola, soy Lu. Estoy trabajando en el restaurante, nuestro restaurante El suburbio de Moscú . Un paraíso para los gourmets. Tengo que hablar contigo. Es importante. Llámame al 638—0843».

Era la típica manera de hablar del Chino de ultramar, siempre excitado y bullicioso. Chen marcó el número.

—El suburbio de Moscú.

—Lu, ¿qué pasa?

—¡Ah!, eres tú. ¿Cómo te fue anoche?

—Muy bien. Estuvimos juntos, ¿no?

—No, me refiero a lo que pasó después de que nos fuimos. Entre tú y Wang.

—Nada. Seguimos bailando un rato y luego se marchó.

—Qué lástima, amigo —dijo Lu—. No te sirve de nada ser inspector jefe. Ni siquiera te das cuenta de las señales más claras.

—¿Qué señales?

—Cuando nos fuimos, ella aceptó quedarse a solas contigo. Pensaba que era para pasar la noche. Una señal absolutamente clara. Está loca por ti.

—Pues yo no estoy tan seguro. Cambiemos de tema. ¿Cómo te ha ido a ti?

—De acuerdo. Ruru me ha vuelto a pedir que te dé las gracias. Eres nuestra buena estrella. Todo marcha sobre ruedas. Hemos firmado los documentos y ya nos hemos instalado. Nuestro propio restaurante… Sólo me queda cambiar el cartel. Pondré un gran rótulo luminoso de neón en chino y en inglés.

—Querrás decir en chino y en ruso.

—¿Quién habla ruso hoy en día? En cualquier caso, además de la comida, tendremos otro detalle genuinamente ruso. Te lo aseguro. Podrás probarlo —Lu ahogó una risilla misteriosa—. Gracias a tu generoso préstamo, celebraremos la gran inauguración el próximo lunes. Será un exitazo.

—Veo que estás muy seguro.

—Me he guardado un as en la manga. Todo el mundo se quedará boquiabierto.

—¿De qué se trata?

—Ven y lo verás con tus propios ojos, y podrás comer hasta reventar.

—Cuenta conmigo. No me perdería por nada del mundo tu sopa rusa de col,Chino de ultramar.

—Entonces tú también eres un gourmet. Nos vemos.

Aparte de eso, no tenían gran cosa en común, pensó el inspector jefe Chen mientras colgaba con una sonrisa. Lu se había ganado el apodo Chino de ultramar en el instituto, no sólo porque llevaba una chaqueta de estilo occidental durante los años de la Revolución Cultural, sino, sobre todo, porque su padre había sido dueño de una peletería antes de 1949 y, por lo tanto, era un capitalista. Aquello llevó a Lu a la lista negra. A finales de los años sesenta, un mote como Chino de ultramar no podía traer nada bueno. De hecho, se usaba para señalar a personas en las que no se podía confiar políticamente, proclives a todo lo occidental, y a las que se atribuía un estilo de vida burgués y extravagante. Pero Lu se obstinaba en cultivar, con un cierto orgullo, su imagen "decadente": tomaba café, preparaba tartas de manzana, comía ensaladas de fruta y, claro está, llevaba trajes de corte occidental cuando se sentaba a cenar. Había trabado amistad con Chen, quien, al ser hijo de un "profesor burgués", también estaba marcado. Como si hubiesen nacido en la misma carnada, se apoyaban mutuamente. Lu solía invitar a Chen a su casa cada vez que sus experimentos culinarios llegaban a buen puerto. Después de terminar sus estudios en el instituto, Lu fue enviado al campo como "joven instruido" y pasó diez años sometido a los proyectos de reforma del campesinado pobre y de clase media baja. No volvió a Shanghai hasta principios de los años ochenta. Cuando Chen dejó Beijing, se reencontraron y descubrieron cuánto habían cambiado. Sin embargo, siguieron siendo amigos a pesar de todos esos años y de las diferencias que los separaban. Al menos los unía su gusto por la buena comida.

«Han pasado veinte años como un sueño.

Es un milagro que sigamos aquí, juntos».

El inspector jefe Chen recordó aquellos dos versos de Chen Yuyi, un poeta de la dinastía Song, aunque no estaba seguro de no haber omitido una o dos palabras.