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GEORGE lo hizo de nuevo inmediatamente después de haberlo hecho antes. Por primera vez desde que se empezaron a conceder los Hugo, un solo escritor se llevó dos en las categorías más breves en el transcurso de la misma convención. Es una suerte que me embargara la alegría ante la victoria de Longyear o me habría levantado de mi asiento para lanzarme sobre George acusándole de un egoísmo en segundo grado. ¿Cómo se pueden tener dos Hugo de golpe cuando hay tantos escritores de talento que no tienen ninguno?

Desde entonces he logrado perdonar a George, y le he perdonado hasta el extremo de que he trabajado con él. En 1983 Crown Publishers publicó un libro titulado The Science Fiction Weight-Loss Book (El Libro de la ciencia ficción para perder peso), editado por George R. R. Martin, Martin Harry Greenberg y un servidor.

A primera vista se podría pensar que era un libro de dietética (¡coja una revista de ciencia ficción en vez de un caramelo!), pero no lo era. En realidad, se trataba de una antología de relatos de ciencia ficción sobre gente gorda y los relatos eran todos muy buenos. Cada uno de ellos bastaba para que se te fueran las ganas de comer, y el efecto acumulativo es muy posible que fuera suficiente como para producir un caso de anorexia nerviosa.

No pude evitar darme cuenta de que tanto George como Martin eran..., bueno, que no eran lo que se dice flacos, y que yo mismo (si se me observaba desde el ángulo adecuado) parecía en aquella época poseer una silueta algo redondeada. Por lo tanto, sugerí que los tres posáramos en una foto conjunta con los cinturones tan apretados como fuera posible y que exhibiéramos nuestra rotunda anatomía del modo más espléndido, usando luego la foto para la portada de la antología.

Crown rechazó tan magnífica idea por alguna razón que al parecer era demasiado compleja como para que nos la explicaran con claridad. Por lo tanto, la foto nunca apareció. De hecho, nunca llegó a hacerse.

En El camino de la Cruz y el Dragón George ha hecho algo que yo soy incapaz de hacer, porque ha escrito una historia de ciencia ficción religiosa o, si lo prefieren, una historia sobre la religión narrada en un ambiente de ciencia ficción.

Después de todo, la religión ha sido desde tiempos remotos, incluso en la prehistoria, una parte íntima e imposible de erradicar en la vida humana. Tampoco parece dar señales de que se vaya a esfumar. Podemos dar por sentado, creo, que seguirá siendo parte de la vida humana en el futuro, incluso cuando lleguemos al espacio. Incluso puede suponerse que si algún día encontramos inteligencias extraterrestres descubriremos que también ellas poseen religiones. (Sin duda resultarían radicalmente distintas de las nuestras, pero eso es, o debería ser, algo que no le importará en lo más mínimo al extraterrólogo.) Alguien que vi hace poco me explicó todo esto con detalle (aunque nada de ello era nuevo para mí), y acabó deseando saber por qué no le daba relevancia a la religión en mis escritos.

—Estoy seguro —me dijo—, de que no puedes imaginar que la vida futura vaya a carecer de religión, así que ¿por qué no escribes relatos donde se tome en cuenta la religión?

Me habría gustado contestarle que dado el casi nulo papel que desempeña la religión en mi vida privada, nunca se me ocurre introducirla en mi ficción, pero eso me parecía irrelevante. Después de todo, en mi vida privada no hay robots y nada me gusta más que escribir relatos sobre robots.

Así que me limité a encogerme de hombros y le dije que no sabía lo bastante sobre religiones para manejarlas con facilidad. Y, ahora que lo pienso, eso es totalmente cierto.