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GEORGE R. R. Martin ganó su primer Hugo en la categoría de novela corta en 1975 y apareció, por lo tanto, en el quinto volumen de esta serie. Y ahora reaparece en este octavo volumen, habiendo ganado en la categoría de relato.

Creo que George fue un descubrimiento de Ben Bova. Al menos Ben siempre habló de él con afecto y admiración, y mostraba además todos los estigmas de haber sido su descubridor, aunque no recuerdo que llegara a decirlo en voz alta. Probablemente el haberlo hecho resultaría presuntuoso y Ben no es nada presuntuoso.

Eso me recuerda que debería hablar de Ben, uno de los tipos más encantadores que conozco y un escritor terriblemente subestimado. Me parece casi una ofensa personal que jamás haya podido incluirle en uno de estos volúmenes.

Claro que no ha pasado enteramente inadvertido. De hecho, uno de los puntos que militan en contra de que se le reconozca adecuadamente como escritor es quizá lo superlativo de su talento como editor. Después de que John Campbell muriera en 1971 fue Ben Bova quien se calzó sus zapatos sin dar ninguna muestra visible de incomodidad. Fue durante siete años editor de Analog y luego se convirtió en editor de la nueva revista Omni durante dos años. En ese tiempo ganó como mínimo seis Hugo al mejor editor y me parece que eso quiere decir algo.

Un buen editor es capaz de reconocer el talento y sabe cultivarlo cuando se le aparece, por lo cual Ben Bova y George R. R. Martin forman una pareja natural al igual que George Scithers y Barry B. Longyear o, hace décadas, podíamos decir que la formaban John Campbell y, por ejemplo, A. E. van Vogt.

Por cierto y dicho sea de paso, sirva como indicativo de la amplitud de la ciencia-ficción el que se pueda tomar cualquier tipo de relato sea el que sea, y meterlo dentro de un marco de ciencia ficción. De hecho, si ahora mi conocimiento del campo fuera tan profundo como lo era hace décadas, cuando era mucho más pequeño y toda la ciencia ficción podía ser absorbida por una mente entusiasta, podría divertirme dividiendo y subdividiendo la literatura en innumerables categorías y encontrando la mejor historia de CF que se me ocurriera para encajarla dentro de cada categoría.

En mis momentos de mayor entusiasmo estoy dispuesto a jugarme el dinero apostando a que el relato de CF resultaría un ejemplo mejor y más efectivo de la categoría que cualquier candidato de la literatura “general”.

Digo todo esto porque no puedo evitar sentir qué magnífico ejemplo de historia de horror es "Los reyes de la arena". Sé que leerla significa tener que hacer una mueca durante todo el trayecto..., y cuanto más se avanza, peor se siente uno.