> Cornisa cantábrica, España
Casandra buceaba cada vez más profundamente en la red, buscando asociaciones que revelasen alguna pista sobre las muertes relacionadas con Cysex. En ocasiones veía el rastro de otros bots que investigaban la misma información, parecía existir mucha gente cada vez más interesada por el extraño fenómeno. Su PDA empezó a lanzar una alarma de alta prioridad, provocada por el envío de un mensaje de alerta a la red Libre. Normalmente solo se usaban estos mensajes para avisar de algún problema en los servidores principales o para pedir ayuda urgente. Minimizó las tareas que estaban ejecutando y se conectó a la red Libre, se autentificó y accedió al cuadro de avisos. Empezó a leer:
Hola a tod@s:
La información que condenso ha sido encontrada en la red de Cysex. Los datos en bruto están anexados al mensaje.
En resumen, Cysex y otras compañías contrataron hace años a una compañía de seguridad radicada en Sudáfrica para que volara la estación climática de Greenpeace. Tuvimos acceso a los vídeos que grabó el helicóptero atacante y que fue utilizado como prueba contractual por la compañía de seguridad para cobrar el trabajo. Asociado a este contrato se efectuaron ataques coordinados a buques pesqueros, estos incidentes desembocaron en la ilegalización de la asociación ecologista.
En realidad, el hallazgo de esta información es accidental, pues yo estaba rastreando las muertes asociadas a la utilización del implante de Cysex.
—Darío, ¿dónde estás? —gritó Casandra al sistema de intercomunicación.
Darío estaba en el garaje revisando las baterías y el estado de los acumuladores solares. Cuando oyó a Casandra, se llevó un gran susto, se le cayó la llave inglesa que tenía en la mano y le pasó raspando a Rufo, que como siempre estaba pegado a su lado, preguntándose qué hacia su amigo y si era algo que se podía comer. Rufo le ladró, regañándole.
—Darío, date prisa, ¿dónde estás? —insistió Casandra.
—Maldita sea, ¿qué pasa?, ¿ha empezado otra puñetera guerra? —gruñó Darío, enfadado por la interrupción.
—Lee esto. —Casandra envió un archivo a la PDA.
Darío, empezó a leer y cambió de color, al momento se sentó.
—Voy para ya, espérame.
Darío se dirigió a la casa y se reunió con Casandra, que estaba sentada en la mesa de la cocina un poco pálida.
—¿Has visto los vídeos anexos? —preguntó Casandra, quien hizo un esfuerzo porque no le temblara la voz, pero no lo consiguió.
—No, no creo que pueda —contestó Darío. Una lágrima le resbaló por el rostro—. ¿Es correcto todo esto? —preguntó con incredulidad.
—He revisado los logs que anexa, no hay duda de que la información procede de servidores de Cysex. Tiene las huellas digitales de los certificados de origen —contestó Casandra.
—¿Por qué guardaron esto? Es totalmente incriminatorio. —Darío seguía sin poder creérselo.
—Bueno, ya sabes cómo son estas empresas, a nosotros nos contratan para rastrear virus ilegales o para neutralizar virus de otras compañías, todo eso es alegal. Sin embargo, nos hacen contratos privados, nunca esperan que vean la luz —contestó Casandra, que ya había tenido más tiempo para digerir la información.
—Sí, es cierto —dijo Darío con resignación.
—Tenemos que hacer algo con todo esto.
—Podemos contactar con los viejos miembros de Greenpeace —aventuró a decir Darío, que todavía estaba conmocionado.
—Debemos tener cuidado, no podemos dejar que nos relacionen con esto, podrían desvelar nuestras verdaderas identidades —murmuró Casandra.
—Bueno, siempre hemos estado en contacto con lo que quedó de la organización. Muchos de los miembros siguen siendo activistas en la sombra o lo son de otras organizaciones que todavía son legales —dijo Darío, ya más calmado.
—Entremos en contacto con Patricia —dijo Casandra, con el rostro iluminado.
Patricia vivía en Alicante, se dedicaba a la Sanidad y era sobrina de uno de los miembros de Greenpeace de la época de su ilegalización. La pareja solía mantener contacto con ella y colaboraban esporádicamente haciendo simulaciones informáticas de impacto ambiental para diversas asociaciones ecologistas legales. Casandra llamó a Patricia utilizando una línea segura. Cuando hablaba con ella utilizaba el nombre de Isabel; tenían por norma evitar usar sus nombres verdaderos para comunicarse en el mundo real. En la línea empezó a retumbar una de las últimas canciones de moda, después de unos segundos alguien la atendió.
—¿Sí? —Se escuchó decir al otro lado de la línea; era una voz joven.
—Hola, Patricia, soy Isabel. No sé si te acuerdas de mí, algunas veces he realizado simulaciones de impacto ambiental —dijo Casandra.
—¡Isabel, cuánto tiempo! Claro que me acuerdo de ti, ¿cómo estás?
—Bien, gracias. Me gustaría que leyeses cierta información, te pasaré un correo electrónico con una dirección donde podrás consultarla. La dirección solo estará activa durante un día y podrás acceder a ella utilizando la identidad digital de tu tío.
—Pero ¿qué me estás contando? No entiendo nada —indicó Patricia, confusa por lo que había oído.
—Patricia, esto es importante, cuando lo leas lo entenderás. No puedo decirte más por teléfono, pero te aseguro que tu tío estará encantado de leerlo —dijo Casandra en un tono muy neutro.
—¿De qué conoces a mi tío? —preguntó Patricia muy intrigada, pues hasta ahora Casandra nunca había mencionado a su tío en ninguna conversación.
—Digamos que fue amigo de un pariente mío. Sé que esta información puede cambiar nuestras vidas —contestó Casandra con firmeza.
Casandra colgó y miró a Darío, que ya tecleaba a toda prisa en una de las consolas, transfiriendo toda la información a un lugar seguro, clonándola en varios nodos ocultos de la red Libre para evitar que pudiese ser destruida. Luego activó un sitio web dentro de una máquina virtual en un viejo servidor olvidado de la Universidad de Madrid, arrancó varios bots para que vigilasen contra accesos no autorizados y principalmente que borrasen todo si alguien de la universidad llegaba a percatarse de su existencia. Le pasó la dirección de acceso y los códigos a Casandra, que escribió el correo enviándole la información a Patricia, lo encriptó y lo mandó desde un servidor de correo que no pudiese ser asociado con ellos.
—Darío, ¿crees que debíamos enviar esto también a alguna agencia de noticias? —preguntó Casandra con inseguridad.
—No sé, puede que a alguna que tenga intereses empresariales que entren en conflicto con Cysex —contestó Darío, tampoco muy seguro de si era una buena idea.
—¿Grupos políticos? —aventuró ella.
—¿Bromeas? Sabes perfectamente que los políticos jamás se enfrentan a las corporaciones, como mucho, alguno que no esté en nómina de Cysex y quiera vengarse —contestó Darío.
—Al diablo, le daremos una semana a Patricia, luego actuaremos. —Los ojos de Casandra parecieron brillar.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Darío, que conocía esa expresión y sabía que ella podía desatar una tempestad.
—En jaquear una emisión de televisión —dijo ella con una amplia sonrisa.
—Estás de broma… —empezó a decir él, parpadeando un poco incrédulo, aunque se esperaba cualquier cosa.
—No, piénsalo bien, es sencillo. Solo tenemos que entrar en el sistema informático de una emisora de televisión, ver en la base de datos la programación, verificar el vídeo que van a emitir en determinada hora y cambiarlo por el nuestro. Si utilizamos las puertas traseras que los sistemas tienen para que las agencias de gestión de derechos hagan sus auditorías, es fácil —dijo ella como si fuera la cosa más simple del mundo.
—No funcionará. Cuando se den cuenta, cortarán la emisión —indicó Darío, mientras pensaba en los pros y en los contras de la idea.
—Cuento con ello. Esto es la cortina de humo, la idea es distribuir un virus en los ordenadores de la cadena que suba la grabación que tenemos a los principales servicios de vídeos de la red, y que lo vuelva a enviar periódicamente. Es la manera de difundirlo y esconder nuestras huellas —dijo Casandra, mientras escribía algo en su PDA.
—Eso podría funcionar —señaló él, que empezaba a gustarle la idea.
—Por lo menos haremos ruido. Si conseguimos llamar la atención, no podrán poner excusas cuando Greenpeace exija que le retiren los cargos y su vuelta a la legalidad.
—Si los barcos de Greenpeace vuelven a navegar será un gran día —dijo Darío con expresión de ver la posible realización de un sueño imposible.
—¿Tenemos los códigos para acceder a las puertas traseras de las emisoras? —preguntó Casandra ansiosa por empezar a poner el plan en práctica.
—No, pero tenemos los códigos de las puertas traseras de los principales router de red del mercado. Solo tenemos que entrar en uno que encamine los datos a una cadena de televisión y monitorizar el tráfico utilizando las herramientas de administración. Una vez que tengamos los patrones de conexión podemos simularlos, si eso falla siempre podemos lanzar una consulta a la red Libre y verificar si algún libre los tiene —contestó Darío, que empezó a consultar en la base de datos los contactos que podrían ayudarlos.
—No creo que sea tan fácil. Aunque monitoricemos el tráfico, si están utilizando encriptación con diversificación de claves, estarán cambiando las claves en cada sesión y no podremos descifrarlo —indicó ella, sopesando la idea.
—No creo que hagan eso. Ten en cuenta que normalmente no hace falta tanta seguridad, las redes están controladas por las compañías de acceso, hay pocos hackers, a causa de la escasez de conocimientos y la dureza de las penas por delitos informáticos —dijo Darío levantando la vista de su PDA y mirando fijamente a Casandra.
—Quedamos nosotros —dijo ella encogiéndose de hombros.
—Nosotros no existimos, los Libres descuidados están todos fuera de circulación y los que quedamos somos tan cuidadosos que todo el mundo piensa que estamos extintos. Los que saben de nuestra existencia se cuidan de no divulgarlo porque siempre tienen la esperanza de capturarnos y obligarnos a trabajar para ellos.
—Está el asunto del virus que comentabas… No tenemos experiencia en virus de este tipo, siempre nos hemos dedicado a los virus de la interfaz, y no podemos programarlo usando nuestras técnicas, pues sería como un faro iluminándonos —recordó Casandra que seguía urdiendo el plan en su cabeza.
—Hablaré con el hijo de Carmen —dijo él sencillamente.
Carmen era una vecina. Cuando Darío y Casandra se fueron a vivir al pueblo conocieron a una pareja de jubilados que vivían cerca. Darío hizo amistad con José, un ingeniero retirado, de la vieja escuela, que tenía una ingente cantidad de viejos libros de ingeniería. Cuando Darío empezó a modificar el antiguo quad para que funcionase con metano, se encontró con un montón de problemas técnicos y fue José quien le dio las soluciones. Darío acabó escaneando los viejos libros de José y subiéndolos a la red Libre. El hijo de José se dedicaba a las telecomunicaciones y tenía la costumbre de coleccionar código informático. Guardaba todo el código que pasaba por sus manos, incluido un repertorio de códigos de virus que utilizó una vez para atacar un sistema que estaban desarrollando y necesitaban verificar su integridad contra ataques externos.