Alfonso XIII Intenta perseguirme en Francia
Por la publicación de mi primer folleto —a pesar de que fue impreso en París— se me han instruido dos procesos en España, como «reo de lesa majestad y de tentativa contra el orden público»: uno por un juez civil y otro por un juez militar, ordenando ambos el embargo de mis bienes.
Pero a Alfonso XIII le pareció poco esto, y tuvo la osadía de querer extender su persecución a Francia, como si aún reinasen en ella los Borbones, como si no hubiese existido la famosa Revolución, ni el pueblo francés fuese una República.
Después de dos meses de inútiles tentativas diplomáticas y de rebuscar varios jurisconsultos bien pagados en la balumba de leyes viejas y olvidadas, encontraron una Ley de Prensa, nacida en tiempos de Napoleón III y reformada después, en la cual se penan los ataques contra un soberano extranjero. A continuación, el embajador de España (tal vez a regañadientes, por ser hombre que conoce bien el espíritu francés) presentó al Gobierno de la República, en nombre de su rey, una petición para que los tribunales de París me procesaran por mi folleto titulado en la traducción francesa Alfonso XIII, desenmascarado.
No necesito decir aquí, pues el hecho es reciente y todos pueden recordarlo, la indignación que despertó tal demanda. Muchos periódicos protestaron ruidosamente contra la pretensión de Alfonso XIII; otros mostraron con su silencio la inoportunidad de tal acto, a pesar de ser órganos de la derecha. Los escritores, en nombre de la libertad del pensamiento, abominaron igualmente del escandaloso e inaudito proceso. También considero inútil hacer mención de las muestras de simpatía y los elogios que me fueron dedicados como respuesta a tales persecuciones.
El diputado monsieur Paúl Laffont interpeló al Gobierno francés sobre dicho asunto en la sesión de 16 de enero, y la Cámara entera manifestó unánimemente su sorpresa ante las inauditas pretensiones de Alfonso XIII.
Hablaron igualmente los diputados monsieur Ernest Lafont, monsieur Mario Moutet y el jefe del Gobierno, monsieur Herriot. El exministro monsieur Paúl Boncour terminó el debate con unas frases elogiosas para mí y mi obra, y amenazantes en el fondo para el monarca español, pues hizo ver con ellas lo ridículo de su intento y lo peligroso de persistir en tal actitud.
«Después de los sentimientos —dijo monsieur Boncour— que acaban de manifestarse en todos los bancos de la Cámara en honor del gran escritor Blasco Ibáñez, el Gobierno debe hacer comprender al representante diplomático de España que este proceso, que es para Francia más que desagradable, pues le resulta doloroso, no puede traer nada bueno para su propio Gobierno». (Grandes aplausos).
Después de este acto hostil de la Cámara Francesa, que fue al mismo tiempo un homenaje para mi, asustado Alfonso XIII de la necedad que iba a cometer, se apresuró a enviar un telegrama al jefe del Gobierno francés diciendo que desistía de perseguirme.
Monsieur Herriot, presidente del Consejo de Ministros, cargo que obliga muchas veces a respetos protocolarios débilmente sentidos, creyó oportuno, al dar cuenta a la Cámara de la huida de Alfonso XIII, endulzar esta derrota alabando al derrotado por su decisión, a la que dio el nombre de «acto de liberalismo».
En vista de esto, y para manifestar mi agradecimiento a la opinión francesa, envié la siguiente carta al jefe del Gobierno:
«Al señor E. Herriot.
Presidente del Consejo de Ministros.
París.
Ilustre compañero de Letras y amigo:
Le agradezco de todo corazón las palabras afectuosas que me dedicó en su discurso al comentar ante la Cámara de Diputados la demanda de Alfonso XIII para mi procesamiento en Francia por el libro que he escrito contra él y contra la tiranía militarista. Pero veo que al dar cuenta, días después, ante la misma Cámara, de que el citado rey había desistido de sus persecuciones contra mí, fue usted demasiado modesto al suponer este acto como una demostración de «liberalismo» de Alfonso XIII.
El rey de España no ha desistido de perseguirme por «liberalismo», sino simplemente porque ha tomado miedo a la opinión del pueblo francés, luego de los discursos que pronunciaron en la citada sesión los diputados M. Paúl Laffont, M. Ernest Lafont, usted como jefe del Gobierno, y M. Paúl Boncour; así como a la protesta de la mayor parte de los periódicos de París y de provincias.
Resulta una ironía hablar del liberalismo de Alfonso XIII, cuando por orden suya se me han confiscado los bienes que tengo en España, se me siguen dos procesos, uno por el Tribunal Civil y otro por el Tribunal Militar; se ha borrado mi nombre de todas las calles y plazas que lo ostentaban, y hasta los amigos del rey proyectan quemar solemnemente mis obras literarias en uno de los paseos de Madrid, como en los buenos tiempos de la Inquisición.
El diario y el libro siguen en la España de Alfonso XIII sometidos a la previa censura; nadie puede hablar, nadie puede escribir, sin el visto bueno del Directorio. Hace dos meses nada más que los jueces de un consejo de guerra se vieron condenados a arresto por haberse negado a sentenciar a muerte, sin prueba alguna, a tres infelices obreros. El fiscal del Consejo Supremo de Guerra fue obligado también a pedir su retiro, porque se negó a acusar sin pruebas.
Después de este procedimiento aterrorizante, el gobierno formó un segundo tribunal más dócil, para que sentenciase a muerte a los tres procesados de Vera, ejecutándolos por medio del llamado garrote vil.
Alfonso XIII ha desistido también de perseguirme al enterarse de que en mi proceso iban a comparecer más de cien testigos de nombre célebre, escritores famosos de Francia y del extranjero, antiguos jefes de gobierno, ilustres políticos de Francia, Inglaterra, Bélgica, Italia, España, etc. Este proceso, en el que me habrían condenado cuando más a un franco de multa, iba a convertirse en el proceso de Alfonso XIII y la tiranía militarista española ante la opinión del mundo entero. Y el comediante de siempre ha querido presentar su pánico y su huida como un acto generoso.
Usted ignora, M. Herriot, la rara credulidad de los pobres españoles sometidos a la mentirosa educación monárquica y cómo se desfiguran los hechos al otro lado de los Pirineos. A estas horas, en muchos pueblos de España, los alcaldes, que son ahora todos ellos nombrados por el rey, los comisarios del Directorio, representantes del terror militarista y demás encargados de fomentar la barbarie nacional se harán lenguas seguramente de la magnanimidad del rey que «me ha perdonado en París».
Hace unas semanas los diarios de Alfonso XIII anunciaban el ridículo proceso mío ante los tribunales de Francia, afirmando que la República Francesa iba a decretar mi extradición y la entrega de mi persona al gobierno español, lo que representa un insulto para este noble país, pues sólo los reaccionarios españoles son capaces de suponer en él tal villanía.
Ahora dirán que los Tribunales de París iban a sentenciarme a ser guillotinado, y gracias a la intervención de Alfonso XIII, que desistió de perseguirme, he podido salvar mi cabeza, acto magnánimo reconocido hasta por el propio M. Herriot, que felicitó al rey por su conducta liberal. Y añadirán que yo, por ser de corazón más duro y de ideas más impías que el jefe del gobierno francés, no sabré agradecer nunca a Alfonso XIII el haberme salvado la existencia, pidiéndole perdón de rodillas.
Mi agradecimiento sólo puede ser para Francia, mi segunda patria, que ha cortado el paso a Alfonso XIII en su intento de perseguirme dentro del territorio francés, como me persigue actualmente en España. Hace meses que no recibo ninguna carta de allá. Yo, por mi parte, no escribo a nadie, pues recibir una carta mía representa para un español motivos de persecución y de cárcel.
En resumen, el rey de España lo que ha hecho simplemente es huir ante la opinión francesa. Nosotros procuraremos en el porvenir que huya igualmente ante la opinión española resucitada.
Afectuosos saludos de su amigo y admirador.
VICENTE BLASCO IBÁÑEZ.
Mentón, 29 de enero de 1925.