La pluma y la revolución
Alfonso XIII y el Directorio creyeron hasta hace pocas semanas haber conseguido enteramente su propósito de dominar a España como un organismo sin voluntad y sin voz.
Tienen una concepción material y grosera de la historia moderna. Se imaginan que amordazando el periódico y el libro, anulando el derecho de reunión y sacando las tropas a la calle al menor intento de protesta, conseguirán someter a España a un eterno silencio y engañar a los países civilizados, para que no conozcan su verdadera conducta. Estos pobres ignorantes creen en la eficacia absoluta de la fuerza brutal; no saben que en el mundo contemporáneo existen unos poderes impalpables e indefinidos que ejercen honda influencia en la historia humana, poderes que alguien definió con el título de «imponderables».
De estos imponderables el más temible y arrollador de todos es la opinión pública. Guillermo II venció muchas veces en los campos de batalla y, sin embargo, sus repetidas victorias no le permitieron avanzar un paso más hacia el triunfo decisivo. Tenía contra él la opinión del mundo entero. Desde los grandes centros de civilización como París, Londres, Nueva York, etc., hasta las islas más pequeñas y aisladas en medio de las soledades del Pacifico, todos los hombres se mostraron adversarios de la tiranía militarista alemana, y esta opinión universal, compuesta de millones de opiniones individuales, guiadas por una propaganda justa, acabó por sobreponerse a la fuerza de las armas, cambiando felizmente el curso de la Historia.
Algo semejante obtendremos nosotros dentro de los límites de nuestra patria. La verdad nos acompaña y acabará por triunfar. Haremos que el mundo entero conozca lo que ocurre en nuestro país, y cuando la opinión universal proteste contra la tiranía militarista que tiene secuestrada a la pobre nación española, las armas no servirán de nada al rey ni a sus generales compañeros de despotismo. Ametralladoras y fusiles tal vez acaben por volverse contra ellos.
Creyeron que, arrebatando a España los medios de expresión hablada o escrita, ésta no sería oída por más que gritase, dentro de su encierro, pidiendo socorro. Se equivocaron completamente. Somos muchos los que hemos oído sus voces y abandonando nuestro trabajo de los tiempos de paz dedicaremos nuestra voluntad y nuestras fuerzas a libertarla.
El intento de secuestrar a España ha resultado inútil. Puede repetirse en este momento, con oportunidad y justicia, la frase célebre de Zola: «La Verdad está en marcha y nadie la detendrá».
Hace un mes, todavía existían en el mundo millones de engañados o de indiferentes que, por error o pereza mental, creían en un Alfonso XIII verídico, simpático, amigo de los Aliados, popular en su país. Hoy empieza a saberse, gracias a nosotros, que es un personaje desleal a su palabra, mentiroso, germanófilo, predispuesto por su educación a retrogradar hacia la monarquía absoluta, amigo de tahúres y negociantes sucios —como su bisabuelo Fernando VII fue amigo de la más abyecta canalla— y pronto a recibir propinas y acciones liberadas de toda empresa que quiera buscarle.
Y el mundo sabe igualmente quién es el fatuo y parlanchín Primo de Rivera, general eternamente derrotado, y Martínez Anido, el verdugo negociante, y otros comparsas del Directorio, tristes personajes que, valiéndose de las Celestinas de la diplomacia española y de generosas retribuciones a los periódicos de alquiler, intentaron crearse una reputación internacional de superhombres providenciales, venidos a la vida con la misión de salvar a España.
Aún estamos ahora al principio de nuestra labor. Seguiremos, seguiremos, seguiremos.
Ya que España no puede hablar, nosotros hablaremos por ella.
El rey de Marquet y los individuos del Directorio, no sabiendo de qué modo hacer frente a la verdad, han dado la consigna a sus panegiristas asalariados para que engañen una vez más a los españoles ignorantes.
Hablar mal de Alfonso XIII, de Primo de Rivera y los demás cómplices equivale, según ellos, a ser mal español y hacer daño a la patria. ¡Como si España estuviese representada únicamente por el monarca socio de Pedraza y el general en jefe de la derrota de 1924, más terrible y mortífera que las de los años anteriores!…
Para los pobres imbéciles que se tragan esta propaganda del rey y del Directorio somos malos españoles los que pedimos que nuestro país deje de gastar cinco millones de pesetas por día en una guerra sin resultado; los que reclamamos la moralización de España, los que exigimos responsabilidad por la muerte de 25 000 combatientes, torpemente sacrificados.
Poco nos importa la palabrería de ciertas personas que nunca tuvieron opinión propia y toman la de sus opresores porque esto les resulta más cómodo y menos arriesgado, librándoles además del cruel trabajo de pensar.
Menos nos importa aún lo que puedan decir los mercenarios de la pluma, acostumbrados a cambiar de opinión según el alza o la baja de los valores en el mercado político.
Mis compañeros y yo sabemos adónde vamos y cuál es el rumbo que debemos seguir.
Es inútil que nos ladren desde los linderos del camino. Ni haremos alto en nuestra marcha ni nos saldremos de él. Sabemos que con la pluma no se realiza completamente una revolución, capaz de derribar un trono. Pero estamos convencidos de que con la pluma se preparan las revoluciones.
20 de diciembre de 1924.