SUBLIMINAL - Keith Roberts

MIRE, doctor, no se moleste haciéndome exámenes ni comprobaciones, no hay tiempo. Soy Johnny Harper. Soy un individuo que hace películas, eso es todo. Pero, doctor, me encuentro en un grave aprieto. Tengo algo clavado en la cabeza y necesito librarme de ello. ¿Puede usted hacerlo, doctor? ¿Dispone usted de alguna máquina que pueda investigar en el interior del cerebro de un individuo y hallar algo que no debería estar allí y arrancarlo de raíz? ¿Tiene usted algo así...?

»No estoy loco, doctor, le doy mi palabra, se lo juro por Dios. Dios sabe que lo que digo es verdad y esto puede ayudarle. Le contaré toda la historia desde el principio y entonces sabrá usted que no estoy loco, y usted sabrá lo que tiene que hacer...

»¿Tiene usted a mano alguna chica que escriba en taquigrafía? Vamos, no discuta, tome un cuaderno de notas o algo parecido y póngalo por escrito; será la cosa más importante que jamás haya oído usted. Tome un nombre primero: el de Freddy Keeler. Póngalo ahora mismo por escrito, él es el personaje que interesa. Todo empezó con Freddy, que Dios haya quemado su alma...

»Es un proyectista de estudio de cine. Bien, esto es parte de su trabajo, el resto es secreto. Le cuento esto al respecto para que sepa lo que tenga que hacer con Freddy...

»¿Qué? ¿Qué estudio? Oh, Dios... No, doctor, lo siento, supongo que no lo dije. Es el Estudio Hill, el que hace las películas de Little Andy. Usted sabe quién es Little Andy, todo el mundo lo sabe y lo conoce... ¿No ve usted la televisión? Si así fuera, le diré que es la persona más afortunada que vive en el mundo.

»Doctor, el Estudio Hill es la cosa más grande que hay en este negocio. Hace seis meses estábamos arruinados, sin un centavo. Terminados, acabados. Habíamos despedido a casi todo el personal, y todo lo que quedaba eran los dos socios, J. B. March y Jeff Holrooyd; el pequeño Freddy y Coonie, la secretaria, Connie, la leona, como yo solía llamarla. Y yo, dando vueltas de un lado a otro con mi nombramiento de director, sin tener nada que dirigir. Sólo los cinco y con la luz roja del semáforo encendida, avisándonos de la catástrofe y todos preocupados sin saber qué camino tomar.

»Nosotros comenzamos como otros muchos en el tiempo de la televisión comercial, cuando todo marchaba bien, consiguiendo sobrevivir a la mayor parte. J.B. era un individuo listo y vio desde el principio que deberíamos ponerle una cuerda más al arco; así, hicimos dibujos animados, efectos especiales y conseguimos un renombre. Cuando se produjo el derrumbamiento general, nosotros continuamos haciendo películas para Alemania y los países orientales y después, cuando comenzamos a resentimos del mal estado de los negocios, tuvimos que comenzar despidiendo gente. Hace un año teníamos cincuenta empleados, después el número quedó reducido a veinte, pronto a diez y después, como he dicho, sólo quedamos un puñado que no sabíamos cómo salir adelante. Yo sabía que el hacha estaba abatiéndose con rapidez y que Connie no percibía lo suficiente de la firma como para que pensáramos en despedirla; de todas formas, era preciso conservar una chica de tan buena presencia y tan lista a la entrada del negocio, porque todos lo esperaban así, por lo que tuve conciencia de que Freddy o yo teníamos que marcharnos.

»Fui a ver a J.B. No solía entenderme muy bien con Jeff, ya que era una especie de tipo emocional, pero sí me llevaba muy bien con J.B., ya que con él siempre se sabe dónde se encuentra uno. Discutir con él era como jugar a la ruleta rusa, con la mitad del revólver cargado; pero si se sabía la forma de ablandarlo todo marchaba a pedir de boca. Fui a verle a su oficina y le dije:

»—J. B., estoy muy preocupado con el viejo Freddy. Ya sabes que es un gran tipo, pero siento una especial preocupación por él.

»Me miró como si fuese cosa ya comprendida y me dijo:

»—Así, quieres que se le despida, Johnny...

»Yo encendí un cigarrillo y dije:

»—Los operadores no son muy útiles cuando no hay películas que mostrar...

»J.B. se puso desagradable.

»—Los directores no son mejores cuando no hay nada que dirigir.

»Pude darme cuenta de que aquélla era una de sus malas mañanas; se había casado hacía varios años antes y no tenía hijos, y su esposa le estaba dando una vida de infierno, y ya sabe usted lo que eso significa, doctor. Entonces le dije:

»—Lo haré de buenas maneras, J.B. Apenas si se molestará por eso.

»J.B. se encogió de hombros.

»—De acuerdo, Johnny, pero hazlo con guante blanco, ya sabes... Es un individuo encantador. Freddy me resulta muy simpático.

»—Te prometo que mi cara estará mojada de lágrimas —le dije.

»Entonces me dirigí hacia la puerta, pero J.B. me llamó:

»—Johnny, hay una cosa divertida en todo esto. ¿Sabes que dibuja muy bien? ¿Has visto alguna vez alguno de sus trabajos?

»No capté muy bien lo que quiso decirme.

»—Entonces... ¿qué ocurre, J.B.?

»—Consigue que te haga un dibujo —me dijo—. Hizo uno para mí, y son bastante buenos. Estaba pensando en utilizarlos, pero... así están las cosas por el momento.

»La idea me pareció divertida.

»—¿Y qué es lo que dibuja, «Blancanieves y los Siete Enanitos» o es algo que iría bien para las paredes de un retrete?

»J.B. me miró con dureza.

»—Pídele que te haga uno de sus dibujos. Y no aprietes demasiado fuerte, Johnny, podría ser más útil que tú.

»Yo me fui.

»Tras de aquello tuve que actuar con cuidado y salí a buscarle, yéndome a una taberna donde solía almorzar. Le encontré en la barra tomando un bocadillo y una botella de cerveza. Es un hombre pequeñito, doctor, algo calvo, de unos cincuenta años, y con unas gafas de concha. No tiene mucho que ver, esa es la verdad. Le di una palmadita en la espalda y le dije:

»—Hola, Freddy... ¿qué hay de nuevo?

»Me miró con la mayor de las sorpresas pintada en el rostro. Me atrevo a jurar que sabía por qué estaba allí. Él me respondió:

»—¿Quiere verme, Mr. Harper?

»Pedí una cerveza para mí y pagué otra para Freddy.

»—Pues sí, Freddy, así es. Quisiera charlar un poco contigo. Las cosas no van muy bien, Freddy; pero créeme que pueden ir todavía mucho peor, muchísimo peor. —Le tomé de un brazo y le llevé hacia una mesa. Dios, qué fastidio tener que andar con tanta etiqueta con individuos como Freddy. A mí me molestaba emplear tales medios; pero en vista de mi conversación con J.B. y teniendo que actuar con lentitud, le dije—: El jefe me ha dicho que eres un poco artista, muchacho, no lo sabía...

»Yo calculaba que con aquella insinuación Freddy cogería la onda en el sentido de que tendría que elegir otra profesión y pronto, sin que tuviera que enfrentarme con semejante problema de cara.

»Freddy sacudió la cabeza. Me dijo que no era un artista y que maldito si sabía dibujar. Se limitaba a hacer imágenes.

»Doctor, los operadores de cine son una gente divertida. Se pasan su vida observando el paso de las películas a través de un pequeño cuadrado en la pared de la cabina, como una tronera, y tras algún tiempo aquello les convierte en personas que son inútiles para cualquier otra cosa. Son estrambóticos, doctor, tienen cosas raras en el cerebro. Toda clase de cosas raras. Freddy había pasado años y años observando el parpadeo y el paso de las imágenes arriba y abajo, y no pensaba ni veía más que imágenes el día y la noche.

»No, doctor, no me crea equivocado. No hablo de fotografías, sino de imágenes. Así fue cómo me lo explicó y cómo mencionó a un director de cine, a Hitchcock digamos, o a cualquier otro, que siempre está preocupándose consciente o inconscientemente respecto a las imágenes, tratando de conseguir formas para la pantalla que ayuden al actor en su papel y que hagan que uno sienta lo que está sucediendo. Me dijo lo que era una buena película y que no consistía en una serie de fotografías de actores, sino en una secuencia de imágenes que hacen que uno sienta lo que se supone que tiene que sentir. Me dijo también que, además, contaba mucho la técnica de la composición, la de las luces y demás cosas que ayudan a su realización. Y me dijo, por ejemplo, que si usted ve una película de terror y otra y todas las que se hayan hecho y las estudia una y otra vez, podría calcular una especie de forma que representase el miedo, en una forma sintetizada, y si se la enseña a cualquier individuo, llegará a asustarse mortalmente, sin que sepa explicarse por qué. Me dijo igualmente que si la imagen fuese correcta podrá producir en el interior de la mente una especie de esclusa que llegaría a hacer sentir lo que quisiera significar totalmente. Acabó diciéndome que era posible hacer una imagen para cada emoción humana una vez se ha descubierto la técnica de dibujarlas.

»Yo pensé que era muy listo. Viniendo de un tipo como Freddy, aquello era una idea inteligente. Era algo loco y disparatado, pero me hizo interesarme en el asunto. Llegó a fascinarme.

»—Freddy —le dije—, veo que has estado haciendo algo sólido y consistente. Aunque sólo sea como un excitante, podrías hacer tú mismo esas imágenes, o ¿es que todavía están en una fase experimental?

»Se me quedó mirando fijamente y me respondió:

»—Oh, no, Mr. Harper, puedo dibujarlas perfectamente. Me llevó años el saberlo hacer; pero ahora puedo hacerlas. Cualquier clase de imagen que usted desee.

»No era aquello lo que yo había esperado. Me detuve y comencé a reír, pensando en lo chiflado que estaba Freddy. Y le dije:

»—Ah... sí, claro. Y esas imágenes... ¿se lleva mucho tiempo el hacerlas?

»Sacudió la cabeza.

»—Es demasiado pronto. Es fácil cuando uno sabe cómo.

»—Está bien, Freddy. Hazme una de ellas. Veamos... hazme una con la idea del miedo, como para que yo pueda sentirme aterrorizado.

»Se sacó una pluma de un bolsillo y alisó una servilleta de papel. Comenzó a dibujar. La tinta caía a gotas o producía manchas especiales, y cuando terminó aquello parecía un infernal revoltijo, sin aparente significado. Yo le dije:

»—Lo siento, Freddy, tengo que tener la piel dura. Esto no me produce la menor sensación.

»Él parecía entonces animado.

»—Dele usted una oportunidad, Mr. Harper; a veces tienen algo que hacer crecer dentro de uno. Siga usted mirándola y acabará por sentir lo que significa. ¿Su palabra. Mr. Harper?

»Bien, qué diablos, estaba divirtiéndome con aquel tipo, ¿no era así? Recogí aquello de la mesa y me recliné en la silla, sosteniendo el dibujo con aquella extraña imagen frente a mis ojos. La miré fijamente durante tal vez cinco segundos y después...

»Estaba en pie y la servilleta de papel aplastada y tirada sobre un cenicero, sin que pudiera recordar cómo haberlo hecho. Estaba temblando de pies a cabeza. Y dije:

»—¡Cristo de los Cielos!

»Entonces, las cosas volvieron a la normalidad, como una visión irreal a su foco corriente, y vi a un par de individuos que me miraban fijamente. Me senté de nuevo; pero aún estaba sintiéndome bastante mal.

»—Está bien, Freddy... ¿cuál es el secreto?

»Me miró preocupado.

»—Lo lamento, Mr. Harper. Estoy realmente... pero ¿le ha afectado, no es cierto? Yo no puedo verlas por mí mismo; esas imágenes no tienen efecto sobre mí; pero sé que lo producen y debería habérselo dicho.

»Encendí un cigarrillo. Creí que lo necesitaba.

»—Te pregunté en qué residía el secreto, Freddy...

»—No hay ningún secreto, señor, honradamente hablando. Es el dibujo. Es una especie de truco.

»Yo sacudí la cabeza.

»—Eres un embustero. Esto es una locura, un disparate.

»Alargó la mano y tomó la servilleta donde había hecho el dibujo.

»—Honradamente, Mr. Harper, todo está en el...

»De un manotazo aparté la mano de Freddy a distancia. No quería que volviera a desenrollar de nuevo aquella servilleta dibujada. Y le dije:

»—De acuerdo, Freddy. Estoy conforme, ¿puedes hacerlo en cualquier ocasión?

»Sonrió con cierto despectivo orgullo, como el individuo que ha pasado veinte años en construir algún modelo de embarcación y que le alaban por su ingenio para que la muestre.

»—En cualquier ocasión, Mr. Harper. Diga usted lo que quiera y yo le haré la imagen.

»—La felicidad, Freddy. ¿Puedes hacerme una imagen que me haga reír?

»Tomó la pluma de nuevo y comenzó a dibujar en otra servilleta de papel, y el resultado fue que de vuelta a mi estudio tuviese que detenerme veinte veces a secarme los ojos que me lloraban de tanto reír. La gente tuvo que haber pensado que yo estaba loco como una cabra.

»Al final, por supuesto, no le despedí. Ojalá lo hubiera hecho.»

* * *

»Permanecí sentado en mi oficina el resto del día, fumando y pensando en lo que había visto. Me daba cuenta de que estaba metido en la cosa más grande que se hubiera visto en el cine, pero no veía la forma adecuada de ponerlo en práctica ni cómo utilizarlo. No puede hacerse una película a base de imágenes, nadie las vería. E incluso si lo hicieran y captasen lo que yo había captado, seguramente que no volvería nadie. Aquel chisme inventado por Freddy era la cosa más inteligente y chocante que jamás hubiera visto; pero me resultaba imposible inducir a los Estudios Hill a que se comprometiesen en ello en lo más mínimo.

»Usted sabe lo que ocurre cuando se tiene algo firmemente arraigado en el fondo de la mente, pero que no acaba de cobrar forma, ¿verdad? Seguí pensando que tenía que haber algún camino para utilizar aquel fantástico talento. Me acosté muy tarde aquella noche porque sabía que, a menos que no aportase alguna idea, no duraríamos ni aquel mes, y no parecía que ninguna idea se formase concretamente en mi cabeza. Volví a mi piso a medianoche y me tumbé sobre el diván, arrojando lejos los zapatos y quedándome vestido. Apagué la luz, y para cuando la habitación había ya dejado de dar vueltas, me quedé medio dormido. La próxima cosa que supe fue que era el amanecer del siguiente día y yo me incorporaba gritando una especie de aleluya. Lo había resuelto y había ya muy poca distancia entre mi persona y el primer millón de dólares.

»Busqué por el piso una carpeta de dibujo y algunos instrumentos. Yo había recibido entrenamiento para delineante y diseñador, tiempo atrás, doctor, y puedo plasmar cualquier idea sobre el papel. Me hice café para aclararme la cabeza y mis ideas, y después comencé a dibujar. Para media mañana había conseguido lo que quería. Recogí mi coche y me dirigí a los estudios a toda prisa.

»Fui derecho a ver a J.B., que estaba dictando a Connie. Jeff no estaba por allí y yo le puse lo que había hecho sobre su carpeta sobre el despacho.

»—J.B. Esto no puede esperar —le dije.

»—He estado esperando desde las nueve de esta mañana. ¿Dónde diablos te has metido? Ahora, llévate esa chatarra fuera de mi carpeta.

»Estoy muy ocupado —me contestó con cara de pocos amigos.

»Sostuve la puerta abierta.

»—Connie —dije a la chica—, creo que has recordado de pronto que tenías que empolvarte la nariz o algo así, ¿eh, guapa?

»Ella me miró como si quisiera ponerme arsénico en la sopa; pero acabó marchándose. J.B. se incorporó. Parecía trastornado de veras.

»—Por Cristo, Johnny, pero esto tiene que ser condenadamente bueno...

»—Sí, es algo bueno. Ahora mira esos otros, J.B. Creo que nos hará ganar un millón por cabeza...

»—¿Y qué diablos es eso?

»—Dibujos, modelos para un proyector... Subliminal...

»Supongo que aquello debió causarle una mala impresión porque lo subliminal estaba considerado como una broma sucia. Me gritó literalmente:

»—¿Qué vamos a decir entonces? Qué tal si dijéramos... «Compren nuestras películas» o «El mejor estudio británico», eso es un buen eslogan, Johnny, es grandioso. ¡Hummm! Ahora es la forma más disparatada que hayas tenido jamás de perder tu empleo...

»Yo le grité a él todavía más fuerte. Quería batirle en su propio terreno.

»—No decimos nada, utilizamos las Imágenes de Freddy...

»Se quedó atónito con la boca abierta y con el dedo todavía señalándome suspendido en el aire.

»—¿Qué? Johnny... ¿qué has dicho?

»—Yo miré al principio eso, como tú lo has visto ahora. Me llevó una hora caer en la cuenta. No me preocupa el hecho de que todavía pueda recordarlo.

»—Ya, ya comprendo. —Se sentó y puso uno de aquellos dibujos sobre su despacho—. ¿Qué es esto realmente, Johnny?

»¿Sabe usted algo respecto a lo subliminal, doctor? Se habló mucho de ello, hace ya cinco años. Alguien dijo que estaba falto de ética. Fue una broma porque, de todas formas, no funcionó, no supieron utilizarlo en debida forma. Mire, le hablaré de ello para que pueda usted hacerse una idea mejor. Los publicitarios calcularon que si se toma una palabra, digamos el nombre de un producto cualquiera, y se pasa como un relámpago por la pantalla demasiado rápido para que el ojo pueda captarla, la persona que está al otro extremo de la imagen ignora que está siendo sometida a una especie de presión mental; pero captará el mensaje, de todas formas, de una forma subliminal. La idea fue algo grande, la dificultad radicaba en proyectar una cosa sobre la pantalla y retirarla con la suficiente rapidez. Se intentó en la televisión. Lo se muy bien, doctor, porque lo he experimentado. La velocidad de paso de una película a través de un proyector es de veinticuatro fotografías por segundo y de veinticinco en televisión para que produzca la sensación de movimiento y apreciación normal de la acción o de lo que se está representando. Pero eso no es suficientemente rápido. Entonces se superpusieron fotografías determinadas sencillas y así podían verse mientras la película iba pasando, sin que fuese nada subliminal en absoluto.

»Mi idea tuvo un éxito definitivo. Lo que yo había diseñado era un segundo sistema óptico con un paso de película normal con una salida de imágenes a lo largo de la película en forma silenciosa. No había perfilado todos los detalles; pero sabía que funcionaría. Había un segundo movimiento intermitente engranado con el conjunto, envases especiales para tener una película de repuesto, en y tras la proyección, fíjese bien, doctor, una lámpara que albergaba un «flash» electrónico. ¿Sabía usted que con ese instrumento puede usted hacer disparos de milésimas de segundo? Utilizando ese equipo especial, se podían insertar fotografías al azar donde se quisiera, sin que nadie pudiese apercibirlo. Y no contábamos con ningún nombre que lanzar, sino imágenes de Freddy solamente. Me hubiera gustado dibujar una para usted, doctor, pero Freddy es el único individuo capaz de acedo. Nunca puedo ni incluso recordar a qué se parecen, todo lo que sé es que si ellas le dicen que ría, usted ríe, y si le dicen que llore, por Dios que usted llora...

»Cuando lo hube hecho, J. B. miró el resultado.

»—Esto es grande, Johnny —me dijo—. Lo más grande que se haya hecho jamás... Para el cine. Pero... ¿y la televisión?

»Yo iba de un lado a otro de la oficina, sin poder estarme quieto. Le respondí:

»—¿Y por qué no en las pequeñas pantallas, J. B.? ¿Por qué los electrones no pueden cometer el mismo cometido? Se adapta una unidad de equipo al dispositivo de telecine, se sitúa un prisma tras las lentes y se lanzan de golpe las imágenes a través de la cámara...

»J. B. se humedeció los labios.

»—No lo tocarían, no se atreverían a hacerlo.

»Me volví hacia él y colocando las palmas de mis manos sobre su mesa de despacho me quedé mirándole fijamente:

»—Montaremos un proyector piloto. Veremos de que algunos de los muchachos nos dan su opinión. Lo haremos funcionar con subliminal. Las imágenes les dirán que amen a alguien y crearemos un prototipo. Y observaremos el resultado. Aporta tus ideas al respecto, J. B...

»Y así fue como nació Little Andy...

»¿No sabe usted quien es Little Andy, doctor? Ah, sí, lo olvidaba, usted no ha visto la linterna mágica; pero si la viera, habría poca diferencia. Nadie sabe quién es Little Andy, doctor... Sólo sabe la gente que lo quiere, eso es todo. ¿Es una marioneta? No lo saben. ¿Es un actor vivo en carne y hueso? Tampoco lo saben. ¿Un dibujo animado? Lo ignoran, doctor, pero la gente ríe cuando Little Andy ríe y llora cuando llora Little Andy. Eso es todo lo que importa, por que saben que es real. Se lo dicen las imágenes, eso es puramente subliminal...

»Yo comencé en mi prototipo aquel mismo día. Conseguí a un par de técnicos que necesitaba, prometiéndoles mucho dinero. No sabía de dónde saldría aquel dinero imaginario ni me preocupaba. Aquello era problema de J. B., yo ya tenía bastantes dificultades con mi trabajo.

»Entonces sólo contábamos con un solo proyector, el Kali-12 en el pequeño teatro de los estudios. Planeé utilizarlo como instrumento experimental, me procuré las lentes y demás dispositivos necesarios. No fue fácil conseguir el efecto deseado, fue preciso demontar una cámara y hacer una serie de adaptaciones. Fueron muchos los problemas a resolver, respecto a las superposiciones de imágenes, las velocidades, el «flash» y los films de imágenes. Al final, aquello tenía un aspecto mecánicamente endiablado, parecía un producto de una casa de trucos; pero funcionaba perfectamente.

»Freddy anduvo dando vueltas por allí todo el tiempo, cacareando como una vieja gallina. Le dije que estábamos experimentando sus Imágenes para entretenimiento y el pobre Freddy estaba loco de contento. Le puse a trabajar dibujando toda una gama de imágenes diversas que expresaran cualquier clase de emoción que se me ocurría, hasta cosas tan sutiles como la preocupación o la esperanza. Y fui consiguiendo que se aproximase más y más al logro de mi objetivo. Lo que me mostró, me causó una profunda sensación. Yo no quería asustar mortalmente a la gente, sino hacer que se pegase a las pantallas como las moscas a la miel. Me trajo pronto el trabajo encargado, lo examiné y era de veras, algo grandioso. Lo pasamos por una de las cámaras de proyección, según mi propio proceso práctico de utilización. No quería que nadie le echase la vista encima, ni que nadie viese lo que estábamos haciendo hasta que no estuviera dispuesto para el mercado.

»Cuando estuvo dispuesta la unidad especial para la proyección subliminal, comenzamos con el sistema de control apropiado. Aquello era realmente complicado. El problema consistía en inyectar las imágenes sólo en el momento preciso para que tomase la acción conveniente. Durante algún tiempo, pensé que tendríamos que accionarlo a mano, después comprobé que aquello era un disparate, todo lo que necesitábamos era un separador colocado en alguna parte de la tracción y del paso de la película y una serie de disparadores de los relés. Arreglamos un tambor especial, después un solenoide sobre el disparador de secuencias fotográficas codificado a una microconexión y toda una serie de ajustes especiales, resolviendo un problema técnico tras otro, según iban surgiendo. Finalmente, todo lo que se precisaba era una película prototipo que pasar en la práctica.

»J. B. había estado trabajando en la cuestión, mientras yo me había ocupado de la cuestión mecánica. No me pregunte cómo se las arregló para hacer que Jeff echara el resto en la cuestión, pero lo consiguió de alguna forma. Cuando J. B. se pone a hacer algo lo consigue. Lo cierto es que los Estudios Hill estaban otra vez en pie y lanzados. Conseguimos de nuevo contar con unas veinte personas. Soñó con el personaje de Little Andy y escribió el argumento original prototipo. Conseguimos tener ya una película de aquel género una semana después de que el proyector estuviera dispuesto y yo ya había conseguido que las imágenes subliminales pudieran llegar al auditorio con su mensaje.

»La secuencia emocional era muy simple; J. B. lo había escrito y dispuesto a su forma. El comienzo del rollo fue algo propio de un argumento feliz, después una sección en el centro que necesitaba un tratamiento de tristeza, después unas series de toques contradictorios y emocionantes y finalmente algo también feliz hasta el fin. Yo maticé de cincuenta a sesenta fotografías de cada Imagen, intentando graduarlas en el tiempo para que el efecto fuese llegando al auditorio gradualmente. Mientras estuve trabajando en la impresión de la película, J. B. estaba que se mordía las uñas; el saldo bancario de los Estudios Hill se acrecentaba cada vez en números rojos y los laboratorios exigían material y gastos, que de no haber podido sufragar, nos pondrían al borde de la bancarrota. Le dije que no tenía que preocuparse demasiado, si todo lo que necesitábamos era un crédito importante, todo lo que teníamos que hacer era mostrarles un rollo en que se les ordenara que nos quisieran; pero no había tiempo en juegos como aquel. J. B. exigía resultados en el prototipo, y los quería pronto, cuanto más rápido, mejor.

»La puesta a punto se llevó algún tiempo porque el sistema era todavía algo rudimentario. Como dije, estaba preparado sólo para dar un «flash» por fotografía, por tanto, si quería cincuenta imágenes que registrar aquello significaba cincuenta fotografías sobre el rollo subliminal y cincuenta matices sobre el film principal. Lo conseguí, finalmente, y Freddy observó el paso del rollo en aquella forma disparatada, como prueba final, comprobando que el paso era correcto por el proyector. Después fui en busca de J. B. y le manifesté que estaba listo para ser visto. Pasamos la primera prueba dos meses tras el momento en que entré en sus oficinas mostrándole aquellos dibujos.

»Reunimos a un par de docenas de personas en el pequeño teatro de proyecciones de los Estudios, con los cámaras, secretarias, y de todos a quienes pudimos echar mano. Jeff también estaba allí, quien por cierto aborrecía la idea en su conjunto; pero J. B. le había convencido de que siguiese adelante, suavizando su actitud. También estaba Connie, quien por cierto no desperdició ocasión para mostrarse glacial conmigo. Aquello fue una lástima, porque era una gran chica. Connie, la gata, Connie, la pequeña leona... aquello era lo que me recordaba su presencia, doctor, una leona. Con su piel morena, sus ojos pardos y sus andares incitantes y felinos, a lo que ella sabía sacar toda su gracia...

»J. B. decidió que mostrásemos el prototipo dos veces. La primera pasaría normalmente, sin lo subliminal, para poder apreciar la reacción normal. Después, sería vuelta a pasar con el nuevo invento, lo que significaba que tendría que ser vuelta a enrollar lanzando sobre el auditorio las imágenes de Freddy. Para ello, inventamos una jerga especial, llamando a aquellos rollos de subliminal el término de «latas calientes». J. B. pronunció unas palabras, diciendo que íbamos a ver dos veces aquella producción e hizo un gesto a Freddy y al mecánico proyector. Se apagaron las luces y el título principal apareció en la pantalla.

»La película, doctor, en su primer pase, era un verdadero latazo. No pareció interesarle a nadie lo más mínimo. Cuando se encendieron las luces, incluso las secretarias estaban bostezando de aburrimiento. J. B. parecía estar dado a todos los diablos. Pero nadie se atrevió a ir a decirle nada a J. B., quien siempre deseaba descubrir los efectos por sí sólo. Freddy volvió a enrollar el film y yo, levantando el dedo pulgar, les hice señas de que comenzaran a pasar el rollo de nuevo.

»Durante un minuto no ocurrió nada. La película era igual que la primera vez. Yo sentí un tremendo malestar en el estómago y levantándome, me fui detrás, preguntándome si el disparador de los «flash» se habría descompuesto en el circuito especialmente arreglado. Después y casi insensiblemente, comprobé algo. Me estaba sintiendo bien.

»Doctor, se lo digo, aquello era la locura. Sentí algo grande. Little Andy era grandioso, el mundo también lo era, J. B. era un gran jefe, Connie era una maravillosa criatura, todo me parecía fantástico y maravilloso también. Me pregunté si estaba volviéndome chiflado; después lo comprendí.

»Era el efecto feliz.

»No pude evitarlo ni yo mismo. Yo estaba en aquel film, siguiéndolo como si fuese lo más grandioso que jamás se hubiese visto en la pantalla del cine. Cuando Little Andy estaba asustado, yo me quedaba sin aliento. Cuando aparecía estupendo como resultado de algún chiste, me sentía con ánimos de gritar. En una de las secuencias tristes de la película, una de las chicas del auditorio comenzó a llorar como nunca lo había hecho en su vida. Tuve que sostenerla en mis brazos, doctor, en el pasillo. Jamás se había visto una película como aquélla, nunca antes.

»Llegado el momento de la diversión, comencé a reír como un loco. Era algo que me dejó atónito, porque jamás me había sucedido. Parecía que no quedaba otro remedio que reír... Rodeé a Connie con mi brazo y ella apoyó su cabecita en mi hombro, riendo como una loca y parecía que nada ni nadie iba a poder separarnos más en este mundo. Ella seguía apuntando hacia la pantalla, intentando decir algo; pero se veía atacada de nuevo por la risa y así continuó. En los asientos delanteros, J. B. reía como un poseso lanzando los brazos por el aire y removiéndose en su asiento como atacado por la histeria. No había forma de luchar contra aquello, sino dejarse llevar por el hechizo. Jamás había visto nada igual. Después llegó el final feliz, se encendieron las luces y la cosa fue grandiosa, indescriptible...

»Fue la primera vez que haba visto a Little Andy aparecer con las "latas calientes". Doctor, es algo grande, se lo repito.

»Creo que fue Connie la primera que recobró el ánimo. Todavía estaba yo rodeándola con mi brazo, cuando me miró y me dijo:

»—Hiciste tú eso... como quiera que se llame, ¿verdad?

»—Sí, así es, Connie.

»—Es... grande, algo grandioso. —Y se limpió los ojos de unas lágrimas que todavía rodaban por sus mejillas. Pobre Connie, con aquellas lágrimas...

»—Vales un millón de libras —me dijo después.

»Conseguí una cita con ella para aquella noche y le dije que íbamos a dar una vuelta por la ciudad y a divertirnos. De la forma en que se hallaba, no hubiera podido decir que no a nada que le hubiera propuesto, y yo no iba a desperdiciar una oportunidad como aquélla, doctor.

»Le dije a Freddy que la representación había ido a las mil maravillas. Por la mirada que me dirigió, me sentí sorprendido de su estado de ánimo. Era como si todo el mundo fuese una inmensa fiesta y él no hubiera sido invitado. Para él, aquello no tenía sentido, sus propias Imágenes no le causaban ningún efecto, sin duda... Le dije que era un tipo magnífico y que seguiría en su empleo y que J. B. le subirá el sueldo.

»—Gracias, Mr. Harper, señor, muchísimas gracias, de todo corazón. —Y por la forma de decirlo, lo expresaba completamente en serio, tal y como lo había expresado.

»Llevé a Connie por muchos bares y me gasté el dinero que llevaba. El dinero no importaba, cuando más pensaba en aquella función subliminal, más veía el botín de dinero que vendría a caer en mis manos. Poco a poco fui emborrachándome, doctor...

»Ella obtuvo de mí todo el proceso. Oh, sí, fue como dando un toque aquí, una pregunta suelta allá y porque a mí parecía no importarme nada, ella consiguió lo que se propuso, saber cómo se hacía todo aquello, cómo era el montaje, cómo se preparaban las "latas calientes". Llegó a comprenderlo todo. Comprendió también que los Estudios Hill habían conseguido algo, que nadie en este dulce mundo de Dios, rehusaría adquirirlo, que dispondríamos de cheques inmensos y que yo era, sin duda, el hombre clave para el tesoro de Aladino. De la forma con que jugó conmigo y cómo me trató, me sentí elevado de estatura hasta una milla sobre el suelo. Yo intenté en cierta forma, aparecer con aire modesto, ¿comprende? Le hablé a ella de Freddy y le dije:

»—Palabra de honor, Connie, ese hombrecito es el único que de veras importa, todo el mérito es suyo. Es el único que puede hacer las Imágenes. Yo puedo utilizarlas; pero Freddy tiene que dibujarlas...

»Nos encontrábamos solos en un bar tranquilo y las luces estaban semiapagadas. Y Connie me dijo:

»—¿Qué piensas hacer con él, Johnny?

»—¿Hacer? Pues elevarlo de categoría. Elevarle el sueldo a cincuenta libras a la semana por lo menos. Se merece hasta el último penique.

»Ella aplastó el cigarrillo en un cenicero y me miró con sus ojos brillantes.

»—¿Qué vas a hacer, Johnny? ¿Te estás volviendo loco?

»—¿Qué? Ahora, cariño...

»—¿Se lo dijiste? ¿Le hablaste tan alocadamente de dinero en esa forma?

»Yo le acaricié los cabellos suavemente y le dije:

»—¿Qué perfume es ése tan delicioso que llevas, cielo?

»Ella parecía furiosa.

»—Escucha, Johnny, respóndeme a la pregunta que te he hecho. ¿Le dijiste a él una cosa así?

»—Por supuesto que no, pero qué diablos, tenemos que hacer lo imposible por mantenerlo con nosotros...

»—Vaya, con que estás jugando a perder. Si le dieras cien libras por semana sería igual. ¿Qué tendrías que hacer? Salir a la carretera y robar doscientas. Le has puesto un precio, y él sabe ahora que es valioso...

»—Bien, pero, ¿qué diablos?

»Ella cruzó sus hermosas piernas y me hizo una caricia en la cara. Después, me dijo:

»—Súbele una libra a la semana, cariño. Y dale un golpecito en la espalda cada viernes. De esa forma, él sabe que sólo es un operario y nada más...

»Me llevó algún tiempo caer en la cuenta de lo que me estaba diciendo, porque estaba bastante bebido y comencé a reír.

»—Connie, leoncita, ¿quién tiene el cerebro?

»—Yo, Johnny —se apresuró a contestar—. Te diré por qué. Págame a mí cien libras a la semana, haré buen uso de ellas todo el tiempo.

»La miré de arriba a abajo durante buen rato, con aquellos ojos pardos que parecían prometerme muchas y bellas cosas.

»—Connie, podría hacerlo, ya sabes que yo...

»Salimos finalmente del coche donde por cierto no se había preocupado del lugar que ocupaba su falda y me dijo:

»—Johnny...

»—¿Sí?

»Encontró mi mano en la oscuridad. Y me dijo casi soñolienta:

»—Vas a ser un gran hombre. Llegarás a lo más alto...

»—Podría ser —le repuse.

»—Llévame contigo, Johnny. Puedes hacerlo si quieres...

»Así lo hice y puedo decirle que fue también algo grande, doctor...

* * *

»Hay un camino que recorrer para llegar hasta la cima, doctor, un camino condenadamente largo. Conseguí que Connie saliera de la oficina principal y la convertí en mi secretaria. Tomé otra chica para que trabajase bajo sus órdenes, y de aquella forma no tenía otra cosa que hacer que arreglarse las uñas. Después tuve que dedicarme a la manufactura de las adaptaciones subliminales, no era suficiente con películas para nuestra diversión, eran precisas para todo el mundo que quisiera comprarlas. Antes de que comenzase la producción, era preciso el prototipo, por lo que fue preciso desmontar el film que había servido de prueba y comenzar las diversas adaptaciones en la media docena de tipos diferentes de proyectores de cine normal y telecine. Cuando estábamos a medias entre todo aquel revoltijo, cuyo aspecto industrial no causó grandes dificultades, las tuvimos con Jeff. Como he dicho antes, no quería saber nada de lo subliminal. J. B. intentó que yo hiciese uno especial para Jeff; pero era muy listo y no picó el anzuelo. En cuanto tuviera algo de subliminal, ya no había nada que hacer. Se produjo un fuerte disgusto. Yo me encontré en medio. Jeff cerró la boca por cerca de una hora, sin pronunciar palabra, hasta que J. B. por fin pudo hacerle hablar. Se pronunció en el sentido de que aquello era una inmoralidad al intentar doblegar la mente de las personas a gusto nuestro e insertarle sutilmente en la mente ideas y sensaciones. J. B. intentó explicarle que estábamos metidos de lleno en aquello, que no podíamos dar paso atrás; pero todo fue igual para Jeff. Era como una mula cuando se le metía una idea en la cabeza. Se lo dije después a Connie. Ya estaba diciéndole a Connie todo lo que sucedía, hasta mis más íntimos planes.

»Yo me encontraba demasiado excitado para aguantar tal situación, manteniéndome quieto en una silla, por lo que comencé a pasear la oficina de un lado a otro, mientras hablaba y les dije:

»—Creo que lo que le sucede a Jeff es una especie de complejo, como el clásico del capitán que tiene que hundirse con su barco. Quiere que todos cerremos las maletas y nos vayamos a casa, sin que su nombre se mezcle en nada que huela a subliminal. Y Jeff, lo sabemos todos, una vez que se le mete una idea en la cabeza, ya no hay nada que hacer.

»Connie se rió de mis palabras, seguramente pensó que tenían mucha gracia. Y dijo:

»—Jeff es un hombre encantador, sólo que está poniéndose un poco viejo. Lamento verle fuera de combate, pero tal vez sea ya tiempo.

»Entonces le pregunté quién iba a echar a Jeff y cuándo, y ella se limitó a ponerme unos ojos de gata mimosa, queriéndome decir que esperase y viera...

»Aquella noche recibí una llamada telefónica de J. B. Parecía estar furioso en el teléfono. Quería que Jeff continuara en su plaza y tenderle una especie de trampa para obligarle a decir que sí. Yo le contesté que estaba perdiendo el tiempo. Me dijo entonces qué es lo que yo pensaba al respecto y le respondí que no lo sabía. Me dijo que quería verme y cuanto antes mejor. Le pedí si podía llevarme a Connie y hacer una fiesta entre amigos y me repuso que al diablo con todo aquello, que fuese solo y pronto. Colgué el teléfono. Nunca le había sentido en aquella actitud y cuando J. B. se ponía así, era mejor no acercarse mucho, y guardarle el aire. Saqué el «Jaguar» y me llegué hasta su casa y una semana más tarde, era socio de los Estudios Hill.

»Jeff tomó mal la cosa. Renunció su cargo sobre la marcha. Le dijimos que no perdiera contacto con nosotros, después estrechó la mano de J. B. y fue todo lo que se pudo hacer al respecto. Yo me trasladé a la oficina de Jeff que era diez veces mayor que la mía y tenía una impresionante alfombra. Nunca había tenido una oficina alfombrada como aquélla y fue una lástima que no tuviera tiempo suficiente para admirarla.

»Connie empleó casi diez minutos demostrándome cuánto le agradaba aquello y lo encantada que estaba, lo que me puso a mí contento y orgulloso, ya que entre las dificultades y el trabajo con Jeff, había disfrutado poco con ella en las últimas semanas. Bien, ella había deseado que yo llegara a la cumbre y hacia ella me estaba encaminando. Le dije que me permitiera unas horas porque tenía mucho que hacer y mandé buscar a Freddy. El más inmediato problema que se suscitaba era que los muchachos de la televisión viesen las cosas desde su punto de vista. Necesitaba algunas imágenes más.

»Conseguimos unas películas con tomas del circo de la ciudad y las mostramos en el prototipo piloto con "latas calientes". No había argumento alguno. Firmaron un contrato para una serie de cincuenta películas para empezar y aquello fue el fin de nuestras preocupaciones económicas. El Estudio estaba en un viejo caserón, aunque se mantenía firme en sus cimientos; pero compramos más terreno para su ampliación, se contrataron las excavadoras gigantes y se comenzó a construir un par de estudios más. J. B. contrató a una docena de argumentistas, a quienes ya conocía bien y comenzamos a programar las inmediatas producciones. Y subí a Freddy otra libra, lo que le convertía en el operario mejor pagado del negocio.

»Yo me dediqué al trabajo de rutina. Conseguí un equipo y nos pusimos a construir un nuevo sistema de control; en lugar de insertar impulsos de fracciones de segundo, planeamos el utilizar señales de baja frecuencia sobre el propio paso de la película, y de tal forma podíamos programar cualquier número de disparos en pautas determinadas sobre una fotografía determinada del film. Aquello significaba que nuestro control era mejor, que podíamos jugar con una emoción determinada en el momento preciso, elevarla al máximo en el instante preciso. Todo dependía de la fuerza de la Imagen, doctor, del número de disparos de «flash» por segundo y de la duración de los impulsos. Podíamos controlarlo todo a nuestro gusto. Le digo, doctor, que Little Andy no es nada. No necesitamos el film, doctor, en realidad podríamos hacer que usted se retorciese de dolor mirando a una pantalla vacía. El video es sólo la excusa para lo que le ocurre al espectador...

»El mayor dolor de cabeza nos lo dio el conseguir la instalación de las unidades subliminales al fin del transmisor. Eventualmente conseguimos resolverlo. Hicimos un film relativo a lo subliminal, explicando de qué se trataba, cómo actuaba y lo que eran las Imágenes, para poder descubrir su secreto por cada espectador. Así, todos sabían cómo utilizarlo y a los que no les gustó la idea, les llevamos a los estudios y se lo mostramos. Todos los telerines independientes adoptaron las "latas calientes", doctor, cada máquina. Y pueden hacer cualquier cosa que usted quiera. Todavía siguen mostrando a Little Andy, haciendo de nosotros una nación de majaderos. Y eso no es nada, aún no ha comenzado. Se puede desear un cambio de gobierno, doctor, o echar fuera del país a todos los extranjeros o instalar el juego de la pelota a mano como el deporte nacional. ¿Comprende usted cuál es el alcance de esto, doctor? Nosotros podemos hacerlo, todo lo que se necesita es el film y las Imágenes que le digan a usted que es verdad... Por eso he venido a verle, doctor, he ahí por qué yo quiero huir de todo esto; pero creo que ya es tarde y no hay tiempo...

»Tras la primera exhibición J. B., se volvió loco. Los periódicos aparecían llenos de noticias de Little Andy; al principio fueron los diarios regionales; pero poco a poco fue extendiéndose como una riada incontenible y los grandes periódicos nacionales lo extendieron más y más hasta ocuparlo todo, como la única noticia. Supongo que la gente de todo el mundo habrá comenzado a pensar qué diablos nos habrá picado. Para cuando la segunda película se proyectó, yo había nombrado a Connie como director de los diálogos y su imagen apareció en primera plana en todas las revistas y periódicos del país. Supongo que tendría que haberme preocupado más del asunto; pero no había tiempo, los estudios eran una casa de locos el día entero, con los operarios derribando muros, agrandando las instalaciones, y utilizando cualquier rincón disponible para filmar nuevas producciones. Una mañana intenté entrar en mi propia oficina y no pude conseguirlo por la maraña de cables que lo impedía. Y alguien había colocado un martillo neumático por allí cerca, algo como para perder la cabeza. Cogí a Connie del brazo y me marché, encontramos un bar tranquilo y comenzamos a charlar. Ella me dijo que J. B. había concebido una nueva idea que le parecía muy buena para una nueva serie y que quería comenzar el trabajo sobre la marcha e inmediatamente.

»Aquello me trastornó. Yo era la clase de individuo que debía haberlo dicho, no Connie. Entonces, le dije:

»—¡Al diablo con todo eso! J. B. no puede comenzar nada. No disponemos, ni de espacio ni de tiempo, ni tenemos el personal necesario. Nos serán precisos todos los platós que tenemos y los que se están construyendo, todo para Little Andy, no podemos ahora comenzar con otra cosa nueva.

»Ella se miró las uñas con coquetería.

»—De hecho, Johnny —me dijo—, hemos conseguido más espacio. Hace una semana que adquirimos los Estudios Orbite. Los terrenos, las instalaciones, todo en conjunto.

»Yo no podía esperar para volver a los Estudios Hill. Nos las arreglamos para detener a los muchachos de la construcción, lo suficiente para poder hablar. J. B. intentó calmarme. Sí, era cierto que nos expandíamos a ritmo creciente, que no me lo había dicho, ya que consideraba que ya tenía yo bastantes preocupaciones en la parte técnica... Cada hombre para su puesto de trabajo, aquello era lo que J. B. quería explicarme. Me dijo que no había que preocuparse, habría bastantes beneficios para todos. Me dijo que cuando pasara un año, tendríamos films con "latas calientes" en todos los telecines del país y en dos años, los habría en el mundo entero. Al diablo con todo aquello, pensé yo. Y le dije:

»—Mira, J. B., consideremos esto despacio. Lo descubrirán, sabrán lo que estamos haciendo y nos colgarán en un árbol en medio de la calle... Sigamos haciendo películas. Yo soy un director de cine, sigamos con lo nuestro. Yo no quiero ser el dueño de todo el planeta. —Pero no pude convencerle ni que la idea se le metiera en la cabeza. Me dio unas palmaditas en la espalda y me dijo que no me preocupase, que él se ocuparía de todo.

»Lo intenté después con Connie; pero ella respondió fría como un témpano de hielo.

»—Está bien, Johnny. Haz lo que quieras. Yo seguiré mi propio camino. A mí no me importa.

»Aquello me hirió profundamente, doctor, pues ya sabe usted, ella era una gran chica y la tenía metida en los huesos. No podía imaginarme que así ocurriera; pero había ocurrido en contra de mi propia voluntad. De alguna forma, yo lo había hecho todo por Connie; pero a ella no le importó un comino hacer de todo ello la cosa más vacía del mundo. Le dije que nos iríamos a cualquier lugar, a donde ella quisiera y gozar de la vida y de nuestro amor y que no tendríamos que trabajar más. Ella no me respondió directamente, sino que se encogió de hombros y me dijo que ya vería. Yo no me había tomado una copa en meses, pero aquella noche me dediqué a trasvasar cerveza como un elefante. Me parecía encontrarme extraviado y perdido, de alguna forma todo aquello me parecía monstruoso y demasiado grande para soportarlo.

»A la mañana siguiente recibí una llamada telefónica de un individuo, un periodista. Era ya algo tarde, sobre las diez y media; pero aún estaba afeitándome. Acudí al teléfono. Una voz al otro extremo me saludó. Yo le contesté:

»—Hola, Eddie, ¿qué es lo que ocurre?

»Mi interlocutor no perdió el tiempo en mostrarse incivil.

»—Vosotros, puñado de bastardos, habéis descubierto algo para volver loca a la gente por todo el país... Y tú, Johnny..., ¿qué tienes que ver en todo esto?

»—¿Qué es lo que pasa, Eddie? ¿Es que no te gusta Little Andy?

»El teléfono produjo un ruido especial.

»—Yo no veo Little Andy. Llevo gafas ahumadas desde hace un mes. ¿Qué es lo que estás haciendo, Johnny, qué diablos está pasando?

»—Bueno, chico, ya sabes, sólo haciendo pelícu...

»—J. B. estuvo aquí ayer —me interrumpió Eddie—. Posó para nosotros. Si lo ignoras, mejor será que te enteres. Dice que ha vendido unas nuevas series, calculo que cree que Little Andy ya sólo está bien para echárselo de comer a las gallinas. Y yo sé que no ha vendido nada, Johnny, quiere que hagamos circular su historia, pero por todos los diablos, nosotros no podemos hacer una cosa así...

»Yo acabé de afeitarme tan pronto como pude y salí disparado para el Estudio. Todas aquellas buenas palabras habían estado dándome vueltas en la cabeza todo el tiempo. Aparqué el «Jaguar» y eché a correr hacia la oficina. Trate de evitar el pensar en nada, suponiendo casi que J. B. quería recomenzar la tercera guerra mundial. Suponiendo que lo hubiera divulgado en la prensa, y que a los rusos no les gustara Little Andy. Piense en ello, doctor...

»—¿Qué diablos has hecho, J. B.? —le dije—. Has perdido la cabeza. Esa locura que te ha salido de la cabeza, de dar a la publicidad la proyección de unas nuevas series... no puedes hacer eso.

»J. B. estaba sentado en su despacho. Me miró de arriba a abajo.

»—Johnny —me dijo—. Ya está hecho.

»Comencé a soltar juramentos a diestra y siniestra. Yo era la persona importante en aquella firma y era quien lo había hecho todo.

»—No puedes hacer eso, J. B., contamos tú y yo y no me has consultado para nada...

»Yo no había visto a Connie. Estaba detrás de mí. Se adelantó como una gata y me soltó en plena cara:

»—Podemos hacerlo, Johnny. Lo siento.

»Entonces comprendí todo. Y comprendí también que no podría luchar contra los dos juntos. Ni siquiera contra Connie. Pensé en todo el tiempo que había estado jugando conmigo como el ratón y el gato, mientras me aborrecía hasta las entrañas. Me limité a decir:

»—Vaya, es grande lo que habéis hecho. Muy grande. ¿La nueva señora March, supongo? Bien, supongo que no os molestará que lo diga...

»—Tienes que comprender, Johnny —repuso ella—. Son una de esas cosas que pasan...

»—Sí, claro, una cosa que pasa en la vida... —Y puse mi cara a seis pulgadas de las de ellos—. El verdadero amor, siempre encuentra el antiguo camino... ¿Qué es lo que te ocurre, Connie, no puedes resistir el olor de su aliento?

»Sentí el bofetón que se me venía encima y me tambaleé como un borracho. No pude evitarlo protegiéndome con la mano. Durante una fracción de segundo me sentí bien; pero después me pareció que el techo se me venía encima. J. B. era un tipo duro... Volvió a golpearme donde duele más y me sentí de rodillas sobre la alfombra como si me hubiera tragado una bola de algo rojo y caliente y que se me atragantase en la garganta. Cuando pude ver de nuevo, J. B. estaba de pie llamando a la policía.

»Ella le arrebató el receptor y lo dejó caer en la horquilla.

»—Olvídalo, J. B. Está acabado.

»Me ayudó él a ponerme en pie. Todavía aparecía como un loco furioso.

»—Echa a este bastardo fuera de aquí.

»—No —dijo ella—. Déjale. Que se vaya. No tiene importancia. Puedes dejarle que siga dando vueltas por ahí. Puedes quedarte, Johnny..., ¿no es divertido?

»Tuve que apoyarme en el filo de la mesa, porque no podía ni tenerme en pie. No respondí una palabra. Ella continuó:

»—Vamos, Johnny, quiero que te quedes, eres un tipo útil. Sólo una condición, tienes que quedarte en tu oficina; pero no te pierdas de vista; podríamos echarte de menos si te fueses...

»Intenté decir algo. Estaba tan enloquecido que no me salían las palabras de la boca, era como si tuviera un fieltro en la garganta.

»Finalmente, pude decirle:

»—¿Algo más, señorita Connie?

»Ella me hizo un guiño. Para eso solía utilizar una comisura de su boca tan bien dibujada. Sus cabellos se habían desatado en parte de los clips y le caían sobre las mejillas. Recogió el bolso que tenía sobre la mesa, lo abrió y sacó dos monedas.

»—Johnny, ve a buscarme un paquete de cigarrillos, creo que no tengo tabaco.

»Y así es como salí de aquella oficina. Lo hice, porque J. B. estaba disponiendo para ellos un nuevo local, donde habría una salita de proyecciones y en donde pudieran contemplar el pase de las películas sin que ella tuviera que molestarse en cambiar de lugar. Aquello cortaba mi oficina en dos, reduciéndola a mitad de espacio. Me fui escaleras abajo. Por lo que respectaba al negocio, yo seguía todavía siendo un socio y no iba a marcharme. Sabía que eso era lo que querían los dos, en parecida forma nos desprendimos de Jeff. Pero yo no iría a hacer lo mismo.

»Nadie se acercó a mí, porque todo el mundo sabía cómo iban las cosas en los Estudios Hill. Me hice con un par de botellas de «whisky» escocés y creo que estuve ausente como diez días. Podía mirar por las ventanas, ver cómo funcionaban los escenarios y contemplar la furiosa actividad de los estudios, oyendo las moviolas haciéndose oír por todo el edificio y sentir cómo aquel condenado lugar rugía de actividad como un hormiguero enloquecido, pero al que yo no pertenecía ya más. Todo el mundo estaba embarcado en el mismo barco, excepto yo, a mí se me había dado la patada. Sentí cómo los mecánicos instalaron los aparatos necesarios para Connie. J. B. dispuso la instalación de un par de nuevas «Kalis», porque dijo que le gustaba el color como acabado. Se hallaban precisamente sobre mi cabeza y cuando pasaban alguna película, las paredes temblaban. Freddy había preparado trabajo para diez películas y las pasaron tres, cuatro, tal vez una docena de veces al día. Y yo me sentaba y me empapaba de «whisky», escuchando el zumbido de los proyectores y pensaba en Connie y en cuanto me había hecho...

»Me sentí muy mal durante un cierto tiempo, después dejó de importarme todo y mandarlo todo al infierno, sintiéndome que enloquecía de verdad. Dejé de preocuparme de que Little Andy pudiese volver loco al mundo entero. Sólo podía pensar en Connie. Nada pudo haberme destrozado de tal manera y haberme arrojado de su lado, doctor; nadie...

»Me llevó muchos días el reflexionar sobre todo aquello. Si no hubiera tenido algún control sobre mi cerebro, creo que habría cortado por lo sano sobre la marcha, en cualquier momento...

»Disponía de bastante dinero para cubrir lo que iba a hacer. Después, esperé. A las cinco treinta de aquella noche, oí que el estudio cesaba en su trabajo y la gente se marchaba a su casa. Esperé unos minutos, después busqué el «Jaguar» y lo lancé a la carretera. Había una parada de autobús a cien yardas de distancia de la entrada principal de los Estudios Hill. Freddy estaba esperando. Estaba lloviendo y el pobre parecía una rata allí de pie, con el cuello del abrigo levantado mientras que el agua le chorreaba por los cabellos. Di un frenazo y abrí la puerta del coche.

»—Vamos, Freddy —le dije— ven conmigo.

»Por unos momentos, pensé que iba a marcharse corriendo a algún sitio; pero no había a dónde ir. Se subió en el coche.

»—Es usted muy amable, Mr. Harper. Muchísimas gracias.

»Llegué a donde vivía diez minutos más tarde. Vivía en una cochambrosa buhardilla al otro lado de la ciudad. Salí del coche. Había encendido una lámpara en la calle y frente a nosotros la fachada mojada de las casas. Freddy fue a marcharse, pero yo le sujete por el abrigo.

»—Un momento, Freddy, quería hablar contigo.

»Se quedó plantado mirándome.

»—Sí, Mr. Harper, pensé que lo haría. —La lluvia seguía cayendo sin misericordia sobre la acera. Al final, me dijo—: Es mejor que pase, Mr. Harper.

»Abrió la puerta con una llave vieja. La entrada estaba a oscuras y olía a suciedad y a agrio. Subimos y alguien, desde arriba, gritó:

»—Freddy..., ¿eres tú? ¿Quién ha venido contigo, Freddy?

»Encendió una luz.

»—Está impedida en la cama, Mr. Harper. No podernos soportarlo más. Y contestó—: Está bien, madre, es sólo Mr. Harper, del estudio. No se quedará mucho tiempo. —Y abrió la puerta—. Por aquí, Mr. Harper, no está esto muy caliente que digamos; pero encenderé un poco de fuego.

»—Al diablo con el fuego, Freddy, eso importa poco ahora.

»Le seguí a la habitación. Había una mesa vieja y unas sillas de alto respaldo a su alrededor. En las paredes, lucían unos antiguos papeles llenos de flores de una época muy antigua. Freddy se volvió para encararse conmigo.

»—No puede quedarse mucho tiempo, Mr. Harper, lo siento, ella no podría soportarlo.

»Encendí un cigarrillo.

»—Esto no llevará tiempo, Freddy. Yo te alenté y te protegí, ¿recuerdas?

»—Sí, Mr. Harper, sí, lo recuerdo bien...

»—Bien, pues, ya sabes lo que dicen. Quiero que me hagas una imagen.

»—¿Eh?

»—Sí, Freddy, una imagen de una clase especial. Como un hechizo amoroso. Simple. Una imagen para el amor y tú puedes hacerlo, ¿no es cierto, Freddy?

»El pobre Freddy pareció querer tragar saliva.

»—Señor..., ¿para qué la quiere? ¿Y para quién?

»Yo solté la carcajada.

»—Para los mecánicos de la nueva «suite», Freddy, para las nuevas «Kalis».

»Pareció que le hubiese picado un escorpión.

»—No podría hacer eso, señor... ni por mil libras que me dieran...

»Le agarré fuertemente, doctor y le empujé contra la pared, ya le he contado qué clase de hombrecito es Freddy...

»—No juegues conmigo, hombrecito, nada de trucos.

»Me metí las manos en los bolsillos y saqué un puñado de billetes que le pasé debajo de la nariz.

»—Sí, Freddy, aquí tienes mil libras, sin que nadie te haga preguntas y sin impuestos. Puedes marcharte a donde quieras, a algún lugar donde te encuentres bien, lejos de aquí. Lo harás, hombrecito. —Y le golpeé contra la pared, haciendo que le entrechocaran los dientes—. Sí, Freddy, quiero una Imagen como un hechizo amoroso. Sólo con destino a Connie, la leona. Vamos, Freddy, puedo romperte el cuello si te niegas...

»Sobre su rostro enflaquecido apareció una expresión de temor. Y me dijo:

—Sí, Mr. Harper, sí, señor; déjeme ahora, no puedo respirar...

»Me eché hacia atrás. Se puede comprar a cualquiera en cualquier momento, doctor, sólo es preciso estar seguro de que se paga el mejor precio. Tiré el fajo de billetes sobre la mesa.

»—Llévame eso mañana, Freddy y te querré como a un hijo. No me falles. —Y me marché, dejándole con los ojos hechizados sobre aquel puñado de billetes que representaban una fortuna para el pobre Freddy.

»Al día siguiente, me llevó el dibujo de la Imagen y lo miré por bastante tiempo, hasta estar seguro de que era la cosa real que necesitaba. No podía hacer nada al respecto hasta que llegase la noche. Cuando el estudio estuvo vacío, puse en marcha una cámara y filmé la Imagen. Revelé el negativo y estampé bastantes fotos de ella para ambos mecanismos. Entonces subí a la suite y los enlacé en las máquinas Kali. Dispuse lo necesario para la máxima saturación. A partir de entonces, doctor, todo lo que ella viera, estaría provisto de «latas calientes»...

»Me senté en mi oficina al día siguiente y me reía cada vez que los mecánicos ponían en marcha los proyectores arriba. Sabía que cada vez que pasaran las Imágenes cruzadas en las películas, estaban produciendo un impacto en el cerebro de Connie, en forma de disparos hipnóticos.

»No se hizo esperar mucho. Me la encontré en el corredor y sus ojos me miraron de una forma que no había lugar a dudas, le devolví la mirada y supe lo sucedido...

»Me la llevé a casa aquella noche. Llegamos a mi piso precisamente en el momento en que pasaba en la televisión la serie de Little Andy y cuando medio mundo en el país estaría alrededor de sus televisores esperando impacientemente. Se quitó el abrigo y vi que estaba temblando. Tenía los ojos espantados como un animal y las lágrimas le corrían por las mejillas; pero sus manos no podían detenerse en el movimiento de quitarse la falda.

»—Bastardo... —me dijo una y otra vez.

»Doctor, aquello fue algo grandioso. La pequeña leona tenía un punto flaco y Johnny Harper, era el único individuo en este mundo que podía entender de qué se trataba. Me senté en la cama, después me acosté y comencé a reír hasta reventar.

»Después hice que se arrastrara...

»Dios, qué bastarda. Freddy lo había conseguido desde el principio. Doctor, ¿qué ocurre? Yo pensé que era usted listo. Freddy no había conseguido nada. Pasaba sus noches en casa, entre aquellos muebles viejos, sentado y con los ojos puestos en el fuego de la chimenea. Cuidar de su pobre madre, limpiarla y alimentarla... Estaba acabado, doctor, era de esa clase de hombrecitos insignificantes que resultan inútiles para todo el mundo. Para Freddy no habría nunca chicas estupendas. Ni que pensar en Connie, eso jamás. Hasta que hice el primer movimiento. Las imágenes no tenían efecto sobre él, no había forma de que pudiera apoderarse de ella; Ella se alejaría de mí, él era el único que podría arreglarlo. Sabía que llegaría hasta él y que tendría que pagar mucho. Pero ella no sería pagada con dinero en efectivo...

»¿Qué? ¿Que cómo podría liberarse? Despierte, doctor, tendré que descifrárselo a usted. Ella no podía sacarse la Imagen de la cabeza, una vez los rollos se habían insertado en su mente, y estaría ligada a mí hasta que pagara la cuenta que me debía. Así fue cómo consiguió que Freddy lo arreglara, él hizo de mí una Imagen también. Mi Imagen era la muerte...

»Yo... yo sólo lo vi una vez. Arriba, en el teatro principal de proyecciones, vi una pasada esta mañana, y la película estaba endemoniada con las «latas calientes». Lo supe de algún modo desde el mismo momento de la proyección e intenté mirar a otro lado de la pantalla; pero no fui lo suficientemente rápido para hacerlo. Fue precisa una sola vez, tenía que ser una obra maestra. Espero que lo fuera, doctor, fue un trabajo amoroso...

»Doctor, yo soy ahora el que está hechizado, y sé lo que es esto... No sabía lo que iba a hacer hasta que compré una navaja de afeitar. Intento apartar las manos de ella, doctor; estoy aterrado, no quiero continuar por este camino. Sí, mejor será que vaya a ese teléfono y diga a los muchachos del uniforme blanco que vengan en mi busca... Pero, doctor, no me eche de aquí, si lo hace no despertaré más a la vida, mi cuerpo está ya programado... vamos, hombre, dése prisa, por amor de Dios...

»La navaja de afeitar. No puedo... dejarla. No intente quitármela, doctor, podría degollarle a usted mismo, no lo intente ni se acerque. Doctor, no vea a Little Andy. Encuentre a Freddy Keeler y rómpale el cuello en mi nombre...

»Es... como un imán en mi muñeca, tirando de ella. Así es ese hechizo terrible, es como si la llevara en la muñeca pegada a sus huesos. Puedo raspar y arañar con ella, tengo que hacerlo, sí, rascar, herir, pelarme los huesos...

»No, doctor, no pierda la cabeza, le dije a usted...

»No lo haga... Dios mío...

»Dios... doctor, lo siento, no quise hacerlo... no quise pegarle ni herirle así, no pude evitarlo... Doctor, mire... yo lo he hecho, tenía que hacerlo. Fue fácil, yendo a través de los tendones, era como cortar unas pajas... y ahora el hechizo se escapa de mi cuerpo y es mejor así...

»Creo que he manchado la alfombra, doctor, y lo siento... Dios, doctor, escuche, puede usted escuchar el silbido de la sangre... yo... pensé algo sobre el particular, de cómo podría ser... pero no lo pensé bien...

»Doctor, estoy aterrado... necesito a Connie... Inténtelo y escuche, tiene usted que buscarla y cuidarse de ella. Ella no sabía qué era lo que iba a hacer, y él... lo hará otra vez, le dará a ella otra cosa y la destruirá, doctor, ella ya no podrá andar tan airosa nunca más. Es el tiempo más peligroso que existe en el mundo; ahora ve qué es capaz de poder hacer...

»Es curioso y divertido. Como la sangre que se me escapa por el brazo. Es algo cierto, doctor y son cosas que tienen que ocurrir...

»No me siento muy bien... No puedo ver... me duele el hombro mucho... y creo que será mejor... sentarme...

»En cierta forma quisiera llorar, pero mejor será que cuente algún chiste... Pero todo se vuelve oscuro... Doctor, ahí es a donde no quisiera ir...

»Connie, querida, por favor, yo... nunca...

»nunca... pensé en serio...

»ni... quise hacerlo...