HAMBRE EN LAS AGUAS DULCES - Colin Kapp
INCLUSO aquel extraño color escarlata no era un obstáculo; tan exquisitamente armonizaban los colores, como complementándose uno con otro, que formaban las más sutiles diferencias y matices que Blick jamás hubiera experimentado. Realmente nunca había visto en su vida la superficie de las rocas tan bellamente adornadas.
En parte, aquello era debido al efecto de la estación y en parte también, por el de una nueva corriente burbujeante en las propias rocas, cuyos movimientos parecían excitar el incremento en la velocidad del ciclo vital de aquella magnífica flora, iniciando una especie de ávida sed con que contribuir a la más espléndida y consumada floración, que como una orgía de color y de vida, aparecía sobre la superficie del planeta Hebrón V. Y por incontables hectáreas de terreno, como una sábana infinita y bellísima, aquel jardín de dulces aguas, se prolongaba hasta perderse en el lejano horizonte.
La aparente solidez del panorama era casi una cosa enteramente ilusoria. Las rocas formadas por espuma de sílice, tenían una densidad de sólo 0.76 contra la de 1.3 del lecho mineral en donde flotaban. Aparte de las corrientes sin rumbo fijo y todavía mal comprendidas, la normal era lenta, causada por la rotación del planeta y el efecto gravitatorio de su solitario satélite, que en aquella latitud era del orden aproximado de un kilómetro por hora. A pesar de su aspecto momentáneamente sólido y estático, aquella escena y aquel efecto, quedaban destruidos a poco que se observara, por la migración de cualquier punto sobresaliente, lo que en el acto suprimía la idea de permanencia y solidez estática. Sólo las estaciones de proceso flotantes y el flexible tendido de ferrocarril que se alargaba por una línea de flotadores a casi doscientos kilómetros, hasta la Base de Lamedah, la única masa de tierra apreciable del planeta, estando ancladas en el profundo lecho de rocas.
En aquel día, sin embargo, el usual movimiento septentrional de la superficie de las aguas estaba siendo reforzado por otra corriente más rápida y el desplazamiento escénico se aproximaba a los tres kilómetros por hora, algo desconocido como suceso en aquel mundo. El efecto era puramente ilusorio, ya que a falta de una referencia visual, la propia estación en sí misma aparecía como sin movimiento alguno, desplazándose a través de aquel jardín de infinitos colores de delicia como una nave por el mar, con las rocas moviéndose y partiéndose para volver a reconformarse, dando el aspecto de un terreno sólido, pasado el obstáculo. Aquella deliciosa y alegre flora que abundaba tanto sobre aquel jardín oceánico flotante, era igualmente adaptable y divisible, siendo principalmente suave y sin guardar apenas trazas permanentes del paso de cualquier cuerpo sobre su multicolor superficie. Sólo al paso de las barcas, algunas raíces y membranas se movían de un lado a otro ostensiblemente, para volver a formar nuevamente parte del panorama general.
Blick se hallaba impresionado. Las múltiples pasiones que le habían conducido finalmente a aquel alejado y oscuro rincón del universo, aún le habían dejado el sedimento de una cierta insatisfacción, que sólo ante la contemplación de aquel extraño y fantástico panorama, se sentía en cierto modo aliviada. Sonrió extrañamente para sí mismo, ante una reflexiva instrospección de su vida. Curiosamente, una pasión por el anonimato y la soledad, no eran precisamente los factores determinantes que le habían conducido a convertirse en un ser anónimo y solitario en el más solitario y anónimo de los lugares del mundo cósmico. Era como una ironía de la vida que nunca pudo explicarse ni aun a sí mismo.
El hecho de que se hallase en aquel puesto lejano del universo se debía a su propia voluntad. Era el pionero de la técnica de la concentración del cambio iónico de la «minería» en Hebrón V, sabiendo que podía muy bien ocupar una posición alta y segura de tipo administrativo en la Compañía. Pero por una combinación de testarudez, de excentricidad y una cuidadosa y precalculada falta de responsabilidad, se había excusado y hecho lo posible para escaparse del sillón de la gerencia y del alto salario que aquello le hubiese reportado, para volver a su solitario laboratorio y a sus pensamientos. Metafóricamente, la Compañía se había encogido de hombros y calculado que él era el único que salía perdiendo por su propio gusto, dado, por lo demás, que Blick era un elemento valioso y que bien valía el dinero que empleaba dejándole así, por tanto, que siguiese su camino a su gusto.
Echando un vistazo a las múltiples manecillas de su cronómetro de muñeca, por quizás la centésima vez, para observar con detenimiento la línea de ferrocarril que cruzaba el océano sobre aquella increíblemente frágil cadena de flotadores y postes de soporte, se volvió para observar su entorno. En Hebrón V aquel ferrocarril significaba mucho más que el medio de transporte, significaba la energía, la comunicación y la propia vida. Sin el tren diario y puntual que hacía el recorrido, no solamente su trabajo dejaría de tener significado, sino que los ocupantes de las otras estaciones quedaban abandonados en una situación peligrosa e intolerable. Corrientemente el tren llegaba con catorce horas de retraso y la línea de comunicación de sistema múltiplex había dejado de funcionar.
Volvió a sonreír con su forma peculiar y tornó su atención a las almadías flotantes que componían la estación, eslabonadas en cadena, con sus enormes tanques y bombas y las altas columnas de resina de la instalación de cambio iónico. Metódicamente, casi con la mente ausente, fue comprobando los calibradores y ajustando el flujo y sus velocidades, uno por uno. La bomba de la planta 87 trabajaba bastante mal, por lo que tomó nota para limpiarle los filtros y cerrarla. Hecho esto, se volvió a su laboratorio y comenzó a efectuar análisis sobre los varios concentrados existentes en los tanques de recepción.
Los análisis dieron como resultado algo moderadamente bueno, con la presencia de metales del grupo del platino, procedentes de la recogida más profunda; pero el rendimiento de los lechos de resina selectiva respecto a los elementos transuránicos resultaba decepcionante, justificando apenas la decisión de la Compañía de haber ordenado la «deriva» de la estación a dos kilómetros al sur de su posición original. La «corriente tope» del agua era de nuevo la frecuente suciedad mezclada de minerales sin importancia, anotando entonces el limitar la entrada de esta última y dejarla sólo para el proceso de la destilación del agua en potable y para mantener las demás columnas en funcionamiento. Sólo procedente de la «corriente media» estaba el logro máximo que era el alma misma de la operación y su valioso producto: el cobre. Las bombas que succionaban la corriente media, extraían un líquido de buena calidad, principalmente sulfato radical órgano complejo, que al utilizar ácido sulfúrico para regenerar el cambio iónico en las resinas, estaba produciendo casi un sulfato de cobre completamente puro, para su transvase a los tanques de almacenamiento. Allá en el Borde, el cobre tenía novecientas veces el valor del oro en la Tierra y de ahí su inmenso valor, por lo que Blick puso toda su atención en la extracción del líquido de la corriente media.
En aquello estaba cuando al cruzar sobre la cubierta de la más ancha de las almadías flotantes, percibió instintivamente la presencia de las primeras dificultades. Tan acostumbrado estaba a oír el rítmico sonido de las bombas, que casi podía determinar individualmente la marcha y funcionamiento de cada una de ellas y su contribución al sonido mezclado del conjunto. De no haber tenido un oído tan crítico, muy bien pudo haber perdido el imperceptible fallo de su ritmo. De hecho, tan corto fue el período anterior a su recuperación que los cortacircuitos no tuvieron tiempo de reaccionar antes de que la corriente fuese restaurada y sostenida de nuevo.
Refunfuñando, se olvidó de la misión emprendida y se volvió a la sala de energía eléctrica, donde la corriente procedente del cable que la recogía de la línea del ferrocarril era dividida y la energía convenientemente transformada para suministrar las complejas necesidades de la estación. Nada parecía fuera de lugar; los calibradores no mostraban más que las luces usuales y todos los aisladores y cortacircuitos fríos y en orden. Aquello le condujo a asumir que el fallo procedía del suministro y que nada tenía que ver con su propia instalación. Frunció el entrecejo ante semejante implicación.
El suministro de electricidad era enviado mediante los conductores que también servían para la línea del ferrocarril flotante y el alimentador de la comunicación múltiplex, en la Estación Siete, aproximadamente a ciento cincuenta kilómetros al norte, mediante la precaria cadena de flotadores que constituía su único eslabón con Lamedah. Puesto que en sí mismo, el suministrador de energía era un reactor atómico de plasma oscilante MHD y por tanto, no verosímilmente sujeto en sí mismo a variaciones caprichosas en su producción, la falta probablemente yacía bien con el equipo asociado a la Estación núm. 16, o, tal vez, lo más posible, y más potencialmente desastroso, con el estado del propio tendido del ferrocarril.
Blick no se había figurado nunca que nada serio pudiera afectar en forma de una catástrofe de importancia el funcionamiento de la línea. La cuestión económica era la que había dictado por sí sola que la distancia a recorrer por la línea de suministro fuese tendida mediante tres barras paralelas de oro revestidas de acero desde la Base de Lamedah hasta la Estación núm. 60, llevando la energía, el transporte y la comunicación simultáneamente a lo largo de la cadena de flotadores que era el cordón umbilical único y un tanto incierto que alimentaba las sesenta estaciones de la línea. Max Colindale, el Director General de la Compañía «Minas y Minerales Transgalácticos» disponía de todo un archivo de los comentarios e informes de Blick sobre la disposición general de las instalaciones y en el encabezamiento del archivo, de haberlo podido ver, hubiera hecho que Blick se hubiera resignado inmediatamente ante su lectura.
* * *
Con el múltiplex fuera de servicio, la única comunicación que quedaba en circuito hasta la Estación núm. 60 era un dispositivo sónico que había sido originalmente instalado por el equipo de construcción con el propósito de comparar las velocidades de la deriva. La Estación núm. 60, al final de la cadena, a unos cinco kilómetros y medio de distancia, era entonces utilizada sólo como un laboratorio de campo ecológico bajo el control de Martha Sorenson, la doctora en biología planetaria. Por razones puramente personales y emocionales, las manos de Blick temblaron ligeramente al levantar el receptor del instrumento que tenía sobre su mesa de trabajo. Hacía ya mucho tiempo que lo había utilizado por última vez. Tras unos breves instantes de vacilación, levantó el receptor definitivamente y tomó asiento, sintiéndose aliviado al escuchar el chasquido que significaba que se establecía la correspondiente comunicación.
—¿Martha?
—¿Y a quién más esperabas encontrar? —Unas pocas palabras solamente, pero las inflexiones de la voz parecieron alterar la frecuencia del instrumento. La asociación de ideas, hizo el resto.
—Soy Blick —dijo éste, inútilmente, sabiendo, además, que nadie sino él mismo podía hallarse en aquel sitio.
Con un gesto de comprensión, ella dejó pasar unos instantes para que Blick se recuperase de su momentánea confusión, hasta que continuó:
—Mira, Martha, hay algo que va mal con la línea entre aquí y la Base. El tren lleva ya diecisiete horas de retraso y me encuentro imposibilitado de comunicarme con la Base ni con nadie, con el múltiplex fuera de servicio.
—Ya lo sé —repuso Martha—. Intenté enviar mis informes por el telefax; pero también el sistema está totalmente descompuesto. Además, la corriente llega de forma errática. ¿Qué supones que debe ir mal, Blick?
—La energía se inyecta en la línea en la Estación núm. 16; pero el múltiplex continúa hasta la Base. Esto sugiere dificultades o bien cerca o en la misma Estación número 16 o junto a la propia Base. Si recuerdo bien, existe un valle submarino que cruza por allí en alguna parte.
—Sí, son las profundidades de Anapolis. Yo misma hice una inspección biológica en aquella zona el año pasado. Existen en esa zona capas de alta velocidad, en muchos puntos. Tal vez alguna de ellas haya surgido hasta la superficie.
—Quizás. Pero es un mal negocio si la línea se ha roto por completo. No queda ya ningún equipo de construcción en este mundo en que nos hallamos y el de mantenimiento de la Base no está equipado para enfrentarse con algo tan grande.
—¿Crees tú que es realmente algo grande?
—Me temo que pudiera ser. Un flotador sumergido sólo llevaría unas pocas horas en ser reemplazado; pero diecisiete horas necesitan ya una larga explicación. Si se trata de una ruptura de grandes dimensiones llevará semanas en ser reparada, y si se precisan auxilios del exterior se llevaría un mes antes de que pudieran llegar hasta aquí. ¿Qué tal te encuentras de alimentos?
—Para unos tres días aproximadamente, si me como las conservas que voy dejando como ahorro.
—Más o menos, yo estoy en iguales condiciones. Mira, si la situación no cambia antes de la caída de la noche, sugiero que nos marchemos a pie. Cuanto más pronto lo hagamos, mejor estaremos en condiciones de ser auxiliados por el camino.
—Sí, creo que tienes razón —dijo Martha—, pero seguramente que podrán alcanzarnos de alguna forma antes de que exista un peligro verdaderamente serio. Tienen muchos botes en la Base.
—Bueno, son demasiado ligeros de peso e inútiles para bogar contra la deriva de las rocas de sílice espumosa en esta época del año. Lo mejor que tienen disponible no es capaz de navegar contra corriente a más de cinco kilómetros por hora y nos encontramos a doscientos de la Base, hacia el sur. En aquella región, las corrientes prevalecen en la medida de unos siete kilómetros por hora y se desplazan al nornoroeste, por lo que no podrían alcanzarnos aunque se lo propusieran. Y si se ha producido una ruptura en la superficie de Anapolis por alteración de sus profundidades, tenemos que asumir que lo haga hacia el oeste, lo que hace de esta situación algo sin esperanza posible.
—Tienes razón, por supuesto —repuso Martha—. Nunca me detuve a pensar qué precaria era nuestra situación aquí.
—Yo sí lo hice —dijo Blick—. Ya tuve una bronca con Max Colindale respecto al particular y casi llegó a romper mi contrato a causa de ella. Parecía como si yo me hubiese levantado en armas contra lo que él llama la probabilidad estadística, lo que probaba para su satisfacción personal que mis posibilidades de morir de hambre, solo y olvidado aquí, eran ligeramente iguales a las de morir de cualquier otra cosa y en cualquier otro lugar de la Galaxia, con todas las formas combinadas de la fatalidad. Por tanto, ¿por qué tenía que quejarme? Estaba haciéndome un favor, nada menos...
Martha comenzó a reír.
—¡Mi pobre Blick! Puedo imaginarme tu reacción cuando te dijo tal cosa. Lo que no he podido comprender realmente nunca es, en primer lugar, por qué viniste aquí.
—¿De veras que no puedes, Martha? —preguntó Blick con una nota de tristeza en la voz.
Ella dejó de reír en el acto.
—Lo sé, Blick. Pero fue algo estúpido el hacerlo. Ambos sabemos que nunca puede haber nada entre nosotros... no mientras tengas una esposa y una familia que te ama con el mismo cariño que tú les dedicas. Yo ya he sufrido mucho por una situación parecida, ¿recuerdas? No puedes pedirme que yo sea el instrumento que hiera tu vida o la de ellos. Tú eres un hombre realmente encantador, todos vosotros lo sois.
—Esa es mi desgracia en la vida —repuso Blick—, el ser condenadamente encantador y estar implicado con gentes que lo son también. Es una falta positiva. Es todo lo absurdo, falto de caridad, sin conciencia y endemoniado que tiene esta vida y que lo destroza todo.
—Sé lo que quieres decir —dijo entonces Martha muy en serio—. No sabes cuántas veces he tenido esa misma discusión conmigo misma. Ha habido veces, cuando más herida me he sentido por lo absurdo de esta vida, en que he estado dispuesta a tirarlo todo por la borda, aplastar mis escrúpulos e irme contigo, sin considerar las consecuencias.
—Gracias por esos arranques, de todos modos. Te llamaré de nuevo antes del anochecer a menos que haya ocurrido algo antes.
Se cortó la comunicación y se echó hacia atrás, agradecido por la primera vez que el teléfono alimentado por el sonido no tuviese la imagen en funcionamiento, debido al fallo del múltiplex. No quería que nadie, y mucho menos Martha, le hubiera visto en aquel estado de ánimo.
* * *
La corriente eléctrica continuó hasta mediada la tarde. El fallo que se hacía esperar, llegó previas dos interrupciones espectaculares, que dejó sin vida todos los pequeños cortacircuitos automáticos en las instalaciones de Blick. Blick no se molestó en volver a poner en marcha el equipo privado ya de su elemento vital, sino que se limitó a cerrar las válvulas aislando las columnas del agua, el regenerante y los tanques de concentrado. No había cuestión en seguir produciendo más concentrados, ya que el programa posible de entrega estaba fuera de todo control y sin medios de transporte resultaba inverosímilmente factible.
El sistema múltiplex continuó sin vida. Blick consideró brevemente el romper el equipo, abrirlo y recuperar los suficientes componentes como para construir un pequeño transmisor Morse. Pero después de una detenida consideración del problema, cayó en la cuenta de que no necesitaba un transmisor, sino un receptor. La Base no tendría otro remedio que estar bien alerta de lo que estaba sucediendo y de la posición de toda la cadena de estaciones, y era la información de la Base la que precisaba y no al contrario. Ciertamente que no tenía tampoco ni el conocimiento ni las facilidades precisas para construir un receptor capaz de hacer comprensibles las transmisiones tan complejas y comprimidas que usualmente solía emitir con el sistema múltiplex y que la Base captaba con su transmisor de espacio profundo, incluso en el caso de que la situación ionosférica estuviese en condiciones, en aquella región del planeta, para que las transmisiones que eventualmente hubiese intentado enviar se hicieran realidad.
El fallo final de la electricidad, hizo algo estéril de todas aquellas especulaciones. Esta vez no se produjo un corte instantáneo de la corriente, sino una disminución lenta tanto de potencial como de frecuencia, que Blick reconoció como el naufragio del reactor MHD, hasta cesar toda oscilación y el plasma quedó extinguido. Aquel particular modo de fallar la corriente, sugería una medida de urgencia para asegurar la propia existencia del reactor más bien que una calculada medida de ingeniería producida por un fallo en su funcionamiento.
Mirando hacia el norte y a lo largo de la cadena de estaciones, no pudo apreciar nada de interés, excepto la perspectiva de convergencia de las líneas del ferrocarril, que aparecían curvadas más de lo usual en su deriva de componente oeste. Liberado del ruido de las bombas en su continuo trabajo, la estación quedó como envuelta en un manto de imponente silencio. El cielo blanco del planeta, teñido ligeramente de color naranja, daba el aspecto opresivo de hallarse mucho más bajo. Por primera vez se apercibió del ligero entrechocar de las rocas espumosas de sílice a lo largo de los bordes de las plataformas de la estación y el suave murmullo de la pequeña fauna moviéndose a gran velocidad entre el ambiente, como evitando el trastorno producido en su pequeño mundo, insustancial y reducido.
Volviendo a la cabina, estaba a punto de desmontar el teléfono alimentado por ondas sónicas hacia la Estación número 60, cuando el instrumento sonó bajo sus dedos, proporcionándole una verdadera sorpresa, que experimentó más como algo físico que sicológico.
—¿Qué vamos a hacer, Blick?
—Pues no creo que haya mucho, Martha, sino esperar. Ahora se ha ido toda la corriente y pienso que podemos asumir que existe una ruptura de mayor consideración en la línea, que debe necesitar una larga reparación. Es posible que los ingenieros de la Base se las arreglen para conseguirlo; pero dudo que puedan cruzar las aguas sin botes apropiados, cosa que habría que esperar se nos enviara desde el exterior y de alguna parte del espacio en los alrededores de este sistema. Creo que para un equipo adecuado, sería preciso esperar que viniese procedente de Delta V.
—¡Pero eso se llevaría un mes por lo menos! —exclamó Martha intentando adaptarse a la situación. Blick no hizo nada para suavizar la certeza y la dura realidad de la situación.
—Así es. Todo ese tiempo. Puede que consigan suministros de emergencia para nosotros, tal vez no. Dependerá de si pueden cruzar la distancia que nos separa o de que haya alguna locomotora de este lado de la ruptura y de si pueden por sí mismos restaurar y volver a poner en marcha el generador para disponer de corriente que les traiga hasta aquí. Dado tal número de factores desconocidos y una completa falta de información, nuestra única salida es prepararnos inmediatamente para lo peor.
—Entonces... ¿qué sugieres? —preguntó Martha.
—Primero que nos reunamos aquí y veamos con qué alimentos contamos disponibles. Calcularemos alguna especie de racionamiento que nos proporcione una posibilidad de sobrevivir por un período máximo.
—¡Jua! —repuso Martha riendo—. ¿En qué clase de bienestar estamos interesados? No veo realmente cómo mejoraría yendo yo a tu estación que viniendo tú a la mía, y racionarme aquí tan bien como en cualquier parte. Aparte de las perspectivas sociales, dame una buena razón de por qué debo yo ir a tu estación y no venir tú a la mía.
—En una palabra —se apresuró a responder Blick—: El agua. Tu suministro está limitado a tu tanque, que debe ser recargado por el tren que no llegará. Calculo que dispondrás de agua para dos días a mano, como máximo, a menos que abandones el lujo de lavarte, en cuyo caso te alcanzaría para una semana. Aquí puedo utilizar mis columnas de resina para producir tanta agua pura del mar como haga falta, sin limitación. Puedes quedarte ahí, si quieres; pero recuerda a dónde dirigirte cuando estés sedienta.
—Podría hacerlo igual aunque fueses capaz de hacer que esas columnas produjesen ginebra; pero si piensas que voy a darme un paseo de cinco kilómetros sólo para beber agua es que no conoces a Martha Sorenson.
—¿Cuánta agua te queda, Martha?
Ella permaneció silenciosa por un instante.
—Ninguna, y lo sabes condenadamente bien, Blick.
—¡Oh! Iré y te echaré una mano con los suministros. ¿Debo ir esta noche o por la mañana?
—Mejor es que vengas por la mañana, Blick. Tengo algo que hacer aquí antes de marcharme y dejarme esto. Debo arreglar algo.
—¿Tal como qué cosa?
—Yo misma —repuso Martha colgando el teléfono.
* * *
La única forma de llegar a la Estación 60 era caminando toda la distancia sobre el borde difícil del tendido del ferrocarril sobre el océano. Cuando llegó, Martha había empaquetado las cosas y estaba esperándole. De una forma sensible, ella había limitado el peso al mínimo posible de los efectos personales, aparte de todo el alimento disponible, aunque éste ciertamente resultada terriblemente escaso. Su reunión fue sincera, aunque desprovista de especiales demostraciones emocionales e inhibida por una reserva que ninguno de los dos se cuidó de explicar.
Aunque se habían hablado brevemente por el sistema sónico, no se habían visto personalmente el uno al otro hacía ya ocho meses. Blick sintió una dolorosa sensación al comprobar que el tiempo había puesto las primeras trazas de cansancio y dureza sobre un rostro amado y que recordaba juvenil y lleno de vida. Comprobó tales cosas por comparación sólo con su propia memoria. Cuando volvió a mirarla de nuevo sólo vio una cierta madurez y la intensidad de su presencia, cualidades propias de Martha. No obstante, algo en su interior dijo a Blick que ocultaba algo amargo, triste y que debía hacerla sufrir.
El borde de la línea de ferrocarril no estaba diseñado para el tráfico pedestre, siendo principalmente de travesaños de vigas de alguna aleación especial, con aberturas peligrosas para tener que ser salvadas a pie, por lo que necesariamente Blick tuvo que echarse a la espalda casi todo el peso. Martha experimentó ya de por sí bastantes dificultades con una pequeña caja que llevaba en la mano y que finalmente Blick tuvo también que tomarla en aquellos cinco kilómetros y medio de extensión. Los dos llegaron cansados y doloridos al final de la prueba.
En la cabina de la Estación 59 ella descansó durante algún tiempo, mientras que Blick comenzó a preparar una comida ligera, ya que ninguno de los dos había desayunado. Martha se incorporó al cabo de unos minutos y comenzó a explorar la cabina y examinando los toques personales y curiosidades que Blick había añadido a la estructura. Blick era un individualista, de humor cambiante y algo excéntrico, incluso consigo mismo, y su especial y enigmática inteligencia y falta de ortodoxia se veía retratada por todas partes en forma de una barahúnda de cosas científicas y sentimentales que llevaba consigo a todas partes, y en aquel caso, a lo que era su vivienda en Hebrón V. Finalmente, sobre la mesa de despacho, Martha encontró enmarcadas las fotografías de su esposa y sus hijos. Blick la vio, y tomando las fotografías las puso deliberadamente boca abajo. Ella volvió a ponerlas en su sitio firmemente y se encaró con él.
—Sabes, Blick... ésta es la primera vez que te haya visto incluso pensar deslealmente hacia tu esposa.
Blick se apartó un mechón de cabellos que le caía sobre la frente.
—Es una cosa curiosa, Martha; pero en todo el tiempo que te he amado nunca me he sentido desleal. Lo que siento por ti y lo que siento por ella no son la misma clase de emociones, en absoluto. ¿Cuál es la expresión? ¿Cuando el amor ha cambiado hacia la bondad? Eso es lo que siempre ha existido entre ella y yo, océanos de bondad. Eso es siempre lo que yo creí que era el amor, hasta que te conocí.
—¿Y sigues todavía queriéndome tanto? —La pregunta implicaba una interesada compasión.
Blick hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.
—Yo puedo ser un condenado estúpido; pero al menos lo soy de una forma consistente.
—No deberías seguir atormentándote de esa forma, Blick, Una y otra vez te he repetido que me olvidaras.
—¿Olvidar? —Y Blick sonrió cansadamente—. ¿Y qué diablos supones que he estado intentando hacer? Dios mío, ojalá pudiera hacerlocon tanta facilidad...
Ella ocultó sus emociones y se volvió hacia la ventana.
—No, y en cierta forma me alegro de que así sea. Yo tampoco he podido olvidarte, Blick. Esto muestra una vez más que los que creen merecer algo no siempre consiguen lo que creen merecer...
* * *
Sobre la cubierta de la inmensa balsa ella miró maravillada a los tanques y a las altas columnas y la masa de válvulas y tuberías que constituían la instalación.
—¿Y qué es lo que haces aquí, Blick?
—Bombear y extraer del mar corrientes de líquidos que lleven materiales selectos y utilizar las técnicas de los cambios iónicos con las que separarlos parcialmente y después concentrar el metal en soluciones salinas para la subsiguiente extracción y refinamiento en Lamedah.
—Ah, eso tiene que ver con los vagones-tanques del ferrocarril. De todas formas, ¿qué es el cambio iónico?
—Nada nuevo —dijo Blick—. Está siendo utilizado en suavizadores de agua regenerables desde el año de María Castaña. Básicamente, las columnas están llenas de glóbulos diminutos de resinas especiales. Estas resinas son insolubles; pero contienen aniones y cationes libres capaces de ser cambiados por otros iones procedentes de una solución con los cuales están en contacto. El proceso es reversible y así, mediante tan fácil tratamiento químico, los primeros iones pueden ser reemplazados en la resina y los iones que la resina ha captado son desplazados y pueden ser recogidos en forma de un concentrado sólido.
—¡Uff! —exclamó Martha—. Vas mucho más allá de lo que yo pueda entender en todo eso, Blick. Tradúcemelo, por favor.
—Te pondré un simple ejemplo —dijo Blick—, con el cual también verás por qué se utiliza tal sistema. Ésta es la región del cobre en Hebrón V y algunas de sus corrientes marinas arrastran una buena cantidad pura, pero diluida en solución de sales de cobre en el agua. En la práctica, la concentración de cobre en esas corrientes marinas es tan baja que intentar extraer el cobre de la corriente por los métodos usuales de cementación o electrólisis constituiría un costoso e ineficiente negocio. Pero si yo hago pasar el líquido diluido a través de una columna con cationes, los iones del cobre permanecerán en la resina, mientras que el radical con el que se encuentra combinado pasará y saldrá de la columna juntamente con cualesquiera otros iones que el cobre haya desplazado por sí mismo... en este caso hidrógeno.
—Ya comprendo, así cuando terminas con una columna te encuentras que sólo contiene todos los iones del cobre, ¿no es así?
—Esencialmente, sí. Si entonces yo le añado en una fuerte cantidad ácido sulfúrico a la columna, el cobre se desplaza, se combina con el sulfato radical y sale fuera de la columna como una solución concentrada de sulfato de cobre, en cuya forma está magníficamente dispuesto para su electrorrefinamiento. El acto de pasar el ácido a través de la columna vuelve la resina a su forma original y todo el ciclo vuelve a repetirse. En el curso del electrorrefinamiento en Lamedah, incluso el ácido sulfúrico se recobra y se devuelve para volver a utilizarlo, por lo que el gasto de material es insignificante. Virtualmente, conseguimos el cobre por poco más que el costo de la electricidad que se consume en el bombeo, en el transporte y en el refinamiento.
—No es de extrañar que Max Colindale pueda permitirse el lujo de fumar tales cigarros, tan grandes y tan costosos. Y ese proceso... ¿es bueno para cualquier metal?
—Para la mayor parte. Con diferentes resinas se consigue una amplia selectividad para ciertos grupos de iones y estamos aprendiendo cada vez más cómo prepararlas a la medida exacta para su máxima selectividad. Mediante un cuidadoso proceso de elección de la resina podemos aislar y concentrar un metal con preferencia a los demás, aunque se produzca alguna mezcla, especialmente cuando se trabaja en una corriente contaminada.
—¿Y puedes recobrar los concentrados simplemente por regeneración de la columna?
—En su mayor parte. Algunos, como el que es receptivo casi exclusivamente para el oro, no puede ser regenerado, por lo que hay que recobrar el oro quemando las resinas. Lo mismo puede aplicarse al grupo del platino con resinas específicas y el nuevamente desarrollado valedero para los elementos transuránicos. Pero por lo general la regeneración basta, e incluso se dispone de regenerante a elección para producir cloruros, sulfatos o la forma más deseada o conveniente de formas salinas.
—Parece increíble —comentó Martha— que con tan sólo unos cuantos tubos y bombas puedas hacer todo esto...
—Bueno, esto es sólo el principio —continuó Blick—. Estamos trabajando ahora en utilizar membranas selectivas de cambio iónico, emparejadas con la electro-ósmosis y la técnica de la electrocromatografía para suministrar y proveer una completa separación de cualquier elemento presente en una solución. El proceso es análogo al que sospechamos que ocurre en los cinturones profundos de los océanos, el mecanismo natural que produce las corrientes metálicas procedentes de las mezclas del océano. Si lo sacamos a la luz estaremos en condiciones de diseñar una planta que pueda tomar el líquido del mineral mezclado y dividirlo completamente en sus sales puras separadas. Y se habrá terminado la caza en busca de razonables concentraciones de corrientes que contengan metal, bastará con sentarse y accionar las bombas.
—¿Amas tu trabajo, no es cierto, Blick? —preguntó Martha, captada por el entusiasmo de Blick.
Blick se encogió de hombros.
—Es una válvula de escape. Es como tener algo en lo cual sublimar las propias energías cuando no puede tenerse lo que se desea. Y tú sabes muy bien lo que quiero y lo que deseo.
Martha frunció el ceño y se alejó un poco.
—No te estás comportando muy limpiamente conmigo, Blick.
—Lo sé. A veces incluso yo mismo me sorprendo. Yo no estoy fabricado para manejar emociones tan grandes como ésta. Nunca sé completamente cuál es la forma correcta de responder.
—Eres encantador —dijo ella—. Especialmente cuando pareces tan perdido y tan solo... Si alguna vez cambio de opinión, estoy segura de hacértelo saber.
—Sabes muy bien que no tengo poder para resistirte, en absoluto.
—Por eso es por lo que estoy intentando ser fuerte por los dos. No puedes jugar a tontas y a locas con el futuro de tu familia, Blick, por unas pocas horas de placer. Nunca dejarías de odiarte y odiarme. Es un riesgo demasiado grande por tan poca recompensa, por mucho que se desee...
—No me hagas sentirme equivocado, Martha. Excepto cuando estoy haciendo un turno de trabajo aquí, nunca ardo en deseos de amor, de afección o de sexo. Llevo una vida normal, feliz, de hombre casado, y aunque no la llevara, seguiría existiendo algo muy fuerte dentro de mí, que nada tiene que ver con eso y que no es la causa aparente de que te parezca a ti que sólo voy persiguiéndote como un perro hambriento. Mi hambre privada y permanente es algo más específico: te necesito a ti, a ti solamente y no hay nada ni nadie más que pueda satisfacer ese profundo deseo que jamás se apaga en mí. Tú haces más por mí con una palabra o una sonrisa de lo que cualquier otra persona pudiera hacer con algún acto humano. Mi sed de ti no es un látigo que me tortura, es un hecho primario de mi propia vida.
Sacando un paquete de cigarrillos, ella tomó uno para sí y alargó otro a Blick. Blick sacó una cerilla. Ella sostuvo las manos de Blick con las suyas mientras recibía la luz de la cerilla, sosteniéndolas un poco más de lo necesario. Blick sostuvo la cerilla hasta que el fuego comenzó a quemarle los dedos, pretendiendo no darse cuenta del dolor hasta que al final se vio obligado a dejarla caer al suelo.
—¿Qué esperarías si persistes en jugar con fuego?
Blick la miró con una expresión a medio camino entre la pasión y el sentirse miserable.
—Fuego —repuso—. No sabes cuan apta es esa misma palabra. Martha, aunque sólo fuese por una vez, ¿no podríamos...?
—No, Blick. Ni siquiera una vez. Si comienza entre nosotros un asunto de esta índole, ambos caeríamos tan profundamente que ninguno de los dos sería capaz de retirarnos de nuevo. Tú ya estás demasiado implicado emocionalmente para tener la responsabilidad de las consecuencias, y una vez que yo te tuviera, jamás te dejaría ir de nuevo. No podría de ningún modo. En el amor necesito seguridad... a falta de mejor palabra, un sentido de permanencia. Necesito dar tanto como recibir, y Blick, querido... ¡tengo algo tan terriblemente grande que dar!
Blick la miró extraviado durante unos segundos.
—¡Entonces, dámelo! Por favor, cariño...
—No, Blick. No sería jugar limpio con ella y con tus hijos. Un día, tal vez, estaré mejor con mi conciencia; pero hasta entonces...
—Pero ¿dónde está el daño que pueda hacerse a nadie? Estamos solos y probablemente estaremos así por algún tiempo. Nadie lo sabrá jamás.
—Lo sabemos nosotros. Tú y yo. ¿No es bastante?
—¡Maldita sea! —exclamó Blick, descompuesto—. En toda mi vida oí jamás nada tan completamente... ¡juicioso!
* * *
Después llegaron los días de la espera; el otear sin fin de la línea, intentando a cada instante el múltiplex, esperando el imposible sonido de los motores y las máquinas o la aparición de un flotador volante o de algún bote. A despecho de su racionamiento, el alimento se había acabado completamente al décimo día desde que el tren faltó por primera vez, consumiendo las últimas miserables migajas en el desayuno.
Los siguientes días fueron de verdadera agonía hasta que el hambre pareció quedar reducida al vacío de una continua muerte por consunción. Aquella prueba era terrible y dura para Martha, puesto que normalmente siempre había dispuesto de pocas reservas de alimento. Para Blick el infierno fue mayor, ya que, aunque estaba en mejor forma para enfrentarse a la desnutrición, su angustia mental, viendo a Martha sufrir de aquella forma, hizo una profunda mella en su estado emocional, haciéndole despertarse durante la noche, atacado de terribles pesadillas.
Y ninguna ayuda les llegaba.
Permanecieron por nueve días más sin ningún alimento, nueve días eternos, inimaginables, en que mentalmente no podían separar el recuerdo de uno respecto al otro con una visión retrospectiva. Entonces, Blick salió de su semiintrospectivo estado de reflexión con una notable actitud de propósito.
—Esto se ha acabado, Martha. Tenemos que marcharnos de aquí, de la forma que sea. No dudo de que estén haciendo lo que pueden en la Base, pero seguramente están esperando equipo procedente de Delta V y el tiempo mínimo para que llegue es de siete días. A esto hay que añadir varios días más para que puedan llegar hasta nosotros. No vamos a estar en muy buena forma para ese momento, especialmente tú. Es un riesgo que no me atrevo a afrontar.
—¿Qué te parece ir andando por la línea del ferrocarril tan lejos como podamos?
—El andar no es posible en algunas secciones y de todas formas no resolverá absolutamente nada, a menos que podamos cruzar la ruptura, allí donde se haya producido. No puedo ni imaginar siquiera lo que es luchar por cubrir doscientos kilómetros casi en nuestra presente condición, y seguramente nos será imposible salvar el obstáculo de la ruptura donde se haya producido. Aquí, al menos, tenemos refugios, agua y algunas facilidades que no encontraríamos en ningún lugar de la línea.
—Entonces, ¿para qué hablar de marcharnos de aquí? —repuso ella con cierta acritud, propia de su situación y que lamentó casi en el acto de haberse pronunciado en semejante tono frente a Blick.
—Podríamos hacerlo en un bote —repuso él—. La deriva está corrigiéndose tendiendo hacia el Norte y por tanto la corriente que cruza Anápolis se está probablemente sumergiendo de nuevo, aunque lentamente. De continuar así, la deriva irá casi en derecho y continuamente desde aquí hasta las aguas de la Base en pocos días de tiempo.
—No creo que nos sirva de mucho un bote. ¿Estás seguro de que no podemos libertar una de las plataformas?
—Ni la menor esperanza. He empleado varios días intentando eso precisamente. Están profundamente ancladas al fondo en el lecho rocoso del mar. Incluso, aunque dispusiera de herramientas apropiadas, tampoco podría conseguirlo porque las cadenas de las amarras submarinas están por debajo de las plataformas. Nadie, a menos que dispusiera de un buen equipo de inmersión, podría tener la esperanza de soltar una. No, la respuesta es un bote.
—Y... ¿cómo piensas conseguirte un bote, Blick?
A despecho de sí misma, sintió que de nuevo volvía a ella el sentido de la intolerancia.
—Lo construiremos —repuso Blick—. No estoy muy seguro de cómo hacerlo, pero tiene que haber una forma, y si existe, la encontraré. Traté de cortar un tanque de almacenamiento, pero sin las herramientas precisas es algo imposible. No hay nada aprovechable y lo único prometedor está anclado al fondo del mar. Por tanto, lo que necesito es una forma de construir un bote sin herramientas y sin ninguna materia prima. Y tengo que conseguirlo en pocos días o ver cómo te mueres de hambre.
Ella le miró compasivamente.
—No te tortures, Blick. Ya has hecho lo humanamente posible. Tengas éxito o no, tienes que saber que eres la persona más maravillosa que jamás haya conocido.
—Bueno, y ahora que estamos un poco en estado de ánimo para cumplidos, ¿te he dicho alguna vez que sigues siendo la criatura más maravillosa que hay en el universo?
—Sí, con frecuencia.
—Eso es lo que pensé siempre —dijo Blick con tristeza—. ¡Diablos, que siempre tenga que estar en condiciones de olvidarte!
Sus ojos se encontraron por unos instantes, y después Blick salió a la puerta, frotándose la barbilla pensativamente. Momentos después estaba de vuelta, excitado por una nueva idea.
—Martha, ¿tienes alguna cera disponible allá en la Estación 60?
—¿Cera? Sí, debe haber aproximadamente un centenar de kilos. Durante la primavera empleé mucho tiempo haciendo nidos de reclamo para alentar el emparejamiento de alguna especie de la fauna local.
—Con cien kilos podría hacerse fácilmente. Voy a ir en su busca. Estaré de vuelta en cinco horas.
—¿Llevando a cuestas cien kilos?
—No, vendrá flotando. Lo embalaré todo, lo echaré al agua y tiraré del paquete con una cuerda.
—Sí, claro que sí es posible. Pero ¿qué se te ha ocurrido, Blick? Ésta no es la estación de emparejamiento, incluso para los animales locales.
—Tal vez no, pero no pienso dedicar a sus dificultades personales la menor importancia. Es que creo tener a la mano cuanta materia prima es necesaria para la construcción de un bote salvavidas.
—¿De veras?
—Sí. Solución de sulfato de cobre... miles de galones...
—Puede que sea un poco torpe —dijo Martha—, pero todavía no acabo de ver de qué forma vas a construir ese bote.
—Con cera. Esa es la cosa que necesito. Mira, voy a darme prisa para ver la forma de estar aquí antes del anochecer.
—Si piensas que vas a construir un bote con cera, es que estás volviéndote rematadamente loco.
—No sueñes en intentarlo. Te lo explicaré todo más tarde. —Y se volvió para marcharse.
—¡Blick!
—¿Sí?
—Ten mucho cuidado, cariño. No podría soportar la idea de perderte...
* * *
Martha miró la cera con ojo crítico.
—Sigo sin saber ni tener la menor idea de qué es lo que vas a hacer con la cera.
—Voy a moldear la forma hueca de un bote, un molde en donde pueda hacerse un bote.
Martha se encogió de hombros.
—Supongo que sabrás lo que estás haciendo.
—Estoy haciendo la única cosa que es posible, Martha. Ahora, remángate esos brazos y échame una mano. Este bote llevará unos días en terminarse y no disponemos de muchos.
La mañana era un resplandor teñido de naranja y el sol primario era visible sólo como un fuego rojizo contra aquel cielo sin alteraciones en ninguna parte. El día no era demasiado caluroso. Ella tomó un bloque de cera y lo examinó. Era algo amorfo y quebradizo.
—No podrás manejar esto, Blick, a menos que lo calientes antes.
—Ya lo había pensado —repuso Blick, casi irritado, mientras que a toda prisa y con gestos rápidos calculaba medidas sobre el suelo—. Hazme el favor de tomar unos cubos de plástico y poner un bloque de cera en cada uno de ellos, después los pones en uno de los tanques bajos de ahí enfrente. Con un poco de agua y ácido sulfúrico concentrado mezclado en el tanque tendremos inmediatamente el calor que precisamos.
—¿Piensas en todo, verdad? ¿Eres siempre tan condenadamente inteligente?
—Excepto en el amor.
Martha se alejó silenciosa en busca de los cubos.
Para el mediodía, la mayor parte de la cera se había reblandecido, con lo que el trabajo podía comenzar. Martha aprendió a operar con las proporciones justas de agua y ácido en las válvulas del tanque y mantener constante el flujo de precalentamiento de los bloques de cera.
Blick, con toda una serie de herramientas heterodoxas, fue diestramente reuniendo los bloques y trabajándolos hasta ir dándoles poco a poco la forma deseada del molde y suavizando el interior mediante un frotamiento regular y delicado hasta hacer de aquella superficie algo liso, con objeto de convertirlo a prueba de agua sin grieta alguna, frotando y raspando. Ocasionalmente pasaba un fino alambre desde el interior al exterior, sellándolo como un precinto en el lugar adecuado. Martha observaba cómo trabajaban sus rápidas manos, hábiles y capaces con verdadera fascinación y de qué forma adquirían una nueva destreza en aquella artesanía tan poco familiar y conocida por el químico, dándose cuenta de lo mucho que Blick era capaz de transmitir por un simple gesto de sus manos. La idea hizo que le temblaran las suyas, incluso más que las reacciones al hambre que estaba sufriendo.
El trabajo estaba hecho al amanecer. El molde, de un tamaño razonable, aunque heterodoxo, hecho a mano para dos personas, estaba completado. Blick maldijo expresivamente la pérdida de luz, que le robaba la oportunidad de continuar al siguiente estadio de su plan de trabajo, pero sin corriente eléctrica y sin medios de proporcionársela de ningún modo, el cese del trabajo era algo inevitable.
Construyó dos velas de una forma ruda y elemental y se retiró al laboratorio para continuar meticulosamente durante varias horas más pensando y mezclando productos químicos. Si llegó a dormirse del todo, tuvo que haber sido por poco tiempo sobre su silla, ya que Martha disponía de la cabina para ella sola, y cuando despertó a las primeras luces del alba, Blick ya estaba de nuevo trabajando en su propósito.
Blick había puesto al descubierto una enorme cantidad de alambres de los conductores de la estación y se hallaba enfrascado en el control de los circuitos, enrollando y volviendo a enrollar más y más cables al descubierto en una forma que proclamaba la extrema urgencia temporal de todas aquellas modificaciones.
Ella se aproximó y permaneció junto a él durante un rato; pero comprobando que le resultaría totalmente inútil como ayuda, volvió a la cabina, llenó un vaso de agua y se lo acercó.
Blick le dio las gracias por la acción con una breve expresión moviendo la cabeza y continuó sin detenerse un instante en su trabajo de cortar cable tras cable a una velocidad tal que mostraba su completa familiaridad con los menores detalles del equipo de la estación. Acabó, finalmente, con un par de pesados alambres, lo suficientemente largos como para contornear el molde del bote, uno de los cuales unió a los extremos finales de los finos cables insertos en el molde del casco.
—Fase dos completada —anunció.
—Bien, ahora dime qué es lo que vas a seguir haciendo.
—Voy a proceder a un electromoldeado por galvanoplastia. Vamos a platear el interior de este molde de cera para hacerlo eléctricamente conductivo y después a llenarlo con una solución de sulfato de cobre ligeramente ácida y después a galvanoplastiar una capa lo suficientemente espesa de cobre de la misma solución para que quede formado un bote.
Ella le agarró fuertemente un brazo.
—¿Es que puedes realmente hacer eso, Blick?
Él se encogió de hombros.
—Creo que sí, con un poco de suerte. Nuestra dificultad radica sólo en hacer esto del tamaño conveniente y bajo unas condiciones extremadamente elementales. ¡Y sólo tenemos esta oportunidad!
Ella continuaba todavía preocupada.
—Pero, Blick... necesitas corriente eléctrica para galvanoplastiar. No tenemos corriente eléctrica alguna. La energía nos falta absolutamente.
Blick la miró con calma. En sus ojos enamorados y enfebrecidos surgía una chispa de genio también.
—Debo confesar que también me había preocupado. No tenemos corriente que venga del exterior, ni disponemos de baterías ni acumuladores, y frente a esas dificultades, la totalidad del proyecto estaba aún por nacer. De haber estado solo, creo que lo hubiera dejado todo como estaba y me hubiera tumbado a esperar la muerte poco a poco. Pero... ¡Dios mío! ¡A ti no! Ahí tienes una indicación de lo que tú me inspiras, Martha... Resolví el problema, y en cierta forma creo que no lo encontrarás en ningún libro de texto.
—Continúa —dijo ella mirándole intensamente fascinada. El alivio que daba a Blick el hecho de saber que tenía un plan definido que llevar a cabo era algo maravilloso de ver.
—Hay una forma de hacer que una columna de cambio iónico actúe como una batería... no muy buena, tengo que admitirlo, pero hay muchas columnas con las que poder hacer el trabajo. He modificado los circuitos para que nos suministren una especie de potencial y la corriente que necesitamos, disponiendo de un buen suministro, tanto de ácido y de cobre concentrado en los tanques colectores. Mediante el funcionamiento alternado de esas columnas, revertiendo la polaridad cuando sea necesario, tendremos la precisa cantidad de energía eléctrica que hace falta para terminar esto. Garantizo que éste será el primer bote construido por galvanoplastia y por corriente procedente de las columnas de cambio iónico. Y seguramente el primer bote en su género de todas formas. La totalidad de la idea es demasiado condenadamente ridícula para expresarla en palabras.
Y por unos instantes su humor se hizo la nota dominante.
—Me gusta verte sonreír, Blick —dijo ella—. Deberías hacerlo con más frecuencia.
—No puedo —repuso él—. Demasiadas preocupaciones y frustraciones, demasiada tristeza... y todo ello tiene un nombre: tú, Martha.
—No digas eso, Blick. Haces que lamente el haberte conocido.
—Entonces... ¡No! Todo hombre necesita una pasión que le consuma en su vida y que le fuerce a conocerse a sí mismo, que le conduzca a explorar sus antípodas y que le eleve un poco de lo vulgar, ordinario y sobre la pesada rutina de la vida. Algunos eligen el amontonar dinero, otros el arte, algunos eligen la religión o incluso el martirio. Yo te escogí a ti y que me frían vivo si voy a cambiar mi pasión por esos otros sustitutos de menor cuantía.
—Supongo que no te has detenido nunca a considerar que en realidad yo no soy más que una persona corriente. Yo no valgo la pena en absoluto para la grandeza de que me estás hablando y que creo firmemente.
—No, porque para mí eso no es cierto. —Blick la miró y en sus ojos aparecía una mirada de pura adoración—. ¡Dios mío, no hay palabras que expresen el impacto que hiciste en mi vida! Las palabras solas son incapaces de expresar cuánto te quiero...
Se volvió para irse; pero en un súbito impulso ella le llamó.
—¡Blick! Querido... en el caso de que no consigamos salir de aquí, hay algo que pesa sobre mi conciencia y que quiero decirte ahora.
—No tienes necesidad de hacerlo —repuso él—. Creo que ya lo sé.
—Déjame decírtelo, de todas formas. Blick, querido, eres tan sencillo de corazón y tan maravilloso que no hubieras permitido a tus sentimientos haberlo descubierto por ti mismo. Tú crees que el amor es algo que está hecho en el Cielo o en alguna otra parte así. No lo es. Cuando todo esto comenzó entre nosotros se debió a que yo, deliberadamente, comencé el juego y dejé crecer en ti ese gran amor, alimentándolo y conformándolo hasta que te hallases tan profundamente envuelto en él que ya no tuvieras otra opción que dejarte llevar por él. Yo te hice todo eso, Blick, y no lo hice por amor, sino por curiosidad, porque estaba muy herida y porque necesitaba del tipo de admiración y profundidad de afecto que tú sensitivamente parecías propenso a darme. Estuve utilizándote como un medio de salvar mi propia estimación y para vengarme de las heridas que la vida me ha proferido...
—Continúa.
—Nunca intenté comprometerme demasiado a mí misma, Blick, porque tú no tenías la libertad de darme todas las cosas que perdí cuando mi matrimonio quedó destruido. Pero así y todo tú eras tan receptivo que seguí sordamente tentada a utilizarte como un medio para que la vida me devolviera todo lo que me había robado...
—Pero... ¿llegaste alguna vez a sentirte implicada?
—Sí. Yo, o bien me juzgué equivocadamente, o subestimé tu condenada constancia para el amor. Y llegué a verme atrapada en mi propia red, y por esa razón no podía infligir a tu matrimonio lo que alguien había hecho con el mío. Pero todavía sigo hiriéndote... No tenía idea que tú llegases a implicarte tan profundamente y por tanto tiempo. Y lo endemoniado de todo esto es que... nunca te permití olvidar. Yo creé ese amor en ti y desde entonces lo he alimentado, dejando siempre un resquicio de promesa que nunca sería completada. Ello me hacía sentirme... alguien, al tener tal clase de devoción hacia mi persona. Necesitaba tu amor, Blick, y sigo necesitándolo. Pero... ¿podrás ahora perdonarme por lo que te ha costado todo esto?
—No es cuestión de tener nada que perdonar —repuso Blick gentilmente—. Tú me has dado algo de lo mejor y la mayor parte de las horas más negras de mi vida; pero tienes que saber que no hubiera dejado perder una de esas horas por nada del mundo. Tienes que saber que tu amor está tan arraigado en mi corazón que sólo alguien tan herida, tan humana, tan extraviada y tan deseable como tú, podría satisfacerlo y cumplir tal deseo. ¡Dios mío! Te he querido como nadie jamás haya querido a cualquiera antes.
Blick se encaminó deliberadamente hacia el laboratorio, donde los reactivos de plateado que había preparado durante la noche se hallaban ya dispuestos para ser utilizados. Martha permaneció durante un largo rato sumida en su conflicto mental, mirando el molde del bote y después a aquellas dulces aguas del jardín flotante y finalmente en la dirección lejana de la Base de Lamedah, que para ella era el sinónimo de la influencia de los mundos exteriores. Después, tomando una de las extrañas herramientas que Blick había utilizado e improvisado para trabajar en la cera del molde, grabó algo sobre la pared del molde, hacia un lado, y en donde fuese difícil el poder ser visto.
* * *
Los estados críticos que aún faltaban tenían dos fases: el plateado de la cera para hacerla conductora, en primer lugar, y en el segundo, el primer depósito de cobre sobre la única espesa capa molecular de plata, sin romper la continuidad de este metal, ya que cualquier ruptura en su continuidad hubiera significado un fallo fatal en el subsiguiente depósito y como resultado un bote completamente inútil. Sabiendo muy bien que estaba en la estacada, Blick aplicó tres capas sucesivas de plata en el interior del molde antes de sentirse satisfecho, limpiando y volviendo a limpiar y a repasar cuidadosamente algunas zonas antes de repetir la operación. Afortunadamente, el primer depósito de cobre, precedente de una solución de baja acidez, tomó forma sin un fallo, y el interior del molde adoptó la uniforme y hermosa coloración salmón rosa del cobre recién depositado.
Entonces el trabajo comenzó en forma precisa y apremiante. Puesto que Blick sólo usaba trozos de plomo como ánodos y la única fuente de suministro del metal de cobre era la contenida en la solución cúprica, era necesario disponer un constante fluir de nuevo líquido en solución procedente del tanque colector. Arregló un alimentador constante a través de una tubería, de forma tal que el exceso de líquido en el molde se descargara por sí mismo por el borde y se escurriera por la plataforma.
Para capacitar y aumentar la velocidad de la formación de la plancha de cobre, sin detrimento de la calidad del metal depositado, Martha se estacionó con una larga tubería de plástico que utilizó como un batidor para mantener la solución en movimiento continuo, mientras Blick se ocupaba febrilmente del funcionamiento de sus columnas de resina, controlando el flujo del concentrado y regenerante, operando las válvulas manualmente, lo que precisaba el tener que subir a las columnas individualmente. A la caída de la noche, Martha estaba a punto de caer desfallecida de fatiga, y Blick hizo que se fuera a descansar. Después continuó él mismo a lo largo de la noche, sacando energías de milagro, confiando en la memoria cuando no podía hacerlo en la vista. Al amanecer, Martha le encontró dormido y exhausto sobre la plataforma.
El día que siguió fue de verdadera prueba para ambos, ya que no estaban en condiciones de gastar energías, las energías que precisaba el trabajo a completar.
Martha removió la mezcla como una autómata y Blick continuó subiendo a las columnas, pero con más lentitud y con menos seguridad que antes. Era difícil aforar el espesor del depósito metálico conseguido hasta entonces, pero tenían la íntima certeza de que, fuese cual fuese la existente para el anochecer, tendría que ser suficiente. De ningún modo estaban en condiciones de continuar por otro día más.
Y con la llegada de la oscuridad del crepúsculo Blick cayó de una de las columnas. No se hirió gravemente, pero un pie y el tobillo se dislocaron de forma que no hubo manera de poder ponerse el zapato, haciendo, además, imposible el continuar subiendo a las columnas. Martha se ofreció voluntariamente para continuar, pero Blick rehusó de plano el dejarla correr semejante riesgo.
Bajo su dirección, ella detuvo el flujo de la solución hacia el molde y transvasó el líquido que lo llenaba hasta entonces, vaciándolo. Entonces, ella llenó en parte el molde con agua y Blick añadió ácido sulfúrico concentrado hasta que el calor generado fue suficiente para fundir la cera y separarla del molde, que al derretirse fue cayendo y amontonándose en grumos sobre la plataforma de la estación. Después, dejando que el agua remanente fuese escurriéndose poco a poco, hasta que todo el ácido y el líquido saliesen fuera del bote, se tumbaron medio muertos, uno junto al otro, demasiado cansados para hacer otra cosa que unirse por las manos y caer en un sueño de piedra en aquella oscuridad y bajo el terrible tormento del hambre.
* * *
Por la mañana, el resultado de sus trabajos resultó fascinante. El bote relucía plateado y brillante sobre la plataforma, con su exterior reluciente como un espejo, resultado del bruñido que Blick había dado al molde, con su capa plateada protegida por la minúscula película de cera que todavía quedaba sobre la superficie. En el interior, y de forma curiosa, el cobre al descubierto se había teñido ligeramente hasta aparecer como una superficie uniforme de oro perfecto. En otras circunstancias se habrían deleitado con la contemplación de tan extraño producto de artesanía, pero Blick sabía muy bien cuan peligrosamente era delgado y quebradizo aquel casco tan poco ortodoxo. Su sensación de desasosiego la comunicó sinceramente a Martha, matando en cierta forma cruelmente las últimas esperanzas de la mujer por su supervivencia.
A pesar de todo, Blick procedió inmediatamente al lanzamiento del bote salvavidas. La operación se llevó a cabo utilizando las cabrias que servían para manipular en los tubos de la bomba, improvisando así un mecanismo trabajoso de manipular, a falta de energía eléctrica, que tan fácil y sencillo habría resultado. Un cable envolvente fue dejando caer, pulgada a pulgada, la embarcación sobre el agua. Ambos contuvieron la respiración al observar el bote moverse flotando ya libremente entre las rocas espumosas de sílice, sintiendo la infinita alegría de verlo sobresalir sin daño alguno. Blick tiró sobre la embarcación un colchón, en el fondo, procurando equilibrar el peso y después bajó con cuidado entrando en la embarcación metálica. Milagrosamente, aquel casco tan delgado se sostenía a las mil maravillas con firmeza. En vista de lo cual, hizo señas a Martha para que le acompañase, sin que aquel precioso casco se agrietase o abollase.
Martha sostuvo el bote contra la deriva de las aguas, mientras que Blick cargó el equipo que precisaba como indispensable: dos pequeñas columnas de mezcla resinosa, tomadas del laboratorio para asegurarse el suministro de agua, dos cojines, algunas hojas de plástico oscuro, unos cuantos vasos de filtración, dos botellas de productos químicos y un largo palo en forma de remo y timón al mismo tiempo, trabajado de prisa y burdamente.
—¡Lo conseguimos, Martha! —le dijo él—. Ahora sabes qué escasas son nuestras probabilidades de salir de esto...
Ella aprobó con un gesto cansado, sin pronunciar una palabra. En su lugar, Martha agarró fuertemente la mano de Blick y le ayudó a bajar al bote. Ella continuó sosteniendo su mano hasta que fue necesario soltarla para que Blick apartase y alejase el bote de los cimientos de las plataformas y metiera la embarcación entre la corriente a la deriva constante con su siembra permanente de rocas de sílice espumosa.
Como Blick había predicho, la dirección de la deriva había cambiado siguiendo casi la dirección norte, siguiendo la línea del ferrocarril lo suficiente cerca como para que durante todo el período iluminado del día, estuviese siempre a la vista. Por la incidencia de las estaciones que iban pasando, una tras otra, Blick estimó que la velocidad de la pequeña embarcación debería ser aproximadamente de dos kilómetros por hora al principio, aunque tal velocidad iba obviamente creciendo y la dirección iría ganando una componente occidental conforme se aproximaran más y más a Lamedah. En algún punto, deberían hacer un rodeo apartándose de la ruta del ferrocarril y convertirse en parte de la gran marejada que pasaba hacia el oeste en las aguas ecuatoriales. La única esperanza de Blick era que pudiesen derivar lo suficiente cerca de Lamedah o de alguno de sus puestos fronterizos, como para estar en condiciones de atraer la atención de alguien y recibir alguna ayuda. En caso contrario, morirían de todas formas. No había nada que pudiesen hacer en su favor.
La característica más fantástica de aquel viaje era la completa sensación de quietud y falta de movimiento. Aquel cielo desprovisto de cualquier característica especial, no ofrecía el menor punto de referencia, uniformemente coloreado de naranja, por lo que la pareja se convirtió en parte de aquella vastedad inconmensurable, moviéndose en perfecto unísono con la marcha de la deriva de las corrientes marinas, por lo que la impresión era de una situación absolutamente estática. Sólo los soportes y flotadores del ferrocarril, desplazándose poco a poco en aquel terrible panorama, les reafirmaba en su seguridad de un rescate potencial.
Ocasionalmente, Blick preparó un poco de agua procedente de una de sus columnas que ofreció a Martha. Al darse cuenta de cierto dulzor en el líquido, preguntó de qué se trataba.
—Es dextrosa —le informó Blick—. Te ayudará en cierta medida. Desgraciadamente, contamos con muy escasa cantidad.
—Quiero que la compartas conmigo en la misma medida, Blick —dijo ella. Pero aunque ella notaba que en su vaso siempre existía algún remanente de aquel azúcar insoluble, en el de Blick el agua aparecía completamente clara, a pesar de darle seguridades en sentido contrario.
Aquella noche fue demasiado larga. Ambos durmieron durante unas terribles horas, para sentarse después y mirar entre aquella oscuridad que les envolvía por todas partes con ojos cansados y faltos de sueño. Tras de lo que les pareció toda una eternidad la aurora comenzó a aparecer por el horizonte este del planeta y de nuevo pudieron observar el ferrocarril; pero se hallaban entonces demasiado lejos para verlo en detalle. Blick había calculado que su avance para entonces, habría sido de unos cincuenta kilómetros; pero la única estación que pudieron ver estaba demasiado solitaria para ser identificable, aunque supuso Blick que sería la número 37, lo que significaba que habrían cubierto una distancia de unos setenta kilómetros, más o menos la tercera parte de la distancia total.
Un poco más animados, aunque desfallecidos, soportaron aquel día, creando un refugio temporal del sol que les quemaba con las sábanas de plástico. Pero aquél era ya su decimocuarto día sin alimento, aparte de los diez días anteriores que habían pasado racionados, lo que ya les causaba una drástica caída de sus energías físicas y mentales. Martha, especialmente, estaba debilitándose gravemente por momentos, mientras que Blick, aunque con algunas energías más por su más fuerte constitución, sufría atrozmente de la torcedura del pie y el tobillo. La noche les resultó agradable y bien recibida, sólo porque suponía una mayor aproximación a la meta tan ansiadamente deseada. Una corriente occidental divergente comenzó a moverles hacia atrás y hacia el ferrocarril. Blick no se hizo ilusiones al pensar en lo que podría ocurrir al bote si chocaba contra algún flotador o arrastrado en la oscuridad contra la estación flotante.
Tomando precauciones, se acurrucó en la popa con el palo, haciéndolo sobresalir al máximo, apoyándolo dolorosamente sobre sus rodillas sin fuerzas, esperando que si tocaba algún obstáculo en la oscuridad, el choque le avisaría con tiempo para peder evitar más serias consecuencias. Pronto, sin embargo, cayó en un estado letárgico entre el sueño y el delirio y de alguna forma, el palo se le escapó de las manos, perdiéndose entre aquellas malditas rocas de sílice espumosa. Fue inútil cuanto hizo por verlo de nuevo.
Despertó lleno de pánico, al comprobar que el sol ya estaba alto en el cielo y el ferrocarril ya no era visible desde ningún punto. Supuso que habrían pasado bajo el tendido flotante de la línea del tren durante la noche a consecuencia de la corriente procedente del oeste, encontrándose entonces totalmente desamparados a mar abierto y fuera de la vista de las instalaciones. Tan inesperado fue aquel golpe dado a sus cálculos y previsiones, que se sentó a mirar estúpidamente el horizonte por lo que parecieron horas enteras, sin preocuparse por dar noticia alguna a la pobre Martha que aún continuaba aletargada y exhausta en la popa. Por primera vez comenzó a abandonar toda posibilidad positiva de ser localizado, si la deriva les había sumergido en las grandes corrientes ecuatoriales, que rodeaban el planeta como un anillo.
Un curioso efecto de falso paralaje del rocoso entorno le advirtió repentinamente de que la deriva estaba alterándose, divergiendo hacia una corriente local de superficie, lo que le decidió a emplear la última arma de su pobre arsenal de recursos. La segunda botella de productos químicos contenía un derivado de gran fluorescencia; una sustancia brillante e intensamente fluorescente, que había utilizado en determinadas ocasiones para seguir el paso de un metal particularmente valioso en una corriente marina. Tomó un poco de aquella sustancia y mezclada con agua marina, la fue dejando caer al paso del bote. La sustancia mostró un satisfactorio color intenso de una fluorescencia amarillo verdosa, tal y como había esperado, indicando la conveniente alcalinidad de la corriente. Después, poco a poco, fue vaciando el tinte sobre un lado, esperando se extendiera en un amplio círculo que creciese en anchura y que gradualmente empapase el entorno, dejando así una brillante traza a su paso y en la distancia desde donde suponía pudiese ser avistado.
Se dio cuenta de que Martha se había despertado y estaba observándole; pero ella no dijo nada. Blick tampoco deseaba decirle nada, por lo que se limitó a darle un poco de agua con dextrosa que prácticamente había quedado terminada con aquella toma y se volvió a su ocupación de teñido de las aguas.
El día fue haciéndose más y más caluroso hasta perder la traza del paso del tiempo. Podía mirar a su cronómetro; pero su mente rehusaba obtener ninguna consecuencia de lo que aquellas cinco manecillas expresaban con sus números correspondientes. De todas formas y en cualquier caso, una hora era demasiado parecida a la siguiente o a la anterior como para dar una impresión de tiempo apreciable. Se limitó, como ausente, a yacer en la misma posición y a mirar fijamente al cielo teñido de naranja, donde ya creía ver visiones de fantásticos sueños, sin tener sueño, y donde confrontar su estado de ánimo y su extremada debilidad.
Una chispa de luz cruzó su estado consciente; pero le llevó varios segundos para comprobar que el fenómeno estaba siendo percibido por sus propios ojos más bien que por su imaginación. Después, sus facultades analíticas volvieron a entrar en juego, y repentinamente se encontró mirando a la gran estela de iones de sodio de una nave del espacio que estaba realizando un aterrizaje planetario y probablemente a no más de treinta kilómetros de distancia.
La esperanza le sacó de su estado de ensoñación. Una nave del espacio sólo podía significar una cosa: un contingente de rescate procedente de Delta V que desembarcaba. El único y posible lugar de toma de contacto era Lamedah y a juzgar por la distancia y la dirección, la ayuda tan necesitada no estaba tan imposiblemente lejana. Era cierto que una balsa especial de salvamento o un aparato flotador tendría que ser desembalado y montado y que para llevarlo a cabo se llevaría algún tiempo; pero con una razonable pauta de búsqueda, disponían aún de una ligera esperanza de ser localizados y rescatados de aquel pequeño bote metálico entre aquel rocoso entorno y entre la corriente en que se hallaban. Lamentó entonces haber gastado todo el tinte fluorescente que tenía y el haberlo empleado demasiado prematuramente, ya que se había dispersado demasiado como para dar una razonable indicación de la posición que entonces ocupaban. Siguió observando la traza dejada en el cielo por la aeronave, desvaneciéndose en la alta atmósfera y deseó con todas sus fuerzas haber dispuesto de algunos medios de propulsión en aquella dirección, o al menos haber detenido su desplazamiento con la deriva de la corriente, aunque la fría razón le afirmó en la realidad de que aquel frágil casco no podría en modo alguno resistir el embate, en situación de inmovilidad, contra cualquier movimiento relativo entre el bote y las rocas flotantes en las cuales estaba inmerso. Sólo le quedaba seguir esperando.
Tanto si Martha había seguido aquellas incidencias o no, fue para Blick algo incierto, ya que parecía encerrada en sí misma, totalmente retraída, completamente inmóvil, o sin pronunciar una palabra. Su demacrado rostro aparecía lleno de una completa resignación, propia de una fuerza de carácter que no le permitía inclinarse ante nada o caer en el histerismo. Y tanto si estaba sufriendo por ella misma o por él, tampoco pudo Blick comprenderlo pero la agonía que se reflejaba en sus ojos era algo más que un problema físico. Ya no quedaba nada que poder ofrecerle, excepto sostener su mano ocasionalmente o sonreírle cuando podía hacerlo.
Varias veces creyó Blick oír el tronar de los motores; pero finalmente se convenció a sí mismo que era producto de una pura ilusión y con la proximidad de otra noche espantosa en aquellas circunstancias, se dejó caer y se tumbó a proa, como ella, y olvidó toda esperanza. Por la mañana, el tinte dejado en las aguas y en las rocas estaría demasiado lejos y excesivamente disperso para atraer la atención desde cualquier distancia y lo más seguro es que se hallasen arrastrados e inmersos en la corriente ecuatorial y más allá de toda idea de ser rescatados.
* * *
Cuando llegó el tremendo choque en la oscuridad, Blick lo percibió todo excepto la posibilidad de cualquier ayuda. Aletargado, desorientado e increíblemente débil, casi estuvo a punto de caer al mar. El bote chocaba y rebotaba peligrosamente contra algo sólido, tal vez cogido entre dos puntos, puesto que la posición no cambiaba. El mismo e incierto anclaje levantó los dos extremos de la ligera embarcación sensiblemente fuera del agua, formando un incierto pivote inestable, haciendo que la pequeña embarcación se zarandease locamente con sus movimientos. La oscuridad era impenetrable, no permitiéndoles la menor oportunidad de ver aquella imposible obstrucción.
Blick fue adelantándose cuidadosamente hacia adelante para explorar el objeto contra el cual se habían detenido tan peligrosamente. Lo que sintió en sus manos, le produjo un considerable choque psicológico, ya que se encontró agarrado a una viga fabricada en la Tierra y que se levantaba a cierta altura sobre un flotador hundido. Aquélla era sin duda alguna, parte de la catástrofe producida en el tendido del ferrocarril, tal vez una sección rota y aislada o tal vez conectada a una sección continua del propio ferrocarril. No había respuesta para lo que pudiese haber de cierto en todo aquello, ni obviamente acción que poner en práctica. Si era un desastre aislado lo que había encontrado, era algo fútil intentar montarlo, ya que no le habría ofrecido ninguna ventaja en aquella situación; pero si era el final de la rotura próxima a la Base, lo que pensó que pudiera ser también, entonces aquello era la vía de salvación.
En una verdadera agonía de indecisión, intentó subir por la viga de acero y su montaje un par de pasos en la esperanza de poner en claro la situación tan inesperada. Apenas si había comenzado, cuando se dio cuenta qué difícil y peligrosa era la acción que estaba intentando y qué pocas fuerzas tenía para llevarla a cabo, en aquella total oscuridad. Con un esfuerzo infinito se descolgó hacia el bote, para quedar helado de horror al comprobar que el bote, con Martha a bordo, se había deslizado de la posición que tenía y había desaparecido arrastrado por la deriva, solitario y en la absoluta oscuridad de la noche.
Quizá gritara o tal vez se desvaneció con el choque recibido y la reacción subsiguiente, mientras que seguía manteniéndose agarrado a la viga de acero y en situación tan precaria. Nunca pudo recordar después lo que hizo en aquellos momentos, excepto que gritó el nombre de Martha hasta que su voz se quebró y que de alguna forma, se contuvo para no dejarse caer en aquella abrasiva y asesina corriente en un loco intento de alcanzar la pequeña embarcación. De alguna forma y en un momento determinado tuvo que haber subido hasta el trozo de plataforma que sostenía la viga de acero y entonces, milagrosamente cayó inconsciente sobre aquel trozo de poco más de un metro de sostén, que pudo haberlo matado de haber seguido explorando. La única cosa que pudo recordar después fue el despertar y la presencia de luces que se encaminaban a toda prisa hacia él y el sonido de pies y pisadas. Y después, el sonido de la voz de Max Colindale que le decía por encima del hombro;
—¡Diablos, Blick! ¿Qué te ha hecho tardar tanto? —y después—: ¿Qué ha sido de Martha?
—Ella va en el bote —repuso Blick dolorosamente, indicando la dirección general del océano—. Debe andar por ahí, en cualquier parte. La traje conmigo.
—Habría apostado mi vida por eso —dijo Colindale.
Se alejó y pronto el silbido de potentes motores batieron el aire y la noche apareció fascinantemente iluminada con reflectores y cohetes bengala de gran potencia, en un verdadero fuego de artificio, como en una danza ritual en la negrura de la noche.
Pusieron a Blick confortablemente de espaldas en una camilla y le proporcionaron un poco de calor con una sopa tibia; pero no hicieron el menor intento de moverle hasta la mañana siguiente. Cuando fue de día, pudo apreciar la razón del por qué de todo aquello. Se hallaba del lado de la ruptura que comprendía la Base y aun cuando la plataforma del ferrocarril en aquel lado se hallaba peligrosamente descompuesta y retorcida por la catástrofe que había partido en dos y aislado a trece estaciones y cuarenta y cinco kilómetros de raíl en una de las más poderosas mareas que jamás se hubiesen observado en aquel enigmático océano que recubría el planeta. Sólo de día era posible maniobrar con una especie de marchapié de boga por los últimos cuatro kilómetros, hasta la parte más firme del destrozado ferrocarril.
—¿Hemos perdido a mucha gente? —preguntó Blick a uno de los que le llevaban.
El hombre tenía un grave aspecto.
—Hasta ahora, Martha Sorenson y usted mismo son los únicos supervivientes que se conozcan de los setenta y ocho que se consideran perdidos. Ahora ya contamos con los helicópteros y hay esperanzas de rescatar a algunos más; pero creo que si vemos a otros treinta más con vida, nos quedaríamos realmente sorprendidos. Lo que me asombra, es cómo diablos sabía Colindale que usted y Martha venían juntos. Ustedes estaban en la peor de todas las posiciones; pero él ha permanecido como un gato saltando sobre ladrillos ardiendo, en espera de verles a ustedes.
—¿Tenía dinero metido en esto? —preguntó Blick.
—Alguno —repuso el hombre mirando hacia adelante—. Alguno, como casi todo el mundo —concluyó tras haberlo pensado.
* * *
—¿Cuáles son las últimas noticias de Martha? —preguntó Blick.
—Se pondrá perfectamente —repuso Colindale—. Estaba en muy malas condiciones cuando fue recogida y, francamente, estaba al borde de la muerte, Blick. Si no te la hubieras traído contigo, dudo mucho de que hubiéramos podido llegar a tiempo.
Blick hizo un gesto de afirmación con la cabeza.
—Vi la cosa venir. No tenía reservas suficientes como para sostenerse por tanto tiempo y sospecho que debió estar racionándose muy severamente. La recogí antes de que yo mismo supiese la forma de escapar de allá. Fue todo un problema de todos los diablos. Y... dime, Max, ¿por qué estabas tan cierto de que Martha y yo veníamos juntos?
Colindale apretó los labios.
—La experiencia, amigo. Nada conquista la adversidad como la perversidad... y vosotros dos sois los individuos más perversos que haya conocido. Iba casi a tener la suerte de perderos a los dos simultáneamente.
—Hablando en serio, Max...
—En serio, Blick, tú tienes la reputación de resolver los problemas por el lado más absurdo. Lógicamente, no tenías ni una sola posibilidad; pero con Martha allí también, yo estaba cierto de que si había una salida, la encontrarías. Petroni, que va en el Escuadrón de Rescate, está volviéndose loco tratando de calcular cómo demonios hiciste ese bote...
—Lo hicimos por electrogalvanoplastia —repuso Blick—. A base de una solución de sulfato de cobre.
—Imaginé algo parecido... pero, ¿cómo? Debo admitir que soy un ingeniero y no un químico; pero sigo sin ver cómo puedes hacer ninguna galvanoplastia sin disponer de corriente de ninguna clase.
—Es algo complicado —explicó Blick—, pero trataré de explicártelo. Allá en la Estación, yo había instalado unos cuantos dispositivos de mi propia invención en la planta, para permitirme seguir investigando sobre determinados proyectos. Uno de esos dispositivos depende del hecho de que un metal en una solución de sus propios iones, desarrolla un potencial eléctrico, y ese potencial depende a su vez de la concentración de iones con los cuales está en contacto.
—No estoy muy seguro de comprenderte bien —opinó entonces Colindale.
—No, pero es simple electroquímica. Imagínate un tubo lleno con ácido diluido en el cual un cristal de sulfato de cobre se está disolviendo en el fondo. Si los electrodos del cobre están insertos uno en el tope y otro en el fondo del tubo, conectados a un circuito, discurrirá una corriente en ese circuito que tenderá a intentar igualar la concentración del cobre en sus iones, al depositarlo en el electrodo del fondo y a disolverlo en el de la parte superior. Cuando la concentración de los iones del cobre es la misma en toda la extensión del tubo, la corriente cesará.
—Bien, comprendo. Continúa.
—Bien. Ahora, pongamos los mismos electrodos en el tope y en el fondo de una columna de cambio iónico y echemos sulfato de cobre y tendremos una situación aproximadamente igual de esas mismas reacciones electroquímicas. La concentración de iones de cobre en el tope de la columna será muy alta y hasta que la resina en toda su extensión en su camino hacia el fondo, haya agotado su capacidad de captar los iones de cobre, la concentración del fondo de la columna será muy baja. Así, una corriente fluirá todo el tiempo por la columna y será útil en su trabajo. Con esta corriente yo solía controlar el equipo automático de la repetición cíclica. Y como propina, cuando regeneras la columna al añadirle ácido en el tope superior y sacas el concentrado del fondo, también fluye otra corriente, pero de polaridad opuesta. Esto fue hecho para completar el ciclo de control.
—¡Ingenioso! —exclamó Colindale.
—Tiene sus posibilidades —continuó Blick—. Observando la polaridad de la corriente, sabes en qué parte del cielo está funcionando la columna. Cuando cesa la corriente, ello indica que la columna está totalmente exhausta o regenerada, según puede ser el caso, y las variaciones comparadas con la corriente normal proporciona la primera indicación de cuándo las bombas de recogida comienzan a extraer de una corriente contaminada. Y todo eso por el valor de unas cuantas piezas de cobre y algunos cables.
—¿Y pudiste arreglártelas para utilizar esa corriente para galvanoplastiar el bote?
Blick hizo un signo de asentimiento.
—Sí, y tuve que volver a embobinar casi todas aquellas condenadas columnas en el sitio que estaban para conseguir suficiente potencial. Afortunadamente, estuve en condiciones de utilizar la corriente de ambas partes del ciclo, pudiendo continuar un proceso ininterrumpido. Por una combinación de la ayuda de Dios y de un trabajo imaginativo, lo hicimos.
Colindale se retrepó en su sillón.
—Seguimos buscando todavía alguien que se ponga a la cabeza del equipo de investigación, Blick. Sé que rehusaste antes; pero continúo creyendo que tú eres ese hombre.
—Gracias, Max, pero la respuesta sigue siendo la misma.
—¡Muy bien! Entonces, vayamos al siguiente punto de la entrevista.
Colindale sacó un archivo y lo dejó sobre la mesa.
—Aquí están tus cartas, en las que me advertiste con todo detalle que la catástrofe que ha ocurrido era verosímilmente factible y tendría que ocurrir. En mi defensa, yo sólo puedo decir que fue el balance de los razonados argumentos de todo un ejército de oceanógrafos planetarios profesionales, ingenieros y autoridades similares, contra tu insostenible opinión, lo que decidió que yo no hiciese nada para evitarlo. Pero la intuición inteligente es algo mucho más eficiente y claro que la previsión rutinaria. Ahora me doy cuenta de que mi decisión no fue correcta; pero era un juicio racional a la luz de la evidencia entonces disponible. Tengo que pedirte ahora, si quieres, que lleves este archivo ante la Comisión del Espacio donde se llevará a cabo una encuesta adecuada.
Blick tomó el archivo y lo tiró a un lado.
—Como dices, Max, fue sólo una opinión sin apoyo de nadie y exclusivamente mía. No veo razón alguna en confundir a la Comisión con especulaciones infundadas, incluso aunque fuera cierto. Además tendría mal reflejo en la prensa.
—Gracias, Blick, muchacho. No me olvidaré de este gesto tuyo tan fácilmente...
—Pero no quiero favores de ninguna clase —repuso Blick—. Y de ti de ninguna forma.
—¡Hum! Hay otra cosa —dijo Colindale—. Tu esposa está de camino desde Delta V en el Cuerpo Auxiliar y llegará mañana sin falta. Solicitó una dispensa especial para el viaje, cuando apareció en las listas que estabas considerado como desaparecido. Yo estaba tan seguro de que llegarías hasta aquí de alguna forma, que lo di por cosa hecha. Te sugiero que vuelvas con ella a Delta V y te tomes unas buenas vacaciones.
—Gracias, Max —dijo Blick—. Estoy seguro do que te recordaré en mis oraciones. —Se levantó para irse; pero Colindale le llamó.
—Blick, no es nada que me importe ni es asunto mío; pero, qué diablos hay entre Martha y tú, de todas formas?
—Escribiré y te mandaré un informe sobre el particular algún día. Pero es un tipo de relación que tiene todos los ingredientes de la permanencia. Recuerda esto, Max. Nos proporciona a los dos algo que es único en la vida...
* * *
Cuando aterrizó la aeronave del Servicio Auxiliar Blick estaba esperando a su esposa en el salón del espaciopuerto y agradecido de que el transmisor del profundo espacio pudiese haber estado en condiciones de dar la noticia de su supervivencia. La reunión fue todo un raudal de lágrimas, de afecto y de amabilidad, lágrimas que se enjugaron contra su pecho, llegando en cierta forma a emocionarle, aunque dejando un nudo de dolor interno intocable y secreto. Una extraña especie de angustia interna quedaba rebelde y sólo la compasión le hizo sentir el calor que la familiaridad había convertido en hábito. Luchó contra sus propias emociones y venció hasta no mostrar más que una quieta y triste sombra en sus ojos.
Tras terminada la bienvenida y al volverse para marcharse de allí, Max entró en el salón y llegó hasta ellos.
—Ah, Blick. He estado examinando cuidadosamente tu famoso bote. Todavía no estoy muy seguro de cómo lo hiciste; pero es tan endiabladamente inteligente... Pero lo que más me intriga es el porqué diablos le has puesto tal nombre.
—¿Nombre? —Blick apareció súbitamente helado y como perdido. Ningún nombre se había puesto en la forma del molde. No, a menos que Martha...
Colindale le sonrió, le dio unos golpecitos amistosos en la espalda y le cogió después por el brazo.
—Eres un gran bromista, Blick... Es de una fantasía desbordante poner a un bote el nombre de: Un día puedo cambiar de opinión.
Blick se controló rígidamente.
—Bueno, se trata de una expresión de cinismo privado —repuso.
—¡Seguro que sí, Blick, seguro! Pero alguna vez tendrás que explicármelo.
—Creo que eres bastante grande y suficientemente mayorcito como para que lo descubras por ti mismo.
Colindale se guardó para sí cierto interior sentimiento de sentir divertida la cuestión y se volvió hacia la esposa de Blick.
—Jean, tiene usted un marido muy inteligente. Uno de los más originales pensadores que haya tenido jamás la «Transgalatic Mining». Yo diría que habría llegado muy lejos, de no haber dejado perder tantas oportunidades como ha tenido a la mano.
—Bueno, ¿qué es lo que realmente ha querido decir con eso? —le preguntó Jean al final del corredor.
—Se llevaría demasiado tiempo en explicarlo —dijo Blick a su mujer—. Y no serías más feliz con saberlo. Y ahora, háblame de cómo están los niños...