IDRIS SEABRIGHT
DEFECTO EN EL PECHO
Short in the Chest
La muchacha, de uniforme verde marino, levantó un poco su audífono. Todos estaban algo sordos, debido al bombardeo de la guerra fría; frunciendo el entrecejo miró al «huxley» que estaba sentado al otro lado del escritorio.
—Es usted el huxley más curioso que jamás he oído —dijo llanamente—. Los otros no son como usted.
El huxley no pareció disgustado por esta observación. Se quitó sus gafas de cristal cuadrado, exhaló aliento en ellas, las limpió con un pañuelo, y las volvió a su nariz. La operación de Sonya en su audífono había vuelto a activar el defecto en su pecho; plegó sus manos protectoramente sobre los botones superiores de su chaleco de brocado color gris paloma.
—¿Y en qué, mi estimada damita, soy diferente de otros huxleys? —preguntó.
—Bueno… para hablarle con franqueza, tal como me ha dicho, para decirle exactamente lo que tengo en mi mente, sólo he visto una vez antes a un huxley, pero se dedicó a exponerme un gran cuadro completo sobre el empleo del «dighting[2]» para superarme. Habló sobre el amor en grupo, y la armonía intergrupo, y dijo que nuestra básica lealtad debía orientarse a Defensa, que en la emergencia de la guerra fría es el propio país.
—Y usted no es en absoluto así, nada filosófico. Supongo que es por esto por lo que se les llama huxleys[3], porque son filosóficos rob… con perdón…
—Adelante y dígalo —le alentó el huxley—. Yo no soy tímido ni susceptible. No me importa que me llamen robot.
—Podía haberlo sabido. Supongo que es por eso por lo que es usted tan popular. Nunca vi a un huxley con tanta gente en su sala de espera.
—Yo soy más bien un robot desusado —dijo el huxley con cierta presunción—. Soy el prototipo de un modelo nuevo, y ya he pasado la fase experimental. Mi mecanismo es extraordinariamente complejo: con toda clase de relés… Pero esto se aparta de la cuestión. Aún no me ha dicho usted qué es lo que la desazona.
La muchacha jugueteó nerviosamente con el control de su audífono. Al cabo de un momento lo rebajó; en el pecho del huxley se desvaneció el casi audible chisporroteo.
—Se trata de los cerdos —dijo.
—¡Los cerdos! —exclamó el huxley arrancado de su mecánica calma—. Mire, yo pensé que sería algo sobre el dighting —dijo al cabo de un segundó, sonrió atractivamente—: Generalmente suele serlo.
—Bueno… también es sobre eso. Pero los cerdos fueron quienes empezaron a preocuparme. No sé si está usted enterado de mi rango. Soy el mayor Sonya Briggs, al cargo de la zahúrda de la zona 13.
—Oh —dijo el huxley.
—Sí… Al igual que los demás servicios armados, nosotros los Marines producimos toda nuestra alimentación. Mi zahúrda es una unidad muy importante en la tarea de mantener el abastecimiento de chuletas de cerdo. Naturalmente, me trastornó el que los lechoncitos recién nacidos rehusaran alimentarse. Si es usted un robot nuevo, no tendrá mucho sobre cerdos en sus carretes de memoria. Verá. Tan pronto nacen los cerdos, los separamos de la puerca. Para ello empleamos una cuchara aséptica, y los colocamos en un chiquero propio con un gran tanque de lactancia. Tenemos una grabación de una cerda gruñendo, y cuando ellos la oyen presumen que les amamantan. Así la puerca vuelve al celo y al cabo de pocos días está dispuesta a una nueva procreación. Con este sistema se producen más puercos que si se criaran los lechones a la antigua usanza. Pero como he dicho, últimamente rehúsan alimentarse. Por mucho que hemos aumentado el registro de gruñidos maternos, no quieren hacerlo, y hemos tenido que sacrificar varias carnadas antes de dejarlos morir de inanición. Y al par, la carne no ha sido muy buena… demasiado pulposa y blanda. Como usted comprenderá la situación se está volviendo seria.
—Hum —hizo el huxley.
—Naturalmente, hice informes completos. Nadie sabe qué hacer. Pero cuando recibí mi notificación de dighting, en el espacio marcado «Propósito», junto al acostumbrado estampillado de «Para reducir la tensión interservicio», alguien había escrito: «A descubrir de Aire su solución del problema de la nutrición neonatal de los cerdos». Así supe que mi número opuesto de dighting en Aire estaba no sólo destinado a reducir la tensión intergrupo, sino que también yo había de descubrir de él cómo Aire conseguía que comieran sus lechones recién nacidos.
Miró hacia abajo, jugueteando con el broche de su morral.
—Siga —dijo el huxley con cierto tono de severidad—. No puedo ayudarla a usted, a menos que me otorgue toda su confianza.
—¿Es verdad que el sistema de dighting fue establecido por un grupo de psicólogos después de hacer un examen de la tensión interservicio? ¿Después de que hallaran que Marines estaba enemistándose con Aire, y Aire con Infantería, e Infantería con Armada, a tal extremo que se estaba mermando la cabal eficacia de Defensa? ¿Pensaron que las relaciones sexuales serían el mejor de todos los medios para zanjar la hostilidad y reemplazarla con sentimientos amigables, por lo que establecieron el plan dighting?
—Usted conoce tan bien como yo las respuestas a esas cuestiones —replicó glacialmente el huxley—. El tono de su voz al preguntarlas muestra que han de ser respondidas por «Sí». Está usted poniendo trabas, mayor Briggs.
—Es que es tan desagradable… ¿Qué desea usted que le diga?
—Exponga con detalle lo que sucedió después de recibir el comunicado dighting.
Le lanzó una ojeada, se sonrojó, apartó de nuevo la vista, y comenzó a hablar rápidamente.
—El comunicado era para el martes siguiente. Aborrezco a Aire para el dighting, pero pensé que podría resultar bien. Ya sabe cómo es eso… hay una especie de particular placer en sentirse cambiar de un frío estado de aversión a un anhelo y excitación, y recrearse en ello. Después de haberse aplicado una Watson, quiero decir. Fui el martes por la tarde a la zona neutral. Él estaba en la habitación cuando llegué allí, sentado en una butaca y con sus grandes pies extendidos. Llevaba una de esas detestables chaquetas de cuero. Se levantó cortésmente cuando me vio, pero supe, cuando me miró, que me habría cortado el cuello por el hecho de ser Marine. Ambos estábamos armados, naturalmente.
—¿Qué aspecto tenía él? —atajó el huxley.
—No me fijé realmente. Sólo que era Aire. Bueno, de todos modos, tomamos un trago juntos. Yo había oído que ponían cannabis en las bebidas que servían en las zonas neutrales, y podría ser verdad, pues no me sentí tan hostil hacia él, una vez hube tomado la mía. Hasta logré sonreír, y él me devolvió la sonrisa. Me dijo que ya podíamos empezar, si me parecía. Así que fui a quitarme mis cosas, dejé el arma sobre una banqueta, y me apliqué mi Watson en un muslo.
—¿La Watson corriente? —preguntó el huxley al detenerse ella—. ¿De celo y anticonceptiva, inyectada subcutáneamente con una jeringuilla esterilizada?
—Sí. Él se la aplicó también, la priápica, porque cuando volví…
Comenzó a llorar.
—¿Qué sucedió cuando volvió usted? —preguntó el huxley después de haberla dejado llorar unos momentos.
—Pues que no resultó nada. Nada en absoluto. Mi Watson debía ser agua pura por el poco efecto que hizo. Finalmente él se irritó.
»—¿Qué es lo que le pasa? —dijo—. Debiera haber sabido que todo lo que había en Marine estaba averiado.
»Esto me encolerizó, pero estaba demasiado trastornada para defenderme.
»—¡Reducción de tensión! —dijo él—. ¡Vaya una estupenda manera de promover la armonía del interservicio! ¡No sólo no voy a firmar la hoja de conformidad, sino que voy a presentar una queja contra usted a su grupo!
—¡Oh, caramba! —exclamó el huxley.
—Sí, ¿no era terrible…? Yo le dije que si presentaba una queja, yo haría una contrarreclamación. Tampoco usted redujo mi tensión. Discutimos durante un rato. Dijo que si yo presentaba una contrarreclamación habría un juicio, y que yo tendría que tomar pentotal y que entonces aparecería la verdad. Dijo que no había sido culpa suya; él había estado dispuesto. Yo sabía que eso era verdad, por lo que comencé a argüir. Le recordé la guerra tría, y cómo el enemigo estaba a punto de tomar Venus, cuando todo lo que nosotros teníamos era Marte. Le hablé sobre la lealtad a Defensa, y le pregunté cómo se sentiría él si fuera expulsado de Aire. Y finalmente, después de lo que parecieron horas, dijo que no iba a presentar una denuncia. Supongo que sintió lástima de mí. Hasta convino en firmar la hoja de conformidad. Eso fue todo. Yo volví a vestirme y ambos salimos. Pero dejamos la habitación por separado, pues estábamos demasiado enojados para salir juntos sonriéndonos mutuamente con aspecto feliz. Aún así, creo que alguien del personal de la zona neutral sospechó algo.
—¿Es eso lo que le estaba preocupando a usted? —preguntó el huxley cuando le pareció que ella había terminado.
—Bueno… Puedo confiar en usted, ¿no es así? ¿No lo dirá usted?
—Desde luego que no. Cualquier cosa que se diga a un huxley es una comunicación privilegiada. El primer correctivo se nos aplica a nosotros, antes que a cualquier otra profesión.
—Sí, recuerdo que hubo una decisión del Tribunal Supremo sobre la libertad de hablar… —tragó saliva, se atragantó, y tragó de nuevo—. Cuando recibí el siguiente comunicado dighting —se decidió animosamente—, me impresionó tanto que solicité un ginecólogo. Yo esperaba que el doctor iba a decir que no andaba bien físicamente algo en mí, pero dictaminó que estaba en buena forma. Dijo: «Una muchacha como usted debería ser magnífica en rebajar la tensión interservicio». Así pues, no obtuve ninguna ayuda por esa parte. Acudí luego a un huxley, al que antes le dije. Me largó un discurso filosófico, que tampoco me sirvió de nada. Así que finalmente… bueno, robé una Watson extra del laboratorio.
Hubo un silencio. Cuando ella vio que el huxley había digerido su revelación sin demasiado esfuerzo, prosiguió:
—Quiero decir una Watson extra. No podía soportar el pensamiento de pasar por otro dight como el anterior. Se armó un jaleo sobre la ampolla que faltaba. Las drogas de dighting se hallan bajo un estricto control. Pero no lograron descubrir quién se la había llevado.
—¿Y le sirvió a usted? ¿La doble dosis de celo? —preguntó el huxley, manoseando los botones superiores de su chaleco, como si no estuviera seguro de sentir un picor.
—Pues sí. Todo fue perfectamente bien. Él, el hombre, dijo que yo era una muchacha estupenda, y que Marine era un buen servicio, después de Infantería, desde luego. Él era Infantería. Yo lo pasé también magníficamente, y la semana pasada, cuando tuve una solicitud de Infantería sobre algunos pedigrís porcinos, la serví cumplidamente. Esa reducción de la tensión vale. Sin embargo, creo que me he sentido tremendamente nerviosa. Y ayer recibí otro comunicado dighting. ¿Y qué he de hacer? No puedo robar otra Watson. Han reforzado los controles. Pero aunque pudiera, no creo que bastara con otra extra. Esta vez creo que necesitaría dos…
Posó su cabeza sobre el brazo de su butaca, tragando saliva desesperadamente.
—¿No cree usted, pues, que todo iría bien con sólo una Watson? —preguntó el huxley tras un intervalo—. Después de todo, la gente acostumbra dight sin ninguna Watson en absoluto.
—Esta vez no era un dighting de interservicio. No, no creo que resultara bien. Mire, esta vez era de nuevo Aire. Se pretende que trate de descubrir algo sobre la nutrición porcina. Y yo siempre he odiado a Aire en particular.
Retorció nerviosamente el control de su audífono. El huxley dio un ligero bote en su asiento.
—Ah… bueno, desde luego podría usted dimitir —dijo con voz apenas audible—. Sonya, en el curso de una dilatada contienda hay siempre una gran dosis de contaminación cultural, y si había allí muchachas llamadas Sonya, Olga, y Tatiana en Defensa, se encontraban otras llamadas Shirley, y Mary Beth del lado enemigo.
Sonya le lanzó una mirada incrédula.
—Debe estar usted bromeando —dijo—. Me parece de muy mal gusto. No le conté a usted mis dificultades para que se burlase de mí.
El huxley pareció darse cuenta de que había ido demasiado lejos.
—En absoluto, mi estimada damita —dijo aplacadoramente; oprimió su vientre con las manos—. Era sólo una sugerencia. Como bien dijo usted, de muy mal gusto. Debí haberme dado cuenta de que usted prefería morir antes que dejar de ser Marine.
—Así es —afirmó ella.
—Puede que usted no se percate de ello —dijo el huxley relajándose—, pero dificultades como las suyas no son completamente desconocidas. Quizá, tras una larga serie de celos, se formen anticuerpos. Dado un estado de inicial renuencia fisiológica, una forzada respuesta sexual podría… Pero usted no está interesada en todo esto. Usted desea ayuda. ¿Qué le parece dirigirse con sus trastornos a alguien superior?
—¿Quiere usted decir… al CO?[4]
El huxley asintió.
El rostro de la mayor Briggs se tornó escarlata.
—¡No puedo hacer eso! —clamó—. ¡No puedo! Ninguna muchacha escrupulosa podría. Me avergonzaría demasiado.
Golpeó su morral con una mano, y comenzó a sollozar.
Finalmente se incorporó. El huxley le estaba observando pacientemente. Ella abrió su morral, sacó cosméticos y espejo, y comenzó a reparar los estropicios de la emoción. Luego extrajo una vibro-aguja electrónica y comenzó a utilizarla en algún indeterminado paño blanco.
—No sé lo que haría sin mi labor —dijo como explicación—. Estos últimos días, es lo único que me mantiene en mis cabales. Gracias a la diosa está de moda el hacer esta clase de labor ahora. Bien. Ya le he contado mis desazones. ¿Tiene usted alguna idea?
El huxley la miró con ojos un tanto saltones. La vibro-aguja punteaba constantemente, tan constantemente que Sonya no se percató en absoluto de que un seco chasquido en el pecho del huxley iba en aumento. Además, el ruido era de una frecuencia que su audífono no captaría demasiado bien.
El huxley carraspeó.
—¿Está usted segura de que sus dificultades de dighting son realmente culpa suya? —preguntó con voz extrañamente alterada.
—Bueno… lo supongo. En cualquier caso, no ha ido nada mal por parte de los hombres ninguna vez —respondió la mayor Briggs sin levantar la vista de su labor.
—Sí, fisiológicamente. Pero mirémoslo de este modo. Y yo deseo recordarle, mi estimada joven, que ambos somos individuos maduros, sofisticados, y que yo soy un huxley, después de todo. Suponiendo pues que su cita de dighting hubiese sido con… alguien en… Marine, ¿hubiese usted tenido alguna dificultad?
Sonya Briggs, cuyas mejillas empezaron a centellear, dejó a un lado su labor.
—¿Con un grupo hermano? ¡Usted no tiene derecho a hablarme así!
—Bueno, bueno. Debe usted conservar la calma.
El chisporroteo en el pecho del huxley hacía ahora tanto ruido que sólo la emoción de Sonya podía tornarla sorda a él.
—No se ofenda —prosiguió el huxley con su extraña voz—. Estaba exponiendo un caso completamente hipotético.
—Entonces… suponiendo que se supone que es completamente hipotético y que nunca, jamás soñaría yo en hacer una cosa así… entonces, no supongo que habría yo de tener ningún trastorno con ello.
Volvió a tomar la vibro-aguja.
—En otras palabras, no es su culpa. Considérelo así. Usted es Marine.
—Sí —la cabeza de la muchacha se alzó orgullosamente—. Soy Marine.
—Sí. Y ello significa que usted es cien veces, mil veces, mejor que cualquiera de esos presuntuosos con los que tiene que dight. ¿No es verdad? Está sólo en la naturaleza de las cosas. Debido a que usted es Marine.
—Pues… supongo que es así. Antes jamás pensé en ello de esta manera.
—Pero ahora puede ver que es verdad, cuando piense en ello. Tome esa cita que tuvo con el hombre del Aire. ¿Cómo podía ser su culpa que no pudiera usted corresponderle a alguien de Aire? ¡Vaya, era su culpa, eso está tan claro como la luz del día, su culpa por pertenecer a un servicio tan repulsivo como Aire!
Sonya estaba mirando al huxley con la boca abierta y los ojos brillantes.
—No lo pensé antes —respiró—. Pero es verdad. Tiene usted razón. ¡Una magnífica, una maravillosa razón!
—Desde luego que la tengo —dijo el huxley con aire de presunción—. Fui construido para tenerla. Ahora, consideremos la cuestión de su próxima cita.
—Sí, hagámoslo.
—Usted irá a la zona neutral como de costumbre. Y llevará consigo su miniBAR, ¿no es así?
—Desde luego. Siempre vamos armados.
—Bien. Irá usted a desvestirse. Se aplicará su Watson. Si surte efecto…
—No surtirá. Estoy casi segura de ello.
—Escúcheme. Como estaba diciendo, si surte efecto, usted realizará el dight. Y en caso de que no, usted lleva su miniBAR.
—¿Dónde? —preguntó Sonya, frunciendo el entrecejo.
—A la espalda. Usted deseará darle una oportunidad. Pero no demasiado buena. Si la Watson no suerte efecto… —el huxley hizo una pausa para el efecto dramático—, sacará usted su arma y le matará. Disparará usted atravesándole el corazón. Lo dejará tendido contra un mamparo. ¿Por qué había usted de afrontar una penosa escena como la que describió, a causa de un mamarracho de Aire?
—Sí… pero —objetó Sonya con la expresión de alguien que, al par de esforzarse por ser razonable, no estaba demasiado segura de que pudiera justificarse la razón—. Eso no reduciría efectivamente la tensión interservicio.
—Mi estimada joven, ¿por qué habría de ser reducida la tensión interservicio a expensas de Marines? Además, usted debe atenerse a la consideración de un punto de vista cabal y supremo. Todo cuanto beneficie a Marines, beneficia a Defensa.
—Sí… Eso es verdad… Creo que me está dando usted un buen consejo.
—¡Pues claro que sí! Una cosa más. Después de que lo haya matado, deje una nota con su nombre, sector y número de identidad. Como demostración de que no se avergüenza de ello.
—No… No… Pero, ahora que me acuerdo. ¿Cómo puede darme él la fórmula porcina una vez muerto?
—Tan probable es que se la dé muerto como se la hubiese dado cuando estaba con vida. Además, piense en la humillación que supondría. ¡Usted, Marine, teniendo que rebajarse a mendigar una cosa como ésa del Aire! ¡Vamos, él debería sentirse orgulloso, honrado, de darle la fórmula!
—Sí, en efecto —los labios de Sonya se apretaron—. No andaré con tonterías con él. Incluso si la Watson surte efecto y resulta el dight con él, lo mataré después. ¿No lo haría usted?
—Desde luego. Cualquier muchacha con temple lo haría.
La mayor Briggs lanzó una ojeada a su reloj.
—¡Ya más de veinte minutos! ¡He de ir inmediatamente a la cochiquera! —le lanzó una destellante mirada—. Muchísimas gracias. Voy a seguir su consejo.
—Me alegro. Adiós.
—Adiós.
Ella salió de la estancia canturreando «Desde los pórticos de Moctezuma…»
Una vez estuvo solo, el huxley se quedó con aire ausente, mirando especulativamente al techo, como preguntándose cuándo iban a abatirse las bombas de Aire, Infantería y Armada. Había tenido hasta entonces entrevistas con doce muchachas jóvenes, y a todas había dado el mismo consejo que a la mayor Briggs. Hasta un huxley con un defecto en el pecho debiera haber previsto que el resultado final de su consejo sería una catástrofe para Marine.
Se quedó sentado unos momentos más, repitiéndose:
—Popoff, Popoff, Papa, patatas, pollos, peras y prisma, peras y prisma.
Su defecto estaba chisporroteando ruidosa y campechanamente; buscó en la banda de sonido radiofónico hasta que encontró un programa de música atonal que logró cubrir convenientemente el ruido. Aunque su desbarajuste había alcanzado un extremo que no estaba lejos de la locura, el huxley retenía aún cierta marrullería.
Una vez más repitió para sí mismo: «Pop-poff, Pop-poff». Y luego fue a la puerta de su sala de espera y llamó a la siguiente cliente.