COMPLEMENTO: UN HOMBRE

(Fábula didáctica en dos actos y un epílogo)

TERESA INGLÉS Y LUIS VIGIL

ilustrado por RAMÓN IVARS

A Luis Giralt, amigo de los dos.

PERSONAJES

COCINERO

COMANDANTE

PRIMER PILOTO

SEGUNDO PILOTO

NAVEGANTE

INGENIERO

SALVAJE JEFE DE PARTIDA

SALVAJES SURTIDOS

SALVAJE JEFE DE POBLADO

COMPUTADORA

ACTO PRIMERO

Decorado de cartón piedra mostrando lugares distintos de una nave espacial. Uno de ellos contiene la cocina y un pequeño camarote adjunto, el otro es la sala principal, el tercero es una estructura en donde se hallan los distintos mandos.

Aparece el Cocinero. Es un hombre de belleza singular, de rasgos feminizados. En la manera de moverse y en sus gestos hay cierta coquetería de mujer.

  

COCINERO. — Tendré que apresurarme para tener la comida a tiempo. (Cruza la sala principal y se dirige hacia la cocina) No obstante, estoy satisfecho, a pesar de que el atender a todos los deseos y necesidades de una tripulación de cinco mujeres me represente pasar unos días y unas noches muy atareados. (Conecta un aparato cuya pantalla se ilumina con las imágenes sucesivas de posibles menús) Veamos que ofrece hoy el programador del dispensador automático de alimentos... el mejor es el segundo, no cabe duda. (Coge del armario la vajilla que necesita para servir la mesa de la sala principal) Por lo menos la Navegante no podrá quejarse de la selección de Control Tierra. De todos los candidatos preseleccionados, yo era el mejor que podían escoger para una misión tan delicada... claro que me lo merecía; al fin y al cabo, era el más masculino de todos. (Suena el timbre del dispensador automático. Va rápidamente hacia el aparato, en el que humean las raciones del menú programado. Se dirige hacia el intercomunicador de la nave) ¡Atención, la comida está servida!

Entran las cinco tripulantes y se sientan alrededor de la mesa de la sala principal; son mujeres masculinizadas. Se sientan alrededor de la mesa, bromeando entre ellas

SEGUNDO PILOTO. — (Dándole un codazo de complicidad a la Navegante) ¿Qué tal? ¿Te lo has pasado bien con el muñeco?

NAVEGANTE. — ¡Psé! No lo hace mal del todo. Pero no tiene la clase del chico que me asignaron en el último permiso. ¡Tendrías que haberlo conocido: un morenazo meridional incansable! Al regreso, voy a intentar que me lo vuelvan a asignar.

INGENIERO. — (Con aire experimentado) Dejaos de tonterías. En materia de hombres, lo mejor son los nórdicos.

COMANDANTE. — Calma, muchachas. Dejad esas expansiones para la noche. Guardad ahora las energías y no las malgastéis en discusiones, que bien las necesitaréis luego para la exploración, en cuanto aterricemos.

El cocinero, que ha ido sirviendo la mesa, queda, al terminar, mirando con ojos arrobados a la Primer Piloto. Al oír las últimas palabras de la Comandante, despierta de su ensueño.

COCINERO. — (Inclinándose hacia la Primer Piloto) ¿Y falta mucho para ese aterrizaje?

Se produce un corto silencio. Atmósfera de tensión. Los ojos de las mujeres expresan sorpresa.

COMANDANTE. — (En tono más recriminatorio que interrogativo) ¿Acaso he oído algo?

El cocinero, azarado, se retira a un rincón. Sigue el embarazado silencio entre las mujeres sentadas alrededor de la mesa.

PRIMER PILOTO (Buscando romper ese silencio) Espero que esta misión no nos traiga problemas. Aun me acuerdo de las dificultades que tuvimos en la última. Aquellos reptiloides de Altair VII realmente eran poco sociables.

INGENIERO. — (En tono de chanza) Lo que no justificaba que te los cargases a tiro de desintegrador.

PRIMER PILOTO. — ¡Claro!, ya me gustaría verte a ti frente a una horda de bichos con malas intenciones... para ver si te detendrías a parlamentar.

INGENIERO. — Siempre he creído en la superioridad de la negociación sobre la violencia.

SEGUNDO PILOTO. — (Jocosa) ¡Escuchad, propongo que en el próximo planeta se envíe a la Ingeniero, armada solo con un megáfono, de exploración.

INGENIERO. — (Indignada) Oye, niña, cuando tú estabas aún flotando en la solución nutritiva de la probeta en que te hicieron, yo ya me había hartado de desarmar motores de astronaves por entre las estrellas. Se más de los planetas de lo que tú...

COMANDANTE. — (Atajando) Me parece que estáis llevando las bromas demasiado lejos.

Recuperado de su sofoco, el Cocinero ha vuelto a clavar su mirada en la Primer Piloto. Esta, al sentirse observada, busca por quien, y lo descubre en un rincón. Él se gira ligeramente, con estudiada coquetería, para ofrecerle su hermoso perfil. Disimuladamente, se esfuerza en agrandar el diámetro de sus bellos ojos para que ella descubra una vez más el fulgor de sus grises pupilas.

La Comandante, que ha sorprendido el intercambio de miradas, queda entre asombrada y reprobadora.

  

II ESCENA

Las tripulantes están ante sus controles sobre la estructura, accionándolos con gestos desmesurados. Mientras, el Cocinero está en su camarote.

INGENIERO. — (Accionando una gran rueda) Motores a carga normal.

COMANDANTE.— (Mirando por un telescopio) ¡Bosques, bosques, todo el planeta parece cubierto de bosques!

NAVEGANTE. — (Frente a la pantalla fluorescente de un radarscopio) Localizo un claro a sesenta latitud Oeste.

PRIMER PILOTO. — (Bajando palancas) Dame las coordenadas de aterrizaje.

En contrapunto, la visión del Cocinero, en su camarote, dándose un baño de ultrasonidos, sentándose luego ante el espejo de su tocador. Toma un tubo de crema depiladora y se elimina la fea barba naciente, luego se unta el rostro con crema suavizadora. Más tarde aborda los problemas de qué tinte dar a su cabello y qué maquillaje lo acompañará mejor.

PRIMER PILOTO. — (Subiendo las palancas) Completado el procedimiento de aterrizaje.

COMANDANTE. — (Observando el horizonte visible por el telescopio) Analizad las condiciones externas.

SEGUNDO PILOTO. — (Mirando un aparato) Gravedad cero coma noventa y ocho G.

NAVEGANTE. — (Mirando otro aparato) Composición del aire similar al de la Tierra, con un cero coma siete tres de exceso de anhídrido carbónico.

COMANDANTE. — Normal, con una vegetación como esta. ¿Y el resto de las condiciones?

PRIMER PILOTO. — (Consultando una cinta que sale de un aparato) Similares a las de la Tierra, con un más menos cero coma cero nueve de variación.

COMANDANTE. — (Desabrochándose el cinturón del asiento y poniéndose en pie) Excelente. Es un planeta casi igual al nuestro, no necesitaremos de ningún equipo especial.

Mientras el Cocinero termina de acicalarse, dándole un tono dorado a sus mandíbulas para que se aprecie mejor la firmeza de su ángulo maxilar, las tripulantes bajan de sus puestos en la estructura y abren unos armarios de la sala principal, de los que sacan mochilas, pistolas con sus pistoleras y equipo, que comienzan a cargarse.

COMANDANTE. — (Acabando de ajustarse su equipo) ¿Estáis todas dispuestas?

PRIMER PILOTO. — Ya está todo a punto.

COMANDANTE. — Pues en marcha.

Acciona los mandos de la compuerta. Ruido de maquinaria trabajando. Las tripulantes se adelantan como para salir. En esto, irrumpe desde su camarote el Cocinero, entrando en la sala principal. Lleva un conjunto tornasolado, que pone en valor sus atributos masculinos. Se detiene de repente y contempla sorprendido a las tripulantes, que también se han detenido en su acción de abandonar la nave, aunque sin reparar siquiera en su habitual belleza, tan espectacularmente realzada.

PRIMER PILOTO. — (Reponiéndose antes que el resto) Adiós.

COCINERO. — (Entre sorprendido y desolado) ¿Dónde vais?

SEGUNDO PILOTO. — (En taño obvio) A explorar el planeta.

COCINERO. — Pe... pero, pero no puedo quedarme solo en la nave.

INGENIERO. — (Con sarcasmo) ¿No habrías pensado en venir? Nada más nos faltaba un hombre que nos estorbase.

PRIMER PILOTO. — No. Aunque quisiéramos no podríamos llevarte. Este planeta puede ser peligroso para nosotras, ¡y no digamos para un hombre!

COMANDANTE. — (Tono final) Ni hablar de eso. Además, las Ordenanzas lo prohíben. Cierra la compuerta en cuanto hayamos salido y no la abras hasta que hayamos regresado, así no podrá pasarte nada.

Seguida de su tripulación, reemprende la marcha hacia la compuerta.

COMANDANTE. — (Mientras desaparece entre bastidores) ¡Un hombre en un equipo de exploración... lo que me quedaba por oír!

PRIMER PILOTO. — (A modo de despedida) Compréndelo, es tu propio bien.

El Cocinero queda solo en la nave, triste y resignado.

ACTO SEGUNDO

Decorado mostrando, en el centro del escenario, un bosque. A un lado una estructura que representa el interior de un poblado primitivo. Por el otro hay una pequeña pradera a linderos del bosque.

Las tripulantes entran en escena por el lado del prado, dirigiéndose hacia el bosque. En este se hallan emboscados unos salvajes, evidentemente con propósitos ofensivos. Van cubiertos de pieles y armados con hachas de sílex.

SALVAJE I. — (Algo más adelantado que sus compañeros) Alguien viene...

SALVAJE JEFE DE PARTIDA. — Preparados. Saltad sobre ellos antes de que puedan defenderse.

La luz no es muy clara, solo se ve un bulto que sale por entre los árboles. Dos salvajes caen sobre él, derribándolo al suelo con golpes de sus hachas. La siguiente figura es atacada por otro salvaje, que deja caer sobre ella el hacha, pero que en el mismo momento de golpear parece arrepentirse.

SALVAJE II. — (Que acaba de derribar a la segunda figura) ¡Son mujeres!

SALVAJES. — (Asombrados) ¿Mujeres?

SALVAJE JEFE DE PARTIDA. — (Dudando) Mujeres... ¿solas en el bosque?

SALVAJE II. — (Oteando hacia la espesura) ¡Son mujeres y vienen más!

SALVAJE JEFE DE PARTIDA. — ¡Atrapadlas vivas!

Los salvajes se abalanzan sobre las tripulantes sobrevivientes; pero éstas, que han visto los cadáveres de sus compañeras, reaccionan de inmediato, utilizando sus armas. Se producen tremendas detonaciones y relámpagos. Los salvajes van desplomándose muertos al suelo. Los supervivientes se retiran por la espesura, mientras las tripulantes se quedan junto a los cadáveres de sus compañeras.

SALVAJE JEFE DE PARTIDA. — (Haciendo seña a sus compañeros para que se agrupen a su alrededor) ¡Alto, venid aquí!

SALVAJE III. — Jefe, eso deben de ser demonios con forma de mujer; dominan el rayo.

SALVAJE IV. — Volvamos al poblado a por el Hechicero. Él sabrá como enfrentarse con esos demonios.

SALVAJE JEFE DE PARTIDA. — (Tono de arenga) ¿Somos guerreros o niños de teta? No podemos regresar derrotados al poblado; mujeres o diablos, tenemos que atraparlos.

SALVAJE III. — Tal vez, aunque sean demonios, nos escuchen si les ofrecemos desagraviarles, si les explicamos que esperábamos a los guerreros de otra tribu y no a ellas...

SALVAJE JEFE DE PARTIDA. — Tal vez. Tendremos que enviarles un emisario, desarmado, para que confíen en él. Tú lo has propuesto, tú irás.

El salvaje no parece muy conforme, pero no discute. Deja el hacha de sílex y se dirige hacia donde están las tripulantes, con los brazos adelantados y las palmas al frente, desarmado. Las tripulantes lo ven venir y, sin pensárselo, una de ellas lo fulmina antes de que pueda abrir la boca.

SALVAJE JEFE DE PARTIDA. — (Indignado) ¡Lo han matado sin dejarle hablar! Entonces, será a muerte.

SALVAJE IV. — Pero tienen el rayo.

SALVAJE JEFE DE PARTIDA. — Y nosotros conocemos este bosque en cada una de sus hojas, ramas o piedras. Rodeadlas sin que se den cuenta, y caed sobre ellas. Serán demonios, pero un hachazo puede matarlas.

Los salvajes se echan al suelo y se van acercando a las tripulantes, que están enterrando a sus compañeras, sin darse cuenta de que están rodeadas. En un momento, saltan todos a la vez sobre ellas. Hay un par de disparos y caen algunos salvajes, pero dos tripulantes se desploman. La tercera es desarmada de un golpe pero escapa.

SALVAJE JEFE DE PARTIDA. — ¡Huye! ¡Atrapadla!

La superviviente corre en dirección al claro por donde ha venido, pero le cierran el paso. Cambia de dirección. Da impresión de una huida trabajosa por entre la espesura. Dos salvajes la siguen de cerca. Se acerca al borde de las tablas. Cae al pasillo central. Parece tener una pierna rota. Los dos salvajes se acercan al borde del escenario y miran hacia abajo Uno de ellos la señala.

SALVAJE V. — Mira, ha caído en una trampa para osos.

SALVAJE VI. — Vamos a apresarla, bajemos.

SUPERVIVIENTE. — (Abriendo mucho los ojos, como si los viera por primera vez) ¡Pero... si son hombres! Hasta ahora no los había visto bien por la espesura del bosque, pero supuse que serían mujeres... (Con un dejo de terror) ¡Hombres salvajes!

SALVAJE V. — (Al otro) Ayúdame.

Cogiéndose de las manos de su compañero, baja al supuesto foso. La superviviente se arrastra un poco, alejándose, pero lo estrecho del lugar no le permite mucho movimiento. Los dos salvajes están ya abajo. Se abalanzan sobre ella, que forcejea.

SUPERVIVIENTE.— ¡Soltadme! Soy una mujer... (Ve las miradas que la dirigen y como uno de ellos comienza a tratar de arrancarle la guerrera del uniforme) ¿Qué queréis hacer?

SALVAJE VI. — Tú misma lo has dicho... eres una mujer.

SUPERVIVIENTE. — Pero vosotros queréis excederos conmigo como si fuera un hombre... ¡ya veo! ¡Sois salvajes y no conocéis el orden natural de las cosas! ¡Soltadme!

Los dos salvajes no hacen caso de sus gritos, consiguen sacarle la guerrera. Ella se ve perdida, y decide escapar en la única forma que le es posible. Hace como que cede y, cuando se confían, arranca el cuchillo de pedernal que uno de ellos lleva al cinto y se lo clava ella misma en su propio corazón, robándoles el placer que ansiaban.

  

II ESCENA

El Cocinero se halla en el pequeño claro que hay a linderos del bosque, junto a la compuerta de la nave. En el bosque, dos salvajes se hallan ocultos entre los árboles, contemplándole.

COCINERO. — (Inspirando profundamente) ¡Ah! Este aire revivifica, tras tanto tiempo del aire artificial en la nave, aunque no sé si este sol tan fuerte no me hará daño en el cutis (Se pasa preocupado una mano por el rostro). Lo que no entiendo es lo que hacen tanto tiempo fuera las tripulantes... sin siquiera hacerme una llamada. ¡Ya me cansa tanta espera! Estaba harto de estar ahí dentro. Si la Comandante me protesta, le diré que salí a coger flores para adornar la nave.

Se inclina y comienza a recoger flores silvestres del prado. Inconscientemente, se va aproximando al bosque. Los salvajes lo contemplan. Al fin, al aproximarse tanto a ellos, uno le pone un brazo sobre el hombro.

COCINERO. — (Sobresaltándose) ¡Que susto! ¿Ya estáis de vuelta? (Se gira y da un gritito al ver a los salvajes) ¿De dónde salís vosotros? (Da unos pasos hacia atrás, claramente asustado).

SALVAJE VI. Ven.

COCINERO. —imposible, no puedo acompañaros, ¿qué diría la Comandante? ¡Ojalá le hubiera hecho caso quedándome en la nave!

Los salvajes lo aferran por un brazo. Él trata de defenderse, pero lo hace en forma femenina, con las uñas y pataleando, por lo que los salvajes no tienen mayor dificultad en dominarlo. Lo obligan a pasar el bosque y lo llevan al otro extremo del escenario, donde se halla el poblado. En este hay escenas de actividad normal, pero las mujeres son las que realizan todas las tareas domésticas. El cocinero lo va contemplando con creciente asombro. Al fin lo llevan frente a una especie de trono, en el que se sienta el Jefe del Poblado, un salvaje más anciano a cuyos pies se halla la favorita.

COCINERO. — (Dirigiéndose a la favorita, a quien supone ser la Jefe) ¿Qué es lo que sucede aquí? ¿Por qué me han atacado esos hombres? ¡Peleaban como si fuesen mujeres! ¿Han visto a las tripulantes de la nave en la que vine aquí?

SALVAJE JEFE DEL POBLADO. — (Ignorando la extraña conducta del cocinero) Lamento lo sucedido a tus mujeres.

COCINERO. — (Cada vez más asombrado) ¿Sucedido?

SALVAJE JEFE DEL POBLADO. — (Pacientemente) Sí, nos ha sabido mal el tener que destruir tus propiedades, pero tendrás que reconocer que no nos quedaba otra solución que matarlas. Al principio, mis hombres creyeron que eran los guerreros de otra tribu, contra los que habían tendido una emboscada, luego se dieron cuenta de su error y, a pesar de las bajas sufridas, trataron de apresarlas vivas. Fue imposible y no hubo más remedio que liquidarlas. Pero, si me atiendes, creo que podremos llegar a un trato en el que no lamentarás esa pérdida de tus propiedades.

COCINERO. —¿Pero de qué propiedades estás hablando?

SALVAJE JEFE DEL POBLADO. — (Algo irritado ante lo obtuso que se muestra el extraño) Hablo de tus mujeres, las que hemos matado.

COCINERO. — ¡No! (Mira a su alrededor, como considerándolo todo bajo una nueva luz) Todo esto es muy extraño: hombres que actúan como mujeres y mujeres que hacen el trabajo de los hombres... Hasta ahora he tenido la esperanza de que llegasen las tripulantes y todo volviese a la normalidad, pero ahora me dices que las habéis matado...

SALVAJE JEFE DEL POBLADO. — (Sin hacerle caso) Escúchame, y no te arrepentirás. Tengo que agradecerles a los dioses tu llegada; realmente providencial. Mi tribu está en guerra con otra mucho más poderosa, y estábamos sufriendo derrota tras derrota. Pero ahora llegas tú, del cielo, en un carro de fuego...

COCINERO. — (Aun no se ha repuesto) La astronave, sí... ¡Tengo que regresar a la astronave!

SALVAJE JEFE DEL POBLADO. — (Monologando) Necesitamos ayuda para vencer a nuestros enemigos. Me han contado como tus mujeres mataban a los guerreros con la fuerza del rayo... por lo que tú, un hombre, tendrás poderes más terribles.

COCINERO. — Eso son armas, las usan las tripulantes cuando...

SALVAJE JEFE DEL POBLADO. — (Interrumpiéndole otra vez) Escucha mi propuesta, y podrás comprobar lo generosa que es: ¡Ayúdanos, y compartirás el mando conmigo! Soy viejo y no tengo sucesor; tú podrías dirigir luego la tribu, y hacerla la más temida a causa de tus poderes... Tendrías las mujeres más bellas, que sustituirían con ventaja a las que has perdido, que además no eran gran cosa. Obtendrás riquezas, ganado, todo lo que desees. Serás un gran hombre, el más grande. Un guerrero famoso, honrado y temido.

El cocinero parece atónito. Sus ojos vagan del Jefe, que le está diciendo aquellas extrañas cosas, a los hombres, fuertes guerreros, y a las mujeres, que realizan trabajos inferiores y no se atreven a levantar la vista.

SALVAJE JEFE DEL POBLADO. — (Viendo su vacilación) No es necesario que decidas de inmediato, me doy cuenta de que las posibilidades son tantas que te gustará pensarlo Mañana me puedes dar tu respuesta, y si es afirmativa, antes de que acabe el día ya nos temerá el enemigo.

COCINERO. — ¿Podría volver a la nave?

SALVAJE JEFE DEL POBLADO. — (Levantándose con gesto grandilocuente) Claro que sí, no eres nuestro enemigo, te queremos como aliado y no como prisionero. Eres libre para irte o para quedarte, gozando de nuestra hospitalidad...

COCINERO. — Aunque no estén ya allí las tripulantes, estaré más tranquilo en la nave... tal vez allí pueda pensar, haya algo que me guíe...

  

EPÍLOGO

El decorado es el del Primer Acto. El Cocinero está sentado frente al espejo. Se mira pensativamente en él.

COCINERO. — No sé que hacer. Y no queda ninguna mujer para decírselo... ¿Quién me podría aconsejar? ¿Quién...? (En un gemido) No hay mujeres para ampararme.

Se levanta y se dirige con paso mecánico al espacio donde se halla la estructura con los controles. Al lado de ella hay una pantalla que se ilumina al acercarse con el aviso: «Área restringida al personal femenino». Sin darse cuenta, entra en el área prohibida. La trasgresión pone en funcionamiento el mecanismo de control automático de la nave.

COMPUTADORA. — Retroceda. Esta es una área de la nave reservada a la tripulación femenina. Un hombre no tiene derecho a penetrar en ella.

COCINERO. — (Asustándose) Pero... pero... (Can débil vocecita) ¿Quién habla?

COMPUTADORA. — Soy la Computadora de procesos. Tengo el control de la nave hasta que regresen las tripulantes.

COCINERO. — No regresarán. Han muerto. (Con un gemido) Tan solo quedo yo.

COMPUTADORA. — (Consultando su memoria) ¿Muertas?: Inoperantes. Resta complemento: Hombre.

COCINERO. — ¡Estoy solo!

COMPUTADORA. — Hombre solo: Inoperante.

COCINERO. — ¡No sé que hacer!

COMPUTADORA. — Pregunta. Estoy programada para responder.

COCINERO. — (Tímido) Quieren que me quede con ellos... que haga las cosas que solo hacen las mujeres.

COMPUTADORA. — ¿Quieren? Especifica mejor los enunciados; hay demasiadas incógnitas.

COCINERO. — Me refería a los salvajes... los nativos de este planeta, que se comportan en forma extraña...

COMPUTADORA. — ¿Extraña?

COCINERO. — (Consternado) Los hombres actúan como mujeres, y las mujeres como hombres.

COMPUTADORA. — Mujeres: Operantes. Hombres: Inoperantes... Las mujeres toman las decisiones.

COCINERO. — Sí, pero aquí es al revés.

COMPUTADORA. — Mi memoria registra que en etapas primitivas de la Tierra, también fue así entre los humanos: los hombres mandaban. Pero no era racional, se cambió el sistema, y se le enseñó a cada sexo su verdadero puesto en la sociedad.

COCINERO. — Pero yo, ¿qué hago? (Suspirando) Solo sé ser un hombre.

COMPUTADORA. — Si quieres continuar siéndolo, puedes volver a la Tierra. Hay una programación automática para ello.

COCINERO. — Sí, pero aquí podría hacer cosas importantes como hacían las tripulantes, mientras que en la Tierra...

COMPUTADORA. — Las mujeres y los hombres son distintos.

COCINERO. — ¿Y por qué los hombres no pueden hacer cosas como las mujeres?

COMPUTADORA. — Las mujeres están destinadas a tomar decisiones y son preparadas en consecuencia. ¿Lo estás tú, hombre?

COCINERO. — (Dubitativo) Nunca lo he hecho, no me han enseñado. Yo no tengo la culpa de no saber.

COMPUTADORA. — Pero, ¿puedes tomar una decisión?

COCINERO. — Ahora debo hacerlo, ¿no? A veces... en ocasiones... he sentido deseos de ser como ellas.

COMPUTADORA. — Tú no puedes ser como ellas. Hombre: Inoperante. Mujeres: Operantes.

COCINERO.—Aquí podría hacer cosas; en la Tierra las hacen por mí.

COMPUTADORA. — Tienes que tomar una decisión.

COCINERO. — ¿Es posible regresar a la Tierra?

COMPUTADORA. — Mi memoria ha grabado todas las maniobras del viaje de venida. Ahora las iría realizando en sentido inverso. Solo tienes que alimentar la orden para hacerlo apretando el botón rojo, separado de los otros, que se halla en la consola de mandos del puesto de la Comandante.

COCINERO. — Los salvajes... libertad... la Tierra... sin responsabilidades... (Angustiado) ¡Tengo que tomar una decisión!

COMPUTADORA. — ¿Cuál?

COCINERO. — (Con tristeza resignada) Mi primera y última decisión; regresar a mi lugar: la Tierra.

Mientras cae el telón, se dirige a la consola de la Comandante.

DECORADOS:

Pág. 127: Primer acto y epílogo (La nave)

Pág. 137: Segundo acto (Bosque y poblado)

FIGURINES:

Pág. 130: Una tripulante

Pág. 133: Un salvaje

© Teresa Inglés, Luis Vigil y Ediciones Dronte, 1970