LA EDAD DE LA JUBILACIÓN
(Age of retirement; 1954).
Hal Lynch
El curso de la evolución muestra que los logros más elevados de una especie se convierten en un desarrollo embriónico hacia formas más elevadas. Y así ocurrirá, quizá, con la evolución cultural.
Ciento veinte kilómetros por debajo de nosotros se encontraba el continente sur del planeta Uriel. Di la orden y nos precipitamos hacia abajo, hacia la ciudad de Sathos, que nunca había conocido la noche y donde la luz de cuatro lunas llenaba el cielo cuando se había puesto el sol. El Spacebolt descendió a baja altura sobre la ciudad y arrojamos bombas de negrura. Una nube entintada se elevó de Sathos, detrás de nosotros, mientras nos elevábamos para regresar.
Miré a mis hombres, que esperaban junto a la escotilla.
—Tenemos orden de limpiar la ciudad, a excepción de los flickos, y ya saben dónde se estarán ocultando. Cuando lleguen a las calles, disparen contra todo aquello que se mueva.
El sargento Kregg sonrió burlonamente e hizo señal a sus hombres para conectar sus anuladores de gravedad. Volvíamos a estar de nuevo sobre la ciudad.
—Muy bien, sargento. ¡Adelante entonces! —grité.
Yo mismo dirigí la caída, a través de la escotilla abierta y hacia la oscuridad de Sathos, donde esperaba la banda de flickos. No habían esperado una bomba de negrura, estaban desparramados por todas partes y confundidos, pero aún sabían como luchar. Las armas paralizadoras crepitaban a medida que mis hombres llegaban a las calles y comenzaban a cazar a los flickos. El sargento Kregg y yo perseguimos a los jefes, que habían ido a ocultarse al centro de la ciudad. Disponían de un nauseador que rociaba las calles situadas frente a ellos, pero el sargento y yo nos las arreglamos para mantenernos fuera de su línea de fuego mientras nos movíamos. Les localizamos en el tercer piso de un edificio; ahora, todo era más fácil.
Desde detrás de una serie de escalones, el sargento gritó nuestro «¡Estamos aquí para ayudaros!». Ellos contestaron con una ráfaga de nauseador, pero no le pudieron alcanzar.
Yo disparé un par de ráfagas atontadoras desde mi lado de la calle, pero ellos también estaban protegidos.
—¡Tozudos! —dijo Kregg—. Usted y yo les podemos coger, aunque no tardará en haber luz suficiente.
—Utilicemos el gas adormecedor. Tengo prisa —dije.
Su rostro adquirió una expresión de desilusión.
—¡Es una orden, sargento!
El gas hizo el trabajo. No tardamos en tenerlos a todos «reunidos y contados». Kregg llamó a la nave para que bajara a recogernos mientras yo registraba los detalles de la operación.
—¿Algún herido, sargento?
Uno de ellos tiene un codo pelado, eso es todo, señor.
El y los hombres llevaron a los prisioneros a bordo de la nave. Después, el sargento regresó.
—La operación más rápida que he visto jamás dijo, en tono de confianza. —Apuesto a que será un récord de la Patrulla del Espacio, señor.
Yo sabía que lo era y me sentía muy bien por ello, pero, desde luego, no podía permitir que él lo supiera. Me limité a lanzar un gruñido y a devolverle el saludo de una forma brusca.
—Entréguelos a los psicomédicos locales y regrese con sus hombres al cuartel general de Marte. Yo no regreso con la nave; lo hago con el transmisor de materia, para asistir a la fiesta de retirada del comandante. ¡Tome el mando, sargento!
Había unos cuantos viejos en la estación del transmisor de materia, pero se apartaron a un lado al ver mi uniforme azul y dorado.
—¡Aquí, capitán! —dijo el ayudante, conduciéndome hacia la cabina más cercana.
Sentí una punzada de remordimiento cuando me acomodé entre los cojines. Hubiera preferido regresar con mi propia nave. El Spacebolt era sin duda alguna la nave más elegante y rápida de todo el sector y habría sido muy adecuado haber llegado con ella, pero no nos quedaba tiempo. Incluso viajando por el transmisor de materia, tendría mucha suerte si llegaba a tiempo para la ceremonia.
Cuando salí de la cabina receptora de patrulla en Marte, me encontré con Wenda, que me estaba esperando. Me saludó con una actitud elegante; más bonita que nunca con su vestido uniforme. Me di cuenta interiormente de que tenía que vigilarme a mí mismo.
Tendría que permanecer apartado de ella si no quería encontrarme con un estorbo un par de años demasiado pronto.
—Tommy —me susurró mientras nos apresurábamos pasillo abajo—, nunca he estado antes en una parada final. ¿Son muy excitantes?
—Casi tan aburridos como viajar por transmisor de materia.
En realidad, no lo sentía así. Eran maravillosas. Pero no iba a disfrutar nada con esta.
Empezamos a bajar las escaleras.
—Me pregunto cómo lo estará tomando el jefe. Quiero decir, sabiendo que esta es la última para él y todo eso.
—Supongo que ya se habrá acostumbrado a la idea —comentó ella con indiferencia.
Ahora podíamos escuchar a la multitud moviéndose por todas partes fuera del campo.
De repente, tuve la urgente necesidad de contarle a alguien cómo me sentía.
—No es justo, Wenda. ¡No es nada justo!
Ella se detuvo y me miró, con expresión de preocupación.
—¿Quieres decir obligar al jefe a retirarse? Es por el bien de la patrulla, Tommy… ya lo sabes. Eso da una buena oportunidad a los oficiales jóvenes.
—¡Ellos tendrán muchas oportunidades! Wenda, el jefe es mejor que nunca. Puede manejar cualquier cosa con la que le enfrenten. El…
—El retiro obligatorio a su edad es una de las más importantes reglas de la patrulla. Y ahora, date prisa… ¡llegaremos tarde!
Cuando salimos al terreno donde se iba a celebrar la parada militar, el coronel Croslake se adelantó para encontrarse con nosotros. Saludó y me estrechó la mano.
—¡Felicidades, Tommy! —dijo sonriendo—. Acabo de oír que ha detenido a otra banda de desgraciados.
—¡Tommy! ¡No me lo habías dicho! —exclamó Wenda.
—Los atrapamos en Uriel. Fue todo muy rápido y suave. Tuvimos suerte. Unos cuantos disparos pero, en realidad, no surgió ningún problema.
El coronel me dio unas palmaditas en el hombro.
—Continúe haciendo esa clase de trabajo y no tardará en pertenecer a los altos mandos.
«Será mejor que me dé prisa —me dije a mí mismo—. Tal y como son las cosas aquí, será mejor que me dé prisa».
—¡Oh! Será mejor que ocupemos nuestros puestos. Ya suenan las cornetas.
Encontramos nuestros puestos mientras sonaban las cornetas. En el terreno de la parada militar permanecían rígidos y en silencio una fila tras otra de cadetes de rosadas mejillas. En el silencio, podíamos escuchar los distantes ruidos procedentes de las naves de cohetes, y la débil agitación cuando las primeras tropas marcharon hacia el extremo más bajo del campo. Entonces, apareció la guardia de color, seguida por la banda, que tocaba la inevitable Patrulla alerta, y detrás de ella los jefes, elegantes y duros con sus nuevos trajes azules.
Al final de todos llegaba el jefe, con Halligan, su sucesor, que caminaba a su lado. De algún modo, ya tenía un aspecto más viejo y diferente, aunque seguía marchando recto como un palo y cada centímetro de su cuerpo denotaba la actitud de un soldado. Ocupó su puesto en el podium de recepción; la banda atacó los compases de Los colores y el jefe observó a sus tropas marchando ante él, en desfile militar, por última vez. Eran hombres escogidos, y a pesar de ello y de todas sus antiguas campañas, sentían ver cómo se retiraba del servicio activo el comandante supremo de la patrulla del espacio. No me avergüenza decir que sentí ganas de llorar.
Tras haber desfilado la última unidad, hubo un momento de silencio. Después, el jefe pronunció un breve discurso. No recuerdo lo que dijo, pero fue algo grande. La forma en que lo hizo lo convirtió en algo grande. A continuación, se quitó el cinturón de ceremonial y lo colocó alrededor de la cintura del comandante Halligan, mientras la banda tocaba Honor a la patrulla y, nosotros cantábamos la letra con las lágrimas corriendo por nuestras mejillas. Después, le vitoreamos hasta que nos quedamos roncos, mientras él acudía junto a cada uno de los miembros de su equipo y le estrechaba la mano. Mientras estábamos vitoreándole, vi de pronto a mi hermano mayor, Bill, que permanecía en el pequeño grupo de gente mayor, en una de las esquinas del campo.
Nuestro nuevo jefe, el comandante Halligan, también pronunció un discurso, pero aquello fue como una especie de anticlímax. Después, se dio el último toque de corneta y con aquello terminó la parada final del jefe. Me habría gustado disponer de la oportunidad de decirle algo personalmente, pero sabía que nunca podría acercarme a él, entre toda aquella multitud. Así es que en cuanto Halligan gritó: «¡Rompan filas!», fui a ver a Bill.
Evité a Wenda y me abrí paso por entre la multitud de bulliciosos cadetes y soldados, hacia donde esperaba mi hermano. Me miró con una sonrisa burlona.
—¡Eh, capitán!
Parecía como un extraño con sus ropas de civil. Hablamos durante un minuto o dos sobre la familia —últimamente no les había visto tanto como debiera, y después le aparté un poco de la gente, dirigiéndonos hacia los cobertizos de los cohetes, el ambiente se estaba tranquilizando ya y el sol comenzaba a ponerse.
—¿Qué tal van las cosas en esa… escuela de filosofía? —le pregunté, tratando de ser amable.
—Es interesante… incluso excitante a veces.
—¡Apostaría a que sí!
—En serio, Tommy. El otro día estuvimos analizando la relación existente entre la música y el pensamiento social, y eso… bueno, ya te lo explicaré en alguna otra ocasión.
Es algo nuevo y maravilloso y contiene toda clase de posibilidades. Y, a propósito, he oído decir que vamos a tener entre nosotros a tu jefe, ahora que se ha jubilado.
—¿En tu escuela? ¡Estás loco, Bill!
—Es un hombre extraordinariamente inteligente. Podemos utilizarle.
Me detuve en nuestro paseo.
—Escucha, Bill, tengo que hablar contigo —le dije—. No entiendo esto. Realmente no lo capto.
—¿Cuál es el problema?
—¿Por qué tiene que jubilarse el jefe ahora? ¡Es el mejor que hemos tenido jamás!
¿Por qué le han obligado a retirarse?
—Si por «ellos» te refieres a los de fuera, te equivocas, Tommy. El retiro obligatorio es una regla de la propia patrulla. Nadie les forzó a implantarla desde el exterior. Los propios miembros del equipo de la patrulla determinaron la edad del retiro. Y, desde luego, esa norma es válida para todos; el rango de jefe no implica ninguna diferencia. Ha tenido que jubilarse, del mismo modo que tuve que hacerlo yo cuando alcancé su misma edad. Lo que sucede es que a esa edad ya no somos buenos, muchacho.
—¡No me digas eso! —exclamé, agarrándole por el brazo—. Durante mi último viaje de servicio me he pasado algún tiempo en la biblioteca. Estuve mirando algunos librosvisores antiguos y encontré algunas historias de la patrulla… de ta patrulla de hace cien años. En aquella época tenían soldados que llegaban hasta los treinta años.
—Claro, muchacho. Ya lo sé. Y puede que tú no lo sepas, pero si compruebas las leyes existentes antes de la formación de la patrulla, te encontrarás con que había en servicio hombres incluso más viejos. También los reclutaban a una edad más avanzada. Pero en la época en que se formó la patrulla se descubrió que las personas viejas no tenían la velocidad de reacción ni la coordinación necesaria para mantenerse a un nivel óptimo. Así es que empezaron a retirar a los hombres a una edad cada vez más temprana, reclutándolos más jóvenes aún. Después, hubo otro factor —siguió diciendo—: muchas menos matanzas. En estos días, los asesinatos son más raros que las nubes en Marte, pero supongo que ya te habrás dado cuenta por esas historias que los criminales utilizaban armas mortales. En estos días de armas que dejan sin sentido y de gas adormecedor, el someter a las personas que crean problemas es algo mucho menos peligroso que antes. Esto ayudó a descender la edad de reclutamiento y, a su vez, la edad de jubilación.
—¿Qué son los criminales?
—Es una palabra antigua utilizada para designar a los desgraciados. Nunca has prestado mucha atención a la historia, Tommy. Tendrás que especializarte en ella cuando te hayas retirado.
—Ni siquiera deseo pensar en el retiro —gruñí—. Aún me quedan otros dos años.
Quizá… quizá si llego alguna vez al equipo director consiga cambiar esa regla sobre la jubilación.
Aquello pareció divertir a Bill.
—No tendrás ni una sola oportunidad, Tommy. Lo han intentado hacer y la verdad es que no funciona de ninguna otra manera. Cuando llegas a los dieciséis, revista final y fuera… ¡por el bien del servicio!
—¿Estás intentando decirme que mi coordinación descenderá a los dieciséis?
—Mírame a mí —dijo, sonriendo con sorna—. A los diecinueve ya estoy acabado —después se puso serio y añadió—: No, muchacho, no es eso. Es algo más lo que falta… un cierto espíritu, o idealismo, o quizá una especie de instinto. Como comprenderás, nuestra raza ha cambiado durante el último par de siglos, Tommy. Por un lado, nuestro sistema educacional se ha elevado mucho, aceptamos responsabilidades mucho antes de lo que las aceptaron nuestros abuelos, y siguiendo la misma línea, nosotros… bueno, nos asentamos un poco antes. Nuestra expansión por el espacio nos ha puesto en contacto con docenas de otras culturas, algunas de las cuales son varios siglos más viejas y sabias que la nuestra. Así es que, de algún modo, nos hemos establecido como gente con una visión diferente sobre la vida, en relación a la que tenían nuestros antepasados.
Tenía la impresión de que se estaba apartando del tema, pero le dejé seguir hablando.
Nos volvimos, regresando hacia el campo donde se había celebrado la parada militar; el sol ya se había puesto y empezaba a oscurecer rápidamente.
—Tommy, hemos empezado la gran aventura —siguió diciendo—. Hemos iniciado la gran exploración de todo, la exploración de nosotros mismos. Esto se ha convertido en algo tan importante para nosotros que no tenemos tiempo ni inclinación pan, otras cosas. Pero todavía hay desgraciados —continuó—, y supongo que siempre los habrá, independientemente de lo mucho que pueda cambiar el mundo. Alguien tiene que disponer del tiempo necesario, de tomarse la molestia de cogerlos y traerlos aquí para que sean sometidos a tratamiento. Alguien que posea aún la paciencia para asumir la autoridad y la rutina sin hundirse en la corrupción; alguien capaz de pensar sin dejarse obsesionar y de actuar sin sentir ansiedad por las consecuencias. Alguien que pueda luchar sin sentir odio y vivir sin sentir pena; alguien capaz de entregar todo su corazón a una causa que le proporcione poca cosa o nada a cambio. Así es que os hemos pasado el trabajo a vosotros, la generación joven. Os hemos proporcionado las armas y los conocimientos necesarios y vosotros habéis puesto… el corazón.
—Bill, no entiendo una sola palabra de lo que me estás diciendo. No termino de captarlo.
—Ya lo harás, Tommy, ya lo harás —dijo tranquilamente, en la oscuridad—. Dentro de unos pocos años comprenderás lo que te estoy diciendo. La patrulla ha descubierto que, después del quinceavo año, cada cual «aparta estas cosas» de algún modo. La gloria va muriendo a medida que van apareciendo nuevos anhelos, hasta que uno llega a sentirse un extraño con respecto a lo que solía ser. Así es que la patrulla te obliga a jubilarte antes de que llegues a ese punto, Tommy. Por eso se ha implantado la jubilación obligatoria, antes de que cada cual empiece a dejar de preocuparse.
—¿Dejar de preocuparse por la patrulla? ¡Eso es una locura!
—El problema es, Tommy, que uno ya no se preocupa cuando crece.