Apreciado César Poco:

vuelo y no se sabe. Siempre encarta la mala pata que mis vecinos me miran cuando me pego un porrazo —que de tanto en tanto me los meto, no le engaño— pero cuando planeo hermanado con el viento, a lo águila imperial, que son las más de las veces, resulta que ninguno se fija en mí. Anteayer, sin ir más lejos, me planté en Ponferrada en hora y media, pues bien, nadie cayó en la cuenta. Ni satélites meteorológicos, ni torres de control aéreo, ni excursionistas con prismáticos, nadie. Y luego, en Ponferrada, era fiesta de guardar y estaban todos de romería. Pero a la vuelta, al enfilar el descenso para posarme en la plaza de mi pueblo, descuadré el aleteo y patapum, batacazo frente al casino. Y entonces sí que sí: allí estaban el Perico y el Guzmán que asistieron en primera fila al morrón. «¡Ea, ahí sigue el niño de la Pascuala tirándose de cabeza desde los tejados!, ¡qué ideas, virgencita, qué ideas!», comentaron los malditos.

Estoy triste, señor licenciado.

Muy triste.

Y cogiéndole mucha tirria al mundo.

Me pongo en sus manos.

A.

Señor licenciado César Poco:

le suelo comentar a mi novia, generalmente en el transcurso de la cena, que su madre luce unos pechos firmes y no aparenta la edad que tiene. Mi novia se encapota y rabia callada, pero al rato me lleva a la habitación por la oreja y hacemos el amor como salvajes. Qué barbaridad. No me siento atraído de ninguna manera por mi suegra y, con total franqueza, la incluiría en el segmento de población femenina que envejece fatal.

Acudo a usted hecho un mar de dudas, ¿peligra la relación con mi novia si insisto en esta estratagema?, ¿cuántas veces al mes, según su criterio, podría hacer uso de ella sin que nos repercuta negativamente?, ¿debería desear intimar menos con mi novia y ceñirme al modo habitual?

Amo a mi novia. Pero no sé si podría retornar al modo habitual.

Atentamente F.

Señor Poco:

mi vecino no se mata cuando lo arrojo por la ventana. El tío es un espíderman que se agarra a cualquier saliente o baranda y frena la caída. Lo he intentado todo. Desde engrasarle las manos a vendarle los ojos. Con el impedimento añadido de que tras tantas infructuosas tentativas anda resabiado y los procedimientos que en el pasado empleaba para asomarlo a la ventana —la idílica puesta de sol, la vecinita, un ovni, te invito a una fanta— ya no dan resultado. Tuerce el gesto, recula y no se me arrima.

No me cae mal mi vecino, pero para cojones los míos. Licenciado César, ¿cómo me sugiere afrontar semejante reto existencial y clausurar de una vez por todas este capítulo de mi vida?

Un sincero abrazo.

Abelardo76.

Mi estimado y admirado César Poco:

me he aficionado a ver orinar a mi cuñado. Las últimas Navidades, durante la cena de Nochevieja, coincidimos en el baño y me quedé prendado de la potencia y rectitud de su chorro. Pero mi cuñado vive en un pueblecito de Ciudad Real, Hermosilla del Páramo, muy mal comunicado. Como no dispongo de vehículo propio me dejo una fortuna en taxis y mi economía se resiente. Mi cuñado hace lo que está en su mano por acomodarse a mis trabas y cuando le mando aviso de que voy se aguanta la micción hasta mi llegada. Por no perder el viaje.

No tengo ninguna otra afición en la vida. No me gusta el fútbol, leer, la televisión, la carpintería, pero esto me ha pegado de lleno. ¿Qué me recomienda, señor César?, ¿cambiar de vida urbanita y mudarme a Hermosilla del Páramo?, ¿solicitar ayuda profesional para superar esta adicción?, ¿es malsana?

Quedo a la espera de sus consejos.

Un cordial saludo.

Carololo.

Respetado César:

tengo un cuñado medio tonto que se ha aficionado a verme mear. Las navidades pasadas, durante la cena familiar de Nochevieja, coincidió conmigo en el lavabo y entró en trance. Desde esas Pascuas es una cruz que llevo a cuestas, cada dos por tres asoma en mi casa a por el tema. Por fortuna vivo muy alejado de su ciudad, en un pueblo fatalmente comunicado, y los gastos en transportes algo lo refrenan. De no ser por ello lo tendría pegado como una lapa.

He intentado ponerme serio y cortar por lo sano, se lo aseguro, pero el pillastre me mira con unos ojillos de cordero degollado y me puede. Mi cuñado es muy poquita cosa, señor César, vive solterón, sin amistades, sin apegos a nada, y da cosa estropearle su única afición.

¿Qué me aconseja para desprenderme de esta verruga y no traumatizar a mi cuñado?, ¿es corriente este acaecido?, ¿de estar mucho con él, y de coincidir de continuo en el baño, podría contagiarme su tontuna?

Quedo a la espera de su contestación.

Un abrazo, señor César.

JordanEustaquio23.

Estimado César Poco:

cuando viajo astralmente no paso de Lugo. No hay manera. Me acuesto, cierro los ojos, y al instante aparezco en la capital lucense. Pero me hago la picha un lío callejeando y no hallo la escapatoria en toda la noche. Con la mala puñeta que a la mañana siguiente, ya en la dimensión de los despiertos, suelo coincidir en el ascensor con mi compadre Maroto que me cuenta y me cuenta sobre las inmensidades desbordadas del Serengueti, o el exuberante estrépito de las cataratas del Niágara, o la milenaria majestuosidad del complejo funerario de Keops, que se conoce que a él sí que le funcionan los largos trayectos. Y yo ¿cómo le correspondo la mano? Con lo de siempre, señor César, con lo bonita que han dejado la fachada del ayuntamiento o el nuevo alumbrado de la Avenida da Coruña. ¡Tengo un coraje!

¿Qué dice la ciencia al respecto de esta avería? ¿Cómo enmendarla? ¿A quién reclamar? ¿Pudiera ser que mi compadre Maroto en sus viajes astrales tampoco pasase de las pedanías de Lugo y que lo que cuenta fuese leído? Ahora que caigo él nunca ha sido de florido adjetivo.

Sáqueme de dudas, licenciado César, le quedaría eternamente agradecido.

Un cordial saludo.

Ernesto16.

Señor César Poco, el motivo de mi misiva no es otro que rogar su amparo y consejo ante el profundo desasosiego que me causa un reciente descubrimiento: creo que me he enamorado de mi esposa.

Los primeros síntomas se hicieron patentes un mes atrás. Un lunes. Mientras se cambiaba de zarcillos en el tocador de nuestro dormitorio se recogió el pelo y algo me zarandeó el alma. Me pareció un ángel. De carne y sexo. Desde entonces el asunto ha ido a más y en la actualidad es un perder los ojos cuando alguna de sus pecas destella entre los resquicios de su ropa, el cuello, el canalillo, o cuando me pregunta columpiando una sonrisa si me ha comido la lengua el gato, «¿te pasa algo, Pepe?, ¿por qué me miras tanto?».

Llevo 16 años casado y nunca había experimentado una emoción ni remotamente semejante. Le confieso que estoy asustado. He recurrido a mis amistades pero soy el único en este trance. Señor César, ¿peligra mi matrimonio si la situación se prolonga en el tiempo?, ¿qué perspectivas hay de que vaya a más o se estanque?, ¿me recomienda sincerarme con mi esposa para entre los dos encarar el conflicto y hallarle remedio?

Aguardo impaciente su respuesta.

Afectuosamente suyo.

José.