Capítulo 4

- Estás de suerte -dijo Melanie, señalando a Tony-. Tenemos a un profesional aquí mismo.

- O ha sido el elfo o el mendigo -comentó de pronto Elaine, levantándose de golpe de su asiento.

- ¿Has estado con un elfo y un mendigo? -le preguntó Jenny-. Cariño, creo que necesitas descansar un poco.

- Se me cayó el bolso delante de él y debió de haber aprovechado para robarme la cartera -Elaine se dirigía ya hacia la puerta.

Una mano en el hombro la detuvo:

- No tengas tanta prisa -le susurró Tony. Su voz seguía teniendo la capacidad de debilitarle las rodillas.

- ¿Qué quieres decir?

- La tiene tu amiga -señaló con la cabeza en dirección a Bobbi.

- ¿Bobbi? -confusa, se volvió hacia la mesa.

El rostro de Bobbi se endureció. De repente fue como si se hubiera convertido en una desconocida, y no en la hermana que había sido para ella.

- No sé de qué estáis hablando -se defendió Bobbi.

- De la cartera que tienes en la mano -dijo Tony.

- Tiene que sea una broma… -Melanie retiró el chal de lana que tenía Bobbi sobre su regazo, y que le escondía las manos… y allí estaba la cartera roja de Elaine.

- ¿Qué es esto? ¿Una broma? -exclamó Jenny.

- Diablos… -musitó Melanie entre dientes.

- Sólo estaba bromeando… -dijo Bobby, con su voz una octava más alta de lo normal, por los nervios.

Elaine se sintió como si hubiera recibido un puñetazo en el estómago. ¿Aquella era Bobbi, la chica a la que había rescatado de su oscuro pasado como vendedora de bocadillos? Bobbi, la mejor amiga que había tenido nunca.

- ¿Cómo has podido…?

- ¿Cómo he podido qué? -se levantó-. ¿Llevar tu estúpida ropa y asistir a tus estúpidas fiestas en lugares que nunca puedo permitirme? ¿Besar a tus estúpidos clientes?

- Yo creía que éramos amigas… -murmuró Elaine, pasando del aturdimiento a la perplejidad.

- Que me regales un par de zapatos caros y un móvil no me convierte en tu amiga. ¿Quién te metió en la cabeza que éramos amigas? Con el salario que me das, apenas me llega para pagar el alquiler de mi miserable apartamento del centro. ¿Por qué debería estarte agradecida? ¡Ja! Para lo que me das, mejor me tiro de cabeza al East River.

- Bueno, así te ahorrarías al alquiler… -señaló Jenny.

- Cállate. Tú sólo aspiras a casarte con alguien importante, y Melanie se esnifa todo lo que gana -conforme alzaba la voz, su dulce acento de sur se iba tornando cada vez más gangoso y estridente. Se volvió de nuevo hacia Elaine-. Estas de aquí solamente están contigo porque creciste en el Upper East Side y porque tienes contactos. No te equivoques pensando que les caes bien. Te utilizan de la misma manera en que me habéis estado utilizando a mí.

- No la escuches, Elaine -le pidió Melanie.

- Obviamente está loca.

- No, lo que pasa es que ya me he hartado -le espetó Bobbi-. ¿Crees que todo esto ha sido fácil para mí?

- Pues sí -respondió Elaine, pensando en la excursión de tiendas del día anterior.

- No me extraña -replicó Bobbi, echándose el chal sobre los hombros con gesto teatral-. Ojalá me hubiera muerto.

- Te cuidado con lo que deseas -le dijo Jenny, pero Bobbi ya se marchaba, dejando atrás un paisaje lleno de dolor y confusión.

- Mejor será que se vuelva a su pueblo… -maldijo Jenny.

- No sé qué mosca la ha picado -murmuró Elaine-. Le dije que le daría el adelanto mañana.

«Pero ella quería volar a su casa esta noche», se recordó.

Tony seguía de pie a su lado, con expresión impasible.

- Olvídala. Olvida lo que ha dicho -le dijo Melanie mientras le entregaba la cartera-. Esa chica no tenía ninguna clase.

Elaine se obligó a permanecer tranquila mientras sacaba un billete grande de la cartera y se lo ofrecía a Tony.

- Para tu buena causa. Y gracias por… devolverme la cartera.

Tony recogió las donaciones mientras la canción de Marley seguía gimiendo por los altavoces. Elaine se sintió marchitarse por dentro. ¿Cómo había podido dar su vida un giro tan radical? ¿Cómo era que había terminado reencontrándose con el novio que la había plantado siete años atrás, para a continuación descubrir que le había robado su mejor amiga? Definitivamente aquella noche era su triángulo de las Bermudas personal.

Bobbi era una mala persona. Desleal. Y sin embargo, su parrafada se había aferrado a su cerebro como una persistente resaca. Para horror de Elaine, aquellas palabras contenían un timbre de verdad. ¿Eran Jenny y Melanie realmente sus amigas, o sólo lo simulaban porque la necesitaban a ella para triunfar? Le tembló la mano mientras volvía a guardarse la cartera.

- Lamento lo de tu amiga -le dijo Tony con verdadera compasión. Aquellos ojos castaños, tan sinceros, atravesaron de golpe todas las sólidas barreras que había levantado en torno a su corazón-. De veras que lo siento. La vi sacarte la cartera del bolso cuando estaba al otro lado de la sala.

Así que él la había visto primero. La había estado observando.

- Hum, gracias de nuevo -murmuró. De repente contempló con verdadero terror la perspectiva de que se marchara. Pero lo haría, por supuesto. Eso era lo que siempre había hecho todo el mundo en su vida. Hubo un tiempo en que había pensado que él sería diferente, pero sólo se había engañado a sí misma. Oh, deseaba tanto que se quedara… Quería que se sentara con ella y le asegurara que su vida no era tan horrible como parecía, que simplemente había tropezado con un simple bache, nada más. Y quería que le explicara por qué le había llenado la cabeza de sueños para luego desaparecer.

Al ver que se disponía a continuar con su recorrido hacia la siguiente mesa, lo detuvo poniéndole una mano en el brazo.

- Hey, no tan rápido. Quédate un rato con nosotras, Tony. No te dejaremos marchar.

- Gracias -dijo él-. Pero tengo que entregar lo recaudado en la pista de patinaje. Gracias de nuevo a todas por vuestras contribuciones. Lo único que siento es lo que ha pasado con vuestra amiga.

- Ya. ¿Tú estás bien? -le preguntó Melanie a Elaine-. Sé que tenías una opinión muy alta de Bobbi.

Elaine no podía despreciarse más a sí misma por su propia estupidez. Se suponía que tenía que pensárselo dos veces antes de entregarle el corazón a alguien. ¿Acaso no había aprendido la lección?

- Supongo que debería asociarme con una mejor clase de gente -creyó escuchar a su madre en aquella frase y se encogió por dentro.

- No te castigues a ti misma -dijo Melanie-. Nos ha engañado a todas. Vaya día el tuyo, Elaine. Primero Byron y ahora esto -se volvió hacia Tony-: Solemos bromear con estas cosas. Con una clientela como la nuestra, lo necesitamos.

Tony se inclinó hacia Elaine con genuino interés. Tal y como había hecho hacía años, le hizo sentirse como si le importara realmente. Tenía esa capacidad.

- ¿Así que ella era una cliente vuestra?

- No, nosotros la inventamos -explicó Jenny-. Fue idea de Elaine.

- Vino aquí de un pueblo del sur -explicó la aludida-. Vendiendo bocadillos con un carrito. Nos fijamos en ella, la arreglamos un poco y, antes de que se diera cuenta, ya estaba yéndose de farra con famosos, luciendo ropa de boutiques que ningún ser ordinario podría permitirse, saliendo en revistas, ese tipo de cosas. Todo el mundo la deseaba. Era la chica de moda.

Melanie agitaba su cóctel con su palito de caramelo.

- Fue un absoluto despliegue de poder.

- Puedes llamarnos las tres doctoras Frankenstein -dijo Elaine-. Nos lo merecemos.

- Horrible -comentó Tony.

Elaine se preguntó por qué su carrera le parecía tan trivial cuando se la explicaba a Tony. Quizá fuera porque, cuando lo conoció, había tenido grandes esperanzas y ambiciones como periodista. Había querido viajar por el mundo, informar de temas importantes, marcar una diferencia en las vidas de la gente. Y, sin embargo, ahora la única diferencia que aspiraba a marcar era la del color de sus uñas.

- El caso es que para esta noche contábamos con ella -le estaba explicando Melanie a Tony-. La necesitábamos para conseguir un gran contrato.

- ¿En Nochebuena?

- Por eso somos tan eficaces. Trabajar es tan divertido como jugar -dijo Elaine con forzada alegría. Su propio comentario le dejó un nudo de aprehensión en el estómago.

- Tengo una idea brillante -Jenny cubrió la mano de Tony con la suya-. Tendrás que venir esta noche. Es una gran fiesta que convoca la familia de Elaine. El…

- Acontecimiento St. James -terminó Tony por ella, y sonrió al ver su sorprendida expresión-. Vivo en Brooklyn, no en una cueva -mientras retiraba lenta y elegantemente la mano de debajo de la de Jenny, el mensaje quedó claro. Pretendía guardar las distancias.

- Estoy segura de que Tony tendrá sus propios planes… -se sintió obligada a decir Elaine. Que no llevara una alianza no significaba que no estuviera casado. Se las arregló para forzar una sonrisa-. Apuesto a que tienes alguna dulce chica italiana esperándote en casa. O juguetes que comprarle a tus hijos.

- Si los tuviera, no estaría ahora mismo haciendo una colecta con este frío.

- Siempre imaginé que te casarías joven y tendrías una gran familia -aunque todavía siguiera soltero, definitivamente era una hombre de familia. Eso siempre lo había sabido.

- No soy tan mayor, y todavía pienso tener hijos. Ya sabes lo mucho que significa la familia para los Fiore.

Recordaba bien el calor de su voz cada vez que le había hablado de su familia. Era la típica familia italiana, ruidosa y divertida que llevaba viviendo en el mismo barrio durante generaciones. No había llegado a conocerlos, pero siempre se había imaginado a la mama Fiore con un arrugado delantal preparando una salsa a la puttanesca en una anticuada cocina. Definitivamente no la clase de mujer que dejaría que su hijo pequeño faltara a cenar en Nochebuena.

- ¿Qué dice usted, señor oficial? -le preguntó Jenny.

«Di que sí», se sorprendió Elaine a sí misma urgiéndolo en silencio. Qué extraño era que todavía pudiera creer, después de todo lo que había sucedido, en que la Nochebuena tenía algo especial. Mágico.

- Supongo que podría pasarme un rato… -dijo al fin.

El corazón de Elaine dio un vuelco en el pecho antes de que pudiera recordarse que eso no le importaba. Pero lo cierto era que le importaba, y mucho. Tenía la absurda sensación de que aquel hombre iba a salvarla. Nunca le había gustado aquel acontecimiento anual de sus padres. Gente emperifollada comiendo canapés y hablando de naderías mientras competían por figurar los primeros en las fotos de las crónicas de sociedad. Ese año la fiesta estaba teóricamente destinada a mejorar, dada la inyección de imaginación y energía juvenil de sus socias. Pero, para Elaine, siempre sería espantosa. Contar con la presencia de Tony no podría empeorarla. Podía, de hecho, mejorarla mucho.