Capítulo 4

De pie en el centro del escenario, Nell alzó las manos. Esperó hasta que estuvo segura de que las miradas de todos los alumnos estaban fijas en ella, y sólo entonces dio la orden de empezar.

Pocas cosas había que le deleitaran tanto como el timbre de las voces adolescentes entonando una canción. Se dejó envolver por el sonido, manteniendo los ojos y los oídos bien abiertos mientras se movía por el escenario. No pudo reprimir una sonrisa. La versión de Santa Claus vuelve a la ciudad de Bruce Springsteen suponía un cambio más que agradable con respecto a los convencionales himnos y villancicos del anterior director del coro.

Podía ver que sus ojos se iluminaban conforme iban alcanzando el ritmo. Bien. Ahora la sección de las sopranos. Y los altos. Los tenores. Los bajos… Sonrió con gesto aprobador.

- Buen trabajo -anunció-. Tenores, la próxima vez habrá que hacerlo mejor si no queréis que la sección de bajos os ahogue. Holly, has vuelto a bajar la barbilla. Todavía nos queda tiempo para ensayar el tema Volveré por Navidad. ¿Kim?

Kim intentó ignorar el acelerado latido de su corazón y el codazo que le propinó Holly. Salió de su puesto en la segunda fila para situarse frente al solitario micrófono, casi como si estuviera enfrentándose a un pelotón de ejecución.

- Puedes sonreír. Es gratis -le dijo Nell con tono suave-. Y acuérdate de respirar. No te olvides de sentir las palabras. Tracy -hizo una seña a la pianista.

Las primeras notas sonaron muy bien. Utilizando las manos, la cara, los ojos, Nell dio la entrada al suave y armonioso tarareo de fondo. Entonces Kim empezó a cantar. Con demasiada cautela al principio.

Sabía que debería trabajar con aquellos nervios iniciales. Pero la chica tenía talento, y sentimiento. Segundos después, Kim se dejó cautivar lo suficiente por la canción como para olvidarse de sus nervios. Lo estaba haciendo muy bien, pensó Nell, complacida. Aquella canción tan sentimental casaba perfectamente con su voz, con su aspecto.

Nell dio la entrada al coro, que quedó perfecto como trasfondo de la romántica voz de Kim. Con los ojos llenos de lágrimas, pensó que si lo hacían tan bien la noche del concierto, el público se hartaría de llorar.

- Precioso -sentenció al término de la canción-. Precioso de verdad. Chicos y chicas, habéis progresado mucho y en poco tiempo. Estoy absolutamente orgullosa de vosotros. Y ahora largo de aquí, que paséis un buen fin de semana.

Mientras Nell se acercaba al piano para recoger las partituras, empezaron los comentarios.

- Eso ha sonado muy bien -le dijo Holly a Kim.

- ¿En serio?

- En serio. Y Brad piensa lo mismo -Holly desvió discretamente la mirada al galán de la escuela, que se estaba poniendo la chaqueta del uniforme.

- Pero si ni siquiera sabe que existo.

- Ahora ya lo sabe. No ha dejado de mirarte en todo el tiempo. Lo sé porque yo lo estaba mirando a él -suspiró Holly-. Si yo me pareciera a la señorita Davis, seguro que me miraría a mí.

Kim se echó a reír, pero lanzó una subrepticia mirada a Brad.

- La señorita Davis es fabulosa. Es tan amable con nosotras… El señor Striker siempre nos estaba regañando.

- El señor Striker era un viejo gruñón. Te veo después, ¿vale?

- Sí -fue lo único que logró pronunciar mientras veía a Brad avanzar hacia ella.

- Hola -le lanzó una sonrisa, con sus dientes blanquísimos-. Lo has hecho muy bien.

- Gracias -se le había atascado la lengua. Estaba hablando con Brad, se recordó. Un alumno de último curso. Capitán del equipo de fútbol. Presidente de la asociación de estudiantes. Rubio y de ojos verdes.

- La señorita Davis es genial, ¿verdad?

- Sí -«di algo», se ordenó-. Esta noche vendrá a casa, a una fiesta que da mi madre.

- ¿Sólo para adultos?

- No, se pasará también Holly y algunos más -el corazón le atronaba en los oídos mientras se esforzaba por reunir coraje-. Puedes pasarte tú también, si quieres.

- Eso sería estupendo. ¿A qué hora?

Al menos pudo cerrar la boca y tragarse el nudo que sentía en la garganta.

- Oh, a eso de las ocho -dijo, forzando un tono de naturalidad-. Yo vivo en…

- Sé dónde vives -le sonrió de nuevo, acelerándole todavía más el pulso-. Oye, ya no estás saliendo con Chuck, ¿verdad?

- ¿Chuck? Oh, no, er… rompimos este verano.

- Bien. Hasta luego entonces.

Y se marchó para reunirse con un grupo de amigos.

- Es un chico muy guapo -comentó Nell, apareciendo de pronto detrás de Kim.

- Sí -suspiró, soñadora.

- Kimmy tiene novio, Kimmy tiene novio… -empezó a cantar Zeke con el timbre alto y molesto que reservaba siempre para sus parientes más jóvenes… o para sus primas mayores.

- Cállate, mocoso.

El niño se limitó a reír y se puso a bailar por el escenario, recitando su cantinela. Nell decidió intervenir al ver la mirada asesina que le lanzó Kim.

- Bueno, chicos, supongo que hoy no querréis ensayar Jingle Bells

- Sí que queremos -Zach dejó de bailotear por el escenario con su hermano y se acercó al piano-. Yo me la sé -añadió, atacando el bien ordenado fajo de partituras de Nell-. La encontraré.

- No, la encontraré yo -dijo Zeke, pero para entonces su hermano exhibía ya triunfante la partitura.

- Muy bien -Nell se sentó en el banco del piano, con un niño a cada lado. Empezó con unos dramáticos acordes que arrancaron una carcajada a los gemelos-. Por favor, la música es un asunto serio. Uno, dos y…

Y se pusieron a cantar la canción, que no a chillarla, que fue lo que habían hecho la primera vez que lo habían intentado. Lo que les faltaba de estilo, lo suplían con su entusiasmo. A espuertas.

Para cuando terminaron, incluso Kim estaba sonriendo.

- Ahora cante usted, señorita Davis -Zach puso una expresión lastimera-. Por favor…

- Vuestro padre probablemente os estará esperando.

- Sólo una canción.

- Sí, sólo una -secundó Zeke.

En cuestión de semanas, resistirse a una petición de los gemelos se había convertido en una misión imposible.

- Está bien. Sólo una -cedió Nell, y volvió a rebuscar entre las partituras-. Seguro que habréis visto la película La sirenita.

- ¡Muchas veces! -alardeó Zeke-. La tenemos en casa.

- Entonces reconoceréis esto -atacó la obertura de Parte de tu mundo.

Mac se encaminó por fin a la puerta de la escuela. Estaba más que cansado de esperar en el aparcamiento. Había visto a los demás chicos salir desde por lo menos unos diez minutos antes.

Maldijo para sus adentros: tenía cosas que hacer. Sobre todo desde que estaba obligado a pasarse por la fiesta que aquella tarde daba Mira. Odiaba las fiestas.

Entró en el vestíbulo. Y entonces la oyó. No las palabras: no pudo reconocer las palabras, porque quedaban ahogadas por las puertas del auditorio, pero sí el sonido de su preciosa voz. Una voz sensual, seductora. Sexy.

Abrió la puerta. Tenía que hacerlo. Y la sensual marea de aquella voz lo arrolló por entero.

Era una canción infantil. La reconoció de la película que tanto les gustaba a los chicos. Se dijo que ningún hombre en su sano juicio se emocionaría con una canción infantil de ese tipo. Pero él no era un hombre en su sano juicio. No había vuelto a serlo desde que cometió el colosal error de besarla.

Supo que, de haber estado solos, se habría acercado directamente al piano y la habría vuelto a besar. Pero no estaban solos. Kim se hallaba de pie a su lado, y además estaba flanqueada por los chicos. Los miraba de cuando en cuando mientras cantaba, ladeando la cabeza…

Algo se removió en su interior mientras las observaba. Algo doloroso e inquietante. Y muy, muy dulce. Estremecido, hundió las manos en los bolsillos y cerró los puños. Aquello tenía que acabar. Fuera lo que fuera que le estuviera sucediendo, tenía que acabar.

Aspiró profundo cuando la canción tocó a su fin. Le pareció escuchar una especie de mágico tarareo en el silencio que siguió.

- Se nos hace tarde -dijo alzando la voz, decidido a romper el hechizo.

Las cuatro cabezas se volvieron en su dirección. Los gemelos saltaron como un resorte del banco.

- ¡Papá! ¡Hey, papá! ¡Sabemos cantar fenomenal Jingle Bells! ¿Quieres oírnos?

- No puedo -intentó sonreír para amortiguar el efecto, al ver el puchero que hacía Zach-. De verdad que se me está haciendo tarde, chicos.

- Lo siento, tío Mac -Kim recogió su abrigo-. Perdimos la noción de la hora.

Mientras Mac se removía incómodo, Nell se acercó a los chicos para susurrarles algo. Algo que, según advirtió Mac, puso una sonrisa en la cara de Zach y borró la expresión rebelde de la de Zeke. Acto seguido, ambos la abrazaron y besaron antes de correr fuera del escenario en busca de sus abrigos.

- ¡Adiós, señorita Davis! ¡Adiós!

- Gracias, señorita Davis -añadió Kim-. Hasta luego.

Nell se levantó del banco, tarareando por lo bajo mientras recogía sus partituras. Y Mac experimentó una punzada de arrepentimiento mientras esperaba a los gemelos al fondo del auditorio.

- Ah, y… gracias por haberlos tenido entretenidos -le dijo, alzando la voz para que pudiera oírlo.

Nell alzó la vista. Mac podía verla ahora claramente, bajo los focos del escenario. Al menos lo suficiente para poder distinguir su leve arqueamiento de cejas y la frialdad de su boca antes de que volviera a bajar la cabeza, sin decir nada.

«Estupendo», se dijo Mac mientras se marchaba con los chicos. De todas formas, no quería hablar con ella.