Capítulo 3
- ¿Qué Navidades pasadas? -inquirió Jenny.
- Las mías -estremecida, Elaine apoyó la barbilla en una mano y continuó mirando aquella silueta alta e inolvidable, recortada por la helada luz de invierno que entraba por el alto ventanal.
Los recuerdos la asaltaron de golpe. Recuerdos de un tiempo breve en que la Navidad había significado para ella algo más que hacer malabarismos para aprovechar y compatibilizar un programa de actividades sociales con sus actividades profesionales. Contra su voluntad, evocó con nostalgia aquellos días en que la parte más dulce y vulnerable de su ser se había sentido a salvo con un inesperado desconocido.
Nunca deberían haberse conocido, en realidad. Elaine pertenecía a una clase social gobernada por unas estrictas pero invisibles reglas. Una de aquellas reglas prohibía la fraternización con hombres como Tony Fiore. Él procedía de un mundo absolutamente distinto, que a su vez tenía también sus propias reglas. Se había criado en el seno de una familia numerosa de origen italo-americano en Brooklyn, tan aficionada como la familia St. James a relacionarse únicamente con los de su mismo ambiente. A los dieciocho años, Elaine apenas había empezado a descubrir el mundo que se extendía más allá de su vida aislada y llena de privilegios. Y Tony había sido precisamente su mayor descubrimiento.
Mayor ya, y posiblemente incluso más interesante, Tony Fiore se detuvo ante una atestada mesa al otro lado de la sala y se dirigió a los clientes que se encontraban allí sentados, todos elegantes y muy bien vestidos. Todos los rostros se volvieron hacia él mientras hablaba.
Las amigas de Elaine siguieron la dirección de su embelesada mirada.
- Dios santo -exclamó Mel-. ¿Ese tipo?
- ¿Quién es? -inquirió Jen.
Bobbi le palmeó cariñosamente un brazo a Elaine.
- Quienquiera que sea, hace que Byron a su lado parezca una pesadilla.
- Se llama Tony Fiore. Nos conocimos hace mucho tiempo, cuando estudiábamos en la universidad -sus vidas habían coincidido por primera vez en la pista de hielo del Rockefeller Center en unas vacaciones de Navidad. Tony estudiaba en Notre Dame con una beca de hockey.
Elaine nunca olvidaría la primera vez que lo vio. Decenas de patinadores invadían la pista, y sin embargo Tony destacaba ente los demás deslizándose sin esfuerzo entre parejas, niños y temerarios adolescentes. Su impresionante perfil y sus movimientos atléticos habían llamado inmediatamente su atención.
- Fiore -Jenny lo estudiaba como un joyero que estuviera examinando una perfecta gema. La luz del sol arrancaba reflejos a su pelo negro azulado, un poco largo-. Nunca había oído hablar de él. ¿Cómo puede ser?
Elaine se esforzó por parecer displicente. Tuvo que recordarse el modo en que había terminado su relación. O en que no había terminado, según se mirara. Porque habían sido como Romeo y Julieta pero sin el trágico acto final. Endureciendo su corazón, dijo:
- Lógico. Es un don nadie -pronunció las palabras con un nudo en la garganta. Era un don nadie, sí, pero también el único hombre que la había convencido de que la magia de la Navidad existía. El hombre que, la noche en que ella se atrevió a ofrecerle su corazón, se atrevió a rechazarla.
- Pues a mí me parece alguien -dijo Melanie.
- Yo no caigo.
- Quizá sea una estrella de cine -sugirió Bobbi, estirando una mano hacia el cóctel de cerezas de Mel.
- Si lo fuera, lo conoceríamos.
- ¿Qué está haciendo? -se preguntó Bobbi.
Sosteniendo una tabla con una pinza y un bolígrafo, Tony Fiore iba de mesa en mesa saludando y hablando con la gente. Cada vez que lo hacía, todos los rostros se iluminaban al verlo, casi como si hubiera apretado un interruptor.
- Quizá esté recogiendo donativos -dijo Jenny-. ¿A quién le importa? Miradlo.
En aquel momento bajó la tabla, apoyó las manos sobre una mesa y se inclinó ligeramente para prestarle a alguien un bolígrafo. Fue así como pudieron ver las letras reflectantes que llevaba en la espalda de su gruesa parka.
- Vaya -exclamó Melanie-. Es un poli.
Elaine se lo quedó mirando fijamente. ¿Un policía? Se suponía que tenía que ser una estrella del hockey. Eso era lo único que, a su entender, había explicado lo sucedido entre ellos. Había supuesto que Tony había renunciado a intentar conciliar su carrera como atleta profesional con el hecho de enamorarse y tener una relación. Pero en ese momento se obligó a considerar la posibilidad de que hubiera dejado el deporte por la dudosa gloria de convertirse en policía.
Bobby se removió en su silla mientras jugueteaba con el chal de lana que tenía sobre su regazo.
- Viene hacia aquí…
Antes de que alguien pudiera decir algo, se acercó a su mesa.
«Esa sonrisa», exclamó Elaine para sus adentros, reprimiendo un gruñido. Y aquellos ojos del color del chocolate derretido… Aquel hombre tenía un rostro con el que ella no parecía capaz de dejar de soñar, por muchas que fueran las Navidades que pasaran…
- Buenas tardes, señoras.
Aquella voz era otro evocador recuerdo que nunca la abandonaba. Era profunda y firme, segura de sí misma, levemente barnizada por el enérgico acento de su nativo Brooklyn. Elaine forzó una sonrisa, pese a que de cuello para abajo se había quedado paralizada de terror.
- Tony Fiore… Ha pasado mucho tiempo -se preguntó si sería consciente de que aquella noche era precisamente el aniversario de su ruptura.
- Seis años justos -repuso, mirándola con evidente apreciación.
«Bueno, menos mal», pensó Elaine. Si no la hubiera recordado, se habría muerto del disgusto allí mismo, en Fezzywig's. Pero el calor de aquella mirada le confirmaba que no la había olvidado.
Se preguntó si recordaría la sensación de sus manos entrelazadas mientras se deslizaban por el hielo, si pensaría en ella cada vez que escuchaba música navideña, si se quedaría despierto por las noches preguntándose por lo que habría sido su vida si se hubiera atrevido a…
- Siete -lo corrigió, nada sorprendida de que se hubiera equivocado-. Aunque… ¿para qué contarlos?
Tony sonrió, con sus labios llenos y sensuales formando una peligrosa curva. Y sin embargo, al igual que el nada pretencioso joven que había sido, parecía absolutamente inconsciente del devastador efecto que seguía ejerciendo sobre las mujeres. No había nada tan sexy como un hombre que no se daba cuenta de que lo era. La cacheó con la mirada de la cabeza a los pies.
- Tienes buen aspecto, Elaine.
- Tú también -miró con expresión inquisitiva la tabla y el cuaderno que llevaba en la mano… cuando lo que estaba haciendo realmente era ver si llevaba o no alianza de matrimonio. Seguro que un tipo como él tendría a esas alturas una feliz y bonachona esposa y un par de bambinos. Mucho tiempo atrás, él mismo le había contado que era eso exactamente lo que quería, aparte de proseguir con su carrera como jugador de hockey. Pero, para su sorpresa, no vio anillo alguno-. ¿Qué es eso?
- Una campaña benéfica -respondió antes de saludar a sus compañeras.
«Vaya», pensó Elaine. «Igual que Larry el elfo». Sólo que más alto. Más moreno. Más guapo.
Miró de nuevo esa sonrisa suya que conocía tan bien. Sus ojos, con aquellas pestañas escandalosamente largas, tomaron posesión de todas y cada una de las que se encontraban sentadas a la mesa. Las amigas y socias de Elaine se abrieron a él como flores buscando la luz del sol.
Nunca había llegado a saber cómo lo hacía, pero ejercía un efecto hipnotizador sobre la gente. Quizá fuera la manera que tenía de inclinarse levemente, o el calor de su expresión. Era como… magia. Volvió a pensar en el elfo que le había prometido milagros.
Incluso Melanie, que era fría como el hielo, soltó un suspiro perfectamente audible.
Elaine se sentía extrañamente expuesta como consecuencia de aquel encuentro. El pasado había quedado atrás por una razón, así que carecía de sentido pensar en ello. Irguiendo los hombros, decidió esconder su vulnerabilidad. Hizo las presentaciones con la elegante maestría que había perfeccionado con los años y, con una leve carcajada, logró disimular completamente lo que estaba sintiendo.
- Os presento a Tony Fiore, que me rompió el corazón cuando estábamos en la universidad.
- ¿De veras? -inquirió Jenny con un tono descaradamente seductor-. Pues ahora mismo me está rompiendo el mío.
- ¿Que yo te rompí el corazón? -sonrió él, incrédulo-. Muy gracioso, Elaine. Te hice un favor.
Elaine se bebió de un trago el resto de su cóctel mientras se preguntaba cómo podía haber dicho aquello.
- Venga, soltadlo ya -intervino Mel-. ¿Erais pareja?
- Salimos unas… tres veces -dijo Elaine despreocupadamente.
Jenny silbó por lo bajo.
- Para la mayoría de los tíos, eso es una relación a largo plazo.
- ¿Para qué estás recaudando fondos? -le preguntó Bobbi.
- Para la liga infantil de hockey. Es el proyecto favorito de mi departamento. Financiamos entrenamiento y horas de patinaje en el Rockefeller Center para niños de cinco distritos.
Elaine no se sorprendió. El hockey solía ser su vida. Supuestamente habría debido ser su futuro, su carrera. No pudo evitar preguntarse por lo que habría hecho durante todos aquellos años mientras contemplaba a aquel nuevo, diferente Tony que al mismo tiempo no había cambiado nada. Y que seguía incendiando su corazón. ¿Cómo sería la vida que llevaba? ¿Pondría multas de tráfico, perseguiría pequeños hurtos?
- ¿Qué podemos hacer por ti? -le preguntó Melanie.
- Darme lo que buenamente podáis -repuso sin dejar de sonreír-. Es Nochebuena -les recordó de manera innecesaria.
- Es estupendo que estés ayudando a tantos niños -comentó Jen.
- Es una idea magnífica -subrayó Elaine.
- Gracias. Lo malo es que este año los fondos no alcanzan. Necesitaremos un milagro para seguir manteniendo la liga.
- Deberías organizar una gala -le sugirió Jenny, radiante-. Confía en mí, nosotras sabemos de estas cosas. Somos publicistas.
Tony se había quedado perplejo.
- Nos encargamos de que las caras de nuestros clientes salgan en la prensa, o de conseguir que sus productos sean mencionados y recomendados en revistas… Ese tipo de cosas -le informó Elaine-. Nunca había oído hablar de vuestro proyecto. Deberíais contratar a un profesional de las relaciones públicas. Eso incrementaría enormemente las contribuciones. Créeme, conozco las ventajas del oficio.
- ¿De veras? ¿Cuánto cobras? -al ver que no respondía, sonrió-. No creo que pudiéramos permitírnoslo. Además, el tiempo que le dedico a ello es igual de importante.
Todo el mundo se apresuró a localizar sus bolsos. A Elaine se le ocurrió de pronto que ella no siempre había odiado las Navidades. Claro, su sentido pragmático y disciplinado de la vida nunca le había permitido disfrutar libremente de las frivolidades de aquellas fiestas. Pero, ahora que pensaba en ello, tiempo atrás había adorado su alegría y su calidez, la música sentimental y el espíritu de generosidad que se apoderaba hasta del más mezquino de los individuos. ¿Cuándo había empezado a endurecerse aquella sensación hasta convertirse en exasperación y desagrado?
Observando a Tony, supo exactamente en qué momento se había producido: comenzó la noche en que la abandonó. Justo en aquel momento había empezado la lenta erosión de su alma. Las esperanzas defraudadas habían dado paso a la cruda realidad. Había empezado a mirar el mundo con ojos cínicos. En la más alegre de las fiestas, veía ahora avidez en lugar de generosidad, falsedad en lugar de sinceridad. Había aprendido a esperar siempre lo peor de la gente para no volver a correr el riesgo de decepcionarse nunca más.
Disimulando aquellos inquietos pensamientos, rebuscó en su bolso en busca de su cartera. Pero no la encontró. No había cartera.
Siguió buscando, frunciendo el ceño. Nada.
- Aquí pasa algo -masculló.
Volcó el contenido del bolso sobre la mesa y fue apartando los objetos uno a uno. Sentía la mirada de Tony fija en ella, y se dio cuenta de que se había quedado contemplando el llavero del patín de plata. Había sido un regalo suyo, el único que le había hecho. «¿Y qué?», pensó. Que pensara él lo que quisiera. Ella sabía por qué lo conservaba.
Cuando terminó de revisar el revoltijo de objetos, se le cayó el alma a los pies.
- Alguien me ha robado la cartera.