Capítulo 9

Mac nunca había tenido problemas para autocontrolarse… o al menos no los había tenido durante los siete últimos años. En esa ocasión tuvo que utilizar todo el control de que disponía para disimular su enfado y su mal humor delante de los chicos.

Estaban tan entusiasmados con su visita, pensó con amargura. Querían asegurarse de que todas las luces estaban encendidas, las galletas y las golosinas preparadas. Hasta el cascabel que adornaba el collar de Zark.

Se dio cuenta de que ellos también se habían enamorado de ella. Y eso lo complicaba todo mucho más.

Debió de haberlo adivinado. Tenía que haberlo adivinado. Él mismo había dejado que sucediera. Se había descuidado, despistado. Y había arrastrado a los niños consigo.

Pero tendría que arreglarlo, ¿no? Se sirvió una cerveza. Era bueno arreglando cosas. Él todo lo arreglaba.

- A las mujeres les gusta el vino -le informó Zach de pronto, apareciendo junto a él-. A la tía Mira le gusta.

Mac recordó que Nell había bebido vino blanco en la fiesta de Mira.

- Yo no tengo -masculló.

Como percibiendo la tristeza de su padre, se abrazó a su pierna.

- No te preocupes. Podrás comprar un poco para cuando venga la próxima vez.

Agachándose, acunó tiernamente la cara de su hijo entre las manos. El amor era algo tan poderoso, tan vital. Mac casi podía sentirlo atenazándole la garganta…

- Siempre tienes una respuesta para todo, ¿eh, amiguito?

- Ella te gusta. ¿Verdad, papá?

- Sí. Es una gran chica.

- Y tú le gustas a ella, ¿a que sí?

- Hey, ¿a quién no le gustan los hombres de la familia Taylor? -se sentó en la mesa de la cocina, con Zach en su regazo-. La mayor parte del tiempo, incluso tú me gustas a mí -aquello hizo reír a Zach, que se acurrucó contra él.

- Y sin embargo ella vive sola.

Empezó a jugar con los botones de la camisa de su padre. Señal inequívoca de que estaba tramando algo.

- Mucha gente vive sola.

- Nosotros tenemos una casa grande, con dos habitaciones en las que no duerme nadie. Sólo los abuelos cuando vienen a visitarnos.

- Zach, ¿qué es lo que pretendes decirme?

- Nada -se puso a jugar con otro botón-. Simplemente me preguntaba cómo serían las cosas si ella se viniera a vivir aquí, con nosotros… Seguro que no se sentiría tan sola.

- Nadie ha dicho que ella se sienta sola -le recordó Mac-. Y creo que tú deberías…

De repente sonó el timbre de la puerta. Al momento se oyeron los excitados ladridos de Zark, acompañados de un tintineo de cascabeles. Zeke entró en la cocina, bailando de alegría.

- ¡Ya está aquí! ¡Ya está aquí!

- Ya me he enterado -Mac acarició la cabeza de Zach antes de bajarlo al suelo-. Hagámosla entrar, rápido. Fuera hace frío.

- ¡Yo abriré!

- ¡No! ¡Abriré yo!

Los gemelos atravesaron corriendo la casa, hacia la puerta. Chocaron, forcejaron con el picaporte y tiraron de Nell de cada mano para hacerla entrar.

- Has tardado mucho -se quedó Zeke-. Llevamos esperándote toda la vida. Hemos puesto música de Navidad. ¿La oyes? Y tenemos el árbol encendido y todo.

- Ya veo.

Era una habitación preciosa. Sólo lamentaba haber tardado tanto en conocerla.

Sabía que Mac había construido la mayor parte de la casa él solo. Había creado un espacio amplio y acogedor, con mucha madera y una chimenea con pantalla de cristal de donde colgaban ya las medias a la espera de los regalos. El árbol, profusamente adornado, se alzaba orgulloso frente al gran ventanal.

- Es precioso -dejándose llevar por los chicos, se acercó para examinarlo de cerca-. Realmente maravilloso. A su lado, el de mi apartamento es una birria.

- Podemos compartir el nuestro contigo -Zach alzó la mirada hacia ella, con el corazón en los ojos-. Te prestaremos una media y todo, y le imprimiremos tu nombre.

- Lo hacen en el centro comercial -intervino Zeke-. Te conseguiremos una bien grande.

En ese momento la estaban tirando no ya de las manos, sino del corazón. Embargada por la emoción del momento, se agachó para abrazarlos.

- Sois los mejores -rio cuando Zark se acercó para reclamar su atención-. Tú también -llenos los brazos de niños y perro, alzó la mirada para sonreír a Mac cuando salió de la cocina-. Hola. Siento haber tardado tanto. Los chicos no se iban nunca. Querían que repasásemos juntos cada error y cada acierto del concierto.

Mac pensó que no debería parecer tan bella, tan perfecta, abrazando a los niños y al perro con el árbol de Navidad detrás.

- Yo no detecté ningún error.

- Pues los hubo. Pero trabajaremos en ello.

Se incorporó para sentarse en un cojín, sin soltar a los niños. Como si quisiera retenerlos junto a sí, pensó Mac.

- No tenemos vino -le informó Zach, todo serio-. Pero tenemos leche, zumos, soda y cerveza. Y muchas otras cosas. O también… -lanzó una elaborada mirada a su padre-. Alguien podría preparar un cacao caliente.

- Ésa es una mis especialidades -Nell se quitó el abrigo-. ¿Dónde está la cocina?

- Ya lo haré yo -gruñó Mac.

- Te ayudaré -sorprendida por su distante actitud, lo acompañó hasta allí-. ¿O es que no te gusta tener mujeres en la cocina?

- No vienen muchas por aquí. Er… estuviste espléndida, en el escenario.

- Gracias. Me sentí muy bien, la verdad.

Miró por encima de su hombro y se encontró con las expresiones ansiosas y expectantes de sus hijos.

- ¿Por qué no os ponéis el pijama? Para entonces, el cacao ya estará preparado.

- Nosotros nos daremos prisa -le prometió Zeke, y volaron escaleras arriba.

- Sólo terminaréis antes que yo si dejáis regada la ropa por el suelo… Que no será el caso -y entró en la cocina.

- ¿La colgarán como Dios manda o la meterán sin más debajo de la cama? -quiso saber Nell.

- Zach la colgará mal y se caerá al suelo. Zeke la meterá debajo de la cama.

Nell se echó a reír mientras lo veía sacar la leche y el cacao.

- Quería decírtelo: hace unos días, se presentaron con Kim al ensayo. Se habían cambiado los suéteres, ya sabes, el código de color. Los dejé realmente impresionados cuando supe quién era quién.

Mac se detuvo en el momento de mezclar el cacao en la cazuela.

- ¿Cómo lo conseguiste?

- Supongo que no pensé en ello. Cada uno tiene su propia personalidad. Sus expresiones faciales. Al final aprendes que Zeke entorna un poco los ojos y Zach baja la mirada cuando están secretamente contentos por algo. O las inflexiones de voz -abrió un armario al azar, en busca de tazas-. O las posturas. Hay un montón de pequeñas pistas si prestas la atención suficiente -satisfecha consigo misma, sacó cuatro tazas y las dejó sobre el mostrador. Ladeó la cabeza cuando lo sorprendió observándola especulativamente. Como si ella fuera algo susceptible de ser calibrado y encajado en algún lugar-. ¿Te pasa algo?

- Quería hablar contigo -se ocupó de calentar el cacao.

- Ya me lo dijiste antes -descubrió que necesitaba apoyar una mano en el mostrador, para no tambalearse-. Mac, ¿es una falsa impresión mía o te estás alejando de mí?

- Yo no lo llamaría así.

Nell se preparó para lo peor.

- ¿Cómo lo llamarías entonces? -inquirió con toda la tranquilidad de que fue capaz.

- Estoy preocupado por los chicos. Por el golpe que se llevarán cuando te vayas. Están demasiado encariñados -¿por qué sonaba tan estúpido?, se preguntó. ¿Y por qué se sentía tan estúpido?

- ¿De veras?

- Creo que te hemos estado enviando señales equivocadas, y que lo mejor para ellos sería que recularan a tiempo -se concentró en el cacao como si estuviera haciendo un experimento nuclear-. Tú y yo hemos salido unas cuantas veces, y nos hemos…

- Acostado -terminó ella, ya con frialdad. Era su última defensa.

Mac miró a su alrededor, como temiendo que sus hijos la hubieran oído. Pero todavía podía escuchar sus pasos en el piso de arriba.

- Sí. Nos hemos acostado juntos, y ha sido estupendo. El caso es que los niños son más listos de lo que la gente se piensa. Se hacen ilusiones. Se encariñan con la gente.

- Y tú no quieres que se encariñen demasiado conmigo -Nell sabía que aquello iba a dolerle-. Ni ellos, ni tú.

- Creo que continuar con esto sería un error.

- Está suficientemente claro. Has plantado la señal de No pasar, y yo estoy fuera.

- No es eso, Nell -bajó la cuchara y dio un paso hacia ella. Pero era como si hubiera una línea que no pudiera traspasar. Una línea que él mismo había trazado. Si no se aseguraba de que ambos quedaran a uno y a otro lado de la misma, la vida que tan cuidadosamente había construido podría desmoronarse-. Aquí tengo las cosas bajo control, y necesito que sigan así. Yo soy lo único que tienen. Ellos son lo único que tengo. No puedo echar a perder todo eso.

- No es necesario que me expliques nada -su voz había enronquecido. Sabía que, en un momento, empezaría a temblarle-. Me lo dejaste claro desde un principio. Tan claro como el agua. Es curioso. La primera vez que me invitas a tu casa, y vas y me echas.

- Yo no te estoy echando. Sólo estoy intentando reajustar las cosas.

- Oh, vete al infierno -y abandonó la cocina a toda prisa.

- Nell, no hagas eso… -pero para cuando volvió a salón, ella ya se estaba poniendo el abrigo y los chicos bajaban las escaleras a la carrera.

- ¿Adónde va, señorita Davis? No puede… -los críos se detuvieron en seco, impresionados por las lágrimas que veían correr por su rostro.

- Lo siento -era demasiado tarde para disimular, así que continuó caminando hacia la puerta-. Tengo cosas que hacer. Lo siento muchísimo, de verdad.

Y se marchó, dejando a Mac de pie en medio del salón, impotente, bajo la mirada fija de sus hijos. Una decena de excusas le rondaban la cabeza. Justo cuando había encontrado una, Zach estalló en sollozos.

- Se ha ido. Le has hecho llorar, y ella se ha ido…

- No era mi intención. Ella… -quiso abrazarlos, pero se encontró con un sólido muro de resistencia.

- Lo has estropeado todo -una lágrima resbaló por la carita de Zeke, roja de ira-. Nosotros hicimos todo lo que se suponía que teníamos que hacer, y tú lo has echado a perder.

- Ella nunca volverá -Zach se sentó en el primer escalón de la escalera y se puso a sollozar-. Ya nunca será la mamá.

- ¿Qué? -desesperado, Mac se pasó una mano por el pelo-. ¿De qué estáis hablando?

- Lo has estropeado todo -repitió Zeke.

- Mirad, la señorita Davis y yo hemos tenido un… desacuerdo. La gente tiene desacuerdos. No es el fin del mundo -el problema era que sentía que era el fin del mundo.

- Santa Claus la envió -Zach se secó los ojos con los nudillos-. Nos la envió, como se lo pedimos. Y ahora se ha marchado.

- ¿Qué quieres decir con eso de que Santa Claus la envió? -decidido, se sentó en los escalones. Sentó a un reacio Zach en su regazo y tiró a Zeke de la mano para que se acercara-. La señorita Davis vino de Nueva York, no del polo norte.

- Eso lo sabemos -desaparecido su enfado, Zeke buscó consuelo enterrando el rostro en el pecho de su padre-. Vino porque nosotros le mandamos a Santa una carta, hace meses, para que él tuviera tiempo.

- ¿Tiempo para qué?

- Para elegir a la mamá -suspirando, Zach se sorbió la nariz y alzó la mirada hacia él-. Queríamos una mamá buena, que oliera bien, le gustaran los perros y tuviera el pelo amarillo. Nosotros la pedimos, y ella vino. Y se suponía que tú tenías que casarte con ella y convertirla en la mamá.

Mac soltó un profundo suspiro.

- ¿Por qué no me dijisteis que estabais pensando en tener una madre?

- No una mamá -lo corrigió Zeke-. La mamá. La señorita Davis es la mamá, pero ahora se ha ido. La queremos, y nosotros ya no le gustaremos más porque tú le has hecho llorar.

- Por supuesto que le seguiréis gustando -a él lo odiaría, pero no podría odiar a los chicos-. Pero vosotros dos sois lo suficiente mayores como para saber que Santa no regala mamas.

- Él nos la envió, tal y como se lo pedimos. No le pedimos ningún regalo más, aparte de las bicis -Zach se arrebujó en su regazo-. No le pedimos ni juguetes ni juegos. Sólo la mamá. Haz que vuelva, papá. Arréglalo. Tú siempre lo arreglas todo.

- Las cosas no funcionan así, amiguito. La gente no es como los juguetes rotos o las casas viejas. Santa no la envió, ella vino aquí a trabajar.

- Claro que la envió Santa -con sorprendente dignidad, Zach se apartó del regazo de su padre-. Quizá tú no la quieras, pero nosotros sí.

Sus hijos subieron las escaleras, en un frente unido que lo dejó al margen. Y Mac se quedó con un vacío en la boca del estómago y un olor a cacao quemado en la nariz.