Cuando Ella Demper dijo que iba a dar otra fiesta en su casa, yo pensé: ¡Oh, no! No después de la fiesta de modas de Billie Burke, donde terminamos por comprar todo nuestro guardarropa de invierno para los próximos diez años, porque Ella no nos dejaba marchar hasta que lo hiciéramos, o como la fiesta de los cosméticos Marvalon, desde la que tengo suficientes pestañas postizas en mi tocador como para suministrar a diez estrellas de cine durante cien años. Ella da unas fiestas maravillosas, pero son la clase de fiestas a las que siempre acuden las amigas y vecinas y donde todo el mundo tiene que comprar algo, ya se sabe, combinando el placer con el beneficio, como se dice en el folleto. Y como si eso no fuera suficiente, no le deja a una salir por la puerta hasta que no haya firmado una tarjeta comprometiéndose a organizar una fiesta, y como las ropas o los cosméticos o lo que sea siempre parecen tan bonitos y tan fáciles de vender, termino por firmar sobre un compromiso de este o aquel otro tipo, porque estoy convencida de que si Ella puede hacerlo, yo también. Sólo hay que intentarlo e invitar a alguien a la propia fiesta de Tupperware cuando Ella ya ha celebrado la suya; ellos siempre saben que la fiesta organizada por una no será tan buena como la anterior, a pesar de que una se pase días enteros con la decoración y a pesar de que ellos tengan para vender sus propios artículos Tupperware.
A estas alturas, se podría pensar que yo debería saber mejor lo que me hago, pero la cuestión es que las fiestas de Ella son siempre encantadoras, que ella trabaja durante días en la comida y en la decoración y que el lugar siempre parece como un cuento de hadas, con ángeles hechos de pastel y mazorcas de maíz entrelazadas y, en las Navidades, hace guirnaldas con flores las ventanas; Ella coge las tapas de todas sus vasijas de zumo de naranja y las cuelga de todos los árboles que hay fuera y eso resulta de lo más lindo cuando todas empiezan a girar, impulsadas por el viento. Pero a veces, me pregunto, ¿realmente quieres que todas ellas pinten animalitos domésticos al pastel, o hagan las torres de helado o escuchen la música de violín como hizo Ella en su última fiesta de Faberware, cuando cada vez que muerdes un trocito de pastel sabes que al final vas a tener que pagar por ello?
Debería admitir que siempre me lo pienso dos veces y que después siempre termino por ir, porque no me invitan tanto, siendo una mujer sola como soy, y porque es un cambio agradable alejarse de la televisión por la mañana y de la televisión por la tarde y de todas esas ocasiones en que llamo a mi médico de cabecera sólo para escuchar una voz humana. Mi hermana Cynthia solía hacernos salir de casa y hasta invitaba a gente a venir, pero hace cinco años que no está, y debo admitir que si comparo lo que me pierdo, como su compañía, con todo lo demás, podría decir que me alegra poder disponer ahora del periódico matinal todo para mí, y que ahora, cuando tengo que ir al cuarto de baño, ya no tengo que esperar nunca, y me alegra no tener que observarla cuando coge las tostadas del centro, una y otra vez. Siempre se come el centro más blando y siempre me deja a mí las partes con las que tengo más problemas para partir las dichosas costras.
Así es que cuando Ella me llamó, ya pueden suponérselo, sentí emociones encontradas. Realmente, me encantan sus fiestas, pero allí estaba yo con mi negligee Billie Burke y con las madejas de hilo Glamorware con plumas de avestruz, con la caja de Tupperware donde tengo metidas las medias porque era lo último que me quedaba y ya no se me ocurría otra cosa que hacer con aquello. Estaba allí mirando las placas y la papelera que me hice con la caja de instrumentos que compramos en aquella fiesta, y estaba sopesando su invitación, pensando: ¿puedo permitírmelo?
—Me encantaría ir —le dije—. ¿Pero puedo permitírmelo, Ella?
Bueno, Ella se enojó un poco y me dijo:
—Celia, no siempre tengo cosas para vender.
—Entonces muy bien. ¿De qué se trata?
—Se trata de él.
—¿Un hombre?
Ella balbució algo y finalmente dijo:
—Algo así. Quiero decir, Celia, que sólo puedo comunicarte que se trata de una oportunidad única en la vida. Quiero que conozcas a este político.
—Y todas vamos a tener que hacer campaña electoral y cerrar sobres con propaganda.
—No es exactamente eso —dijo, arreglándoselas para que su voz sonara a importante—. Él está… bueno, está en el exidio.
—Exilio.
Estaba pensando en los húngaros para quienes nos había hecho encontrar hogares durante todos aquellos años, y los cubanos y los vietnamitas.
—Ya lo verás —dijo Ella.
—No estarás tratando de que nos quedemos con huérfanos de guerra o algo…
—Él es realmente insólito —me dijo, sin querer contestar ninguna otra pregunta—. Ya lo verás.
Bueno, no habla salido de casa desde el funeral de Alva Edgar y aún me quedaba por estrenar mi vestido de cóctel Billie Burke. Así es que le dije que estaría allí, pero al mismo tiempo sabía que tenía que comprobar el saldo que me quedaba en la cuenta corriente, por si acaso.
La casa tenía el aspecto de un lugar de cuento de hadas; había cogido latas de pasteles Saralee con bandas rojas y las había colocado alrededor del marco de la puerta, de modo que en cuanto una entraba allí se daba cuenta inmediatamente de estar en un sitio diferente; y, lo que es más, había puesto un gran globo naranja en el techo de la sala, con gallardetes amarillos que salían de todos lados, y todos los cartelitos y muñequitos estaban cubiertos de rojo y amarillo y naranja, y hasta había puesto celofán amarillo alrededor de todas las lámparas, de modo que daban un brillo bastante misterioso, y cuando estuvimos todas reunidas y se produjo un poco de silencio, Ella dijo:
—Chicas, bien venidas al planeta Torg.
Creo que yo habría pasado por cualquier cosa. Sentía un leve estremecimiento, como todas las demás, pero al mismo tiempo tenía una curiosa sensación, ¿saben lo que quiero decir?, preguntándome si Ella estaría hablando en serio o no. En aquel momento, no sucedió nada más; Ella había preparado bonitas bebidas de zumo de arándano, con rodajas de limón flotando en él. Se me ocurrió la idea de que a las bebidas se les podía haber echado licor, así es que me lo tomé con calma, aunque la mía estaba muy buena. Cuando le pregunté por el gusto que tenía aquello, me hizo mirar atentamente el hielo y ¿podrán creer que había puesto zumo de naranja en moldes, colocándolos después en el congelador y echándolos en los vasos? Le dije que era la cosa más encantadora que había visto en mucho tiempo, y ella se sintió muy contenta. Binnie Osterwald tiene un nieto que toca uno de esos instrumentos indios, ya saben, un sitar, y él estaba allí, tocando en un rincón, mientras nosotras estábamos sentadas, bebiendo aquella sorpresa de arándano debajo de aquel globo naranja. ¿Saben una cosa? Recuerdo que pensé: esto es realmente otro planeta; parece como si no estuviéramos en modo alguno en Plainville.
Para entonces, ya habíamos pasado la media tarde y Ella no había sacado todavía ninguna mercancía, puesto que las copas y salseras con delicados adornos de tréboles de la marca Ginny Simms, y la montura plateada de las gafas que llevaba desde hacía años, y las ropas que tenía puestas, todo eso procedía de otras fiestas: el Faith Domergue sin tirantes y las medias Pantone con las ligas Glintone; hasta las cejas postizas eran de una de sus antiguas fiestas de compromiso. Así es que, al margen de lo que fuera a vendernos en esta fiesta, no era nada de lo que yo podía ver por allí, al menos en aquellos momentos, y cuando le pregunté por qué aquélla era una fiesta del planeta Torg, Ella me contestó: «¡Oh!, sólo ha sido una vieja idea que he sacado del número de fiestas especiales del Día de la mujer.»
Bueno, tendría que haberme dado cuenta pero empezaba a estar achispado con la sorpresa de arándano. Me sentía cada vez más achispado y, en cuanto a Ella, hasta nos dijo cómo hacía su cacerola: se pone este lecho de Fritos y se lo cubre con atún Bumble Bee y con trozos de mandarina y se vierten sobre todo ello trocitos de pollo Campbell y entonces se pone en el horno. Claro que Ella lo hizo un poco diferente al gratinar queso rayado por encima, y también le puso un huevo porque, como siempre decía cuando una le pedía una receta: «Yo siempre pongo un huevo.» Lo que significa que está demostrando ser mejor que las instrucciones de cualquier paquete antiguo, vamos, que es una verdadera cocinera. Y, desde luego, los pastelillos eran los mejores. Más tarde, Ella dijo que había mezclado pudin instantáneo Jello de chocolate con bollo de Duncan Hines y con un par de otras cosas, y lo que llevaba por encima sólo era una ligera capa espolvoreada de polvos Jello; ya pueden imaginarse lo bueno que estaba aquello. Para entonces, yo ya me sentía realmente bien, feliz e importante, porque Ella nunca había revelado en una misma noche dos de sus recetas especiales, y yo era la única a quien se lo había dicho. Así es que cuando Ella le sacó, pensé que él era alguien especial que iba a cantar o bailar para que la fiesta fuese mejor, como el nieto de Binnie, y pensé: «La buena de Ella… bueno, nos lo merecemos después de tantos años de comprar cosas.»
De haber sabido entonces lo que sé ahora…
Era joven, casi tanto como el nieto de Binnie, quien para entonces ya había desaparecido, supongo que para dar algún concierto de rock and roll. Pero éste no era realmente ningún muchacho; era más elegante que nadie de los que yo había conocido, incluso más que Eben Ringer, con quien casi me casé cuando los dos teníamos diecisiete años. Pero éste parecía hallarse rodeado por algo especial; su piel parecía un poco descolorida, como si lo que corriera bajo ella no fuese sangre ordinaria, y tenía la cabeza un poco más alargada que la media de las personas quizá para hacer sitio a un tipo especial de cerebro. Él nos miró a todas con ojos que eran como lámparas eléctricas, y cuando sus ojos se posaron sobre mí, pensé que, iba a morirme allí mismo, porque hubiera hecho lo que me hubiese pedido.
—Chicas —dijo Ella cuando él nos hubo mirado a todas en completo silencio, inspeccionando también la habitación—. Ésta es una persona de otro planeta.
Y, se lo puedo asegurar, pensamos que Ella había ido quizá un poco demasiado lejos con su diversión, pero no hubo allí ninguna de nosotras que se atreviera a negar que eso era exactamente lo que era.
Entonces, él habló, y todo lo que dijo fue:
—Buenas tardes.
Pero nosotras lo sabíamos.
Después de eso, encendió el globo que había en el techo y del que les hablé antes, ¿recuerdan? Bueno, pues no era un globo, sino más bien una especie de proyector especial, a excepción de que las imágenes estaban todas dentro de él, ¿saben? Era como una loca bola de cristal y todas nos sentamos allí con nuestros vasos de zumo de arándano con los cubitos de zumo de naranja helado tintineando contra el cristal del vaso, mientras él nos contaba una historia que ustedes jamás creerían. Una historia como de cuento de hadas, excepto que en la bola se podían ver las imágenes para demostrar que era cierto.
Resultó que eran imágenes del lugar de donde él procedía, con aquella gente fiera y atractiva deambulando arriba y abajo por aquellos edificios que, según nos dijo, estaban todos hechos de marfil, aunque por Dios que nunca oí hablar de elefantes que fuesen tan grandes como para tener aquellos colmillos.
El cielo también tenía un color extraño, pero no importa; si las luces se encendían y aquello no resultaba ser más que una sesión de dibujos animados, no por ello dejaba de ser un buen espectáculo.
Era una cosa extraña, porque no se trataba de muñecos animados. Él estaba produciendo aquellas imágenes con una cosa que se sacó del bolsillo; era como si las disparara hacia el aire y el globo o lo que fuera las recogiera y las hiciera más grandes para que nosotras pudiéramos verlas. Contemplamos un buen montón de casas de marfil y después vimos su casa, y a él con su madre y su padre, sólo que él los llamaba Mentores, y yo pensé en tenerle en casa para cuidarle y enviarle a la escuela por las mañanas con la bolsa del almuerzo y el pelo todo abrillantado y entonces pensé: «¡Aaaahhh!»
La siguiente cosa fue aquella imagen de un buen grupo de ellos sentados alrededor de aquel jardín rojo, y entonces todo el mundo puso cara de asustado, porque aquel elefante apareció sobre la colina; al menos yo creo que era un elefante, pero en cualquier caso era tan grande que lo único que podía verse en la imagen era una gran pata con enormes pezuñas amarillas, y el extremo puntiagudo de aquella enormidad, y él no hizo nada, ni dijo nada, pero se las arregló para dejar bien claro que aquellas cosas estaban arrasando su mundo, y que nadie podía disponer de ningún sitio donde instalarse o construir una casa, debido a todos aquellos gigantescos elefantes, que alguien tenía que dar su brazo a torcer, o ellos, o los elefantes. Cuando vimos las imágenes de la guerra fue algo terrible, y para cuando todo hubo terminado, todos ellos vomitaban y se tambaleaban porque el aire estaba envenenado y todas las plantas también estaban envenenadas, y todos ellos tenían que tomar cosas enlatadas bajo protecciones subterráneas, y sólo les quedaban unos años, no sé cuántos, de alimentos y de oxígeno.
Él nos contempló de nuevo con aquellos ojos suyos que la hacían a una sentirse muy débil sólo de mirarlos, y entonces dijo:
—Así es que, como verán, necesito su ayuda. Ustedes, buenas señoras, pueden ser mis misioneras, y serán recompensadas por ello en la nueva civilización.
Así es que, después de todo, me imaginé que aquello también era un poco como la fiesta de Tupperware. Se suponía que debíamos organizar fiestas así para todos nuestros amigos y todas nosotras recibiríamos un globo de imágenes como aquél, y cuando tuviéramos listo a un grupo de gente, Shan vendría y hablaría personalmente con ellos, sin obligación ninguna y sin nada que comprar, y así nos ganaríamos su gratitud eterna. Así es que eso sonaba bien, pero entonces se produjo aquel largo silencio mientras todas nos lo pensábamos, ya saben, tratando de descubrir lo que él quería que hiciéramos.
Entonces, habló Ella, porque después de todo era su fiesta y dijo:
—Shan, querido. Será mejor que les digas a las chicas cuál es tu necesidad.
Él se la quedó mirando, como pensando que Ella era una condenada tonta, y yo misma pensaba que era un poco lenta de mollera y dijo:
—Querida, necesitamos un sitio nuevo.
—¿Qué clase de sitio?
—Este sitio —contestó, y extendió sus manos todo lo que pudo, lo bastante como para abarcar mundo entero.
Yo pensé que, después de todo, no era una idea tan mala, porque si habíamos abierto nuestros corazones a los húngaros y a los cubanos y a los vietnamitas… Pero entonces la Binnie, porque fue a ella a que se le ocurrió, preguntó:
—¿Cuántos son ustedes allá?
Bueno, la cifra fue, si me permiten la expresión, astronómica, y todas nosotras nos quedamos con la boca abierta y murmuramos algo, y fue entonces cuando Ella dijo:
—Shan, querido, ¿qué tendríamos que hacer?
Bueno, era todo bastante simple; daríamos estas fiestas y conseguiríamos que acudieran a cada una de ellas un total de cincuenta personas, y cada una de esas cincuenta daría otra fiesta a la que acudirían otras cincuenta, y al final de cada fiesta a todo el mundo se le daría aquel maravilloso broche de colmillo de mastodonte Torg, adornado con esmeraldas de verdad, y todo lo que teníamos que hacer era llevar el broche, y había una piedra que salía del centro, que no estropearía nada, y todo lo que una tenía que hacer era introducirla sigilosamente en el depósito de agua.
Ya pueden imaginarse el lío que se armó entre las chicas, porque todas querían saber lo que aquello haría con el agua y Shan no lo dijo con toda exactitud, sino que sólo dijo que aquello hacía que el agua también fuese buena para los torganos y que, además, mientras una llevara su hermoso broche, no le haría daño, y les puedo asegurar que eso hizo sospechar a algunas personas. Y Binnie dijo que por qué no acudían a las Naciones Unidas y conseguían allí un permiso regular de entrada, y todo lo que dijo Shan fue que, a veces, el camino más largo resulta ser el más corto para regresar a casa. Entonces, Ella recalcó que no nos había dicho lo que iba a suceder con el agua, pero Shan se limitó a sonreír con aquella alegre risa suya y dijo que todos los habitantes de Torg nos estallan agradecidos.
Yo ya empezaba a comprender por dónde iban las cosas. Ella y Binnie estaban cuchicheando algo en un rincón y todas las demás estaban siseando y susurrando y charlando, ya pueden imaginarse, todas ellas muy agitadas, y yo pensé, pobre Shan, ha recorrido todo ese camino para llegar hasta aquí y las chicas no van a ayudarle. Entonces escuché lo que estaba diciendo una de ellas y me deslicé hacia Shan y toqué el broche y susurré:
—Es mejor que tengas cuidado, querido. Creo que las chicas están pensando en entregarte.
Bueno, tendrían que haber visto ustedes la mirada que me lanzó; habría sido capaz de fundir un ladrillo. Se llevó la mano al broche y preguntó con un susurro:
—¿Está usted conmigo?
Así es que le miré a los ojos y le contesté:
—Sí, Shan. Lo estoy.
Sólo fue cosa de un segundo. El broche que sostenía, fue todo lo que necesitó para hacer el truco y el rayo salió justo de la parte central. Yo me sentí un poco mal por ello, pero no por mucho tiempo, porque ahora soy la mejor amiga de Shan, y cuando miré a mi alrededor y vi a las demás chicas, me di cuenta de que no tendría competencia alguna, ni bocas melosas que acudieran para llevárselo, ni caras remilgadas trayéndole platos cubiertos o dulces o pastelillos de cabello de ángel que hacían con una mezcla preparada que trataban de ir pasando como si se tratara de una vieja receta de familia.
Lo que hizo aquel broche fue lanzar un rayo de una forma muy extraña que algún científico tendría que explicarles a ustedes, y todas aquellas chicas con las que yo había crecido hasta envejecer no quedaron heridas en lo más mínimo, pero ya no podían hacerle daño a nadie más. Ella ya no organizaría más fiestas que le cuestan a una cien dólares sólo para poder salir de la casa y en las que una tenía que llevarse a casa un montón de cosas inútiles que una no necesitaba. Binnie ya no iría por ahí a los conciertos de rock and roll para molestar a su nieto, y ninguna de las otras regañaría a nadie, ni escribirían cartas enojadas ni la tendrían a una pegada al teléfono mientras se quemaba la cena que una se estaba preparando para ver la televisión. Por otro lado, si una quería ver o hablar con cualquiera de ellas, era posible hacerlo; podía una acudir a casa de Ella y verlas en cualquier momento, porque lo que hizo aquel rayo fue dejarlas congeladas a todas, rígidas; estaban tan frías como carámbanos y perfectamente quietas en la misma posición en que él las sorprendió. Parecía como si aquello no les doliera nada y debo decir que todo parecía real y natural. Parecían, ¿cómo podría expresarle?… tranquilas.
Shan me estuvo mirando a mí mientras yo las contemplaba a todas ellas: ¿iba a gritar, o me iba a portar bien? Bueno, me limité a volverme hacia él y dije, más fría que un carámbano:
—Está bien, Shan. Nunca fueron verdaderas amigas mías.
Después le ayudé a transportar su caja de Broches Parasiempre y también la caja de los globos, sacándolo todo de la casa de Ella y poniéndolo en mi coche.
Se sintió realmente contento con mi casa cuando llegamos allí, porque se encuentra justamente cerca del depósito de agua de la ciudad, le gustó mucho su habitación, que antes fue la habitación de mi hermana Cynthia, porque me dijo que desde allí podía disfrutar de una vista excelente de la ciudad. Entonces pusimos en un rincón la caja de globos y la caja de broches y él me dijo que cómo podría agradecerme alguna vez lo que había hecho por él, y yo me sonrojé y señalé hacia los broches y le dije que me gustaría llevar uno de ellos. Tenía la forma de un colmillo de elefante, todo incrustado de esmeraldas y diamantes, y me estremecí cuando me lo prendió en los pliegues delanteros de mi vestido de cóctel Billie Burke. Después me dio un globo para que lo pusiera en mi salita de estar y se sintió tan agradecido conmigo por haberle ayudado a escapar que me dijo que me lo iba a decir todo sobre su misión, sólo que él la llamaba Nuestra Misión, inmediatamente después de que comiéramos, y yo le dije, Shan, querido, eso es maravilloso.
Pues bien, después de la cena no todo salió tal y como él lo había pensado y estuvo pensándoselo, aunque yo me quedé tan contenta. Lo que hizo fue pedirme una lista de mis amigos —ya saben, para la fiesta—, y habría preferido morirme antes que admitir ante él que no tenía ningún amigo. Quiero decir que todos mis conocidos mortales quedaron congelados y rígidos allí, en casa de Ella Demper y, además, realmente no creía que aquel asunto de envenenar el agua fuera una idea tan buena. Quiero decir que no era muy bonita y que yo me sentiría terriblemente mal, pero no había forma de decirle eso, así es que mientras estaba haciendo sus planes y terminando de comer su pastel de queso helado marca Royal con fresas fui a una parte de la casa en la que él no podía verme y encontré cuál era la piedra correcta que debía apretar y dirigí el rayo hacia él con el broche.
Resulta verdaderamente agradable tener aquí a alguien con quien tomar las comidas y con quien hablar cuando tengo ganas de hacerlo. El tiene un aspecto muy real y natural sentado allí, en la silla, y tengo la impresión de que aun cuando está rígido como uno de los gigantescos colmillos de elefante, todavía puede escuchar. Tiene una expresión verdaderamente agradable, quizá un poco sorprendida, y sostenemos conversaciones muy agradables porque él nunca se muestra en desacuerdo conmigo. La otra cosa bonita es que no produce ningún lío en la casa, ni ensucia nada, ni tiene ropa para lavar y, lo que es más importante, nunca se queja de las cosas que cocino, como solía hacer Cynthia. De haber sabido cómo descongelarse y si le hubiese hecho tostadas, estoy segura de que se las hubiera comido como se supone que debe comérselas una persona normal, en lugar de picar el centro. Y. lo que es aún más importante, él nunca, nunca jamás habría dejado costras.