Habían transcurrido ya seis horas desde que las naves de escolta de la Federación advirtieran que su misión acababa de finalizar y que, en consecuencia, regresaban. Muy pronto, se dijo Azard a sí mismo, podría actuar con seguridad, dar los pasos finales en aquella gran expedición, que en principio presentaba muchos peligros, pero que aun así se había considerado muy necesaria.
Habría sido imposible sin la Actitud Malatlo.
Malatlo habla significado para él una gran ayuda en más de un sentido.
Desde el fondo del enorme compartimiento de control, observó a los tres humanos de la Federación. En aquel momento le daban la espalda, ocupándose en varios instrumentos, mientras la gigantesca nave de transporte se aproximaba sin prisas al planeta.
Sashien había dicho que iniciaría las operaciones de descarga al cabo de una hora. Parecería muy poco natural que Azard no estuviera con ellos observando la operación en las pantallas. Por lo tanto, debía llevar a cabo cuanto antes todo lo que había pensado al respecto.
Se volvió y abandonó la estancia silenciosamente. No le echarían de menos. Y si lo hacían tampoco tendría importancia. Desde el principio del viaje había dejado bien claro que constantemente se hallaría ocupado en la seguridad y buen estado de la maravillosa carga que el destino había colocado en sus manos. Por lo tanto, al igual que ocurría con otros detalles a bordo, ellos no sentirían ninguna preocupación a este respecto. Le dejarían en paz.
Penetró en un montacargas y lo abandonó cinco plantas más abajo para penetrar en un pasillo brillantemente iluminado, un pasillo sin carácter, con muchas puertas.
La nave era enorme. Mucho más grande de lo que él hubiese podido imaginar antes de ir a Hub. Gran parte de ella contenía multitud de cuerpos humanos fabricados artificialmente, inertes, a los que en breve se dotaría de una vida consciente e inteligente. Regalo de la Federación de Hub al perdido Malatlo.
También eran un regalo los miles y miles de instrumentos, máquinas, herramientas, etc., almacenados en contenedores en algún lugar de la inmensa nave, así como los suministros y medios indispensables para iniciar una pronta vida colonial. La Federación era rica y generosa. Había respetado, aunque no compartido en sus puntos más generales, la Actitud Malatlo. La Federación también respetaba a Azard y su misión, la misión de conseguir que Malatlo renovase su existencia en el mundo que muy pronto estaría a la vista.
Azard se apresuró a recorrer los solitarios pasillos, en los que sus pasos provocaban sonoros ecos, hasta llegar a la parte de la nave cerrada herméticamente, de la cual, mediante mutuo acuerdo, solamente él poseía los medios de entrada.
Por supuesto, Azard no había creído en ningún momento que tal acuerdo se cumpliera. Su responsabilidad era demasiado grande para permitirle el lujo o la debilidad de la confianza.
Se suponía que los dos hombres y la mujer del departamento de control eran los únicos humanos de la Federación que había a bordo, aunque en aquella gigantesca nave tampoco se podía estar seguro de tal circunstancia. En consecuencia, Azard había montado en la sección que más le preocupaba cierta cantidad de trampas y sistemas de alarma. Si alguien entraba allí, dejaría alguna huella o indicación de su presencia que más tarde él pudiese ver. Por el momento, no observaba nada extraño.
Abrió la enorme cerradura de un compartimiento, pasó al interior y volvió a cerrar a su espalda. Examinó minuciosamente los ocultos dispositivos de alarma. No registraban ninguna intrusión.
Descendió a otra planta y abrió una segunda cerradura.
El compartimiento quedó abierto. En el interior se encontraban las cajas de cultivo. Ocho en total. Dos de ellas contenían más de quinientos millones de personalidades, de identidades, de «seres». Azard no estaba formado en las ciencias relacionadas con lo invisible, con todo cuanto era intangible en aquel terreno, ni tampoco se le había proporcionado información alguna sobré las fuerzas que mantenían a las identidades en las cajas. Pero sabía que estaban allí.
Permaneció en pie, ladeando la cabeza en actitud de escucha y con los ojos entornados. No captaba ningún sonido. Nada que se pudiera detectar, mientras las cajas estuviesen cerradas, mediante instrumentos de alguna clase o incluso mediante sensibilidades como la suya. Se inclinó hacia delante y manejó la complicada serie de diales que abrían una caja de cultivo. Muy pronto una de las tapas se abrió dejando al descubierto en su cara interior el difícil conjunto de instrumentos. Azard no los tocó. Se mantuvo a la espera. Pasó un momento. Después, gradualmente, comenzó a captar la presencia de las confinadas personalidades.
Era como sí estuviera escuchando el suavísimo zumbar de una diminuta nube de criaturas microscópicas que se agitasen epilépticamente. Sus oídos no las escuchaban, pero sí su mente. Todas estaban despiertas, conscientes, voraces, terriblemente ansiosas de moverse, de sentir, de vivir de nuevo.
Azard se preguntó si los humanos de la Federación podrían escucharlas como él y si también llegarían a entender lo que oía.
«¡Calma, calma!», murmuró dirigiéndose a la suave nube. Pero no se acalló el leve zumbar. No cesó él ansia de alcanzar los escalones de la vida.
Cerró la caja y después comprobó los dispositivos de seguridad que cerraban las restantes. No había huellas de que alguien hubiera intentado abrirlas. Las últimas seis cajas no contenían personalidades, pero sí algo tan valioso como ellas. Los humanos de la Federación no lo sabían. Por lo menos, Azard estaba casi seguro de que lo ignoraban.
Abandonó la sección sellada de la nave. Se dijo a sí mismo que carecía de importancia el hecho de haber despertado o no sospechas. Hasta aquel momento la expedición había tenido éxito y estaba a punto de acabar triunfalmente.
Pronto morirían en el departamento de control sus tres compañeros de navegación. Entonces, tanto la nave como lo demás estaría en sus manos.
Azard partió para ultimar los detalles de su plan.
Sashien, el ingeniero, había hecho descender la nave sobre la parte oscura del planeta, en la zona sugerida por los especialistas de colonización de Hub, ya que, al parecer, aquél era el lugar donde todas las condiciones favorecían los nuevos comienzos de Malatlo. El gigantesco vehículo se posó tan suavemente que Azard no se dio cuenta de ello hasta que el propio Sashien comenzó a apagar los motores.
—Y ahora —dijo Odun a Azard—, salgamos a echar la primera ojeada a tu mundo.
Azard dudó. No quería alejarse de la nave, ni siquiera durante unas cuantas horas, en caso de que los humanos de la Federación quedaran a bordo. Pero luego comprendió que todos ellos salían… Odun, Sashien y la mujer llamada Griliom Tantrey, encargados del proyecto de producción en masa y condicionamiento de los cuerpos zombies almacenados para Malatlo. De uno de los flancos de la enorme nave salió un pequeño crucero atmosférico.
Treinta minutos más tarde navegaban bajo la luz del sol.
Era un mundo de aspecto atractivo, verde y muy variado. Nubes a la deriva y esplendentes océanos. Volaron sobre grandes rebaños de animales repartidos por los llanos y bordearon altas montañas. Finalmente, regresaron a la noche.
—¿Qué es eso? —preguntó Azard, señalando a una gran mancha amarillenta que se destacaba sobre la oscura superficie oceánica, a su izquierda.
Sashien hizo girar al crucero en aquella dirección.
—Una criatura del mar que será, sin duda, una valiosa fuente de alimentos y productos químicos —respondió Odun, que se había dedicado intensamente al estudio de los recursos de aquel mundo en relación con la supervivencia de Malatlo—. Individualmente es diminuta, pero en ciertas estaciones forma enormes masas.
Sashien leyó algo en la pantalla y siguió explicando:
—¡Esa mancha cubre más de cincuenta kilómetros cuadrados! ¡Verdaderamente es formidable!
Continuaron volando sobre la manta de viviente fuego que cubría la superficie del mar. Azard dijo:
—Este es un planeta rico. La Federación es muy generosa…
—En realidad, no demasiado —interrumpió Odun—. Este es un mundo que se inspeccionó y marcó como posible punto de colonización hace ya mucho tiempo. Pero se encuentra tan lejos de Hub, que posiblemente jamás se hubiera recurrido a él, pues mucho más cerca de nosotros hay varios planetas habitables.
Hubo un silencio y Odun añadió:
—Su lejanía de la Federación o de cualquier otra civilización que conozcamos es, por supuesto, una de las razones de la elección de este mundo para Malatlo.
—De todos modos, sigue siendo un acto de gran generosidad —dijo Azard.
—Bien, ya ves —explicó Odun—. Hay en la Federación, aparte de nosotros, muchas más personas de las que creía Malatlo interesadas por él y sus ideales.
Griliom Tantrey asintió con un movimiento de cabeza, y declaró:
—Amábamos a Malatlo. Por eso estamos aquí los tres…
Malatlo. La Actitud Malatlo.
Retroceso en el tiempo. Dos siglos antes de que la gigantesca nave descendiese sobre la oscuridad de un mundo intacto.
La Federación de Hub se había forjado finalmente. Forjado con sangre, fuego y furia, aunque ya todo aquello había terminado. Por vez primera en muchas generaciones humanas habían cesado las guerras, y muchísimas personas comenzaban a mirar hacia atrás con asombro e incredulidad para contemplar la destrucción, violencia y crueldad del inmediato pasado. No deseaban sufrir una nueva experiencia de aquel tipo.
Pero, por supuesto, las primeras medidas de la Federación no acabaron con la violencia y la crueldad. Se estableció una sociedad trabajadora que ofrecía grandes promesas en su formación; sin embargo, no era una sociedad perfecta y quizá nunca lo sería. Y cuando sus componentes se dieron cuenta de que no se podían cambiar las cosas de un modo simple, tampoco desearon tener que ver con la Federación.
Aquello era Malatlo, la Actitud Malatlo.
Nadie era capaz de decir cuál fue el origen del nombre. Era algo posiblemente desconocido en mil mundos. No había grandes líderes de aquel movimiento, ni culto, ni filosofía, que figurasen al frente de como se quisiera calificar a todo aquello. Pero sí existían muchos dirigentes menores.
Expusieron el problema a la Federación. Ansiaban separarse de ella todos cuantos compartían la Actitud Malatlo. Alejarse de las demás personas que no pensaban igual. Pretendían ser ellos mismos. Tampoco sentían desagrado hacia otros seres humanos, pero no querían que Malatlo sufriera molestias provenientes de aquellos cuya forma de pensamiento era diferente.
La Federación aceptó la demanda. Quizá los hombres con autoridad la consideraban como un simple experimento. Aprobaron individualmente la Actitud Malatlo, aunque la consideraban poco o nada práctica para la mayoría de los seres humanos… y evidentemente inútil para la Federación. Aun así, hicieron todo lo posible para que el mundo de Malatlo llegara a ser una realidad.
Nunca se hizo pública la localización del planeta. Pero se sabía que estaba situado a inmensa distancia de Hub, mucho más allá de toda probabilidad de descubrimiento casual. Tenía un planeta vecino en el que vivía una raza de seres que se llamaban a sí mismos Raceels y a su mundo Tiurs. Su civilización estaba bien desarrollada, pero aún no habían descubierto los vuelos espaciales. Los seguidores o partidarios de la Actitud Malatlo habían querido demostrar a tales vecinos que el hombre podía vivir en paz con todas las demás criaturas. En el espacio de unos cuantos años se trasladaron a Malatlo unos ochenta millones de seres.
A continuación se quebraron todos los lazos con la Federación. El pueblo de Malatlo se oponía a los vuelos galácticos y solamente retuvo algunas naves espaciales destinadas a viajes realizados dentro de su propio sistema solar.
Sin embargo, se mantuvo un contacto, mediante mutuo acuerdo con la Federación. Una vez cada diez años, una pequeña nave viajaría desde Hub al sistema Malatlo. A bordo irían muy pocos individuos, y todos ellos lo suficientemente simpáticos y agradables para la Actitud Malatlo. Así no se creaban problemas. Pero aun así permanecían un tiempo determinado en el planeta con objeto de reunir la información que deseaba la Federación, tras lo cual emprendían el viaje de regreso.
Los informes eran favorables. En menos de dos siglos la población de Malatlo aumentó en doscientos millones y se estabilizó. Habían desarrollado nuevas ramas de la ciencia relacionadas con el espíritu humano, pero no deseaban revelar sus descubrimientos a los extraños. Luego aumentaron sus contactos amistosos con los Raceels de Tiurs, quienes consideraban favorablemente la Actitud Malatlo. Aquél había sido el último informe.
Fue entonces cuando Azard llegó a la Federación en una pequeña y desvencijada nave. Tardó más de tres años en realizar el viaje desde el sistema Malatlo. El mundo de Malatlo había sido destruido. Los Raceels de Tiurs lo habían atacado con campos de conversión de materia, que al cabo de unos días lo habían hecho inhabitable hasta consumirlo del todo. Con excepción de Azard, los seguidores de la Actitud Malatlo habían dejado de existir, al menos físicamente. Pero las personalidades, los espíritus de la mitad de ellos se conservaban aún en las ocho cajas que Azard llevaba consigo. El aislamiento de la personalidad, la capacidad de mantenerla independientemente de un cuerpo físico, había sido el último gran descubrimiento de Malatlo.
Azard informó que Tiurs se había destruido a sí mismo en el proceso. Evidentemente, por lo menos un campo de conversión había escapado al control en el planeta, y cuando un campo llegaba a ser activo, no había forma de dominarlo. Fuera cual fuese la causa, lo cierto parecía ser que antes de que aquella única nave abandonara Malatlo y su sistema, el mundo Raceel también estaba empezando a sufrir una rápida desintegración.
Azard llegó con la súplica de que la Federación, una vez más, debía ayudar a que se estableciese Malatlo. La ciencia de la Federación sabía cómo fabricar cuerpos humanos, cuerpos que aunque funcionaban bien físicamente, carecían de una personalidad desarrollada. En consecuencia, los espíritus y personalidades de Malatlo podían transferirse a tales cuerpos, y de ese modo reanudar una existencia física.
La Federación aceptó la propuesta. Los cuerpos eran, ante todo, herramientas de investigación. Aún no se había tenido ocasión de producirlos en grandes cantidades. Pero contando con suficiente personal supervisor, su producción en masa no implicaba grandes problemas, y si se forzaba el proceso de desarrollo se podían lograr ejércitos con plena madurez física en unos meses. El ejercicio y un estímulo programado de las neuronas completarían el proceso. El resultado fue un facsímil humano limitado, pero valedero. Si los descubrimientos de los investigadores de Malatlo podían convertir aquel modelo en un completo y nuevo ser humano, darían la bienvenida a tal material.
Y así se inició la fabricación de los cuerpos. Mientras tanto, se seleccionaba un mundo que pudiera ceñirse a las exigencias de la Actitud Malatlo. Muy pronto se almacenaron en la nave los zombies y las herramientas básicas de una sencilla civilización; Azard llevó a bordo sus preciosas cajas. La Federación había elegido a Sashien, Odun y Griliom como los tres especialistas que llevarían la nave al planeta, supervisarían la descarga automática y el equipo de construcción, y asimismo comprobarían el buen estado de los zombies antes de regresar a Hub con la nave.
Desde el punto de vista de Azard, lo único que había de malo en el programa era el considerable número de personas que conocía el lugar donde se encontraba el nuevo mundo. Tal conocimiento hacía inevitable que alguien, en una u otra ocasión, hiciera un viaje para saber cómo iban las cosas en Malatlo. Y esta situación no era aceptable.
Naturalmente, Azard no había mencionado nada de esto. Pero la nave tampoco regresaría a Hub después de descargar su contenido, ni continuaría en aquel mundo. Azard proyectaba destruir a sus ayudantes de la Federación horas después del aterrizaje y más tarde equipar a tantas personalidades como pudiese para manejar la nave con sus nuevos cuerpos. Así conseguiría llevarla otra vez al espacio en busca de un nuevo planeta, tan alejado de la Federación que no hubiese manera de hallarlo.
Tan pronto como el crucero atmosférico regresó de su viaje de inspección alrededor del planeta, Azard tomó las medidas necesarias para ejecutar su plan.
Temía un poco a los tres especialistas. No hubiesen sido elegidos para aquella misión de no ser muy competentes. Durante el viaje había evitado su compañía en la medida de lo posible. Pero no mostraban hacia él indignación alguna, ni parecían sentirse ofendidos. Sin embargo, Azard mantenía con ellos suficientes contactos como para darse cuenta de que eran seres que pensaban con rapidez y que constantemente estaban alerta. Era muy poco probable que algo saliera mal. Pero sí era posible. Por lo tanto, su primer movimiento consistiría en inutilizar los transmisores de la nave.
Llevó a cabo la operación rápidamente, y de ese modo los tres humanos del departamento de control quedaron aislados y sin posibilidad de pedir ayuda alguna. Por otra parte, tampoco cabía duda de que pronto descubrirían la avería y la repararían. Pero antes de que sucediera tal cosa, Azard les liquidaría de una forma u otra.
Pronto dio fin a los preparativos de su muerte. El departamento de control era uno de los lugares de la nave donde los tres se reunían ordinariamente. Otro era una estancia cercana dividida en tres habitaciones mediante paneles, en las que hacían sus comidas, trabajaban sobre sus informes, y algunas veces descansaban escuchando música o cintas grabadas.
Desde varios puntos de la nave, Azard podía soltar un gas inodoro que mataba al contacto, pero era necesario hacerlo en un momento en el que los tres pudiesen quedar destruidos simultáneamente.
Se hallaban en el departamento de control, absortos en los cálculos relacionados con el desembarco del pesado equipo automático de construcción, cuando Azard bajó una vez más a la sección sellada de la nave. Cuando salió de ella lo hizo cargado con una de las cajas de personalidades. Minutos más tarde se encerró en un área de almacenamiento en la que yacían treinta cuerpos en contenedores individuales de estimulación.
Azard había sido instruido concienzudamente por Griliom Tantrey y otros acerca de los métodos precisos para poder sacar a aquellos cuerpos del estado de metabolismo mínimo en que habían sido almacenados, y trasladarlos al nivel de actividad normal de un cuerpo humano.
Aquellos treinta cuerpos habían alcanzado este último nivel en el anterior día de navegación, y los instrumentos de los contenedores así se lo aseguraban a Azard.
Todo cuanto quedaba por hacer era proporcionarles conciencia. Las personalidades podían hacerlo.
Abrió la caja y lenta y cuidadosamente comenzó a realizar los oportunos ajustes. En su mayor parte, aquel enorme enjambre de personalidades no se podía manejar individual o aisladamente, pero los miembros de ciertos grupos clave sí podían recibir instrucciones mediante la combinación de varios diales y así ser liberados uno por uno. Era todo cuanto se precisaba. Azard dejó la caja ante uno de los contenedores ya abierto, dirigió la aguja de liberación hacia el cuerpo inerte que había en su interior y dejó libre a una personalidad.
Azard sintió cómo saltaba hacia delante y tomaba posesión del cuerpo. Los demás supieron inmediatamente lo que estaba ocurriendo. Azard sintió, una vez más, cómo ascendía la rugiente y ansiosa presión de las personalidades para oprimir su mente. «Todavía no», pensó.
Dejó en libertad a treinta personalidades. Eran entidades muy disciplinadas, por lo que los zombies permanecieron inmóviles, excepto por el hecho de haber iniciado la respiración. Azard puso en marcha un dispositivo y su voz comenzó a sonar desde el aparato. Al abandonar la sección sellada de la nave, la voz continuaba hablando a los treinta cuerpos que en aquel instante escuchaban lo que debían hacer…
En otro lado de la nave, Azard conectó una pequeña pantalla. Primero apareció en ella el departamento de control, desierto en aquel momento. Luego manipuló un dial y en la pantalla apareció la sección de viviendas y alojamientos. Griliom Tantrey salía por una parte y Sashien se volvía hacia ella desde una mesa para dirigirle la palabra. Sus voces eran perfectamente audibles. Azard escuchó un momento lo que estaban diciendo; Sashien llamó a Odun y este último apareció en la puerta.
Azard esbozó una leve sonrisa y extendió una mano hacia la parte posterior de la pantalla, donde presionó un botón. El gas que penetraba en el cuarto de los tres especialistas de la Federación era incoloro, inodoro y silencioso. Entró en contacto con ellos al cabo de unos segundos y uno tras otro cayeron al suelo. Acababan de morir, y al cabo de una hora el sistema de ventilación de la nave expulsaría al exterior el gas venenoso que inundaba aquellas habitaciones.
¡Casi había terminado todos sus deberes! Experimentando cierta sensación de alivio y satisfacción, se dijo a sí mismo que había llegado el momento en que podía descargar toda su responsabilidad en otros individuos más importantes que él. Casi corriendo a causa de su anhelo, regresó a la sección sellada. Esta vez no se molestó en cerrar puertas a su espalda. No había necesidad de hacerlo.
Había más de dos mil modelos genéticos, de una gama amplia y variada, representados por los cuerpos zombies entregados por la Federación. Uno de ellos era realmente notable tanto física como mentalmente. El día anterior, Azard había llevado allí aquel modelo y activado el mecanismo de su contenedor. Iba a recibir la personalidad más fuerte de todas cuantas había guardado hasta entonces en la caja. Examinó el zombie y su estado con sumo cuidado. Sin duda alguna la elección era excelente, la mejor que podía haber realizado dadas las circunstancias.
Al ajustar el último de los diales de transferencia notó una súbita debilidad muy extraña. La sensación de que, en una décima de segundo, acababan de abandonarle todas sus fuerzas.
Realizando un enorme esfuerzo, volvió la cabeza con incredulidad y desánimo.
Allí estaban Sashien y la mujer, Griliom…
¿Y el tercero?
Se dio cuenta con desespero de que la tercera figura era él mismo.
—No —dijo la figura—. Este no eres tú, Azard. Hemos inventado un disfraz que me prestará tu aspecto físico durante un rato.
La voz pertenecía a Odun.
Incapaz de hacer otra cosa más que mirar, Azard vio cómo Sashien manejaba un dispositivo que apuntaba a él y a Griliom. Los dos hombres se aproximaron, le recogieron del suelo y le colocaron en una silla.
Griliom dijo:
—Estoy reduciendo la presión. Podrás hablar.
Azard respiró hondo. Repentinamente albergó algunas esperanzas. Pronto llegarían allí todas las personalidades a las que él había proporcionado cuerpos, y que seguramente en aquellos instantes se estaban armando. Les había advertido que tuvieran cuidado. Si aquellos tres deseaban que él hablara, hablaría. Preguntó, con tono ronco:
—¿Qué queréis?
Odun preguntó, a su vez:
—¿Por qué intentaste matarnos?
—Nada de eso —respondió Azard, pensando en cómo habrían podido escapar—. Hubieseis permanecido inconscientes durante algún tiempo, pero sin sufrir daño alguno.
Le miraron durante un momento. Sashien dijo:
—¿Cuál era tu propósito al hacer esto?
Azard suspiró.
—Necesitaba esta nave para Malatlo.
—Malatlo podía obtenerla con sólo solicitarlo —adujo Odun—. Tú sabías esto.
—Sí, pero no podemos quedarnos aquí. Este mundo está demasiado cerca de la Federación y muchas personas sabrían que Malatlo estaba aquí. Sin duda debemos mucho a la Federación, pero tenemos que romper todos los lazos con su pueblo. El nuevo Malatlo debe nacer en un mundo que nadie conozca, un mundo que esté demasiado lejos como para ser descubierto por casualidad o accidente.
Griliom dijo:
—Malatlo no puso dificultades a mantener contactos limitados con la Federación antes de esto.
—Muchos se opusieron —replicó Azard—. Y al final también creyeron que todas nuestras dificultades se debían a que los Raceels de Tiurs se habían enterado por nosotros de la existencia de la Federación. Trataron de exterminarnos, no porque nos temieran, sino porque temían a la Federación.
—Aun así necesitabais a la Federación para que os proporcionara cuerpos zombies —observó Griliom—. La cantidad que almacenamos en esta nave no fue más que el principio.
—Pero eran suficientes —dijo Azard—. Naturalmente, entre los primeros que despertaran se hallarían nuestros mejores científicos. Su estudio de los cuerpos y lo que yo he aprendido sobre las técnicas de su desarrollo les hubiera permitido duplicar el proceso.
Hubo un silencio y luego continuó:
—Debéis creer que no habríais sufrido ningún daño. Quedaríais aquí, en el planeta, con el crucero atmosférico y provisiones. Tan pronto como esta nave de carga hubiera estado lo suficientemente lejos como para que nadie la localizara, habríamos avisado a las naves de escolta para que viniesen a recogeros.
Sashien y Odun miraron a Griliom. La joven movió la cabeza negativamente.
—Los análisis han demostrado que había tres componentes letales en el gas que soltó —dijo mirando a Azard—. No estábamos en aquella habitación. Lo que viste y oíste eran zombies programados. Murieron en unos momentos… como nos hubiera ocurrido a nosotros de hallarnos en su lugar.
Miró a los otros dos y añadió:
—De manera que aquí tenemos a un supuesto seguidor de Malatlo que deseaba matar a tres seres humanos para lograr sus fines. Parece difícil de creer.
Azard dijo calmosamente:
—¡El hecho de que yo sea un seguidor o partidario de Malatlo debía indicaros que si el gas que empleé fuera de verdad mortal…, no hubiese sido más que una equivocación! Error, que debo admitirlo, habría tenido consecuencias terribles.
Odun murmuró pensativamente:
—Quizá debamos preguntar a uno de los otros.
Señaló con un movimiento de cabeza hacia el contenedor del cuerpo y añadió:
—Yo me haré cargo del paralizador, Griliom. ¿Quieres comprobar hasta dónde llegó eso?
Azard tensó todos sus músculos cuando la mujer se acercó a la caja de las personalidades y se inclinó para inspeccionar la situación de los diales internos. Parecía no haber ninguna duda en sus movimientos. ¿Acaso entendía lo que estaba viendo?
Griliom dijo:
—Seleccionó una personalidad específica para transferir al cuerpo. Veamos…
Se volvió hacia el contenedor y lo abrió para inclinarse sobre el zombie. La mujer movió los hombros. Azard no podía ver lo que hacia, pero supuso que estaba comprobando el estado de los diversos instrumentos. Finalmente se incorporó y miró a Odun.
—Capacidad total —dijo—. Podemos llevar a cabo la transferencia.
Azard hizo un esfuerzo para levantarse. Pero los demás le vigilaban. Instantáneamente la presión aumentó y no pudo moverse. Entonces descubrió que tampoco podía hablar. Sintió un fuerte vértigo y se le nubló la visión. Acto seguido, sintió que Griliom y Sashien se movían a su alrededor. Luego, la visión se hizo más clara.
Se encontró inmovilizado en la silla mirando a la habitación a través de un velo oscuro. Sospechó que se trataba de un campo de energía de alguna clase. Odun se hallaba de pie en el centro de la estancia. A unos seis metros de distancia de él se encontraba, tendido de espaldas, el zombie que Azard había preparado. Luego se dio cuenta de que Sashien y Griliom se encontraban al lado de su silla, un poco más atrás que él.
El cuerpo se agitó, abrió los ojos y se sentó en el suelo.
Miró alrededor de la habitación, pero no pareció ver a Azard ni a los otros dos, que se encontraban a su derecha e izquierda. Sin duda el velo de energía bloqueaba la visión desde aquel lado. Su mirada se posó en Odun, que le miraba con el rostro de Azard. Luego se puso en pie.
No había habido la menor inseguridad en sus movimientos. Aquélla era una personalidad poderosa, capaz de imprimir instantáneamente sus intenciones en todo el ámbito de las respuestas mentales y físicas del zombie. Azard pudo sentir su presencia en la habitación, pero no le fue posible forzar ningún contacto de personalidad a través de la barrera de energía. No había forma de transmitir un aviso.
—Dom belke anda grom, Azard! —exclamó el cuerpo, dirigiéndose a Odun.
Era una voz fuerte y llena de confianza.
—Gelan ra, Azard —dijo Odun—. Ra diriog Federación. Sellen ra Raceel.
El cuerpo se movió instantáneamente. Saltó de costado hacia una mesa que se hallaba a diez pies de distancia. Y entonces fue cuando Azard vio lo que el cuerpo tenía que haber visto, sin duda, cuando recorrió toda la estancia con su mirada: la pistola que descansaba sobre la mesa. El cuerpo la cogió, apuntó a Odun y apretó el gatillo.
Acto seguido cayó flojamente al suelo, como un roto muñeco, mientras la pistola se deslizaba de entre sus dedos.
—Esto ha sido una prueba —dijo Odun a Azard.
Ya no usaba el rostro de Azard. Había desaparecido la falsa piel o lo que fuera. Luego añadió:
—Oíste lo que le dije. Me identifiqué como un ser humano de la Federación y, además, le dije que él era un Raceel. Inmediatamente trató de destruirme. Por supuesto, el arma estaba ya preparada. Bastaba con apretar el gatillo para que matara a su usuario.
Azard no respondió.
—Así que tú eres un Raceel —prosiguió Odun— y matarías a cualquiera de nosotros, a cualquier ser humano, con la misma ansia con que destruisteis Malatlo. Nos gustaría saber cómo ocurrió. ¿Quieres hablar?
—Sí. Os diré lo que queréis saber.
Azard habló con tono monótono, adoptando una expresión resignada. Pero en su interior ardía una ira salvaje. Cuanto más tiempo retuviera a aquellos tres charlando, más segura sería su muerte y más cercana la victoria Raceel. Las treinta personalidades que había liberado formaban un grupo de selectos luchadores. En aquel preciso momento debían de estar examinando la nave con sus cuerpos nuevos y fuertes y sus armas en la mano. La demostración que acababa de presenciar evidenciaba la rapidez con que usarían sus recién estrenados cuerpos.
—Estábamos desesperados —dijo.
Después continuó hablando, a sabiendas de que su declaración acababa de despertar el interés de los tres humanos de la Federación.
—Antes de que los habitantes de Malatlo llegaran a ponerse en contacto con Tiurs, este último se había enfrentado con el problema de una población que aumentaba constantemente, hasta el punto de que el planeta no podría soportarla, careciendo, además, de la técnica de vuelos espaciales que hubiese aliviado un tanto el problema.
»Una de las soluciones, temporal y muy poco satisfactoria, había sido el desarrollo de métodos de conservación de personalidades conscientes, sin contar con la ayuda de un cuerpo físico…
—De manera que fuisteis vosotros y no Malatlo los que habéis originado la ciencia de las personalidades.
—Ellos estaban investigando el tema —respondió Azard—. Pero nosotros logramos la separación de la personalidad un siglo antes de que ellos iniciaran los primeros progresos en tal dirección.
Los habitantes de Malatlo no forzaron para nada sus contactos con Tiurs, creyendo mejor que las relaciones fueran desarrollándose gradualmente y en una forma satisfactoria para los Raceels. Estos, aunque sentían una enorme curiosidad por la información que pudiesen obtener de los humanos, siguieron adoptando precauciones. Para ellos la situación ofrecía grandes posibilidades junto con enormes riesgos. Existían medios de realizar viajes interestelares en busca de planetas en los que pudiese proliferar su estirpe.
El riesgo era la perspectiva de encontrarse en el espacio con competidores más formidables que ellos. Los habitantes de Malatlo eran inofensivos, pero a juzgar por lo que habían oído decir los Raceels, había muchas más especies que no lo eran. Ellos mismos eran belicosos y dominaban un enorme sector espacial. Más allá podrían existir otras especies igualmente peligrosas para los más débiles.
En consecuencia, la actitud más lógica consistía en permanecer en el anonimato hasta ser lo suficientemente fuertes como para hacer frente a cualquier oposición.
Los Raceels se hallaban inmersos en la investigación a varios niveles, incluyendo temas desde largo tiempo abandonados por ser inmediatamente peligrosos para ellos. Un poco sorprendidos, comprobaron que Malatlo estaba dispuesto a proporcionarles naves espaciales para el estudio, cuando demostraron interés hacia tales temas. Desgraciadamente, aquellas naves no estaban preparadas para realizar viajes interestelares, pero aun así permitieron a los científicos de Tiurs avanzar notablemente en aquella dirección. Los Raceels mantuvieron en secreto tanto esta esperanza como otras, al igual que sus temores.
Eran una raza con alto índice de reproducción, una raza que a través de una historia de guerras alentaba y premiaba la reproducción. Esta política llegó a ser una especie de grave compromiso cuando Tiurs formó finalmente una rígida sociedad bien controlada y confinada en la superficie de su planeta.
Ahora podía, súbitamente, volver a ser un valor efectivo. Cuando irrumpieran en las estrellas, no lo harían en forma tímida y mediante pruebas de carácter colonial, sino con muchos miles de naves, cada una de ellas capaz de poblar un mundo en una sola generación.
Trabajaron para conseguir este fin con una voluntad febril. A través de Malatlo supieron que la Federación podía, con su ciencia, producir cantidades ilimitadas de cuerpos zombies, y por tanto, dirigieron sus pasos hacia esta investigación. Las incorpóreas personalidades encerradas en sus almacenes, que podían disfrutar de una existencia normal en Tiurs, volverían de nuevo a la vida en nuevos cuerpos y también en nuevos mundos. Latentes gérmenes fértiles de razas seleccionadas se almacenaban a millones. Progresó la investigación sobre armamentos a pasos agigantados. Parecía hallarse al alcance de la mano la invasión interestelar.
Y entonces…
—Los de Malatlo nos informaron de que conocían nuestros proyectos y que les horrorizaban —dijo Azard—. Al parecer creyeron que podían persuadirnos para que los abandonáramos.
Azard guardó silencio, dudando, y añadió:
—Tuvimos que silenciarlos.
—Eliminasteis a todo un mundo viviente —dijo Griliom.
Azard repuso:
—No podíamos detenernos en lo que estábamos haciendo. Y Malatlo estaba decidido a contar a la Federación todo cuanto sabía. Pensamos que no había otra alternativa.
—¿Cómo se destruyó Tiurs? —interrogó Sashien.
—Intentamos eliminarlo con campos de conversión después de partir —contestó Azard—. Es probable que para los investigadores futuros tanto la destrucción de Malatlo como la de Tiurs se conviertan en inexplicables. Entonces no nos dimos cuenta de que los campos de conversión eran muy poco estables. Se produjo una reacción prematura entre los de Tiurs. Después de eso…
Se encogió de hombros. Durante un momento, el viejo horror pareció nublar su mente.
—Nos sentíamos muy poco preparados y sólo disponíamos de días para actuar —continuó—. Hasta el último momento las secciones más valiosas de la población pasaron a centros de separación de personalidades. Solamente había escapado al estallido de conversión inicial una nave equipada con propulsión experimental interestelar. Era muy pequeña. Pero podía llevar tantas personalidades Raceels como se pudiesen salvar y una cantidad relativamente grande de células fértiles almacenadas, así como provisiones para un Raceel en un viaje que podría durar años, porque sólo había un lugar donde se producían cuerpos zombies para las personalidades salvadas, y ese lugar era la Federación humana de Hub…
Griliom observó:
—Se analizó el cuerpo que usaste. Sin duda alguna es humano. ¿Cómo lo conseguiste?
—Había cierto número de seguidores de Tiurs cuando destruimos Malatlo —dijo Azard—. Yo formaba parte de un grupo que poseía las diversas condiciones que se precisaban para llevar a la Federación nuestra nave de supervivencia. Mi personalidad se transfirió para tal propósito al cuerpo de un seguidor. El método empleado fue llevar al ser humano hasta el límite de la muerte física. El proceso disolvió su personalidad interior. Entonces se le inyectó la personalidad Raceel y se trató de reanimar el cuerpo. Fracasaron los primeros cuarenta y ocho intentos, en los que también murieron las personalidades Raceels porque no pudieron ser separadas de los cuerpos muertos en los que habían penetrado. Yo fui la transferencia número cuarenta y nueve. Se logró que el cuerpo reviviese y aquí estoy.
Hubo un silencio y añadió luego:
—Tenemos mucha información valiosa que podríamos intercambiar si, por ejemplo, los científicos a cargo de los métodos de transferencia de personalidad y los que desarrollaron los campos de conversión de masa recuperasen su existencia física. Os ofrecemos lo que han aprendido a cambio del uso de vuestros cuerpos zombies.
Azard no esperaba que respondiesen a la oferta. Sin duda debían creer que si deseaban tal información podían obtenerla de las personalidades que en aquel momento eran sus prisioneros y sin dar nada a cambio. Pero si le permitían continuar hablando, las personalidades liberadas tendrían más tiempo para encontrarles y destruirles.
Añadió nuevamente:
—No debéis juzgarnos con dureza. Nuestra historia y tradiciones convertían en una necesidad urgente la expansión de nuestra especie. No podíamos permitir que algo lo impidiera. Pero vuestra especie y la mía pueden ahora beneficiarse mutuamente. Tenéis que considerar esto en lugar de dedicaros a vengar a Malatlo.
—Azard —dijo Odun—. Sospecho que no acabas de comprender cuál es la situación. La historia que contaste en la Federación se aceptó en principio, pero quedaste bajo severa vigilancia. Poco a poco se fueron haciendo evidentes ciertas incongruencias. Aun concediendo cierto margen al shock del desastre, no hablabas ni actuabas como lo haría un seguidor de Malatlo. Tus peticiones eran lógicas a la luz de la Actitud Malatlo. Sin embargo, resultaban excesivamente lógicas y nada comprometedoras.
»Luego está el asunto de tu mente. Presenta bloqueo automático a pruebas psíquicas. Las mentes humanas pueden mostrar esa capacidad en varias formas. En tu caso, sin embargo, el bloqueo entra en acción siguiendo un camino que hasta la fecha jamás ha empleado ninguna mente humana. De manera que se presentaba la cuestión de si tú eras en realidad, y a pesar del aspecto físico, enteramente humano. Mientras tanto, se había confirmado ya, tal y como tú has dicho, que los mundos de Malatlo y Tiurs habían desaparecido. Entonces, si no eras humano, serías sin duda una personalidad Raceel implantada en un cuerpo humano… y estabas intentando engañar a la Federación para que te ayudase a restablecer la especie Raceel.
Azard le miró.
—Si se sospechaba eso, ¿por qué…?
—Fue una prueba.
—¿Una prueba? —repitió Azard.
Odun suspiró hondo y dijo:
—Incluso en un segundo plano, la Actitud Malatlo parece retener un curioso poder. Se decidió que si se hallaba alguna evidencia de que la destrucción de Malatlo se debía a un acto de inopinado pánico, acto que tú y los de tu especie lamentabais no sólo por la destrucción que provocaba a vuestro alrededor, entonces ayudaríamos a las personalidades Raceels a recuperar su existencia física. Pero todos tus actos desde que se inició este viaje han sido una continua evidencia de la implacable hostilidad que vuestra especie siente hacia las demás. Hasta ahora has permanecido bajo constante observación.
Azard dijo, con tono ronco:
—¡Eso no es posible!
—Por supuesto, hemos empleado ciertas precauciones —intervino Griliom, al tiempo que con un movimiento de cabeza señalaba el cuerpo tendido en el suelo—. Di a ese cuerpo un estimulante final antes de que le transfiriésemos la personalidad de lo que parecía ser uno de vuestros líderes. Esta fue una etapa en la animación de zombies que ignoraste. Los cuerpos a los que hace una hora pasaste algunas personalidades carecían de ese estimulante. Por lo tanto, murieron al cabo de unos minutos cuando las personalidades les hicieron recuperar su actividad normal. Por supuesto, las personalidades también fallecieron.
Azard intentó no creerla durante algunos segundos, pero Griliom decía la verdad. Azard miró los rostros que le rodeaban. Luego se dirigió a Odun:
—Usaste nuestro idioma. ¿Cómo lo has aprendido?
—Durante algunos años estudié las relaciones entre Malatlo y Raceel —respondió Odun—. La última nave que regresó del sistema me proporcionó cintas grabadas de vuestra lengua.
Odun se volvió a sus compañeros y añadió:
—Creo que Azard nos ha dicho lo que necesitábamos saber.
Los demás asintieron con un movimiento de cabeza.
—Entonces —resumió Odun—, ha llegado el momento de acabar con todo esto.
Su mano se movió y la oscuridad rodeó a Azard repentinamente.
Despertó pronto y miró a su alrededor, un tanto desorientado. Se hallaba en otra silla y, como antes, incapaz de mover sus miembros. Los otros tres se encontraban cerca de él, ocupados en algo.
Al cabo de algunos segundos se dio cuenta de que estaban en el crucero atmosférico. La pantalla mostraba la superficie de uno de los océanos planetarios. Las dos cajas de personalidades estaban a su lado.
Azard descubrió que podía hablar y preguntó, en voz alta:
—¿Qué estáis haciendo?
Los tres se volvieron al mismo tiempo. Griliom respondió en tono indiferente:
—Nos desembarazaremos aquí de las personalidades.
A pesar de todo, Azard no pudo evitar en su interior un profundo sentimiento de ira, mezclada con incredulidad. «Al menos, estos tres también morirán», pensó.
Al quedar liberadas, las personalidades lucharían furiosamente por la posesión de aquellos tres cuerpos e incluso por el suyo. Se hacía evidente que ni las personalidades que habitaban en los cuerpos, ni estos últimos, podrían resistir un ataque parecido.
Dijo:
—¡No tenéis autoridad para tomar tal decisión!
—La tenemos, Azard —afirmó Odun—. Por eso estamos aquí.
—Entonces eso significa que sois peores que nosotros. En nuestro caso sólo destruimos a la población de un mundo, pero vosotros liquidaréis a una especie inteligente.
Los tres humanos de la Federación no respondieron inmediatamente. En aquel instante contemplaban la pantalla, y Azard pudo mover la cabeza lo suficiente para hacer lo mismo. Al cabo de un momento comenzó a aparecer en la pantalla lo que parecía ser el borde de una brillante formación de color amarillo. Azard se dio cuenta en seguida de que era un fabuloso enjambre de miles de millones de diminutas criaturas marinas como las que habían visto anteriormente en la pantalla.
Griliom dijo, sin volver la cabeza:
—Ahí abajo hay una interminable provisión de cuerpos que carecen de personalidad e inteligencia. He ajustado los controles de estas cajas para que las personalidades Raceels queden libres en el momento que las cajas golpeen la superficie del mar. Emergerán y penetrarán en esos cuerpos, en los que podrán vivir algo menos de lo que nosotros calculamos como un año, es decir, la vida normal de estas criaturas. Luego morirán con ellas. Esa es la forma en que acabaremos con este asunto.
Odun añadió:
—Pero no te equivoques en esto, Azard. Conservaremos los óvulos Raceels y bajo nuestro control se creará una nueva generación. Sólo una terrible necesidad nos impulsaría a destruir una especie. Por eso vuestra especie no morirá. Pero sí morirán su historia, tradiciones y actitudes.
Azard preguntó:
—¿Y qué somos sino nuestra propia historia, nuestras tradiciones y nuestras actitudes?
Los humanos no replicaron, y Azard no se sintió muy seguro sobre si debía repetir su pregunta en tono más alto. Descubrió que, de súbito, aquello le era totalmente indiferente, y que incluso la pregunta carecía de importancia.
Luego notó que el crucero había descendido cerca de la superficie del mar y que alguien abría una escotilla. Cayeron las cajas al vacío y la escotilla se cerró herméticamente.
Azard comprendió que ya no sentía ninguna clase de emociones ante aquello ni ante nada más. Con su extraña habilidad, los humanos habían suprimido en él toda suerte de sentimientos. Acto seguido, notó que la actividad de sus sentidos se reducía y que estaba muriendo. Pero también le resultó indiferente. Pensó que, a su manera, los humanos de la Federación se mostraban piadosos con él.
Finalmente, murió.
Más abajo, las abiertas cajas flotaban en la brillante agua. Las personalidades, despiertas y terriblemente hambrientas de existencia física, descubrieron de repente que habían sido liberadas. Salieron de las cajas y hallaron a su alrededor abundancia de vida. Penetraron, tomaron posesión, se establecieron.
Quizá durante algún instante algunas de ellas entendieron que acababan de unirse a una forma de vida que no constituía vehículo hacia la conciencia. Pero entonces, al no contar con apoyo alguno, también murió su propia conciencia.
Sin embargo, vivirían algo. Un poco menos de un año humano.