CAPÍTULO PRIMERO

1. Y he aquí que, cuando cruzaba el Jordán con Eliseo, y avanzábamos hablando, apareció un carro de fuego que nos separó a ambos, y me elevé en un torbellino hasta el cielo.

2. Subí disparado hacia arriba como si fuera un grano y una pala aventadera me impulsara hacia lo alto.

3. Y Eliseo se inclinó a recoger mi manto y vi la aureola redonda de su cabeza que desapareció rauda. Y vi la aureola redonda del mundo, que desapareció rauda.

4. Y no vi nada más durante un rato.

5. Cuando recobré el sentido, estaba echado sobre algo blando en una habitación, como una cueva, pero con paredes suaves e iluminada sin ninguna llama.

6. Y junto a mí se hallaban dos seres con ropas parecidas al sol.

7. Los contemplé con un escalofrío de gozo, me levanté y les pregunté: «¿Sois ángeles?»

8. Ellos se miraron, se echaron a reír y dijeron; «No.» (Y fue como si hablaran dentro de mi cabeza.)

9. Aunque se me había caído el manto, yo soy un hombre velludo, y estaba ceñido por una faja de cuero alrededor de mis caderas, pero hubiera sentido un escalofrío de temor, de no haber sido un hombre de Dios.

10. Les miré fijamente y les dije: «Soy un hombre de Dios, ¿sois demonios?»

11. Ellos se miraron, enseñaron unos dientes resplandecientes y contestaron: «No.»

12. Entonces uno dijo: «Venimos de un mundo distinto al tuyo, sometido a una estrella distinta de la tuya. Algorab V es nuestro mundo.»

13. Quedé maravillado y hablé de nuevo preguntando: «¿Dónde estamos ahora?»

14. Uno tocó la pared y se abrió una ventana como un ojo; y a través de ella vi el carro en un lugar vacío, donde las estrellas brillaban con sosiego.

15. Después de una pausa, dije: «¿Adónde me lleváis?»

16. Y uno contestó con estas palabras: «Somos estudiantes de religiones comparadas, es decir, pretendemos averiguar los modos en que los diferentes pueblos manifiestan la fe. Y para ello recorreremos los mundos, buscando pueblos y estudiando sus devociones. Tú, como ser de una clase, respondiendo al modo de ser de otras clases, serás, si estás dispuesto, nuestra piedra de toque para que los dos estemos informados.»

17. Yo pensé: «Me han llevado donde la estrella matutina y la estrella vespertina son una sola. Y si pretenden tentarme con extraños dioses, desencadenarán un torbellino, porque llamaré al Dios de la ira y al Dios de la misericordia, al único Dios, Aquel que está en todas partes y cuyo altar es un yunque donde golpea mi corazón, moldeándolo a Su Voluntad.»

CAPÍTULO II

1. Y llegamos a Mekbuda III y vimos, sin que nos vieran, una ciudad donde, por fin, se encontraban dos predicadores entre el pueblo.

2. Y el pueblo escuchaba, pues no quería herir los sentimientos de los predicadores. Pero al pueblo le costaba comprender que vivía a la sombra de la muerte, que la paz y la tranquilidad de las que gozaban eran una falsa paz y una falsa tranquilidad, que debían confesarse, someterse al Juicio y obtener el perdón.

3. Y los predicadores continuaron, uno por este lado y el otro por aquél, proclamando la necesidad de la confesión. Y el pueblo escuchaba, deseoso de agradar.

4. Y vi una persona abalanzarse sobre uno de los predicadores y matarlo, y escapar gritando.

5. La ira que sentí me hubiera impulsado a matar al asesino, pero los estudiantes me retuvieron para impedirlo.

6. Entonces vi al asesino buscando al otro predicador.

7. Y monté en cólera contra los estudiantes y les dije: «¡Ved!»

8. Ellos menearon las colas con desasosiego, pero no se movieron ni dejaron que yo lo hiciera.

9. El asesino se postró alegremente ante el predicador.

10. Y le confesó que había matado a su compañero.

11. El predicador retrocedió ante la mano todavía húmeda de sangre, diciendo: «Has cometido un gran pecado». Y el asesino sonrió con humildad, como si el predicador le hubiese bendecido.

12. Y el asesino explicó que le había gustado mucho el otro predicador y, escuchando sus enseñanzas y lleno de vergüenza por no tener nada que confesar, realizó una mala acción que a la fuerza tendría que confesar.

13. Pero antes de que el asesino pudiera someterse al juicio y obtener el perdón, otro se abalanzó sobre el predicador y le mató, alejándose después con gritos de alegría y buscando al otro predicador, ansioso de confesarse.

14. Y pensé: «Lo que es fuego para el pecador es luz para el justo; pero es posible que el fuego del justo sea luz para el pecador.»

15. Continué pensando, de tal modo que no me di cuenta de que los estudiantes me habían soltado, y todos nos fuimos de allí.

CAPÍTULO III

1. Luego llegamos a Naos II y observamos a la gente de una gran ciudad, que construía un templo a su dios más importante: Iluh, el dios de la Luz.

2. Y las piedras, veteadas de oro, se elevaban cada vez más y el edificio se levantaba para unirse al cielo.

3. Pero mientras el edificio se elevaba, los que lo construían abandonaron sus herramientas.

4. Pero no ocurrió como en mi propio mundo, cuando la gente quería llegar al cielo y Dios confundió sus lenguajes para que no se entendieran unos con otros.

5. Lo que ocurría era que el dinero, que hablaba en todas partes el mismo lenguaje, que todo el mundo entiende, guardaba silencio; no había oro para pagar a los constructores cuando hubieran acabado.

6. Entonces los sacerdotes de Iluh dijeron: «Que se hagan apuestas y se repartan premios, de los cuales la sagrada casa de Iluh tomará una parte.»

7. Y la gente acudió en tropel y las arcas se llenaron hasta rebosar.

8. Y los constructores recogieron sus herramientas, comenzaron de nuevo a construir y pronto acabaron el templo.

9. Y hubo gran regocijo en el templo y en las calles, y lo rodearon.

10. Pero no era el templo de Iluh, el dios de la Luz.

11. El pueblo estaba tan acostumbrado a arrodillarse ante Nuzsa, el dios de la Suerte, y a rezar a Nuzsa, el dios de la Suerte, que el templo se convirtió en el magnífico santuario de Nuzsa, el dios de la Suerte.

12. Les maldije en mi fuero interno.

13. Y he aquí que se oyó un trueno, como si rodaran gran cantidad de enormes dados.

14. Porque los constructores habían vaciado en secreto las piedras para extraer el oro que contenían y tener con qué apostar, y la torre se derribó y se hizo polvo.

CAPÍTULO IV

1. Llegamos a Adhara IV y vimos a un hombre santo, gris por el polvo de la carretera, erigiendo un altar a su diosa en un recodo del camino, cerca de una ciudad.

2. Cuando lo hubo hecho se puso en camino hacia la ciudad; y era la hora de los rezos vespertinos, y mientras pasaba, hombres y mujeres se resistían a levantar la vista del rollo de papel y a contestar a su saludo, aunque algunos inclinaban la cabeza con arrogante piedad y otros dormían. Pero él les bendecía mientras se alejaba, sin detenerse.

3. Y llegó a casa de una joven y bella viuda y le dijo que tomaría prestadas unas ropas para el altar.

4. La mujer sólo tenía una buena para darle y estaba sucia, ya que la mujer la había usado para limpiar el pergamino cuando vio acercarse al santo.

5. Pero al hombre piadoso no le importó si estaba limpia o no y la tomó.

6. Y le dio las gracias y la bendijo.

7. Continuó su camino y llegó a la casa de una joven y hermosa doncella, a quien pidió prestadas unas ropas para el altar.

8. Ella le dio una, sin una sola mancha, y él la tomó.

9. Y le dio las gracias y la bendijo.

10. Siguió su camino y llegó a la casa de una tercera joven y bella mujer, y le pidió unas ropas para el altar.

11. Ella le dio unas ostentosas, no demasiado apropiadas para un altar, pero él las tomó.

12. Y le dio las gracias y la bendijo.

13. Al poco rato, la noticia de estas ropas prestadas se extendió por toda la ciudad y muchos se enojaron porque no se había parado en su casa para pedírselas. Y el lugar se llenó de miradas y susurros.

14. El altar formaba la figura de una diosa reclinada. La cubrió con las tres ropas, una sobre otra, tapándole la cabeza, en la cual hizo unos agujeros para los ojos. Encendió un fuego dentro de la imagen y los ojos de la diosa brillaban a través de la tela. Y rogó a la diosa que velara por él.

15. Y al pasar los días mientras buscaba ropas, siempre de las mujeres jóvenes y hermosas, y las colocaba unas sobre otras, los ojos de la diosa se empañaban a pesar que él mantenía el fuego vivo.

16. Entonces se le acercaron los habitantes de la ciudad y le echaron en cara que no buscara a las piadosas, sino sólo a las ligeras y le previnieron contra las tentaciones de la carne.

17. Cuando acabaron de hablar, él dijo: «Sí, aunque me haya equivocado, aunque me esté equivocando ahora, procuro lograr la santidad. Y como no hay santidad si no se tienen tentaciones que resistir, la mirada de la diosa será más débil y se extinguirá; y cuando su terrible mirada no me contemple, habrá llegado el momento de la prueba.

18. »Es imposible decir en qué enorme pecado caeré si no resisto.»

19. Y guardó silencio, con aspecto triste, aunque orgulloso.

20. Y le consideraron bueno y justo, y le enviaron a las mujeres jóvenes y hermosas para que le tentaran.

21. Y ellos mismos cesaron en sus oraciones vespertinas para tentarse unos a otros con todas las tentaciones posibles.

22. «Pues —decían—, ¿acaso no es algo bueno que nos ayudemos a convertirnos en santos?»

CAPÍTULO V

1. Visitamos Nashira V, y, aunque me impresionó, sonreí al ver al pueblo forjando cadenas para sus ídolos, para que no se cansaran de las inoportunas peticiones de las multitudes y huyeran.

2. Me di cuenta que esto era una burla, porque los ídolos, de estar vivos y sin encadenar, tampoco hubieran podido escaparse porque este pueblo había arrancado los brazos y piernas de las imágenes de sus dioses (una a una hasta que desaparecieron, haciendo luego una nueva imagen) para castigarlos por no haber escuchado sus peticiones.

3. Y vi que esto era una burla todavía mayor, pues este pueblo se consideraba a sí mismo más grande que sus dioses.

4. Pues las imágenes no podían regenerar las extremidades tal como el pueblo podía; pues cuando una persona perdía un brazo o una pierna, unos nuevos crecían en su lugar.

5. A veces, un brazo en el lugar de la pierna, o una pierna en el lugar de un brazo, pero crecían.

6. Y este pueblo, lleno de desprecio, se limitaba a oraciones mezquinas, a las cuales sus dioses no podían ni siquiera responder. Cuanto más pequeña era la petición, más difícil era para los dioses atenderla.

7. Pues es más fácil obrar un milagro que otorgar una pequeña petición; es más fácil hacer retroceder la espumante marea que escoger y agarrar un grano de arena del camino que recorre la marea.

8. Y comprendí que pedir cosas mezquinas, aunque sean muy difíciles, convierte al dios del que pide en un dios mezquino.

9. Y reflexioné. Y compadecí a este pueblo más de lo que compadecía a sus dioses.

10. Hablé de ello a los estudiantes y les dije: «Lo que este pueblo necesita es un gran milagro, para restablecer una gran admiración.»

11. Entonces los estudiantes se miraron y mostraron su amplia sonrisa, y empezaron a mezclar polvos bioquímicos.

12. Lanzaron su semilla sobre la tierra y causaron a aquel pueblo un gran perjuicio.

13. Pues, a partir de entonces, cuando una persona perdía un brazo o una pierna (y esto ocurría a menudo, ya que aquel pueblo se había vuelto muy descuidado) no sucedía lo mismo de antes. Ahora, el brazo o la pierna perdida engendraba también una nueva persona.

14. Y cuando el asombro ante la nueva descendencia se trocó en alarma ante su elevado número, la gente estaba tan ocupada promulgando y administrando leyes de control de accidentes (y nadie tan ocupado como los propios nuevos miembros), y proveyendo para la multitud de nuevas bocas que alimentar, que olvidaba a sus dioses.

15. Y sus dioses se durmieron descansando cómodamente entre sus oxidadas cadenas, y quizá duerman todavía.

CAPÍTULO VI

1. En Galatea I vimos a la gente que se inclinaba ante una máquina, reverenciándola como a su dios Molurg, olvidando que habían sido ellos los que la habían inventado.

2. Pues Molurg respondía a todas sus necesidades.

3. Y la gente cayó en la apatía, de modo que olvidó que habían acostumbrado a Molurg a contestar sus preguntas.

4. Pero un día, un niño echó al buzón una nota para su madre, que estaba en el cielo.

5. Y Molurg se la volvió a enviar diciendo: «Devuelta por mala dirección.»

6. Entonces el niño reflexionó y echó al buzón una pregunta: «¿Qué lugar es mejor que el cielo?»

7. Y Molurg, temiendo destrozar la sencilla fe del niño, contestó diciendo: «Molurg no pronuncia juicios de evaluación.»

8. Y el niño escribió de nuevo, preguntando: «Pero, ¿dónde está el cielo?»

9. Y entonces Molurg, vacilando, le contestó: «Las coordenadas del cielo no están determinadas.»

10. Y el niño siguió preguntando: «¿Hay un cielo?»

11. Molurg se estremeció, resplandeció entre trémulas luces y tembló hasta que pensé que iba a morir. Por fin, Molurg repuso con estas palabras: «Ven hasta mí y te lo enseñaré.»

12. El niño salió de su casa y recorrió el espacio que le separaba del gran edificio donde habitaba Molurg, entró en él y nunca más salió.

13. Entonces comprendí que un dios necesita a la gente más de lo que la gente necesita a un dios.

CAPÍTULO VII

1. Nos posamos sobre Alkes V y permanecimos largo tiempo. Junto a un templo corría un riachuelo donde los impíos, arrepentidos de su maldad, iban a lavar sus pecados. Pero pocos acudían, porque los virtuosos permanecían allí y se burlaban, puesto que ellos eran viejos en virtud y tenían las rodillas callosas de tanto hincarse en el suelo, mientras que los otros eran viejos en pecado.

2. Pero el supremo sacerdote lo vio y les explicó que su dios concedía su gracia tanto a los que acababan de lavar sus faltas como a los que nunca habían pecado.

3. Llegaron los pecadores y lavaron sus faltas, y luego se fueron muy orgullosos de su resplandeciente virtud.

4. Y los viejos en virtud lo tomaron a mal y censuraron a gritos al supremo sacerdote.

5. Y empezaron a pecar diciendo: «Es mejor que pequemos ahora y recibamos la absolución luego; así disfrutaremos más. Porque, ¿de qué nos servirá ganar la gracia si antes no hemos perdido el alma?»

6. Quizá el supremo sacerdote, que sabía que había actuado con sabiduría, temió que la gente le creyera un necio.

7. Quizá el supremo sacerdote observó que los habituados durante largo tiempo a la virtud no sabían cómo pecar y se hacían daño a sí mismos y a los demás en sus esfuerzos por pecar.

8. Quizá no fue por ninguna de estas razones, pero el supremo sacerdote exclamó: «¡Basta!»

9. Maldijo al arroyo y lo hizo desembocar en un estanque, para que cuando los pecadores se lavaran en el riachuelo sus pecados se reunieran en el estanque. Ordenó a los virtuosos que se purificaran en el estanque y en sus aguas contaminadas de pecados, diciendo: «Saldréis ganando, pues cuando salgáis del estanque tendréis los pecados de mucha gente para lavar en el arroyo.»

10. Y anhelaban las poco deseables aguas, alabándole a gritos por lo que antes le habían censurado.

CAPÍTULO VIII

1. Entonces llegamos a Alphard I, donde la gente no daba muestras de poseer ningún culto, y ni siquiera en sus conversaciones pronunciaban ningún nombre santo.

2. Sin embargo, mantenían los ojos constantemente ocupados, como si se sintieran rodeados por cosas invisibles, lo cual parecía evidenciar que intuían una Presencia, y esto me hizo concebir esperanzas.

3. Pero entonces vi que uno de ellos sufrió un accidente (como ocurría de vez en cuando a pesar del constante movimiento de sus ojos), y soportó la herida sin gritar por su dolor ni tomar el nombre de algún dios en vano, y eso me hizo dudar.

4. Pero yo pensaba: «Seguro que en su interior apelan a algún dios para que les dé la fuerza para soportar su dolor en silencio».

5. Pero al cabo de un rato comprendí este estado de cosas (oír la verdad es más difícil que decirla), y miré, horrorizado, a aquella gente.

6. Pues no sentían el dolor de la carne; y eso les privaba del alma a mis ojos, porque el alma sólo puede existir atravesando la carne.

7. Los estudiantes se maravillaron de que aquel pueblo hubiera sobrevivido sin dolor, y dijeron: «El dolor es un mecanismo de supervivencia.»

8. Pero aquel pueblo había conseguido ser grande, y la mayoría vivían hasta la vejez, y eso lo conseguían moviendo siempre los ojos, para defenderse de algo que cayera de arriba o que cediera bajo sus pies, o que la mala suerte vertiera su sangre o quemara su carne o rompiera sus huesos, de lo cual no se enteraban hasta encontrarse heridos o al borde de la muerte.

9. Pero mi corazón no los compadecía, ya que no mostraban ningún signo de culto; y rogué para que lo hicieran, para que fueran falsos con el Dios verdadero o, como Jezabel, sinceros con un falso dios, para que pudiera desbordarse mi ira.

10. Ni siquiera pude encontrar grandes pecados entre ellos, y me pregunté con asombro: «¿Acaso no pecan porque no pueden, al carecer de alma? ¿O es que están demasiado ocupados?»

11. Pero observé que, a veces, descansaban para cortejar y evitar que la raza se extinguiera, pintaban sus cuerpos con brillantes colores y paraban todo movimiento. Y entonces vi un momento de pecado.

12. Un amante, queriendo atacar a su rival, hirió a su amada, que murió sin un grito, con sus ojos fijos en los de él.

13. Y me di cuenta que el dolor de la pérdida es el mayor dolor, y que no se necesita ningún otro.

CAPÍTULO IX

1. Muchos fueron los mundos que visitamos y muchos los portentos que vimos.

2. Recuerdo un pueblo cuyos sacerdotes, en su celo, habían elaborado rituales, alargado los sermones y multiplicado los días santos de tal modo que la gente apenas tenía tiempo de trabajar la tierra para lograr el sustento diario.

3. Y recuerdo un pueblo que poseía el cielo en la tierra y no deseaba nada; y el cielo que esperaban era un lugar donde pocos deseos se cumplían.

4. Y me acuerdo de un pueblo que rogaba a su dios que los abandonara, pues les molestaba actuar siempre bien a los ojos de su dios.

5. Pero ahora sentí una nostalgia en el alma por regresar a mi propio lugar, a la Tierra Prometida.

6. Y los estudiantes me oyeron suspirar, observaron mi aflicción y quisieron conocer la causa. Así que les hablé del deseo que llenaba mi corazón.

7. Ellos movieron las colas con desasosiego y uno dijo: «Podemos conducirte a tu casa, pero no podemos hacerlo en tu propio tiempo.» Y el otro explicó que se trataba de un problema de coordenadas y vectores, empezó a hacer un cálculo de años y se calló.

8. Incliné la cabeza con pesadumbre y, con una voz casi inaudible, dije: «Sea».

9. El carro descendió sobre la Tierra, dejándome en un campo. Les dije: «Idose y prosperad», y se alejaron.

10. El ladrido de un perro me saludó. Y he aquí que vi a mi propio pueblo congregándose a mi alrededor.