PRESENTACIÓN
SF y psicología
Cuando el autor británico J. G. Ballard propugnó la necesidad para que la SF[1] se ocupara menos del espacio exterior y más del «espacio interior» del hombre, e incorporó a su singular narrativa diversos conceptos freudianos, así como la teoría del inconsciente colectivo y los arquetipos de Jung, se habló de que la SF había descubierto la psicología.
Sin embargo, aunque no de una forma tan deliberada y explícita como en el caso de Ballard, la SF casi siempre ha conllevado una importante preocupación psicológica. Y eso, a pesar de que a menudo —como gustan de repetir los detractores del género— sus personajes carecen de «auténtica dimensión humana».
La explicación de esta paradoja estriba, por una parte, en que la SF es, en gran medida, una literatura simbólica, y, por otra, en su básica preocupación por los efectos que en el hombre y la sociedad pueda causar el progreso tecnológico, preocupación que implica necesariamente consideraciones psicosociológicas generales, independientemente de que los personajes estén más o menos individualizados.
Érase una vez un gigante… constituye una clara muestra del contenido psicológico-simbólico de buena parte de la SF: el virtuoso y olímpico gigante representa sin duda al padre arquetípico, mientras que el relato en sí mismo expresa de forma inequívoca el drama edípico.
Sacrificio humanoide —cuyo protagonista «psicoanaliza» a las computadoras más que repararlas— representa la otra vertiente psicológica de la SF, es decir, la que deriva del análisis de la relación dialéctica hombre-máquina.
Análogamente, Monedas lleva a sus últimas consecuencias el tema frommiano del «miedo a la libertad», mientras que Butterfly de quince años es una irónica disquisición sobre las consecuencias del control a distancia de la mente humana. Por no hablar del delicioso cortísimo de la serie El nuevo enciclopedista, donde asistimos a un hábil golpe de estado estrictamente basado en la psicología de masas.
Caso aparte es el de Clama, esperanza; clama, furia, del citado Ballard, cuya preocupación psicológica, totalmente deliberada, se plasma en imágenes de una belleza y una sugestión difícilmente igualables, imágenes hechas de la inestable materia de los sueños, en un mundo donde la nostalgia es un paisaje ondulado y la soledad un barco que navega por la arena.
CARLO FRABETTI