ESCENA QUINTA

Habitación.

EL LOBO.— (En la cama.)

Aquí todo contento he entrado

y a la anciana la vida he quitado,

en el patio y en la casa la puerta abierta estaba

en contra de lo que yo esperaba;

la vieja se enfadó y trató de defenderse,

pero yo ya no pude contenerme,

ahora ahogada bajo la cama yace,

ojalá tuviera a Caperucita Roja aquí delante.

Pero el asunto voy a maquinar

y por la anciana me voy a hacer pasar;

el gorro de dormir me pongo, la noche se adentra,

por las ventanas mucha luz no penetra,

me meto en la cama, como si estuviera enferma,

ya la estoy oyendo, pensativa llega.

Entra Caperucita Roja.

CAPERUCITA ROJA.—

Abuela, ¿ya te has ido a la cama?

EL LOBO.—

Ya hace una hora, mi niña querida, necesitaba

volverte a ver, me encuentro mal.

CAPERUCITA ROJA.—

Madre muchos saludos te da,

te manda un pollo asado,

que, para tu debilidad, será un buen plato.

Padre estaba enfadado,

he salido corriendo, porque a veces me ha pegado,

no quiere que a verte siempre venga,

y que en tus penas te sostenga.

Estás en la cama, pero en el otro canto.

¡Vaya, abuela! ¿Cómo tienes esas extrañas manos?

EL LOBO.—

Son buenas para sujetar las cosas con energía.

CAPERUCITA ROJA.—

En casa los dos viejos querían

que esta noche contigo me quedara.

EL LOBO.—

Eso mismo es lo que yo deseaba.

CAPERUCITA ROJA.—

Dicen que de noche no es bueno por ahí andar,

pues ante el peligro nadie una mano me podría echar.

¡Vaya, abuela, qué orejas tan grandes tienes!

EL LOBO.—

Con ellas mejor oír se puede.

CAPERUCITA ROJA.—

La ventana está abierta, entra fresquito.

EL LOBO.—

Déjalo, en la cama se estará más calentito.

CAPERUCITA ROJA.—

De verte tenía un gran deseo,

pero ahora aquí en la sala miedo siento.

¡Vaya, abuela, qué ojos tan grandes tienes!

EL LOBO.—

Con ellos mejor ver se puede.

CAPERUCITA ROJA.—

Tampoco esa nariz parece la tuya.

EL LOBO.—

Mi niña, son los rayos de la luna.

CAPERUCITA ROJA.—

¡Ay, Dios mío! ¡Qué boca tan grande tienes!

EL LOBO.—

¡Con ella comerte mejor se puede!

CAPERUCITA ROJA.—

¡Ay! ¡Socorro! ¡Socorro! ¿Quién me puede ayudar?

EL LOBO.—

¡En vano gritas, muerta ya estás!

Cae la cortina de la cama.

Los dos petirrojos pasan volando ante la ventana.

PRIMER PÁJARO.—

Ven, por la ventana vamos a entrar.

SEGUNDO PÁJARO.—

Caperucita Roja, nuestra alegría, está dentro.

PRIMER PÁJARO.—

Estará en la cama, voy a ver si la encuentro.

Se cuela tras la cortina.

SEGUNDO PÁJARO.—

Qué buen aire entra por ventanas y puerta.

PRIMER PÁJARO.— (De vuelta.)

¡Oh! ¡Oh! ¡Qué dolor y qué pena!

SEGUNDO PÁJARO.—

¿Qué pasa?

PRIMER PÁJARO.—

El lobo está aquí, Caperucita Roja está muerta.

LOS DOS.—

¡Ay! ¡Ay! ¡Qué desgracia tan grande!

El cazador asoma la cabeza por la ventana.

CAZADOR.—

¿Qué gritos son esos tan lamentables?

LOS PÁJAROS.—

¡Ay, Dios, es horrible! ¡Caperucita Roja está muerta!

El salvaje lobo ha acabado con ella,

Y también en parte se la ha comido.

CAZADOR.—

¡Que Dios se apiade! Por la ventana le pego un tiro.

Dispara al interior.

Ahí yace el lobo y también está muerto,

esto para todos ha de servir de ejemplo,

nadando en su roja sangre está.

Cualquiera un delito cometer podrá,

pero al castigo jamás escapará.