ESCENA SEGUNDA
El bosque.
Entra el cazador.
CAZADOR.—
Tener que ser un cazador por y para siempre,
es algo que todavía no me cabe en la mente;
de noche y de día el bosque atravesar,
mientras otros en casa sentados están,
con la nieve, con el calor o con el fresco,
ni al cuerpo más sano le sirve de provecho,
no hay un pobre patán en la aldea,
que unos cuantos árboles no posea,
y luego de noche en la taberna se tome sus copas,
mientras yo por el bosque tengo que andar de ronda
para dar de un lobo con el rastro
que, al final, a mí mismo me hará daño.
Tabaco, si no estuvieras en el mundo,
la vida cuán triste fuera,
a nosotros, pobres vagabundos,
verdaderamente se nos compadeciera.
Se enciende la pipa.
¡Qué curioso! ¡En la piedra y el acero
escondido ha de estar el fuego!
¡Hay que ver hasta dónde el hombre ha llegado!
¡Todas las artes tienen su significado!
Es asombroso lo que el hombre compone,
y cómo todo para su provecho lo dispone;
y día tras día mucho más se aprende,
nuestros hijos serán de seguro más inteligentes,
pero a la gente la cabeza se le llena por momentos,
no se comprende a dónde irá a parar tanto entendimiento.
Llega Caperucita Roja.
CAZADOR.—
¡Vaya, Caperucita, la bienvenida te doy!
¿Cómo es que tan pronto has salido hoy?
CAPERUCITA ROJA.—
De casa de mi abuela regreso.
¿Vais hoy de caza?
CAZADOR.—
Sí, es que tengo
que cazar al lobo, que aquí en el bosque mora
y a algún que otro inocente corderillo devora.
CAPERUCITA ROJA.—
¿Así que es verdad lo que dice la gente?
¿Que es posible que un lobo hasta tan cerca se adentre?
CAZADOR.—
Son tipos muy descarados,
a los que gusta andar por todos lados.
CAPERUCITA ROJA.—
¿No teméis a él acercaros?
CAZADOR.—
Hace ya mucho tiempo que le tengo calado.
¿Temerlo? ¡Sería un verdadero desdichado!
Ni siquiera temo al mismísimo diablo.
CAPERUCITA ROJA.—
Oh, no habléis así, si ahora llegara
y por sorpresa os pillara…
CAZADOR.—
Un cazador ha de tener el ánimo valiente,
un gran corazón, la sangre caliente,
no hacer caso al peligro, no temer aguaceros,
de lo contrario, mejor estaría junto al brasero.
CAPERUCITA ROJA.—
Hoy lleváis nueva casaca,
y a juego os brilla también la navaja.
CAZADOR.—
Es que si al señor lobo atrapo,
al punto su vida se habrá terminado.
¿Es que no me sienta bien, el nuevo paño?
CAPERUCITA ROJA.—
Es más que suficiente para este caso.
CAZADOR.—
¿Acaso tienes alguna objeción?
CAPERUCITA ROJA.—
La chaqueta os sentaría mejor,
si, como mi caperuza, fuera de rojo color.
CAZADOR.—
No todo el mundo como tu caperuza puede ser,
también otros colores tiene que haber;
el color verde, lo prometo,
da un estupendo aspecto.
CAPERUCITA ROJA.—
El verde está muy bien y sirve en un apuro,
pero como el color rojo no hay ninguno.
CAZADOR.—
Verde es el bosque, la tierra es verde,
allá donde el ojo vuelves…,
hay algo en el color…, una esencia…,
un brillo…, comprende…, una cierta existencia.
CAPERUCITA ROJA.—
El verde es como la pobre gente,
que uno se encuentra constantemente,
crece en cada arbusto, en cada vedado,
¡ay, Dios amado!,
del rojo anda aún muy alejado.
El rojo los ojos al instante ha de despertar,
¿cuántos palos a un niño no le habrán de dar
para que de su glotonería se arrepienta?
Allí donde algo rojo se manifiesta
hay también unos labios encarnados,
que comen, aunque fuera un crudo bocado.
Afortunado quien consiguiera
que, como la mía, su cabeza luciera
una roja caperucita, tan bella.
CAZADOR.—
Dame un beso, eres una loca.
CAPERUCITA ROJA.—
Oh, apartaos, el tabaco disgusto me provoca.
CAZADOR.—
Tú, pilluela, si el tabaco no quieres oler,
jamás un esposo podrás tener.
Se marcha.
CAPERUCITA ROJA.—
Siempre piensan que si no se les obedece,
marido una no se merece,
si uno de ellos una chaqueta acaba de estrenar,
piensa que por eso todo el mundo le tiene que adorar.
Dos petirrojos salen volando del árbol dando
brincos alrededor de ella.
LOS PÁJAROS.—
¡Caperucita Roja! ¡Caperucita Roja!
CAPERUCITA ROJA.—
¿Qué es lo que de mí quieren estas aves voladoras?
LOS PÁJAROS.—
¡Muy buenos días! ¿A dónde te diriges?
CAPERUCITA ROJA.—
A casa. ¡Anda, mira qué cosas tan sutiles,
cómo sobre sus pequeñas patas saltan!
Tienen también algo rojo en el pecho y la garganta;
¡un grato placer son estos pajarillos!
LOS PÁJAROS.—
Tú eres un petirrojito,
nosotros somos como la Roja Caperucita,
eso nos da una alegría grandísima:
buenos somos,
amigos todos,
¿te gustaremos?
CAPERUCITA ROJA.—
¡Ay! Mis queridos compañeros,
¿es que no os ha dado el Señor
un rojo caperuzón?
¿Quién opinar podría
que ningún placer encontraría
en estos colores claros y amables,
y en esta vida adorable,
lo mismo que en las cosas tristes?
A las tristezas yo dejo irse,
creo muy vivamente
que intentarlo podré constantemente:
¡cuando la edad adulta tenga,
me vestiré como me convenga,
y una roja caperucita siempre llevaré puesta!
Se marcha.
LOS PÁJAROS.—
¡Caperucita Roja, Caperucita Roja es nuestra amiga!
¡Qué adorable y cálido el sol brilla!
Salen volando de allí.