Fuera de pantalla un coro de voces agudas grita al unísono «Shabam Shabam», y luego algo que suena como tapas de cubos de basura golpeadas entre sí: Bum Bum. En la pantalla hay un rostro: liso, labios gruesos y relucientes, gruesas y arqueadas cejas, y arqueadas es la palabra precisa, pero (y «pero» aquí es inevitable) patillas que descienden hasta ahí, y un grueso y musculoso cuello surgiendo de una chaqueta abierta de cuero negro.

Shabam Shabam

(Bum Bum)

Shabam Shabam

(Bum Bum)

Shabam Shabam (Bum), pero en vez del segundo bum que todo el mundo espera tensamente (la televisión de Smitty tiene un sistema de sonido de gran potencia, y ese bum posee elementos subsónicos que ponen los pelos de punta), la densa línea de pestañas qué rodea los pálidos ojos se hiende, y brota la voz, una lenta y asexuada voz, cantando una letanía. Las palabras son algo así como Teee Teeengooo, Teee Beeesooo, Teee Aaamooo, ooo. La cámara retrocede y el cantante puede ser observado en pleno movimiento, que uno puede explicar tan sólo suponiendo que el cantante, con una infinita perseverancia, está intentando sujetar entre sus nalgas un pequeño pomo de puerta sujeto a un metrónomo. Una explosión de piídos histéricos hace que la cámara gire para enfocar la primera fila del público, donde una manada de quinceañeras jadean y se retuercen como presas de infinitos orgasmos. De vuelta al cantante, que está (aparentemente al menos) dirigiéndose hacia la salida del escenario conduciendo una modelo invisible de esa bicicleta para ejercicios que debe tener el manillar muy echado hacia adelante y el sillín demasiado alto y los pedales muy separados, y cuyo sillín parece incluso que sube y baja a cada pedaleo.

Smith adelanta un largo brazo, alcanza el control, y apaga el aparato.

—Jesús.

Herb Raile se echa hacia atrás en su sillón, cierra los ojos, levanta la barbilla y dice:

—Sensacional.

—¿Qué?

—Ha de haber algo para todo el mundo.

—¡A ti te gusta eso! —la voz de Smith se quiebra en la cuarta palabra.

—Nunca lo he dicho —hace notar Herb. Abre los ojos y mira con burlona ferocidad a Smith—. Y nunca digas que lo he dicho, ¿entiendes?

—Bueno, pero tú has dicho algo.

—He dicho que es sensacional, en lo cual supongo que estarás de acuerdo.

—Estoy de acuerdo.

—Y he dicho que ha de haber algo para todo el mundo. Cada cual habla por sí mismo…

—Bocazas.

Herb se echa a reír.

—Hey, aquí el experto soy yo… el bocazas lo serás tú. Sé lo que me digo… todos aquellos que experimentan sentimientos homosexuales abiertos o latentes hallan un objetivo. Y a los jóvenes machos les gusta su forma de actuar y de expresarse y copian su corte de pelo de ex combatiente y su chaqueta. Y las mujeres, especialmente las maduras, son las que se sienten más atraídas por él; es su rostro de bebé y sus ojos floreados lo que hace el milagro. —Se alza de hombros—. Algo para todo el mundo.

—Olvidaste mencionar a tu viejo vecino el camarada Smith —dice Smith.

—Bien, todo el mundo necesita también algo que odiar.

—Realmente no estás bromeando, Herb.

—No, realmente no.

—Me aburres, muchacho —dice Smith—. Cuando te pones de esta manera, me aburres.

—¿Cuando me pongo cómo?

—Así, tan serio.

—¿Es malo?

—Un hombre debe tomarse en serio su trabajo. No debe tomarse en serio a sí mismo, sus sentimientos y todo lo demás.

—¿Qué ocurre si alguien lo hace?

—Se siente insatisfecho. —Smith mira a Herb seriamente—. Un publicista, digamos, se toma en serio los productos que debe anunciar, digamos, y empieza a investigar esos productos en sus tiempos libres. Se suscribe, digamos, a la Revista del Consumidor. Se permite tener sentimientos y los toma en serio. Recibe una nueva cuenta, y no es capaz de tomarse su trabajo en serio.

—Baja las pistolas, Smitty —dice Herb, pero está un poco pálido—. Si el hombre recibe una nueva cuenta, eso es la cosa más seria del mundo.

—Todo lo demás, mierda.

—Todo lo demás, mierda.

Smith hace un gesto hacia el aparato de televisión.

—No me gusta eso, y no creo que vaya a gustarle a nadie.

Entonces Herb Raile recuerda quien ha patrocinado ese programa de rock. Un competidor. El competidor Número Uno de Smith. Oh Dios, yo y mi gran bocaza. Desea que Jeanette estuviera aquí. A ella no se le hubiera escapado.

—He dicho que era un programa asqueroso —murmura—, y que no me gustaba.

—Entonces otra vez dilo primero, Hervid, y así no habrá malentendidos. —Toma el vaso de Herb para llenarlo de nuevo. Herb permanece sentado y piensa como debe hacerlo un auténtico publicista. Uno: el cliente siempre tiene razón. Dos: pero proporcióname un solo producto que desprenda los olores de todos los pecados de todos los sexos, y con él moveré la Tierra. Y eso —mira a la gran catarata del ojo vacío de la televisión— eso es algo de lo que ese hombre no está muy lejos.

—Me siento mal, realmente mal —dijo Charlie Johns. Era consciente de que aunque estaba hablando en ledom, lo hacía de la forma en que uno hablaría una lengua extranjera, es decir, pensando primero en su propia lengua y luego traduciendo para hablar, con lo que el resultado era inteligible pero no correcto.

—Entiendo —dijo Philos. Entró en la habitación y se detuvo cerca de una de las construcciones o excrecencias en forma de seta que eran los sillones. Había cambiado a un atuendo a rayas naranjas y blancas en forma de alas que estaba sujeto de alguna forma a sus hombros y colgaba libremente a su espalda. Su bien formado cuerpo iba desnudo a excepción de un calzado a juego y el inevitable morral sedoso—. ¿Puedo?

—Oh, claro, siéntese, siéntese… No, usted no comprende.

Philos elevó una ceja inquisitiva. Sus cejas eran gruesas y parecían bien niveladas, pero cuando las movía, lo cual era a menudo, uno podía ver que eran delicadamente puntiagudas, cada una por separado, como dos velludos tejados a dos aguas casi planos.

—Usted está en casa —dijo Charlie.

Durante un incómodo lapso de tiempo pensó que Philos iba a cogerle de la mano en demostración de simpatía, y se envaró. Philos no lo hizo, aunque cargó mucha simpatía en su voz.

—Usted también lo estará. No se preocupe.

Charlie levantó la cabeza y le miró atentamente. Parecía ser sincero en lo que decía, y sin embargo…

—¿Quiere decir que podré volver?

—No puedo responderle a eso. Seace…

—No estoy preguntándoselo a Seace. Se lo estoy preguntando a usted. ¿Podré volver?

—Cuando Seace…

—¡Me entenderé con Seace cuando llegue el momento! Ahora sea franco conmigo: ¿podré volver, o no?

—Podrá. Pero…

—Pero infiernos.

—Pero puede que usted no lo desee.

—¿Y porqué no?

—Por favor —dijo Philos, y sus alas se agitaron con la intensidad de sus palabras—, no se irrite. ¡Por favor! Usted tiene preguntas, preguntas urgentes, que hacer; lo sé. Y lo que les hace urgentes es que tiene usted ya en su mente las respuestas que desea oír. Se pondrá cada vez más y más furioso si no obtiene esas respuestas, pero algunas no podrán serle ofrecidas como usted desearía oírlas, porque entonces no serían ciertas. Y otras… no deberían ser formuladas.

—¿Quién dice eso?

—¡Usted! ¡Usted! Admitirá que algunas no deberían ser formuladas, cuando nos conozca mejor.

—Un infierno haré. Pero intentemos aunque sea tan sólo algunas, y rompamos así el hielo. ¿Está dispuesto a contestarlas?

—Si puedo, por supuesto. —(Aquí también había una trampa gramatical. Su «Si puedo» significaba casi lo mismo que «Si soy capaz», pero había un asomo de «Si se me permite» en él. Por otra parte… ¿estaba meramente diciendo que respondería si poseía la información, lo cual es después de todo lo que «permite» una respuesta?). Charlie dejó el pensamiento a un lado, y formuló su urgente Pregunta Número Uno.

—¿De cuan lejos viene usted?… ¿Qué quiere decir?

—Exactamente lo que he dicho. Ustedes me trajeron del pasado. ¿Cuánto tiempo significa eso?

Philos pareció sinceramente desconcertado.

—No lo sé.

—¿No lo sabe usted? O… ¿nadie lo sabe?

—Según Seace…

—En un punto —dijo Charlie exasperado— tiene usted razón; algunas de esas preguntas deberán esperar, al menos hasta que vea de nuevo a ese Seace.

—Vuelve a mostrarse irritado.

—No, no vuelvo a mostrarme irritado. Sigo irritado.

—Escuche —dijo Philos, inclinándose hacia adelante—. Nosotros somos… bueno, un nuevo pueblo, nosotros los ledom. Aprenderá todo eso. Pero no puede esperar que contemos el tiempo como usted lo hace, o sigamos con algún método de meses y años numerados que no tienen nada que ver con nosotros… ¿Qué importancia puede tener realmente eso… ahora? ¿Cómo puede preocuparse por saber cuánto tiempo ha transcurrido, cuando su mundo ya no existe, y sólo queda el nuestro?

Charlie palideció.

—¿Ha dicho usted… ya no existe?

Philos abrió tristemente las manos.

—Seguro que se ha dado usted cuenta…

—¿De qué podía darme cuenta? —ladró Charlie; y luego, quejumbrosamente—: Pero-pero-pero… Pensé que quizás alguien… aunque fuera muy viejo… —El impacto no llegó inmediatamente, sino que le llegó en flashes de rostros: Ma, Laura, Ruth… sumergiéndose sucesivamente en la oscuridad.

—Pero le he dicho que podría volver atrás y ser aquello para lo que nació —dijo Philos suavemente.

Charlie permaneció sentado aturdido durante un tiempo, luego se giró lentamente hacia el ledom.

—¿Es cierto? —dijo, casi implorando, como un niño a quien se le prometiera lo imposible… pero se le prometiera.

—Sí, pero entonces sabrá… —Philos hizo un gesto amplio— todo lo que sabrá.

—Oh, infiernos —dijo Charlie—. Estaré en casa… eso es lo que cuenta. —Pero algo en su interior estaba mirando a una nueva ascua de terror, la estaba alentando, haciéndola pulsar más roja y brillante. Conocer el final… cómo vendría, cuándo vendría; saber, como ningún hombre había sabido antes, que lo que estaba por venir era realmente el final, lo era… Estar tendido junto al cálido cuerpo de Laura, sabiéndolo. Ir a comprar los periódicos sensacionalistas que Ma cree a pies juntillas, sabiéndolo. Ir a la Iglesia (quizá más a menudo, sabiéndolo) y contemplar salir una boda y ver el traje de seda blanco sentarse junto al austero traje de ceremonia con los botones a punto de saltar y todo ello en medio de un rugiente mar de alegres bocinazos, sabiéndolo. Y ahora en aquel loco y desequilibrado lugar estaban dispuestos a decirle precisamente cuándo, precisamente cómo.

—No —dijo con voz ronca—, simplemente envíenme de vuelta, sin decirme cuándo ni cómo. ¿De acuerdo?

—¿Está negociando? Entonces, ¿hará algo para nosotros?

—Yo… —Charlie se llevó una mano al lado de su bata de hospital, pero no había allí ningún bolsillo al que dar la vuelta para mostrar que estaba vacío—… no tengo nada con qué negociar.

—Tiene una promesa con la que negociar. ¿Hará una promesa, y la mantendrá, para obtener eso?

—Si se trata de un tipo de promesa que pueda mantener.

—Oh, lo es, lo es. Simplemente esto, conózcanos. Sea nuestro huésped. Aprenda todo lo de Ledom desde arriba hasta abajo: su historia (¡no hay mucha!), sus costumbres, su religión y su razón de ser.

—Eso puede tomar una eternidad.

Philos agitó su oscura cabeza, y en sus negros ojos resplandecieron lucecitas.

—No tanto tiempo. Y cuando veamos que realmente nos conoce, se lo diremos, y será usted libre de volver, si lo desea.

Charlie se echó a reír.

—¿Cree que habrá un sí?

—Estoy convencido —respondió Philos enfáticamente.

—Amigo, ahora echemos un vistazo a la letra pequeña —dijo Charlie Johns, también enfáticamente—. La cláusula «no tanto tiempo» me preocupa. Siempre pueden afirmar que no conozco todo sobre Ledom hasta que no haya contado la última molécula de la última brizna de hierba del lugar.

Por primera vez, Charlie vio afluir la irritación a un rostro ledom.

—Nunca haríamos algo así —dijo Philos llanamente—. No lo haremos, ni creo que pudiéramos hacerlo.

Charlie sintió que su propia irritación crecía.

—Está pidiéndome que confíe infernalmente en ustedes.

—Cuando nos conozca mejor…

—Usted desea que haga promesas antes de conocerles mejor.

Sorprendente, cautivadoramente, Philos suspiró y sonrió.

—Tiene usted razón… desde su punto de vista. De acuerdo entonces… no haremos ninguna negociación por ahora. Pero preste atención: le ofrezco esto, y Ledom lo ratificará: si, durante su examen de nosotros y de nuestra cultura, cree usted que se lo estamos mostrando todo, y que avanzamos a un ritmo satisfactorio para usted, entonces hará la promesa de llegar hasta el final. Y al final, cuando nos sintamos satisfechos y creamos que ya ha visto lo suficiente como para conocernos tal como deseamos que nos conozca… entonces haremos todo lo que sea necesario para enviarle de vuelta.

—Es difícil discutir un trato como ése… Y sólo como información: ¿y si no hago nunca esa promesa?

Philos se alzó de hombros.

—Probablemente será devuelto igualmente al lugar de donde ha venido. Para nosotros, lo único importante es que nos conozca.

Charlie miró largamente aquellos ojos negros. Parecían sinceros.

—¿Podré ir a cualquier lado, hacer cualquier tipo de pregunta? —quiso saber.

Philos asintió.

—¿Y obtener respuestas?

—Todas las respuestas que nos sea (permitido) hacerlo.

—¿Y cuántas más preguntas haga, más sitios visite, más cosas vea, más pronto podré regresar?

—Exactamente.

—Que me condene —dijo Charlie Johns a Charlie Johns. Se levantó, dio una vuelta por la habitación, mientras Philos lo observaba, y luego volvió a sentarse.

—Escuche —dijo—, antes de llamarle estuve pensando un rato. Y me planteé tres grandes preguntas que hacerle. Observe que, mientras pensaba en ellas, no sabía lo que sé ahora… es decir, que ustedes estaban dispuestos a cooperar.

—Inténtelo, y compruébelo.

—Todo esto puede estar muy bien, pero yo no soy ningún experto en observar razas o especies o culturas o lo que sean ustedes.

—Lo es, sin embargo. Porque es usted diferente. Sólo eso ya le hace un experto.

—¿Y suponga que no me gusta lo que observo?

—¿No entiende —dijo Philos rápidamente— que eso no tiene la menor importancia? El que le gustemos o no le gustemos será tan sólo otro hecho entre muchos hechos. Lo que deseamos conocer son sus reacciones ante lo que vea una vez procesado por lo que piense.

—Y cuando lo sepan…

—Nos conoceremos mejor a nosotros mismos.

—Todo lo que conocerán será lo que yo piense —dijo Charlie irónicamente.

—Siempre podemos aceptarlo o no… —dijo Philos, con el mismo grado de ironía.

Terminaron riendo juntos.

—Está bien —dijo Charlie Johns finalmente—. Me han pillado. —Bostezó ligeramente y pidió disculpas—. ¿Cuándo empezamos? ¿A primera hora de mañana?

—Pensé que…

—Mire —suplicó Charlie—, ha sido un día agotador, y estoy hecho polvo.

—¿Está cansado? Oh, bueno, entonces no me importará esperar mientras usted descansa un poco más. —Philos se acomodó más confortablemente en su asiento.

Tras un instante de perplejo silencio, Charlie dijo:

—Lo que quiero decir es que me gustaría dormir un poco.

—Eso es lo que pretendo. La Pregunta Número Uno ya ha sido formulada. Era a cuánto tiempo en el futuro, mi futuro, me hallaba ahora. —Levantó rápidamente una mano—. No la responda. Aparte lo que usted ha dicho, que no es mucho pero parece indicar que es Seace quien responde a ese tipo de preguntas, no deseo saberlo.

—Eso…

—Espere un minuto hasta que le diga por qué. Primero de todo, eso puede darme la clave de cuando va a llegar el fin, y honestamente no deseo saberlo. En segundo lugar, ahora que pienso en ello, no veo que represente ninguna diferencia. Si regreso… hey, ¿está seguro de que volveré al mismo lugar y tiempo del que partí?

—Muy cerca.

—De acuerdo. Siendo así, no tiene ninguna importancia para mí el que hayan pasado un año o diez mil. Y tampoco deseo pensar en mis amigos ya viejos o muertos, ni nada de eso: cuando regrese los encontraré de nuevo.

—Los encontrará de nuevo.

—Perfecto: ya basta con la Pregunta Número Uno. La Pregunta Número Tres también ha sido respondida; era: ¿qué va a ocurrirme aquí?

—Me alegro de que haya sido respondida.

—Perfecto; eso deja tan sólo la pregunta central. Philos: ¿por qué yo?

—Perdón…

—¿Por qué yo? ¿Por qué yo? ¿Por qué no escogieron a otro para traerlo hasta aquí? O si tenía que ser yo, ¿por qué? ¿Acaso estaban probando su equipo y cogieron lo primero que hallaron? ¿O poseo alguna cualidad o algún talento especial o algo así que ustedes necesiten? O… maldita sea, ¿lo hicieron para impedirme hacer algo allí?

Philos retrocedió ante su vehemencia… no a causa del miedo, sino de la sorpresa y el desagrado, como retrocedería alguien ante la repentina vaharada de un albañal.

—Intentaré responder a todas esas preguntas —dijo fríamente, tras concederle a Charlie treinta segundos de silencio para que pudiera oír los desagradables ecos de su propia voz y asegurarse de que había terminado—. En primer lugar, fue a usted y tan sólo a usted a quien escogimos, o a quien podíamos escoger. En segundo lugar, sí, íbamos particularmente tras de usted, debido a una especial cualidad que posee. En cuanto a la última parte de su suposición, seguramente convendrá conmigo en que es ridícula, ilógica, y difícilmente merecedora de su irritación. Porque mire (y aquel «mire» era: «Preste atención: razone sobre ello: Observe, reflexione»), teniendo en cuenta el hecho de que tiene usted todas las posibilidades de ser devuelto casi exactamente al lugar de donde vino, ¿cómo podría nuestra elección afectar sus subsiguientes actos? Cuando regrese habrá pasado muy poco tiempo.

Ceñudo, Charlie pensó en todo aquello.

—Bien —dijo finalmente—, quizá tenga razón. Pero seré distinto, ¿no?

—¿Por conocernos? —Philos rió afablemente—. ¿Y cree usted realmente que el conocernos a nosotros puede afectarle tan seriamente como para cambiarle de cómo era antes?

Pese a sus deseos, una sonrisa se insinuó en la comisura de los labios de Charlie. Philos rió abiertamente.

—Me temo que no. De acuerdo. —Mucho más amistosamente, preguntó—: Entonces, ¿le importaría decirme qué es eso tan especial que poseo y que ustedes necesitan?

—No me importaría en absoluto. —(Era una de las veces en que Charlie había traducido de su propio idioma, y evidentemente Philos estaba imitándole, aunque amistosamente).— La objetividad.

—Estoy dolorido y estoy perplejo y estoy perdido. ¿De qué tipo de maldita objetividad está hablando?

Philos sonrió.

—Oh, no se preocupe, está usted cualificado. Mire: ¿ha pasado usted por la experiencia de tener a un extraño, y no necesariamente un especialista de ningún tipo, que le dice algo sobre usted que le ayuda a aprender algo más sobre sí mismo… algo que usted ni siquiera hubiera llegado a saber sin esa observación?

—Creo que todo el mundo ha pasado por eso. —Recordó aquella vez en que oyó a una de sus amigas eventuales decir a alguien a través de la delgada separación de una caseta de baño en South Beach: «… y lo primero que te dice es que nunca ha ido a la universidad, y que durante tanto tiempo ha tenido que competir tanto con graduados universitarios que ya no le importa que se sepa o no». No era nada grave ni dolorosamente embarazoso, pero nunca más mencionó la universidad a nadie; sin aquella chica nunca hubiera sabido que siempre lo decía, y no se hubiera dado cuenta de lo ridículo que sonaba.

—Bien —dijo Philos—, como ya le he dicho, somos una raza joven, y nos interesa enormemente saber todo lo posible sobre nosotros mismos. Disponemos para ello de instrumentos que nunca podría llegar a describirle. Pero hay una cosa que no podemos llegar a conseguir como especie, y es la objetividad.

—Lo que quiero decir es que me gustaría dormir un poco.

Philos saltó como impulsado por un muelle.

—¡Dormir! —Se llevó una mano a la cabeza y se la rascó.

—Pido disculpas; lo había olvidado por completo.

—¡Por supuesto!… ¿cómo lo hace?

—¿Eh?

—Nosotros no dormimos.

—¿No?

—¿Cómo lo hacen ustedes? Los pájaros meten la cabeza bajo el ala.

—Yo me tiendo. Cierro los ojos. Y me quedo tendido así, eso es todo.

—Oh. De acuerdo. Esperaré, ¿cuánto tiempo?

Charlie lo miró de reojo; parecía como si se estuviera burlando de él.

—Normalmente unas ocho horas.

—¡Ocho horas! —e inmediatamente, con la mayor cortesía, como si se sintiera avergonzado por haber mostrado su ignorancia o su curiosidad, Philos se dirigió hacia la puerta—. Entonces será mejor que lo deje hacerlo solo. ¿Le parece bien?

—Me parece estupendo.

—Si desea alguna cosa para comer…

—Gracias, ya me lo indicaron cuando me enseñaron como controlar las luces, ¿recuerda?

—Muy bien. Y encontrará ropas en ese armario de aquí. —Tocó, o casi tocó, una espiral en el dibujo de la pared. Una puerta se dilató y se cerró casi inmediatamente. Charlie tuvo una breve visión de telas abigarradamente coloreadas—. Escoja lo que le guste más. Ah… —vaciló—, las encontrará todas, esto… muy envolventes, pero hemos intentado diseñarlas tan confortablemente como fuera posible pese a ello. Pero entienda… ninguno de nosotros había visto jamás a un macho, antes.

—¡Ustedes son, mujeres!

—¡Oh… no! —dijo Philos; hizo un gesto con la mano, y se fue.