7

ZEE

—¿Sí?

—Hablé con el Caníbal hoy, mientras alzaban nuestra tienda.

—¿Qué dijo?

—Nada importante. Que al público le gustaba nuestro número. Me pareció que quería decir que a él también le gustaba.

—No te ilusiones —dijo Zena sin titubear—. ¿Alguna otra cosa?

—Bueno… No, Zena. Nada.

—Horty, querido. No sabes mentir.

Horty se rió.

—Bueno, no es nada, Zee.

Hubo un silencio. Al fin Zena dijo:

—Será mejor que me lo digas, Horty.

—¿No crees que pueda arreglármelas?

Zena se volvió y lo miró a la cara, desde el otro extremo de la casa rodante.

—No —dijo, y esperó.

Aunque apenas había luz, supo que Horty se mordía los labios, inclinando la cabeza.

—Me pidió que le mostrara la mano.

Zena se incorporó de un salto.

—¡No!

—Le dije que no me molestaba. ¿Pero cuándo me la curó? ¿Hace nueve años? ¿Diez?

—¿Se la mostraste?

—¡Cálmate, Zee! No, no se la mostré. Dije que tenía que arreglar unos trajes y me fui. Pero él me llamó y me dijo que fuera al laboratorio mañana, antes de las diez. Estoy pensando ahora cómo evitarlo.

—Temía esto —dijo Zena, con voz temblorosa.

Se abrazó las rodillas, apoyando en ellas la cara.

—No pasará nada, Zee —dijo Horty, somnoliento—. Ya se me ocurrirá algo. Quizá se olvide.

—No se olvidará. Tiene una máquina de calcular en el cerebro. No le dará ninguna importancia hasta que no aparezcas. Luego, ¡cuidado!

—Bueno, supongo que tendré que mostrársela.

—Te lo he dicho una y mil veces, Horty. ¡Nunca hagas eso!

—Bueno, bueno. ¿Por qué?

—¿No confías en mí?

—Lo sabes muy bien.

Zena no respondió, pero se quedó sentada, rígidamente, pensativa. Horty se adormiló.

Más tarde —unas dos horas más tarde— Zena lo despertó sacudiéndole un hombro. Estaba agachada en el suelo, junto al catre.

—Despierta, Horty. ¡Despierta!

—¿Eh?

—Escúchame, Horty. ¿Recuerdas todo lo que me contaste? Oh, por favor, ¡despierta! ¿Recuerdas lo de Kay y lo demás?

—Oh, claro.

—¿Qué ibas a hacer un día?

—¿Te refieres a volver allá y ver a Kay otra vez, y hasta encontrarme con el viejo Armand?

—Exactamente. Bueno, eso es lo que vas a hacer ahora.

—Sí, claro.

Horty bostezó y cerró los ojos. Zena lo sacudió otra vez.

—Dije ahora, Horty. Esta noche. Ahora mismo.

—¿Esta noche? ¿Ahora mismo?

—Levántate, Horty. Vístete. Hablo seriamente.

Horty se sentó, estupefacto.

—Zee…, ¡es de noche!

—Vístete —dijo Zena entre dientes—. Vamos, criatura. No puedes ser un bebé toda la vida.

Horty se sentó al borde de la cama y apartó las últimas brumas de sueño.

—¡Zee! —exclamó de pronto—. ¿Pero quieres que me vaya? ¿Qué deje la feria, y a Havana, y que te deje a ti?

—Eso es. Vístete, Horty.

—Pero… ¿dónde iré? —Buscó sus ropas—. ¿Qué haré? ¡No conozco a nadie en estos sitios!

—¿Sabes dónde estamos? A ochenta kilómetros de tu pueblo. No estaremos más cerca este año. Además, has vivido aquí demasiado tiempo —añadió suavemente—. Debiste haberte ido antes. El año pasado, hace dos años, quizá.

Le alcanzó una blusa limpia.

—¿Pero por qué, por qué? —preguntó Horty implacablemente.

—Llámalo una corazonada, si quieres, aunque no es eso en verdad. No debes ver al Caníbal mañana. Debes alejarte, y no volver nunca.

—¡No puedo irme! —dijo Horty infantilmente, protestando, pero sin dejar de vestirse—. ¿Qué vas a decirle al Caníbal?

—Que recibiste un telegrama de tu prima o algo parecido. Déjamelo a mí. No te preocupes.

—¿Pero nunca… nunca volveré?

—Si un día te encuentras con el Caníbal, vuélvete y corre. Escóndete. Haz cualquier cosa, pero no dejes que se te acerque mientras vivas.

—¿Y tú, Zee? ¡No volveré a verte!

Horty cerró la plateada camisa y esperó muy quieto a que Zena le pintase las cejas.

—Sí, me verás —dijo Zena dulcemente—. Algún día. De algún modo. Escríbeme y dime dónde estás.

—¿Escribirte? ¿Y si el Caníbal ve mi carta? ¿No importará?

—Sí, importará. —Zena se sentó y miró a Horty con una mirada ausente y apreciativamente femenina—. Escríbele a Havana. Una postal. No la firmes. Escríbela a máquina. Anuncia algo…, sombreros, o peluquerías, o cualquier cosa. Pon en el dorso tu dirección, pero invirtiendo cada par de números. ¿Recordarás eso?

—Lo recordaré —dijo Horty vagamente.

—Sé que sí. Nunca olvidas nada. ¿Sabes qué vas a aprender ahora, Horty?

—¿Qué?

—Vas a aprender a usar lo que sabes. Eres aún un niño. Si fueras otro, diría que eres un caso de desarrollo retardado. Pero todos esos libros que leíste y estudiaste… ¿Recuerdas la anatomía, Horty? ¿Y la fisiología?

—Claro, y la ciencia y la historia y la música y todo eso. Zee, ¿qué voy a hacer? ¡Nadie me dirá nada!

—Te lo dirás tu mismo.

—¡No sé cómo empezar! —gimoteó Horty.

—Querido, querido… —Zena se acercó y le besó la frente y la punta de la nariz—. Irás a la carretera, ¿entiendes? Irás por donde nadie te vea, carretera abajo, durante casi un kilómetro. Luego tomarás un autobús. Viaja sólo en autobús. Cuando llegues a la ciudad, espera en la estación hasta las nueve de la mañana, y luego búscate un cuarto en una casa de huéspedes. Una casa tranquila, en una calle apartada. No gastes mucho dinero. Búscate un trabajo tan pronto como puedas. Será mejor que seas un muchacho, así el Caníbal no sabrá dónde buscarte.

—¿Creceré? —preguntó Horty, con el temor profesional de todos los enanos.

—Quizá. Depende. No busques a Kay y a ese Armand hasta que estés preparado.

—¿Cuándo sabré que estoy preparado?

—Lo sabrás. ¿Tienes tu libreta de banco? Sigue enviando dinero por correo, como lo hiciste hasta ahora. ¿Tienes bastante dinero? No te preocupes, Horty. Todo irá bien. No le pidas nada a nadie. No le cuentes nada a nadie. Haz las cosas solo, o no las hagas.

—Ése no es mi mundo.

—Ya lo sé. Pero lo será. Como te ocurrió aquí.

Moviéndose graciosa y fácilmente sobre los tacones altos, Horty fue hacia la puerta.

—Bueno, adiós, Zee. Me… me gustaría… ¿No podrías venir conmigo?

Zena sacudió la brillante melena oscura.

—No me atrevo, Kiddo. Soy el único ser humano con quien habla el Caníbal, con quien habla realmente. Y tengo que… que vigilar lo que hace.

—Oh.

Horty nunca preguntaba lo que no debía preguntar. Infantil, desamparado, implícitamente obediente, producto funcional y exacto de aquel mundo, sonrió temerosamente a Zee, y se volvió hacia la puerta.

—Adiós, querido —murmuró Zena, sonriendo.

Cuando Horty hubo desaparecido, Zena se echó en la cama y lloró. Lloró toda la noche. Sólo a la mañana siguiente recordó los ojos de Junky.