VUESTRA EVANGELISTA, ESPERANZA

¿UNA TAZA, AMIGOS? Soy un adicto a ese brebaje. Al café, quiero decir. Soy periodista, ¿entienden?, y la redacción que no funciona a base de café saca un periódico penoso, estoy seguro. Las cafeteras aquí, en el Tri-Cities Daily News/Herald están llenas hasta los topes, aun cuando la mayor parte del personal suele salir para dirigirse a los ubicuos locales de última generación, esos con camareros y cafés aromatizados a seis pavos la taza. Darse una vueltecita por los salones cafeínicos de nuestras tres metrópolis conjuntas demostrará que aquí el café-café para-despertar-a-un-muerto se tuesta, se mezcla, se prepara y se sirve con un estilo impecable. Prueben en el Amy’s Drive-Thru, un puesto de tacos reconvertido en la Miracle Mile. Allí les abrirán los ojos del todo con un expreso triple y un toque de guindilla… La Corker & Smythe Coffee Shop en el antiguo Kahle Mercantile Building, en Triumph Square, acaba de empezar a ofrecer un servicio para llevar, aunque de mala gana. Es mejor sentarse en la barra y saborear el nectar d’noir en esas grandes tazas de porcelana… Kaffee Boss tiene tres sucursales (una en Wadsworth y Sequoia) que sirven a los parroquianos en tazas con forro de cuero. Tomes lo que tomes, no debes pedir leche ni crema. Son puristas del café y se empeñan en explicarte por qué. Java-Va-Voom, en Second Boulevard, en North Payne y East Corning, tiene algo que ninguna otra cafetería puede igualar; es un sonido único: el zumbido de la batidora de leche, la cháchara del personal y de los clientes, y una suave música de fondo, que es como la banda sonora de una película sonando en la sala contigua. De vez en cuando, se oye también el ¡clac, clac! de una mecanógrafa, pero no de una cualquiera.

 

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ESPERANZA CRUZ-BUSTERMENTE, nacida y criada en la vecina Orangeville, es asesora contable de un banco local, aunque para mucha gente ese es su segundo trabajo. Muchos la conocen como una evangelista, una mecanógrafa que pone al servicio de los demás su portentosa destreza en palabras-por-minuto. En México, en los viejos tiempos, las monjas instruidas se ofrecían a mecanografiarles los documentos importantes a los feligreses: solicitudes, recibos, papeles oficiales, declaraciones de impuestos y a veces incluso cartas de amor de personas analfabetas o de quienes no tenían acceso a la maravilla tecnológica que representaba en su día una máquina de escribir. Los padres de Esperanza, como tantos otros, aprendieron mecanografía gracias a las evangelistas y llegaron a ganarse la vida tecleando los mensajes, misivas y memorandos de la gente. Nadie se hacía rico con esa clase de trabajo, pero las frases quedaban estampadas en papel.

 

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ESPERANZA TIENE una mesa en el Java-Va-Voom, donde, con un café largo con leche de soja y un montón de hojas en blanco, trabaja con su máquina de escribir. Lleva bastante tiempo ocupando ese lugar. A los que no estaban familiarizados con el ruido ni con el sonsonete de una máquina de escribir, les costó un tiempo habituarse al tecleo de Esperanza. «Al principio, hubo quejas», me contó ella. «Yo estaba escribiendo y la gente venía a preguntarme por qué no trabajaba con un portátil, que es más silencioso y más fácil. Una vez, entraron dos agentes de policía y yo pensé: “¿Me habrán denunciado?”. Pero resultó que venían a tomarse un café con leche».

 

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¿POR QUÉ OPTAR POR LO ANALÓGICO? «Me piratearon el correo electrónico», me dijo Esperanza. ¿Quién? «¿Los rusos? ¿El Consejo de Seguridad Nacional? ¿Un falso príncipe nigeriano? ¿Quién sabe? Me robaron todos mis datos. Mi vida fue un caos durante meses». Actualmente, ella usa Internet con moderación y tiene un teléfono móvil antiguo con tapa con el cual puede enviar mensajes de texto, aunque prefiere usar el viejo estilo: es decir, enviando y recibiendo llamadas de verdad. Así que nunca ha de pedir la clave wifi. ¿Y que hay de Facebook, Snapchat, Instagram y demás? «Los abandoné —me dice, casi orgullosa—. Cuando me piratearon el ordenador y salí de las redes sociales, ¡gané como seis horas diarias! Yo me pasaba la vida revisando mi teléfono con mucha frecuencia. No hablemos ya del tiempo que malgastaba jugando a SnoKon, atrapando bolas de helado de colores con un cucurucho para ganar puntos». ¿El único aspecto negativo? «Mis amigos tuvieron que aprender a localizarme». ¿Qué escribe exactamente con esa máquina? «¡Montones de cosas! Tengo una familia muy numerosa. Mis sobrinos reciben por su cumpleaños una carta y un billete de cinco o diez dólares. Escribo memorandos de trabajo que copio o corrijo y los envío por correo electrónico a la oficina. Y esto…». Me enseñó una hoja escrita con tanta pulcritud y perfección como el documento mejor formateado que puedan imaginarse. «Esto es mi lista de la compra».

 

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OTROS CLIENTES RECURREN a Esperanza por sus servicios de monjita evangelista. «Los críos se quedan fascinados con mi máquina de escribir. Yo les dejo teclear su nombre mientras mamá espera que le sirvan el café. Los mayores escriben música rap o poemas». También los adultos recurren a sus servicios. «Ya nadie tiene máquina de escribir, al menos una que funcione. Pero una carta mecanografiada es algo especial. Algunos vienen con cartas que han redactado en un ordenador, pero que quieren que yo mecanografíe para que sean únicas. Antes del día de san Valentín o del día de la madre, podría pasarme horas aquí escribiendo notas, y la cola de gente daría toda la vuelta a la manzana. Si cobrara, sería más rica que una buena florista». Por ese servicio tan personal, Esperanza quizá acepte un café. Normal por las mañanas. Descafeinado por la tarde.

 

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«UN TIPO ESTABA esperando su café y empezó a hablarme de la vieja máquina de escribir que había tirado. Le habría gustado conservarla. Estaba a punto de pedirle a su novia que se casara con él. Si lo hacía con una carta mecanografiada, la carta y el momento durarían para siempre. ¿Qué iba a hacer yo sino meter una hoja en el carro y permitirle que me la dictara? Yo era su mecanógrafa-de-amor. Hicimos seis borradores distintos». ¿Cómo le hizo la propuesta a su novia?, pregunté. «Eso no es asunto suyo». ¿La chica dijo que sí? «No tengo ni idea. Él releyó la carta una docena de veces para asegurarse de que eran las palabras adecuadas para la ocasión. Luego se largó con la carta y un café capuchino con vainilla, y no ha vuelto desde entonces».

 

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ESA MÁQUINA PORTÁTIL le permite a Esperanza llevar sus servicios a todas partes, pero el Java-Va-Voom viene a ser su Plaza Central. «Aquí me soportan, y el ambiente me mantiene con la cabeza despierta. Me gusta tener gente alrededor —me dijo—. Y algunos han acabado necesitando mi presencia». ¡Ah, más de lo que tú crees, evangelista Esperanza!