Pulir un azulejo
Cuando uno se convierte en uno mismo, el Zen se convierte en Zen. Cuando somos nosotros mismos, se ven las cosas tal como son y uno se identifica en un todo con lo que lo rodea.
Las paradojas del Zen, o koans, son muy difíciles de comprender mientras no se comprenda lo que estamos haciendo momento tras momento. Pero si uno comprende exactamente lo que está haciendo en cada momento, los koans no resultan tan difíciles. ¡Hay tantos koans! Les he hablado muchas veces del de la rana, y, cada vez que lo hago, todos ríen. Pero una rana es algo muy interesante. Han de notar que la rana también se sienta como nosotros. ¡Pero no piensa que está haciendo algo muy especial! Cuando uno va a un zendo y se sienta, tal vez piense que se está haciendo algo muy especial. Mientras el marido o la esposa están durmiendo, uno practica zazén. ¡Aquí está uno haciendo algo especial mientras el cónyuge holga! Tal vez sea así como se comprende el zazén. Pero volvamos a la rana.
La rana también se sienta como nosotros, aunque sin la menor idea de zazén. Obsérvenla. Si algo la molesta, hace una mueca. Si algo comestible se pone a su alcance, lo caza, se lo come y sigue sentada. En realidad, eso es nuestro zazén: nada especial.
Hay un koan tipo rana que viene aquí al caso. Baso fue un famoso maestro de Zen apodado El Maestro Caballo. Baso era discípulo de Nangaku, uno de los discípulos del Sexto Patriarca. Un día, cuando estudiaba con Nangaku, Baso estaba sentado, practicando zazén. Era un hombre muy corpulento. Cuando hablaba, la lengua le llegaba hasta la nariz. Tenía una voz fuerte. Su zazén debe de haber sido muy bueno. Nangaku lo vio sentado como una gran montaña o como una rana. Nangaku le preguntó «¿qué estás haciendo?». «Estoy practicando zazén», respondió Baso. «¿Por qué estás practicando zazén?». «Quiero lograr iluminación, quiero ser un Buda», dijo el discípulo. ¿Saben lo que hizo el maestro? Levantó un azulejo y comenzó a pulirlo. En el Japón, después de sacar el azulejo del horno, se pule para darle un fino acabado. Así, Nangaku levantó el azulejo y comenzó a pulirlo. Baso, el discípulo le preguntó «¿qué haces?». «Quiero convertir este azulejo en una joya», dijo Nangaku. «¿Cómo es posible convertir un azulejo en una joya?», preguntó Baso. «¿Cómo es posible convertirse en Buda practicando zazén?», respondió Nangaku. «¿Quieres alcanzar la budidad? Fuera de tu mente ordinaria, no hay budidad alguna. Cuando un carro no camina, ¿a quién fustigas? ¿Al carro o al caballo?»
Lo que Nangaku quiso decir en este caso es que cualquier cosa que uno haga es zazén. El verdadero zazén es algo que está más allá del yacer en la cama o sentarse en el zendo. Si nuestro marido o esposa está en la cama, eso es zazén. Cuando se piensa «yo estoy sentado acá y mi cónyuge está en la cama», entonces, aunque se esté en la posición de piernas cruzadas, ese zazén no es el verdadero. Siempre se ha de estar como la rana. Ése es el verdadero zazén.
Dogen-zenji, al comentar este koan, dijo: «Cuando El Maestro Caballo se convierte en Maestro Caballo, el Zen se vuelve Zen». Cuando Baso se convierte en Baso, su zazén se vuelve verdadero zazén y el Zen es Zen.
¿Cuál es el verdadero zazén? Hay verdadero zazén cuando uno se convierte en uno mismo. Cuando uno es uno, no importa lo que se haga, eso es zazén. Aunque se está en la cama, es posible que uno no sea uno la mayor parte del tiempo. Aunque uno esté sentado en el zendo, yo me pregunto si uno es uno en el verdadero sentido.
Éste es otro koan famoso: Zuikan era un maestro de Zen que siempre solía encararse con sí mismo. «¿Zuikan?», preguntaba. Y después contestaba: «¡Sí!». «¿Zuikan?» «¡Sí!» Por supuesto, estaba viviendo solo en su pequeño zendo y, como es natural, sabía muy bien quién era. Pero a veces perdía noción de sí mismo. Y cada vez que la perdía, se preguntaba: «¿Zuikan?», y volvía a contestar: «¡Sí!».
Mientras seamos como la rana, seremos siempre nosotros mismos. Pero hasta la rana puede perder a veces la noción de sí misma y hace una mueca. Y si algo aparece, lo atrapa y lo come. Así que me parece que la rana está siempre requiriéndose a sí misma. Creo que también uno debe hacer eso. Uno puede perder la noción de sí mismo aun en el zazén. Cuando se siente sueño o la mente comienza a divagar, se pierde la noción de uno mismo. Cuando las piernas comienzan a doler, «¿por qué duelen tanto las piernas?“, se pregunta uno, y pierde la noción de sí mismo. Cuando uno pierde esa noción, nuestro problema será un problema para nosotros. Si no se pierde esa noción, aunque surjan dificultades, no habrá en realidad problema de ninguna especie. Simplemente, uno se sienta en medio del problema. Cuando se es parte del problema o cuando éste es parte de uno, no hay problema alguno, porque uno es el problema mismo. El problema es uno mismo. Y si esto es así, no hay problema alguno.
Cuando la vida es siempre parte del ambiente (o, en otras palabras, cuando nos hace volver a nosotros mismos en el momento actual), tampoco encierra problemas. Pero cuando se comienza a divagar en pos de una ilusión que es algo aparte de uno mismo, el ambiente deja de ser una realidad y la mente ya no es real. Si uno se deja engañar por una ilusión, la realidad se convierte también en una ilusión brumosa y neblinosa. Una vez que nos sumergimos en una ilusión engañosa, ésta no finaliza nunca, porque nos vemos envueltos en una idea tras otra, viciadas todas ellas por la ilusión. La mayoría de la gente vive en un estado de ilusión, absorta en su problema, tratando de resolver ese problema. Pero, en realidad, vivir es de hecho vivir los problemas. Y resolver el problema es formar parte de él, es aunarse con él.
Así, pues, ¿a qué hay que pegar, al carro o al caballo? ¿A quién hemos de pegar, a nosotros mismos o a nuestros problemas? Cuando se comienza a dudar en la respuesta, eso significa que ya se ha empezado a divagar. Pero cuando se pega realmente al caballo, el carro echa a andar. En verdad, el carro y el caballo no son diferentes, Cuando uno es uno, el problema de si se ha de pegar al carro o al caballo no existe. Cuando uno es uno, el zazén se convierte en verdadero zazén. De modo que cuando se practica zazén, el problema practica zazén y todo lo demás practicará también zazén. Aunque el cónyuge de uno esté en la cama, él o ella también está practicando zazén cuando uno practica zazén. Pero cuando no se practica el verdadero zazén, uno está a un lado y el cónyuge al otro, muy distintos entre sí, muy separados. Por lo tanto, cuando uno mismo sigue la verdadera práctica, todo lo demás sigue ese camino al mismo tiempo.
Por eso, siempre debemos encararnos a nosotros mismos y examinarnos como un médico que se da palmaditas a sí mismo. Esto es muy importante. Esta forma de práctica ha de continuarse en todo momento, constantemente. Como se suele decir, «tras la noche viene el alba». O sea que no hay interrupción entre el alba y la noche. Antes de terminar el verano viene el otoño. Así es como debemos interpretar nuestra vida. Debemos practicar con este entendimiento y resolver nuestros problemas de esta manera. En realidad, basta con trabajar el problema, siempre que se haga con esfuerzo fiel a un solo propósito. Hay que limitarse pura y simplemente a pulir el azulejo; ésa es nuestra práctica. El propósito de la práctica no es convertir el azulejo en una joya. Simplemente, uno continúa sentándose. Eso es practicar en el verdadero sentido de la palabra. No se trata de si es o no posible alcanzar la budidad, de si es posible o no convertir el azulejo en una joya. Lo más importante es simplemente trabajar y vivir en este mundo con este entendimiento. Tal es nuestra práctica. Eso es el verdadero zazén. Así, decimos: «Cuando uno come, come». Ha de comerse lo que haya. A veces uno no lo come. Aunque uno está comiendo, la mente anda por otra parte. No se paladea lo que se tiene en la boca. Mientras se pueda comer cuando se está comiendo, todo marcha bien. No hay que preocuparse por nada. Eso quiere decir que uno es uno mismo.
Cuando uno es uno, las cosas se ven como son y nos identificamos con lo que nos rodea. Allí está en verdad uno mismo. Allí está la práctica verdadera. Es como seguir la práctica de la rana. La rana es un buen ejemplo de nuestra práctica —cuando la rana se vuelve rana, el Zen se vuelve Zen—. Cuando se comprende plenamente a la rana, se alcanza la iluminación, se es Buda. Y también se es bueno con los demás, con el marido, la esposa, el hijo o la hija. ¡Esto es zazén!