Limitar la actividad
Generalmente, cuando alguien cree en alguna religión en particular, su actitud toma cada vez más la forma de un ángulo agudo que lo aleja a uno de sí mismo. En nuestra práctica, el vértice del ángulo está dirigido siempre hacia nosotros mismos.
En nuestra práctica, no se abriga ningún propósito, no se propone ninguna meta en particular, ni se establece ningún objeto especial de adoración. En este sentido, nuestra práctica es hasta cierto punto distinta de las prácticas religiosas corrientes. Joshu, el gran maestro del Zen chino, dijo: «Un Buda de arcilla no puede cruzar el agua; un Buda de bronce no puede resistir un horno; un Buda de madera no puede resistir el fuego». Sea lo que fuere, si la práctica va dirigida hacia algún objeto en particular (por ejemplo, un Buda de arcilla, de bronce o de madera), no siempre dará resultado. Por lo tanto, mientras se tenga en mente alguna meta en particular para la práctica, ésta será una ayuda insuficiente. Tal vez sirva mientras uno se dirija hacia esa meta, pero fallará cuando se reanude la vida cotidiana.
Quizás se piense que si no hay ningún propósito ni ninguna meta en nuestra práctica, no se sabrá qué hacer. Pero existe un método. La manera de practicar sin tener meta alguna consiste en limitar la actividad o concentrarse en lo que se está haciendo en cada momento. En vez de tener en mente algún fin en particular, se debe limitar la actividad. Cuando nuestra mente vaga, no tenemos manera de expresarnos a nosotros mismos. Pero si limitamos la actividad a lo que se puede hacer en el instante, nos resulta posible expresar totalmente nuestra verdadera naturaleza, que es la naturaleza de Buda universal. Éste es nuestro camino.
Cuando practicamos el zazén, limitamos nuestra actividad a un mínimo. Expresamos la naturaleza universal simplemente manteniendo la postura correcta y concentrándonos en la actividad de estar sentados. Así nos convertimos en Buda y expresamos la naturaleza de Buda. De este modo, en vez de tener algún objeto de adoración, simplemente nos concentramos en la actividad que desarrollamos en el momento dado. Cuando uno se inclina en reverencia, ha de inclinarse y nada más; cuando uno se sienta ha de sentarse y nada más; cuando se come, se ha de comer y nada más. Cuando se hace así, allí está la naturaleza universal. En japonés se denomina ichigyo-zammai, esto es «samadhi en un acto». Zammai (o samadhi) es «concentración». Ichigyo significa «una práctica».
Creo que algunos de los que practican zazén aquí tienen otra religión, pero yo no veo inconveniente en ello. Nuestra práctica no tiene nada que ver con tal o cual creencia en particular. Y ustedes no tienen necesidad de vacilar en cuanto a la práctica de nuestro camino, porque éste no tiene nada que ver con el cristianismo, el shintoísmo o el hinduismo. Nuestra práctica es para todos. Generalmente, cuando alguien cree en una religión en particular, su actitud toma cada vez más la forma de un ángulo agudo que lo aleja de sí mismo. Pero nuestro camino no sigue esa orientación.
En nuestro camino, el vértice del ángulo agudo apunta siempre hacia nosotros, no hacia otra parte. Por lo tanto, no hay necesidad de preocuparse por las diferencias existentes entre el budismo y la religión de la cual se es creyente.
La afirmación de Joshu en lo tocante a los diferentes Budas concierne sólo a aquéllos que dirigen su práctica hacia algún Buda en particular. Una sola clase de Buda no servirá por completo a nuestro propósito. Habrá que descartarlo en un momento dado o, por lo menos, no prestarle atención. Pero cuando se entiende bien el secreto de nuestra práctica, dondequiera que uno vaya, uno mismo será siempre dueño de sí mismo. Sea cual fuere la situación, no se puede desatender a Buda, porque Buda es uno mismo. Sólo este Buda puede ayudar plenamente.