11. UNA PROFECÍA SINIESTRA
(Domingo 12 de agosto, a las 14:30)
A pesar del horror del espectáculo que veíamos en el agujero, el descubrimiento del cuerpo dislocado de Montague no fue para nosotros una sorpresa. Aunque Markham había mostrado, durante toda la investigación, cierta tendencia a no creer las vehementes sospechas del sargento de que allí había habido un crimen, él también esperaba el hallazgo del cadáver. Mi impresión era que luchaba con la idea, como consecuencia de su actitud mental ante la ausencia de toda clase de indicios lógicos que hiciesen sospechar un asesinato. Vance desconfiaba mucho de la situación desde el principio; y yo mismo, a pesar de mi escepticismo, comprendí, a la primera mirada que eché al cuerpo de Montague, que en mi subconsciencia había habido siempre determinadas dudas sobre las al parecer fortuitas circunstancias de la desaparición de Montague. El sargento, desde luego, estaba desde el principio convencido de que había un fondo siniestro en la desaparición del hombre.
La expresión de Leland cuando miró al agujero era sombría, pero no de asombro. Me causó la impresión de que esperaba este resultado de nuestra excursión. Después de identificar el cadáver de Montague, se deslizó por la pared de roca y permaneció mirando pensativo los desmontes de la izquierda. Tenía los ojos nublados y la mandíbula crispada cuando se buscaba la pipa en el bolsillo.
—La teoría del dragón parece que continúa resultando cierta —comentó, como si pensase en voz alta.
—Sí —murmuró Vance—. Demasiado cierta me parece a mí. ¿Quién se hubiera imaginado que le íbamos a encontrar aquí? Es un poco exagerado, ¿no le parece?
Nos habíamos alejado de la pared de roca y acercado al coche.
Markham se detuvo para encender de nuevo su cigarro.
—Es asombroso —murmuró entre dos bocanadas de humo—. ¿Cómo ha podido venir a parar a ese agujero?
—De todas maneras —observó Heath, con una especie de amarga satisfacción—, hemos hallado lo que estábamos buscando, y ya tenemos algún indicio sobre el cual trabajar. Si no tiene usted inconveniente, mister Vance, le pediría que hiciera el favor de llevarme hasta la puerta donde está Snitkin. Quiero dejarle aquí de guardia, antes que regresemos a la casa.
Vance asintió y se colocó en su asiento detrás del volante. Estaba extrañamente distraído y advertí que algo relacionado con la aparición del cuerpo de Montague le preocupaba. Por sus maneras, desde el principio de la investigación comprendí que esperaba alguna prueba definitiva de que se había cometido un crimen. Pero también pude notar que el estado actual del asunto no coincidía con su idea preconcebida.
Fuimos hasta la puerta y volvimos al agujero trayendo a Snitkin, y Heath le dio orden de quedarse de guardia y no dejar que nadie se aproximase a aquel lado del promontorio desde el camino. Luego volvimos a casa de Stamm. Cuando nos apeamos del coche, Vance nos indicó que no dijéramos nada durante un rato respecto del hallazgo del cuerpo de Montague, pues quería hacer una o dos cosas antes de enterar a la gente de la casa del tétrico descubrimiento que acabábamos de hacer.
Entramos en la casa por la puerta principal y Heath se acercó en el acto al teléfono.
—Hay que llamar al doctor Doremus… —se interrumpió de súbito y se volvió a Markham con humilde sonrisa—. ¿Tendría usted inconveniente en llamar al doctor por mí? —le preguntó—. Creo que está enfadado conmigo. De todas maneras a usted le creerá cuando le diga que hemos encontrado ya un cadáver.
—Telefonéele usted mismo, sargento —repuso Markham con tono exasperado. Estaba de mal humor; pero las dudas y las miradas de súplica del sargento le conmovieron y le hicieron sonreír—. Yo me encargaré —dijo, y se acercó al teléfono para notificar al médico forense el hallazgo del cuerpo de Montague.
—Viene en seguida —nos informó, colgando el auricular.
Stamm evidentemente nos había oído llegar, pues apareció en la escalera acompañado del doctor Holliday.
—Los he visto por el Camino del Este hace un rato —nos dijo—. ¿Han encontrado ustedes algo nuevo?
Vance observaba al hombre con atención.
—Sí —replicó—. Hemos desenterrado el corpus delicti. Pero deseamos que, por el momento, no se enteren de ello los demás habitantes de la casa.
—Quiere usted decir… ¿Han hallado el cuerpo de Montague? —tartamudeó el otro. Aún a la débil luz del vestíbulo pude ver que se había puesto pálido—. ¿Dónde estaba?
—Cerca del camino, un poco más abajo —repuso Vance con voz natural y encendiendo un nuevo Regie—. Y no es un espectáculo muy bonito. Tiene una herida muy fea en la cabeza y tres largas desgarraduras en el pecho…
—¿Tres desgarraduras? —Stamm hablaba con voz oscura, como hombre que sufre un vértigo, y se apoyó en una columna—. ¿Qué clase de desgarraduras? Hable, hombre; dígame lo que eso significa —preguntó con voz cada vez más ronca.
—Si yo fuera supersticioso —repuso Vance, fumando plácidamente—, diría que esas desgarraduras han sido hechas por las garras de un dragón…, las mismas cuyas huellas hemos visto en el fondo del estanque.
Acabó de hablar con tono jocoso, por alguna razón que ya no pude comprender. Quizá le interesaba aparentar indiferencia.
Stamm permaneció mudo durante algunos momentos. Se tambaleó, mirando a Vance como a un espectro del que no pudiera separar los ojos. Luego se rehízo y la sangre volvió a sus mejillas.
—¿Qué broma endemoniada es esta? —exclamó en tono casi frenético—. ¿Tratan ustedes de asustarme? —cuando vio que Vance no le contestaba, dirigió su colérica mirada a Leland y apretó los dientes con furia—. Tú tienes la culpa de todas estas tonterías. ¿Qué has estado haciendo? ¿Qué hay de verdad en esto?
—Lo que mister Vance te acaba de decir, Rudolph —replicó Leland con calma—. Desde luego las rasgaduras en el cuerpo del pobre Montague no las ha hecho ningún dragón, pero las heridas existen.
Stamm pareció tranquilizarse bajo la mirada fría de Leland. Soltó una carcajada siniestra en un esfuerzo para sustraerse al horror que le había causado la descripción que Vance le hiciera de las heridas de Montague.
—Creo que necesito una copa —dijo, y volviéndose rápidamente, se alejó por el vestíbulo en dirección de la biblioteca.
Vance, que había presenciado indiferente las reacciones de Stamm, se volvió al doctor Holliday.
—¿Podríamos ver otra vez algunos momentos a mistress Stamm? —le preguntó.
El doctor vaciló y luego asintió:
—Sí. Su visita de ustedes después de comer parece haber causado un efecto saludable. Pero me permito rogarles que no permanezcan en su habitación demasiado tiempo.
Subimos inmediatamente las escaleras, y Leland y el doctor siguieron a Stamm a la biblioteca.
Mistress Stamm estaba sentada en la misma silla en que nos recibiera antes, y aunque parecía más tranquila que en nuestra visita anterior, mostró una considerable sorpresa al vernos. Nos miró levantando un poco las cejas, y con una rara expresión de dignidad. Un cambio sutil, pero poderoso, se había operado en ella.
—Deseamos preguntarle, mistress Stamm —comenzó Vance—, si anoche, por casualidad, oyó usted un automóvil, un poco después de las diez, en el Camino del Este.
Ella movió la cabeza.
—No, no oí nada. Ni siquiera oí a los invitados de mi hijo bajar al estanque. Me dormí en la silla, después de cenar.
Vance se acercó a la ventana y miró por ella.
—Es lástima —comentó—, pues el estanque se ve muy bien desde aquí, y el Camino del Este también.
La anciana guardó silencio, pero me pareció observar la sombra de una ligera sonrisa en su cara.
Vance se apartó de la ventana y se situó delante de ella.
—Mistress Stamm —dijo con mucha gravedad—, me parece que hemos descubierto el lugar donde el dragón esconde sus víctimas.
—Si es así —repuso ella con una calma que me asombró—, saben ustedes mucho más que antes.
—Es verdad —confesó Vance. Y luego preguntó—: ¿No eran los agujeros de los ventisqueros lo que tenía usted en la mente cuando me habló del escondite del dragón?
Ella sonrió con enigmática astucia:
—Si dice usted que ha descubierto el escondrijo, ¿por qué lo pregunta?
—Porque —dijo Vance— esos agujeros han sido descubiertos recientemente, y según creo, por casualidad.
—Yo los conozco desde que era niña —protestó la vieja—. No hay ningún rincón de este país que yo no conozca. Y sé cosas que nunca sabrá nadie —levantó la cabeza con una extraña luz en los ojos—. ¿Han hallado ustedes el cuerpo del joven? —preguntó con animación.
Vance asintió.
—Sí, lo hemos hallado.
—¿Y no tenía sobre su cuerpo las señales del dragón?
Una chispa de sombría satisfacción sé reflejó en sus ojos.
—Hay señales en su cuerpo —dijo Vance—. Y está en el más grande de los agujeros del promontorio, cerca de la cañada.
Los ojos de la loca relampaguearon y su respiración se hizo más rápida, como si contuviera la excitación; una expresión dura y salvaje se extendió sobre su cara.
—¡Exactamente como les había dicho! —exclamó con una voz forzada y aguda—. Era un enemigo de la familia y el dragón le ha matado y se ha llevado su cuerpo para esconderlo.
—Pero al fin y al cabo —comentó Vance—, no le ha escondido muy bien, puesto que lo hemos encontrado.
—Si lo han hallado ustedes —respondió la mujer—, es porque el dragón ha querido que lo hallaran.
A pesar de sus palabras, una sombra de turbación se advertía en sus gestos. Vance inclinó la cabeza e hizo con las manos un gesto con el que rechazaba y admitía a la vez sus palabras.
—¿Puedo preguntarle, mistress Stamm, cómo es que no hemos encontrado al dragón en el estanque, cuando lo hemos vaciado esta mañana?
—Porque se fue volando al amanecer —repuso la madre de Stamm—. Vi dibujarse su silueta en el aire, a las primeras luces del alba. Siempre deja el estanque después de haber dado muerte a algún enemigo de los Stamm, pues sabe que lo vaciarán.
—¿Está el dragón ahora en el estanque?
Ella movió la cabeza con seguridad.
—Vuelve sólo de noche, cuando las sombras son profundas sobre la tierra.
—¿Cree usted que volverá esta noche?
Ella levantó la cabeza y miró por encima de nosotros con expresión fanática e inescrutable.
—Volverá esta noche —dijo con voz lenta y hueca—. Aún no ha terminado su tarea.
Parecía la sacerdotisa de algún culto antiguo y misterioso, y sus palabras me hicieron estremecer.
Vance, sin impresionarse, estudió durante varios segundos a la tan extraña criatura que tenía delante.
—¿Cuándo completará su trabajo? —preguntó.
—Cada cosa a su tiempo —repuso ella con una sonrisa cruel; luego añadió—: Quizá esta noche.
—¿De veras? Eso es muy interesante —Vance no apartaba los ojos de ella—. Y, a propósito, mistress Stamm, ¿qué tiene que ver el dragón con el panteón de la familia que está al otro lado del estanque?
—El dragón es el guardián de nuestros muertos, lo mismo que de nuestros vivos.
—Su hijo me ha dicho que tiene usted la llave del panteón y que nadie sabe dónde está.
Ella sonrió.
—La he escondido, para que nadie pueda profanar los cuerpos que yacen allí enterrados.
—Pero —continuó Vance— tengo entendido que desea usted ser enterrada en esa misma tumba cuando se muera. ¿Cómo, si ha escondido la llave, podrá cumplirse ese deseo de usted?
—Ya tengo eso arreglado. Cuando yo muera aparecerá la llave, pero sólo entonces.
Vance no hizo más preguntas y se despidió de aquella extraña mujer. No pude imaginarme por qué había deseado verla. Nada parecía haberse ganado con la entrevista, que a mí me pareció patética e inútil, y me sentí mejor cuando bajamos las escaleras y volvimos al salón.
Markham sintió, sin duda, lo mismo que yo, pues la primera pregunta que le hizo a Vance cuando estuvimos solos fue:
—¿Para qué hemos molestado otra vez a esa pobre loca? Sus fantasías sobre el dragón no nos servirán de nada.
—Yo no estoy tan seguro de eso —Vance se dejó caer sobre una silla, estiró las piernas y miró al techo—. Tengo el presentimiento de que ella posee la llave del misterio. Es una mujer astuta, a pesar de sus alucinaciones sobre el dragón que habita el estanque. Sabe mucho más de lo que dice, y no olvides que su ventana domina el estanque y el Camino del Este. No se alegró en absoluto cuando le dije que habíamos encontrado el cuerpo de Montague en uno de los agujeros, y me ha causado la impresión de que, si bien indudablemente se ha forjado una leyenda romántica sobre el dragón que la ha desequilibrado el cerebro, lleva esa leyenda hasta mucho más allá de sus propias convicciones, como si desease reforzar la superstición del dragón. Quizá está tratando, con algún motivo ulterior, de despistarnos y, por un peculiar sistema de protección, ocultar algún hecho racional, con el cual cree que podríamos dar.
Markham asintió, pensativo.
—Comprendo lo que quieres decir. Yo también he sentido esa impresión durante su fantástico relato de las costumbres del dragón. Pero el hecho es que ella parece tener la firme creencia de que el dragón existe.
—Desde luego. Ella cree que hay un dragón que habita en el estanque y que protege a los Stamm contra sus enemigos. Pero en sus ideas sobre el dragón ha entrado otro elemento, algo humano e íntimo. Quizá…
Vance se contuvo de pronto, se hundió más en la silla y estuvo fumando en silencio y pensativo durante varios minutos.
Markham se agitó con impaciencia.
—¿Por qué —preguntó, frunciendo las cejas, has mencionado la llave del panteón?
—No tengo la más ligera idea —replicó Vance con franqueza, pero con expresión preocupada y distraída—. Quizá ha sido por la proximidad del panteón a la parte baja de la orilla del estanque hacia donde se dirigen las huellas. —Se levantó y miró por un momento la ceniza de su cigarro—. Ese mausoleo me fascina. Está situado en el punto más estratégico. Es como el vértice de un saliente, por decirlo así.
—¿Qué saliente? —Markham estaba enojado—. Según todas las pruebas, nadie ha salido del estanque por la parte baja; y el cuerpo fue hallado mucho más lejos, metido en un agujero.
Vance suspiró.
—No puedo combatir tu lógica, Markham. Es inexpugnable. El panteón no entra para nada… Pero —añadió pensativo— me gustaría que lo hubieran edificado en alguna otra parte de la finca. Me preocupa mucho. Está situado, casi en línea recta, entre la casa y la puerta del Camino del Este; y en la misma línea está la orilla baja del estanque, que es el único sitio por donde se puede salir de él.
—No digas tonterías —exclamó Markham, exaltado—. No tardarás en hablar de la relatividad y de la cueva de los rayos luminosos.
—¡Mi querido Markham! —Vance se levantó y arrojó su cigarrillo—. Hace mucho tiempo que salí de los espacios interplanetarios. Ahora me paseo por el reino de la mitología, donde no rigen las leyes físicas y donde imperan monstruos misteriosos. Me he vuelto completamente infantil, ¿sabes?
Markham dirigió a Vance una mirada entre burlona y azorada. Cuando Vance adoptaba esta actitud en medio de una discusión seria, se podía afirmar que su mente seguía un razonamiento perfectamente definido; que había, en efecto, hallado algún rayo de luz en la oscuridad de la situación, y que evitaba la discusión hasta llegar a su origen.
—¿Quieres —preguntó— continuar la investigación ahora o esperar a que el médico forense haya examinado el cadáver?
—Hay varias cosas que desearía hacer ahora —repuso Vance—. Quiero hacer a Leland unas preguntas. Estoy rabiando por tener una entrevista con el joven Tatum, y por inspeccionar la colección de peces tropicales de Stamm, principalmente los peces. Tonterías, ¿verdad?
Markham hizo una mueca de desagrado y tabaleó nerviosamente sobre el brazo de la silla.
—¿Por dónde empezamos? —preguntó.
Vance se levantó y estiró las piernas.
—Leland es un hombre lleno de informaciones y de ideas pertinentes.
Heath se levantó solícito y salió a buscarle.
Leland parecía estar preocupado cuando entró en la habitación.
—Greef y Tatum han estado a punto de pegarse hace un momento —nos dijo—. Se han acusado mutuamente de haber tenido algo que ver con la desaparición de Montague; y Tatum ha expresado sus sospechas de que Greef no fue sincero cuando buscó anoche a Montague en el estanque. No sé adónde quería ir a parar, pero Greef se puso lívido de rabia y sólo los esfuerzos combinados del doctor Holliday y míos han podido impedir que atacase a Tatum.
—Eso es interesante —murmuró Vance—. Y a propósito, ¿se han reconciliado Stamm y Greef?
Leland movió lentamente la cabeza.
—Me temo que no. Todo el día ha habido resentimiento entre ellos. Stamm sentía todas las cosas que dijo anoche. Se hallaba en el estado de ánimo que derriba las barreras de todas las pasiones, y dejó escapar la verdad, o mejor dicho, la que él creía ser la verdad. Algunas veces pienso que Greef tiene algún poder sobre Stamm y que este le teme. Sin embargo, esto es sólo una sospecha.
Vance se acercó a mirar por la ventana.
—¿Sabe usted —preguntó, sin volver la cabeza— cuáles son los sentimientos de mistress Stamm hacia Greef?
Leland hizo un ligero movimiento de sobresalto y miró la espalda de Vance.
—Greef le es antipático a mistress Stamm —repuso—. Hace menos de un mes que la oí prevenir a su hijo contra él.
—¿Cree usted que considera a Greef como enemigo de los Stamm?
—Sin duda, aunque la razón de sus prejuicios es algo que no puedo comprender. Sin embargo, sabe muchas cosas que ni siquiera sospechan las demás personas de la familia.
Vance se apartó lentamente de la ventana y se acercó a la chimenea.
—Hablando de Greef —pidió—, ¿cuánto tiempo estuvo en el estanque buscando a Montague?
La pregunta pareció desconcertar a Leland.
—Realmente no lo podría decir. Yo me arrojé al agua primero y Greef y Tatum me siguieron en seguida… Quizá estuvo diez minutos, quizá más tiempo.
—¿Estuvo Greef siempre a la vista de todos?
Leland hizo un gesto de asombro.
—No —repuso con gran seriedad—. Recuerdo que buceó una vez o dos, y luego nadó hacia la parte poco profunda de debajo del terraplén. Después me llamó desde la oscuridad y me dijo que no había encontrado nada. Tatum ha recordado el detalle hace un rato y ha sido, sin duda, la base de su acusación contra Greef de haber tenido algo que ver con la desaparición de Montague —Leland movió la cabeza lentamente, como tratando de alejar una desagradable conclusión que se hubiera adueñado de su mente—. Pero creo que Tatum está equivocado. Greef no es buen nadador, y supongo que se sentía más seguro con los pies apoyados en el suelo. Era natural que buscase el agua poco profunda.
—¿Cuánto tiempo tardó Greef en volver a este lado del estanque, después de hablar con usted?
Leland dudó un momento.
—En realidad, no me acuerdo. Estaba muy agitado, y la cronología de los sucesos era muy confusa. Sólo recuerdo que cuando renuncié a seguir buscando y salí del estanque, Greef me siguió poco después. Tatum fue el primero que salió del agua. Había bebido mucho y no estaba en muy buenas condiciones. Parecía estar agotado.
—Pero ¿Tatum no nadó hasta el otro lado del estanque?
—No. Estuvo en contacto constante conmigo. Debo decir, a pesar de la poca simpatía que le tengo, que mostró considerable valor en sus pesquisas en favor de Montague, y que tuvo la cabeza firme.
—Tengo muchas ganas de hablar con Tatum; aún no le he visto. La descripción que me hizo usted de él no me ha gustado y tenía la esperanza de no verle. Pero ahora ha añadido un nuevo interés a su personalidad, regañando con Greef. Parece que Greef no es persona grata en esta casa. Nadie le quiere.
Vance se volvió a sentar y encendió un nuevo cigarrillo. Leland le miró con curiosidad, pero sin decir nada. Al cabo de un rato, Vance levantó la cabeza y preguntó bruscamente:
—¿Qué sabe usted de la llave del panteón?
Yo esperé que Leland mostrase algún asombro al oír esta pregunta, pero su estoica expresión no varió. Pareció como si considerase la pregunta de Vance natural y corriente.
—Sólo sé —dijo— lo que me ha contado Stamm. Se perdió hace años, pero mistress Stamm pretende que la ha escondido ella. Yo no la he visto desde que era muy joven.
—¡Ah! Usted la ha visto. ¿La reconocería si la viera otra vez?
—Sí; es una llave inconfundible —respondió Leland—. De un trabajo curioso, de estilo japonés. Era muy larga, de unas seis pulgadas, y con las guardas en forma de ese. Antes la llave estaba siempre colgada de un clavo, sobre el escritorio del viejo Josué Stamm. Mistress Stamm puede saber o no dónde está ahora. ¿Es muy importante?
—Supongo que no —murmuró Vance—; y le agradezco mucho sus informes. Como usted sabe, el médico forense ya está en camino, y me gustaría cambiar unas palabras con Tatum mientras llega.
—Con mucho gusto haré todo lo que pueda servirles de ayuda.
Leland saludó y salió de la habitación.