18. LA HOJA ARRANCADA
(Domingo 15 de abril, 7:15 de la tarde)
A la media hora estábamos todos sentados de nuevo en el gabinete. Heath y los detectives marcharon inmediatamente después de la catástrofe final para atender los desagradables detalles ocasionados por el suicidio de miss Beeton.
Vance ocupaba una vez más el sillón de la mesa. La trágica terminación del caso parecía haberle entristecido. Fumó abstraídamente durante unos minutos. Después comenzó a hablar.
—Les pedí a todos ustedes que se quedasen, porque creo que tienen derecho a una explicación de los terribles acontecimientos desarrollados aquí, y a saber por qué me fue necesario llevar la investigación de la manera que lo hice. Empezaré diciendo que, desde un principio, comprendí que tenía que habérmelas con una persona astuta y sin escrúpulos, y que, por fuerza, tenía que ser alguna de las que estuvieron aquí ayer por la tarde. Por tanto, hasta tener una prueba convincente de la culpabilidad de esa persona, me era forzoso fingir dudar de todos los presentes. Sólo en una atmósfera de mutuas sospechas y recriminaciones, en la que yo mismo parecía encontrarme tan perplejo como cualquiera de ustedes, era posible crear en el asesino ese sentimiento de seguridad que debía conducirme a su desenmascaramiento.
Me sentí inclinado a sospechar de miss Beeton casi desde un principio, pues, aunque cada uno de los presentes había realizado algún acto capaz de atraer sobre él las sospechas, sólo la enfermera tuvo el tiempo y la oportunidad para cometer el crimen inicial. Ella estuvo completamente aislada cuando puso su plan en ejecución; y tan familiarizada estaba con las costumbres de la familia, que no tuvo dificultad en señalar el minuto preciso para cada una de sus etapas, asegurándose casi una reserva esencial.
Los posteriores acontecimientos y circunstancias no hicieron más que aumentar mis sospechas hacia ella. Cuando mister Floyd Garden, por ejemplo, me informó de dónde se guardaba la llave del archivo, la envié a ver si estaba en su sitio, sin indicarle cuál era este, con objeto de averiguar si ya lo sabía. Sólo alguien que conociese exactamente cómo entrar en el desván en un momento dado, podía ser culpable de la muerte de Swift. Claro está que el hecho de que ella lo supiese no era una prueba definitiva de su culpabilidad, pues había otras personas que conocían igualmente ese detalle; pero, por lo menos, era un nuevo factor en su contra. Si ella no hubiese sabido dónde se guardaba la llave, habría quedado automáticamente eliminada. Mi petición de que lo averiguase fue hecha con tal naturalidad y aparente indiferencia, que no le hizo sospechar mis intenciones.
Dicho sea de paso, una de mis grandes dificultades en este asunto era tener que actuar en todo momento de tal modo que no despertase en ella el menor recelo sobre ningún punto. Esto era esencial, porque, como ya he dicho, yo sólo podía esperar la confirmación de su culpabilidad haciéndola sentirse suficientemente segura para obrar o decir algo que la delatase.
Los móviles del crimen no aparecían claros al principio, y, desgraciadamente, yo creí que con sólo la muerte de Swift ella habría satisfecho sus propósitos. Pero después de mi conversación de esta mañana con el doctor Siefert, pude comprender enteramente todo su odioso plan. El doctor Siefert me indicó su interés por Floyd Garden, aunque yo ya había tenía sospechas de ello. Floyd Garden fue la única persona de esta casa de quien ella me habló con admiración. El móvil de su crimen tenía por base una ambición desmedida: el deseo de seguridad económica, de ostentación y de lujo…, y, mezclado con él, un amor extrañamente deformado. Sólo hoy estos hechos se presentaron claramente ante mi vista.
Vance fijó la mirada en el joven Garden.
—Era a usted a quien ella quería —continuó—. Y me inclinó a creer que su seguridad en sí misma era tal, que ni por un momento dudó de su éxito en alcanzar lo que se proponía.
Garden se puso nerviosamente en pie.
—¡Gran Dios, Vance! —exclamó—. Tiene usted razón. Veo claro ahora. Se mostraba muy amable conmigo desde hace tiempo, y si he de ser franco, he dicho y hecho cosas que ella pudo tomar como alentadoras. ¡Dios me perdone!
Garden volvió a sentarse con gesto de gran abatimiento.
—Nadie puede censurarle —dijo Vance, bondadosamente—. Era una de las mujeres más astutas que he conocido. Pero lo más interesante es que no le quería a usted solo…, necesitaba la fortuna de los Garden también. He ahí por qué, habiendo sabido que Swift compartiría la herencia, se decidió a eliminarle para dejarle a usted único beneficiario. Pero este asesinato no constituía, en modo alguno, todo su plan.
Vance volvió a dirigirse a todos nosotros en general.
—El conjunto de su terrible proyecto quedó aclarado por algunos otros hechos que el doctor Siefert sacó a relucir esta mañana, durante mi charla con él. La muerte, más tarde o más temprano, de mistress Garden era también un capítulo importante de aquel complot. El estado físico de mistress Garden mostró, durante algún tiempo, ciertos síntomas de envenenamiento. Últimamente estos síntomas aumentaron en intensidad. El doctor Siefert me informó de que miss Beeton había sido la ayudante del laboratorio del profesor Garden durante sus experimentos con el sodium radiactivo, y había venido con frecuencia a esta casa con el fin de escribir notas, y atender las demás obligaciones que no podía realizar convenientemente en la Universidad. El doctor Siefert también me comunicó que ella se había establecido definitivamente aquí para hacerse cargo del cuidado de mistress Garden. Sin embargo, continuó ayudando de cuando en cuando al profesor Garden en su trabajo, y, naturalmente, tuvo acceso al sodium radiactivo que había empezado a producir. Y daba la casualidad de que, desde que la enfermera se quedó a vivir en esta casa, el estado de mistress Garden fue empeorando, como consecuencia indudable de que miss Beeton tenía mayores y más frecuentes oportunidades de administrar el sodium radiactivo a la enferma. Su decisión de eliminar a mistress Garden, para que Floyd fuese su único heredero, debió de ocurrírsele a poco de entrar al servicio del profesor y entablar amistad con su hijo.
Vance fijó su mirada en el profesor Garden.
—Y usted también, señor —dijo—, estaba señalado como una de sus futuras víctimas. Cuando decidió matar a Swift, opino que planeó un doble asesinato, y que usted y su sobrino estaban destinados a morir al mismo tiempo. Pero, afortunadamente, usted no regresó ayer a su estudio a la hora fijada para la ejecución del delito, y su primitivo plan tuvo que ser alterado.
—Pero ¿cómo iba a matarme a mí y a Woode? —balbució el profesor.
—Los hilos desconectados del zumbador me dieron la contestación esta mañana —explicó Vance—. Su proyecto era audaz y sencillo. Ella sabía que, si seguía a Swift arriba antes de la gran carrera, no tendría dificultad en llevarle al archivo con uno u otro pretexto, especialmente teniendo en cuenta que él le había mostrado un marcado interés. Su intención era descerrajarle allí un tiro, como lo ejecutó, y luego entrar en el estudio y hacer otro tanto con usted. El cuerpo de Woode sería luego colocado en el estudio con el revólver en la mano. Aparecería así como un asesinato seguido de suicidio. En la posibilidad de que el disparo del estudio pudiera oírse aquí abajo, me imagino que ella probaría las condiciones acústicas de la habitación con anterioridad. Personalmente, soy de opinión de que un disparo hecho en tal sitio no podía oírse aquí abajo en medio del ruido y la excitación de una carrera de caballos radiada, cerradas las puertas y ventanas del estudio. Por lo demás, su plan original habría tenido la misma terminación que tuvo el revisado. Con la única diferencia de que habría disparado dos tiros desde el balcón del dormitorio en lugar de uno. Para el caso de que usted sospechase su intención al entrar en el estudio, y tratase de pedir socorro, ella había desconectado previamente los conductores del zumbador colocado detrás del sillón de su mesa.
—¡Es inconcebible! —exclamó Floyd, horrorizado—. ¡Y pensar que fue ella misma la que comunicó a Sneed que el zumbador estaba desarreglado!
—Precisamente. Ella tenía gran interés en ser la primera en descubrir el hecho, para alejar toda sospecha, pues supuso, con buena lógica, que todos creerían que la persona que desconectó los conductores con algún fin criminal sería la última en llamar la atención sobre ellos. Fue un rasgo audaz, pero muy en consonancia con la técnica empleada en todo este asunto.
Vance calló un momento y continuó:
—Como ya he dicho, tuvo que modificar su plan a causa de que el profesor Garden no se presentó a su hora. Había elegido como fondo para sus maniobras el Rivermont Handicap, pues sabía que Swift iba a jugar una suma considerable, y si perdía se atribuiría su muerte a suicidio. En cuanto al asesinato del doctor Garden, todos le creerían consecuencia de su intento de impedir la fatal resolución de su sobrino. Lo curioso es que, en cierto modo, la ausencia del profesor Garden ayudó a la nurse, aunque le fue preciso adoptar una decisión rápida para llenar este inesperado hueco en sus bien trazados planes. En lugar de colocar a Swift en el estudio, como había pensado en un principio, lo acomodó en un sillón en la terraza. Después limpió cuidadosamente la sangre del desván, para que no quedase rastro alguno en el suelo. No debió de ser cosa difícil para una nurse acostumbrada a borrar la sangre de las esponjas, instrumental, y mesas de operaciones de las clínicas. Luego no tuvo que hacer otra cosa que bajar a este piso, y hacer un disparo desde la ventana del dormitorio, tan pronto como se declaró oficial el resultado de las carreras, para sugerir en todos nosotros la idea del suicidio. Claro está que una de sus principales dificultades fue la cuestión del segundo revólver, con el que disparó desde aquí. Se encontró con la disyuntiva de deshacerse del arma —cosa completamente imposible dadas las circunstancias— u ocultarla en algún sitio seguro hasta poder sacarla de la casa; pues había siempre el peligro de que fuera descubierta, revelando toda la técnica del delito. Y, puesto que ella era, al parecer, la persona menos sospechosa, pensó que colocando el revólver en el bolsillo de su abrigo se encontraría más seguro. No era un escondrijo ideal, pero no hay duda de que fracasó su intento de ocultarlo en algún sitio del jardín o de la terraza, hasta poderlo retirar a su conveniencia sin ser observada. No tuvo oportunidad de esconder el revólver allá arriba una vez descubierto el cadáver de Swift, pero fue su intención hacerlo en el preciso momento en que miss Weatherby la sorprendió en las escaleras, y llamó airadamente mi atención sobre el hecho. Naturalmente que miss Beeton negó haber intentado subir. No me expliqué por el momento el significado de aquella escena, pero creo que tendría el revólver sobre su persona cuando la sorprendió miss Weatherby. Evidentemente pensó que tendría suficiente tiempo, mientras yo estaba en el gabinete, para correr a la azotea y ocultar el arma; pero acababa de iniciar la ascensión cuando surgió inesperadamente miss Weatherby con el propósito de subir ella también al jardín. No hay duda de que, en cuanto terminó aquella escena, corrió al ropero para ocultar el revólver en el bolsillo de su propio abrigo.
—Pero ¿por qué no disparó el revólver allá arriba? —preguntó el profesor Garden—. El disparo habría parecido más real, y hubiera podido ocultar el arma en el jardín antes de bajar.
—¡Mi querido señor! Eso habría sido imposible, como podrá usted ver fácilmente. ¿Cómo iba a arreglárselas para bajar? Todos nosotros corríamos por las escaleras unos segundos después de oírse el disparo, y la hubiéramos encontrado en el camino. Pudo, es cierto, bajar por la escalera pública, y entrar en la casa por la puerta principal sin ser vista; pero, en ese caso, no podría haber hecho notar su presencia en este piso al tiempo de oírse la detonación…; ¡detalle de máxima importancia para ella! Cuando llegamos al pie de las escaleras ella estaba en la puerta del dormitorio de mistress Garden, dando muestras de haber oído también el disparo. Era, por consiguiente, una coartada perfecta. No, no pudo hacer el disparo allá arriba. El lugar más apropiado para establecer su coartada era la ventana del dormitorio.
Vance se encaró con Zalia Graem.
—Ahora comprenderá usted por qué no le pareció que la detonación provenía del jardín. De las personas que se encontraban en el gabinete, usted era la más próxima al lugar donde se produjo, y por eso pudo calcular aproximadamente su dirección. Sentí no poder explicarle ese hecho cuando usted lo mencionó, pero miss Beeton estaba presente, y no era oportuno revelarle mi opinión.
—De todos modos, me trató usted sin piedad —se lamentó la joven—. Obró usted como si creyese que la razón de haber oído tan distintamente el disparo fuese que yo misma lo había hecho.
—¿No pudo usted leer entre las líneas de mis observaciones? Yo esperaba que sí.
—No. Estaba demasiado preocupada para eso; pero confieso que cuando pidió usted a miss Beeton que le acompañase a la azotea, empecé a vislumbrar la verdad.
(En el momento en que hizo esta observación fue cuando recordé que ella había sido la única persona de la habitación que permaneció completamente tranquila cuando Vance marchó con la nurse).
Hubo otro breve silencio, que fue interrumpido por Floyd Garden.
—Hay un punto que me inquieta, Vance —dijo—. Si miss Beeton contaba con que nosotros aceptásemos la hipótesis del suicidio, ¿qué hubiera sucedido si Equanimity llega a ganar la carrera?
—Eso hubiera trastornado todos sus cálculos —contestó Vance—. Pero era una gran jugadora. No hubo nadie que superase su apuesta. Prácticamente, se jugaba la vida. Jamás se hizo postura más elevada sobre Equanimity.
—¡Dios mío! —murmuró Floyd Garden—. ¡Y yo que creí que la de Woode era la más importante!
—Pero su hipótesis no menciona para nada el atentado contra la propia vida de la nurse —intervino el doctor Siefert.
Vance sonrió ingenuamente.
—No hubo tal atentado, doctor. Cuando miss Beeton salió del estudio, un minuto o dos después que miss Graem, para llevarle a usted mi mensaje, en vez de hacerlo penetró en el archivo, cerró la puerta, se aseguró de que el pestillo había funcionado, y se propinó a sí misma un golpe superficial en la parte posterior de la cabeza. Tenía razones para creer, claro está, que transcurriría muy poco tiempo sin que la buscásemos, y esperó hasta oír la llave en la cerradura antes de romper la ampolleta de bromo. Es posible que, cuando salió del estudio, llevara ya la impresión de que yo tenía un atisbo de la verdad, y montó ese pequeño melodrama para despistarme. Su propósito, indudablemente, fue desviar las sospechas hacia miss Graem.
Vance miró a la joven con simpatía.
—Opino que cuando salió usted del salón para atender el teléfono —y esto ocurrió en el preciso momento en que la nurse subía a matar a Swift— decidió utilizarla para salvarse. Indudablemente conocía sus rencillas con Swift, y las capitalizó, dándose cuenta de que usted aparecería como sospechosa ante los ojos de las demás personas presentes. He ahí por qué me propuse animarla fingiendo considerarla a usted como culpable. Y surtió su efecto. Espero que podrá usted encontrar en su corazón la bondad suficiente para perdonarme por haberla hecho sufrir.
La joven no contestó. Parecía luchar denodadamente con sus emociones.
Siefert se había inclinado sobre su asiento y estudiaba a Vance atentamente.
—Como teoría puede ser lógica —dijo con escéptica gravedad—; pero, después de todo, es solamente una teoría.
—¡Oh, no, doctor! —protestó Vance—. Es más que una teoría. Y usted debe ser el último en darle ese nombre. La misma miss Beeton, y en su presencia, se denunció ayer. No solamente nos mintió, sino que se contradijo cuando usted y yo estábamos en la azotea viéndole reponerse de los efectos del gas brómico, efectos, dicho sea de paso, que ella exageró correctamente, como resultado de sus conocimientos de medicina.
—Pero no recuerdo…
—Seguramente, doctor —le atajó Vance—, no habrá usted olvidado lo que nos dijo. Según su propio relato del episodio, alguien la golpeó en la cabeza, y la arrastró luego hasta el desván; allí se desmayó inmediatamente con los vapores del gas brómico; lo primero de que se dio cuenta después fue de que estaba tendida en el diván del jardín, y que usted y yo estábamos a su lado.
Siefert asintió con un movimiento de cabeza.
—Estamos de acuerdo.
—Y estoy seguro de que recordará también que fijó en mí su mirada y me dio las gracias por haberla sacado al jardín, salvando su vida. Acto seguido me preguntó que cómo me las había arreglado para encontrarla tan pronto.
—También en eso estoy de acuerdo —contestó Siefert, dudando todavía—; pero lo que no acabo de comprender es cómo se denunció a sí misma.
—Doctor —preguntó Vance—, si ella hubiese estado inconsciente, como dijo, desde el momento en que la arrastraron al desván hasta aquel en que nos habló en el jardín, ¿cómo pudo saber quién la había descubierto y salvado? ¿Y cómo pudo darse cuenta de que yo la encontré poco después de haber sido arrastrada al archivo? Como verá usted, doctor, ella nunca perdió el conocimiento del todo; en ningún instante se encontró dispuesta a correr el riesgo de morir envenenada. Hasta el momento en que yo introduje la llave en la cerradura no rompió la ampolleta de bromo; y por eso se dio perfecta cuenta de quién entró y la sacó al jardín. Aquellas palabras de agradecimiento fueron un error fatal por su parte.
Siefert se recostó en su sillón, sonriendo asombrado.
—Tiene usted razón, mister Vance. Ese detalle se me escapó.
—Pero aun cuando miss Beeton no hubiese cometido el error de mentirnos tan descaradamente —prosiguió Vance—, había otra prueba de que sólo ella intervino en aquel episodio. Mister Hammle, aquí presente, me afianzó por completo en mi opinión. Cuando ella nos contó lo del golpe en la cabeza y el encierro en el desván, no sabía que mister Hammle había estado en el jardín observando a todos los que atravesaron el pasillo. La nurse se encontraba sola en él cuando ocurrió el supuesto ataque. Miss Graem, para más detalles, acababa de cruzarse con ella al bajar de aquí; y la nurse contó con este detalle para hacer creíble su historia, esperando, claro está, que no dejaría de producir el efecto por ella buscado, es decir, que se sospechase que miss Graem la había agredido.
Vance fumó en silencio un momento.
—En cuanto al sodium radiactivo, doctor, miss Beeton lo estuvo administrando a mistress Garden, contentándose al principio con hacerla morir lentamente por sus efectos acumulativos. Pero la amenaza de mistress Garden de borrar el nombre de su hijo del testamento exigía una acción inmediata, y la fértil enfermera decidió suministrarle anoche una sobredosis de barbiturato. Supuso, como es natural, que la muerte sería atribuida a un accidente casual, o a otro suicidio. Todo se presentaba propicio, pues los acontecimientos de la pasada noche no habían hecho más que acumular sospechas sobre miss Graem. Desde un principio me di cuenta de lo difícil, por no decir imposible, que sería conseguir pruebas contra miss Beeton; y durante toda la investigación estuve buscando la manera de atraparla. Con ese fin, me subí ayer al parapeto en su presencia, esperando que tal acto podría sugerir a su aguda y cruel imaginación un posible medio de quitarme de su camino, si llegaba a convencerse de que yo sabía demasiado. Mi plan para hacerla delatarse era, después de todo, sencillísimo. Les pedí a ustedes que se reuniesen aquí esta tarde, no como sospechosos, sino para desempeñar sus respectivos papeles en mi sombrío drama.
Vance suspiró antes de continuar.
—Me combiné con el sargento Heath para equipar el poste del fondo del jardín con un resistente alambre de acero, como el que se utiliza en los teatros para las escenas de vuelos y suspensión. Este alambre tenía que ser lo suficientemente largo para llegar hasta la altura del balcón de este piso. Y a él iba unido el acostumbrado corchete que se sujeta al equipo de cuero que llevan los actores. Este equipo se componía de un robusto chaleco, semejante por su forma y corte a los antiguos corpiños usados por las jóvenes en los días postvictorianos. Esta tarde el sargento Heath trajo a mi casa tal chaleco de cuero (técnicamente conocido en los círculos teatrales con el nombre de corsé volante), y yo me lo puse antes de venir aquí. Quizá les interese verlo. Me lo quité hace un momento, pues era espantosamente incómodo.
Vance se levantó y penetró en el dormitorio inmediato. Unos instantes después volvía con el famoso corsé. Estaba hecho de cuero rojizo, muy fuerte, forrado de terciopelo, guarnecido de cañamazo. Los costados, en lugar de tener costura, estaban unidos por fuertes correas enhebradas en ojales de metal. Llevaba también espaldillas ajustables de cuero, y tiras pectorales, almohadilladas con gruesos rollos de caucho.
Vance mostró a la reunión el extraño atavío.
—Hele aquí —dijo—. Ordinariamente las hebillas y correas caen por delante, y detrás de la argolla para el corchete. Mas para mi propósito tuve que invertir los papeles. Necesitaba que las anillas cayesen delante, porque tenía que sujetar así el alambre, cuando me encontrase de espaldas a miss Beeton.
Vance indico dos gruesas anillas de hierro, de unas dos pulgadas de diámetro, sujetas con bridas metálicas a una tira de cuero en la parte delantera del corsé.
Vance colocó el chaleco sobre la mesa.
—Este chaleco o corsé —explicó— se lleva bajo el traje del actor. Yo me lo puse hoy con una americana holgada, de manera que no se notasen las anillas, que sobresalían ligeramente. Cuando subí con miss Beeton a la terraza, la conduje al jardín y la acusé descaradamente. Mientras protestaba me subí al parapeto, vuelto de espaldas a ella, como había hecho la tarde anterior. En la semioscuridad sujeté el alambre a las anillas de mi chaleco sin que ella se diese cuenta. Iba aproximándose mientras hablaba, y hubo un momento en que temí que se aprovechase de la situación. De pronto, en medio de una de sus frases, se abalanzó hacia mí con ambas manos extendidas, y el empujón me lanzó por encima del parapeto. Ya todo fue cuestión de balancearme unos momentos sobre la barandilla del balcón. Yo había dispuesto que la puerta del salón quedase entornada, y no tuve que hacer otra cosa que desenganchar el alambre de suspensión, meterme dentro y aparecer en el vestíbulo. Cuando miss Beeton se dio cuenta de que yo había presenciado su acción y hasta tomado fotografías de él, comprendió que tenía la partida perdida. Confieso, sin embargo, que yo no había previsto que la nurse recurriese al suicidio. Pero quizá haya sido lo mejor que pudo ocurrir. La nurse era una de esas mujeres que, por alguna aberración de la Naturaleza…, por perversión profundamente arraigada…, personificaba la maldad. Y, probablemente, esta tendencia maligna la empujó a la profesión de enfermera, en la cual podía ver los sufrimientos humanos, y aun tomar parte en ellos.
Vance se recostó en su sillón y fumó abstraídamente. Parecía profundamente afectado, como lo estábamos todos nosotros. Habló poco más…, demasiado ocupados todos los presentes en sus propios pensamientos para iniciar una más amplia discusión del caso. Hubo unas cuantas preguntas aisladas, unos cuantos comentarios, y guardamos silencio.
El doctor Siefert fue el primero en despedirse. Poco después se levantaron los demás.
Yo me sentía nervioso por la repentina caída de tensión que acababa de experimentar, y penetré en el salón para tomar una copa de coñac. La habitación estaba solamente iluminada por el resplandor de la lámpara del vestíbulo y por la difusa luz del atardecer que atravesaba las ventanas, pero fue suficiente para permitirme llegar hasta el pequeño bar instalado en un rincón. Me serví una copa de coñac, y, bebiéndola rápidamente, permanecí un momento contemplando por la ventana las pizarrosas aguas del Hudson.
Oí que alguien entraba en la habitación, y que cruzaba hacia el balcón, pero no me atreví a volver la cabeza inmediatamente. Cuando lo hice, vi la esbelta figura de Vance enmarcada por el ventanal. Parecía meditar. Ya iba a hablarle, cuando Zalia Graem apareció en el arco de entrada y se aproximó a él.
—Adiós, Philo Vance —le dijo.
—No sabe cuánto lo sentí —murmuró él, cogiendo la mano que ella le tendía—; pero esperaba que usted sabría perdonarme cuando lo comprendiese todo.
—Y le perdono, en efecto —contestó ella—. Vengo a decírselo.
Vance inclinó la cabeza y se llevó los dedos de la joven a los labios.
Miss Graem fue retirando la mano lentamente y, retrocediendo majestuosa, se fue.
Vance la siguió con la mirada hasta que desapareció. Después volvió sobre sus pasos y salió al balcón. Yo me deslicé hasta el gabinete, donde encontré a Markham hablando con el profesor Garden y su hijo. Levantó la mirada hacia mí cuando me vio entrar, y consultó su reloj.
—Creo que haremos bien en marcharnos, Van —me dijo—. ¿Dónde está Vance?
Volví de mala gana al salón para buscarle. Estaba todavía asomado, contemplando la ciudad con sus edificios espectrales y sus deslumbrantes luminarias.
Esta es la fecha en que Vance no ha perdido su profundo afecto por Zalia Graem. Rara vez menciona su nombre, pero he notado un cambio sutil en su naturaleza, que atribuyo a la influencia de aquel sentimiento. A los quince días del desenlace del caso Garden, Vance marchó a Egipto a pasar unos meses; y tengo la sospecha de que aquella excursión solitaria fue motivada por su interés por miss Graem. Una tarde, después de su regreso de El Cairo, me dijo lo siguiente: «Los efectos de un hombre implican una gran responsabilidad. Las cosas que más se quieren tienen a menudo que ser sacrificadas a causa de ella». Creo que comprendí lo que bullía en su imaginación. Con la multiplicidad de intereses intelectuales que le ocupaban, llegaba a dudar (y creo que acertadamente) de su capacidad para hacer feliz a ninguna mujer, en el sentido convencional de la expresión.
En cuanto a Zalia Graem, se casó con Floyd Garden al año siguiente, y viven ahora en Long Island, a unas cuantas millas de la finca de Hammle. A miss Weatherby y Kroon se los ve todavía juntos, y corren rumores de cuando en cuando de que ella está a punto de firmar un contrato con una empresa cinematográfica de Hollywood. El profesor Garden continúa viviendo en su rascacielos…, solitaria y patética figura, completamente absorta en sus investigaciones.
Un año después de las tragedias de los Garden, Vance se encontró con Hannix, el corredor de apuestas, en Bowie. Fue un encuentro casual, y dudo que Vance lo recuerde. Pero Hannix lo tiene presente. Estábamos Vance y yo sentados en una tribuna del Empire, cuando Hannix se nos acercó y ocupó una silla a nuestro lado.
—¿Qué es de Floyd Garden, mister Vance? —preguntó—. Hace más de un año que no sé de él. ¿Renunció a los caballos?
—Es muy posible —contestó Vance con bondadosa sonrisa.
—Pero ¿por qué? —insistió Hannix—. Era un buen cliente, y le echo de menos.
—Quizá se haya cansado de contribuir a sostenerle a usted —rio Vance.
Hannix adoptó aire de persona ofendida.
—He ahí una observación cruel. Nunca apliqué a mister Garden mi tarifa máxima, y le he pagado muy buenas apuestas. Y, a propósito, mister Vance —añadió Hannix en tono confidencial—, el Butler Handicap va a correrse dentro de pocos minutos, y las pizarras cotizan a favor de Only One. Si le gusta el potro, es buena ocasión de ganar.
Vance lanzó al individuo una mirada fría.
—No, gracias, Hannix. Ya he apostado sobre Discovery.
Discovery ganó aquella carrera por cuerpo y medio. Only One se clasificó segundo.
FIN DE «EL CASO GARDEN»