5
Una pequeña conversación
A la mañana siguiente, tenía la clase de dolor de cabeza que hacía que los hombres más fuertes juraran dejar definitivamente la bebida. La presión interna parecía estar machacando los huesos de su cráneo, y su cerebro parecía un puro hematoma. Además, su garganta había sido tratada con algo semejante al papel de lija, y su estómago daba la impresión de chapotear de lado a lado en su abdomen.
Sin embargo, ya no se sentía tan frustrada por su charla con Elega.
La dama y el Príncipe Kragen debían haber formado algún tipo de alianza. Elega estaba enterada de la reunión de Terisa con los señores de los Cares porque el Príncipe se lo había dicho. Terisa no estaba segura de lo que esperaban conseguir; pero sí estaba segura de que, fuera lo que fuese, no iba a hacer que el Rey Joyse se sintiera tranquilo o feliz.
Y esperaban incluirla a ella en sus planes, por alguna razón.
En algún momento, durante su cuarto o quinto vaso de vino, había descubierto —no sin cierta sorpresa— que no le gustaba lo que Elega estaba haciendo. El Rey Joyse se negaba persistentemente a recordarle su propio padre. Quizás había sacrificado las exigencias más normales de lealtad de su pueblo, pero no merecía ser traicionado por su propia hija.
Así que la cuestión que le quedaba —la cuestión sobre la que ni el mucho vino ni una noche densa de malos sueños habían arrojado ninguna luz en particular— era la que la había puesto enferma desde un principio. ¿Qué iba a hacer con Geraden? ¿O con el Maestro Eremis?
Debido a la resaca, las caricias del Maestro ya no le parecían enteramente inevitables o convincentes. Sin embargo, sus argumentos seguían siendo importantes. De hecho, sus razones para desconfiar de Geraden tenían más sentido que las de Geraden para creer lo peor de él. Por otra parte, la idea de que Geraden era un traidor sonaba absurda.
Gruñendo, más para persuadirse a sí misma de que estaba viva que porque le aliviara el dolor, se extirpó débilmente del retorcido caos en que sus sueños habían convertido la cama. Las habitaciones estaban frías: al correr el cerrojo de la puerta, había encerrado a Saddith fuera; y no podía recordar haber echado ella misma madera a los fuegos más que una o dos veces. Pero el frío la obligó a dominar mejor la situación. Se echó la bata por encima y se dirigió deliberadamente al cuarto de baño para beber tanta agua como su estómago pudiera resistir. Luego regresó a la chimenea de su salita de estar y empezó a intentar hacer brotar una pequeña llama de las aún calientes brasas.
En su condición, soplar para avivar el fuego era tan doloroso como darse cabezazos contra la pared. Sin embargo, perseveró, porque estaba decidida a no dejar que nadie entrara en su suite para ayudarla. No deseaba público mientras sufría las consecuencias de su estupidez. Así que consiguió prender el fuego pese a la fuerte presión en su cerebro. Tomó un baño, incluso se lavó el pelo por pura testarudez. Y se vistió sola, consiguiendo enfundarse en uno de los trajes relativamente difíciles de Myste, una cálida confección de terciopelo amarillo. Sólo entonces se permitió descorrer el cerrojo de la puerta para ver si Saddith había dejado una bandeja para ella.
Eso era lo que había hecho la doncella. Y, gracias a Dios, no había nadie aguardando para hablar con ella. En paz, consiguió comer unas gachas y beber una gran cantidad de un brebaje caliente que pensó que debía ser té —aunque sabía más como canela y pétalos de rosa—, antes de que una llamada a la puerta anunciara que tenía un visitante.
No confiaba en su voz, así que se dirigió cuidadosamente a la puerta y la abrió.
Al otro lado estaba Geraden.
Oh, magnífico. Eso era precisamente lo que necesitaba.
—Espero no molestarte —dijo de inmediato el joven—. No tuvimos oportunidad de hablar ayer. Quería decirte… —Entonces su sonrisa se desvaneció—. ¿Te encuentras bien? Pareces como un poco mareada.
Gracias al Maestro Eremis, la vista del Apr hizo que la ansiedad pulsara en sus venas…, lo cual a su vez amenazó con hendir su cabeza.
—Es el traje. —Su voz brotó como un croar—. El amarillo no es mi color. —Obstinadamente, le ofreció una sonrisa que parecía una grieta en un jarrón de porcelana y le invitó a entrar.
Geraden la estudió y, tan pronto como la puerta se hubo cerrado, dijo:
—Intenté verte ayer, pero los guardias me dijeron que te dejara a solas. No pude evitar el preocuparme. —Tras su preocupación, parecía cohibido—. ¿Cómo fue tu charla con el Maestro Eremis?
Ella se concentró en impedir gruñir o cerrar los ojos.
—Artagel te lo dijo.
Él asintió.
—Lo hubiera hecho de todos modos. Pero parecías tan alterada cuando saliste de la celda, que creyó que no tenía otra elección.
—Entonces debió decirte también lo que ocurrió. —La brusca amargura que la invadió la sorprendió. ¿Cuándo había empezado a creer que tenía derecho a resentirse por la forma en que era tratada?—. Pensé que podría conseguir algo…, creí que iba a poder cambiar algunas cosas. Estaba dispuesta a persuadirte de que empezarais a cooperar el uno con el otro. —En vez de ello, se supone que debo espiarte, pese a que tú eres el único amigo que me queda, ahora que Myste se ha ido. Pese a que tú eres el único que se preocupa lo suficiente por mí como para hacer algo—. En vez de ello, todo lo que conseguí es portarme como una estúpida.
No, no lo haría. No podía hacerlo. La promesa de unos cuantos besos íntimos no era suficiente. Geraden era demasiado importante para ella. Le vigilaría, sí. Pero no le diría a nadie lo que averiguara. No a menos que él hiciera algo que la obligara a creer que el Maestro Eremis tenía razón respecto a él. Y tomaría la decisión por sí misma. No importaba lo que el Maestro le ofreciera.
Inesperadamente, se sintió mejor. Pese a su resolución, se descubrió diciendo:
—Ayer bebí demasiado —para que Geraden no se sintiera herido en sus sentimientos—. Supongo que estaba intentando ahogar mis penas. Tengo la cabeza que parece una pelota de fútbol.
Esta vez hubo un asomo de alivio en la sonrisa del Apr.
—Yo he hecho lo mismo unas cuantas veces —admitió, fingiendo arrepentimiento—. Todavía sigo sin saber qué me hizo pensar que era una buena idea. Sospecho que simplemente me mostré más torpe de lo que era capaz de soportar.
»De todos modos, lamento que te ocurriera a ti —añadió, de una forma que sugería que no era su principal pesar—. Por tu bien, espero que él te escuchara.
»Terisa, yo…
Se detuvo bruscamente, y sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas. De pronto, a ella se le ocurrió el pensamiento de que había venido a decirle algo terrible. Instintivamente a la defensiva, fue a la puerta y corrió el cerrojo. Luego se enfrentó de nuevo a sus turbados ojos castaños.
—¿Qué ocurre, Geraden?
—Nada —dijo rápidamente él—. Nada. —Demasiado rápidamente—. Quiero decir, sobreviviste, ¿no? Al final todo fue bien.
Sin embargo, no podía seguir fingiendo.
—Lo siento —murmuró. Su voz jadeó, pero no se volvió para ocultar sus sentimientos—. Lo siento de veras. Después de que fuéramos rescatados, después de que nos sacaran de debajo le todas aquellas rocas, Artagel me llevó de vuelta a mí habitación. Yo también bebí más vino del necesario. Pero cuando me dormí no dejé de tener el mismo sueño una y otra vez, exactamente el mismo. —Su expresión se crispó—. Durante largo tiempo pensé que era una pesadilla. Fue la peor…
Inspiró profundamente para serenarse.
—Pero finalmente me di cuenta de que no era una pesadilla. No estaba soñando. Simplemente, recordaba. —Rechinó los entes para obligarse a decir—: Estaba recordando que estuviste a punto de morir.
Oh, ¿eso era todo? Intentó no dejar traslucir su alivio. Lo que estaba diciendo no era tan terrible al fin y al cabo.
—Y todo ocurrió por culpa mía.
Ahora, ella le miró.
—Yo te traje aquí —explicó él, con voz miserable—. No sé cómo devolverte al lugar donde perteneces. La gente te quiere muerta. Quieren manipularte. Y el campeón…
»Pasaste por todas esas pruebas…, fuiste enterrada viva y estuviste a punto de verte aplastada hasta morir…, por culpa mía.
»Cuando vi al Castellano Lebbick atosigarte de aquel modo, deseé estrellarle una silla en la cabeza. Lo siento. Eso es lo que hubiera debido hacer. Sólo para detenerle. Es culpa mía que te golpeara.
»Si te ocurre algo, se me partirá el corazón.
Si ella se hubiera sentido mejor, se habría echado a reír. En vez de ello, apoyó una mano sobre el brazo de Geraden, acarició los músculos agarrotados a lo largo de sus huesos.
—Geraden —protestó—, te hubiera partido en dos. Desea a alguien que le desafíe para poder aplastarlo.
Él la miró, apenado; y ella reconoció que necesitaba una respuesta mejor que aquélla. Nadie más había declarado nunca tanta preocupación por ella. En realidad era extraño…, y cautivador. ¿Había tenido pesadillas por causa suya?
Hizo lo mejor que pudo.
—Tú me mantuviste cuerda. Estabas en el mismo apuro que yo. Peor aún. El Maestro Gilbur casi te arrancó la cabeza de un golpe. Pero fuiste capaz de mantenerme en mis cabales. Si no me hubieras ayudado, cuando nos hubieran rescatado haría ya horas que habría perdido la cabeza.
Hubiera debido seguir…, hubiera debido decir: Tú y Myste sois los únicos amigos que he tenido nunca. Nadie ha sido tan bueno conmigo como vosotros. Me alegro de estar aquí. Pero eso era demasiado para su retraimiento, su frágil sentido de sí misma. Torpemente, dejó caer su mano.
Y, sin embargo, tenía que hacer algo por él que pudiera significar tanto como un contacto. Antes que intentar ponerse a la altura de su declaración, intentó bromear con él.
—Esto tiene que terminar. Voy a empezar a racionarte. Si te disculpas conmigo más de una vez al día, te daré una patada.
Él la miró dubitativo, inseguro de cómo tomar sus palabras.
—¿Lo dices en serio? Sé que me disculpo mucho. Si tú causaras cantos problemas como yo causo, también lo harías. Hasta ahora, tú eres lo único en lo que no me he equivocado. No deberías soportar el peso de todos mis desastres.
No había discusión al respecto: merecía algo mejor que ella.
Intentando proporcionárselo, le miró directamente a los ojos y dijo:
—No me has puesto en ningún problema. Me salvaste. Orison está lleno de desastres, pero en lo que a mí respecta tú no has causado ninguno de ellos. Eres una de las pocas personas que desea hacer algo sobre eso.
»No tienes nada de lo que disculparte.
Él siguió estudiándola cautelosamente. Cuando ella no bajó la mirada, sin embargo, empezó a relajarse. Sus hombros se alzaron; el pesar abandonó su rostro; sus ojos brillaron como si una mano invisible los hubiera secado. Al cabo de un momento, dijo en voz muy baja:
—Gracias.
Ahora el corazón de Terisa se sintió aligerado. Estaba dispuesta a luchar contra el dolor de su cabeza si eso le permitía hacerle a él más feliz. Sonriendo con más éxito, se sentó en una de las sillas cercanas al fuego, luego hizo un gesto hacia la bandeja:
—¿Has desayunado? Me han traído más de lo que soy capaz de comer.
Él negó con la cabeza. Parecía estar reprimiendo un estallido de exuberancia, un deseo de gritar o cantar o abrazarla. Moviéndose con cómico cuidado para no tropezar o perder el equilibrio, dio la vuelta a una silla para colocarla delante de la de ella y se sentó. Luego, su rostro se iluminó con alegre triunfo, como si dijera: Y tú creíste que no podría hacerlo.
Lo que en realidad dijo, sin embargo, fue:
—¿De qué quería hablar el Rey Joyse contigo?
Ella esperó sin demasiado optimismo que su repentino brotar de ansiedad no se reflejara en su rostro. Bajo la presión de los acontecimientos más recientes, había olvidado la cuestión de qué decirle acerca de su conversación con el Rey. Él podía sentirse abrumado por lo que ella había descubierto, profundamente apenado de saber que el viejo amigo de su padre y el héroe de su infancia estaba embarcado deliberadamente en la destrucción de Mordant. Y el Maestro Quillón había insistido mucho en explicar que Geraden se hallaba aún en peligro de sus ignotos enemigos, todavía podía pagar un gran precio por saber demasiado. ¿O había llegado el Maestro Quillón a la conclusión del Maestro Eremis de que el propio Geraden era peligroso, y por lo tanto no debía confiarse en él? ¿Tan buenas eran las razones de Eremis para su desconfianza?
Cuando ella no respondió inmediatamente, Geraden prosiguió:
—Ser arrojado de aquel modo de sus aposentos no fue exactamente el momento cumbre de mi vida. —Sonaba incongruentemente alegre, como si deseara animarla—. No creo que el Tor se pusiera de su lado. —Se encogió de hombros—. Por otro lado, no tengo ninguna razón para creer que alguna vez podré llegar a saber lo que hará el Tor. Sólo deseo comprender. Deseo que el Rey Joyse diga algo que tenga sentido.
Terisa no estaba escuchando. La pregunta frente a ella era demasiado compleja para ser respondida de una forma casual. Necesitaba más tiempo para pensar. Más tiempo para observar. Sin darse cuenta de su propia brusquedad, dijo:
—Quería hablar un poco más del brinco. —Su dolor de cabeza estaba yendo por delante de ella. Movida por un impulso, añadió—: Elega estuvo aquí.
Geraden aguardó, expectante. Cuando ella no siguió hablando, preguntó:
—¿Dama Elega? ¿Mi antigua prometida? ¿Cuándo fue eso?
Ella intentó aclarar sus pensamientos. En realidad, había un cierto número de cosas que deseaba decirle a Geraden. Elega podía ser un buen punto seguro por dónde empezar. Si conseguía controlar su resaca.
—Me estaba aguardando aquí. Cuando volví de ver al Maestro Eremis.
—¿Qué es lo que quería?
Terisa dudó unos instantes. ¿Estaba segura de que deseaba decirle aquello a Geraden?
Sí. Ya estaba arrastrando a solas demasiadas preguntas.
Con una ira inesperada, articuló claramente:
—Dama Elega deseaba alistarme en un complot contra su padre.
Geraden se quedó helado.
—¿Qué tipo de complot?
—No tengo la menor idea. —Tan completamente como pudo, le contó lo que se había dicho…, y lo que ella había supuesto. Los ojos de Geraden se entrecerraron ante el nombre del Príncipe Kragen, pero escuchó sin interrumpir. Amargamente, ella concluyó—: Por eso no quise más visitas ayer. No deseaba correr el riesgo de oír algo más como aquello.
Él frunció el ceño por unos instantes, sin hablar…, el tiempo suficiente como para que ella empezara a preguntarse si la había creído. Deseaba que la creyera. Cuantos más secretos mantenía, cuantas más mentiras contaba, más grande se hacía su necesidad de ser creída, especialmente cuando estaba siendo honesta. Afortunadamente, él empezó a asentir.
—Siempre me preocupó —murmuró, pensativo—. Siempre tuve la sensación de que estaba más interesada en lo que son los reyes que en lo que hacen. Más interesada en el poder que en para qué sirve el poder. Puede ser capaz de algunas decisiones más bien poco escrupulosas.
—Así, ¿no crees que estoy saltando a conclusiones precipitadas?
—No. —Su rostro estaba tenso por los pensamientos—. No después de tu conversación con el Príncipe Kragen. Por aquel entonces, ellos ya habían decidido probablemente abordarte.
—Me gustaría saber qué es lo que ellos piensan que puedo hacer —se quejó, simplemente porque sentía deseos de quejarse—. Es el mismo problema que tengo con todo el mundo. Incluso contigo. Todos pensáis que puedo hacer algo. —Pero sus padres nunca le habían permitido lamentarse, y descubrió que no le importaba la forma como sonaban sus palabras—. Pero todavía no he tenido muchos indicios de ello —terminó.
Geraden siguió meditando.
—¿Qué deberíamos hacer? —preguntó—. ¿Decírselo al Rey Joyse?
Cuidando de no revelar demasiado, ella contraatacó:
—Si pudiéramos conseguir que escuchara, ¿crees que nos prestaría alguna atención?
Él dejó escapar un suspiro de desánimo.
—Probablemente no. —Luego preguntó—: ¿Qué hay del Castellano Lebbick?
Terisa se encogió de hombros.
—No me gustaría decirle nada. No me gusta la forma como me trata.
»Él haría ciertamente algo. Puede o no ser capaz de detenerla…, pero, haga lo que haga, pondrá al descubierto el hecho de que nosotros se lo dijimos. Ella sabrá que no puede confiar en mí. Ése será el fin de nuestras posibilidades de descubrir qué es lo que está haciendo.
El Apr le dirigió una mirada y una rápida sonrisa.
—Para ser alguien que no puede hacer nada, pareces muy decidida a intentarlo. ¿Qué es lo que sugieres?
Estuvo a punto de decir: No tengo la menor idea, cuando tuvo lo que parecía una inspiración.
—Podrías pedirles a Argus y Ribuld que la mantuvieran vigilada.
Él parpadeó ante aquella inesperada idea.
—No les gustó precisamente lo que les ocurrió la última vez que me hicieron un favor —recordó, pensando en voz alta—. Pero esta vez Artagel está aquí para respaldarme. Puede que acepten…, en especial si piensan en una forma de hacerlo sin despertar las sospechas del Castellano Lebbick. —Sus ojos se cruzaron con los de Terisa cuando añadió—: Puede que valga la pena. Si sólo pudiéramos averiguar cómo tiene intención de comunicarse con el Príncipe Kragen, ganaríamos mucho.
»Se lo pediré. —La decisión le devolvió su sentido del humor. Con tono irónico, comentó—: Si lo haces tú, pueden intentar pedirte que les pagues el favor. Ya sabes lo que quiero decir. Lo peor que pueden hacer conmigo es decirme no.
Sonreírle se estaba haciendo más fácil cada vez. Su dolor de cabeza había empezado a disminuir. Y su ansiedad se había convertido de nuevo en alivio. La sensación de que allí, al menos, había un tema en el cual no estaba sola —y en el que Geraden estaba de acuerdo con ella— era un placer positivo. Cuando él le devolvió la sonrisa, se sintió lo suficientemente bien como para abordar otra de sus muchas áreas de incomprensión.
—Esa conversación que tuve con el Príncipe Kragen me recuerda: ¿Qué es un archi-Imagero?
Su pregunta hizo que Geraden se envarara en su silla. —¿Te recuerda…? ¿Qué conexión…?— Casi inmediatamente, sin embargo, apartó a un lado su confusión, no deseoso de dar a sus preguntas precedencia sobre las de ella—. Un archi-Imagero es alguien que ha dominado lo que nosotros consideramos la cumbre de la traslación…, la habilidad de pasar sano y salvo a través de un cristal plano. Por todo lo que sabemos, sólo un hombre lo ha conseguido nunca…, el archi-Imagero Vagel.
»En teoría, la dificultad es que esa traslación cambia todo lo que toca. Cuando la traslación implica un paso entre mundos separados…, o, si el Maestro Eremis tiene razón —hizo una mueca—, entre nuestro mundo y las Imágenes que se sabe que no existen en nuestro mundo…, los cambios son adecuados. Por ejemplo, resuelven el problema del lenguaje y de la respiración. Pero, cuando pasas a través de un cristal plano, en realidad no vas a ninguna parte. Quiero decir, te mueves de lugar a lugar, pero permaneces en el mismo mundo. Así que no necesitas ser cambiado. Pero lo eres de todos modos. —Se miró las manos—. Eso es lo que volvió loco al Adepto Havelock.
»Teóricamente, si miraras a un espejo plano que te mostrara a ti mismo…, en otras palabras, un espejo que estuviera enfocado en el punto exacto donde tú permaneces, entrarías en una especie de ciclo continuo de traslación, pasando simultáneamente de un lado a otro entre tú y tu Imagen, cambiando literalmente sin ir a ninguna parte. Probablemente, nadie que te mirara fuera capaz de ver la diferencia. Pero tu mente habría desaparecido. No simplemente vuelto loca. Desaparecido.
»Sigo sin saber cómo sobreviví a verme a mí mismo en los espejos de aquella estancia donde te encontré. Tengo que creer que los espejos son distintos en tu mundo. O que tú eres la Imagera más poderosa de la que nunca haya oído hablar.
»De todos modos, el otro punto importante es que la capacidad para ser un archi-Imagero parece ser simplemente eso…, una capacidad. Si no es una habilidad que puedas aprender, es un talento con el que has nacido. Si fuera una habilidad, Havelock hubiera podido dominarla de algún modo. “Adepto” no es ningún título honorífico. Lo ganó siendo mejor en las traslaciones que cualquier otro. En particular, era mejor efectuando traslaciones con espejos que no había hecho él. Yo ni siquiera puedo efectuarlas con los espejos que yo hice.
»¿Responde eso a tu pregunta?
Terisa asintió. Estaba intentando conseguir que lo que él acababa de decirle encajara con su experiencia.
—Entonces, responde tú a la mía. ¿Qué tiene que ver todo esto con tu conversación con el Príncipe Kragen?
—Oh, eso. Lo siento. No estaba intentando ser críptica. Simplemente, parece que es algo crucial…, de algún modo. Yo estaba hablando con él justo antes de que fuéramos atacados. Por eso lo recordé ahora.
Luego pasó al punto clave de la cuestión:
—Cuando Artagel examinó a los hombres muertos, los que luego se desvanecieron, dijo haber encontrado una insignia, un «sello», que indicaba que eran de Cadwal. Eran Aprs del Monomach del Gran Rey. Pero, cuando atacaron, parecieron surgir de la nada. Y, cuando todos los demás estuvieron muertos, su líder no tuvo que escapar corriendo. Simplemente desapareció.
»Él y sus hombres debieron llegar e irse a través de un espejo plano. Pero ¿no es eso imposible? El Perdon y el Príncipe Kragen decidieron que Vagel debía estar implicado en el asunto, pero eso no lo explica tampoco. Si pasar sano y salvo a través de un cristal plano es asunto de talento antes que de entrenamiento, entonces todos esos hombres deberían ser archi-Imageros.
Y, ahora que pensaba en ello, ¿cómo había conseguido el Maestro Gilbur eludir al Castellano? Si era concebible que el hombre de negro y el Maestro Gilbur eran aliados, entonces también era concebible que el Maestro hubiera desaparecido de la misma forma que el otro.
Geraden la contempló pensativo por un largo momento.
—¿Sabes? —dijo con una seca risita—, hace toda una vida, cuando yo era aún un Apr nuevo y creía que iba a realizar proezas gloriosas, acostumbraba a permanecer despierto por la noche pensando en cosas como ésa. Y elaboré una idea que puede que funcione.
»Primero modelas un espejo plano que esté enfocado exactamente allá donde lo quieres. —Se encogió humorísticamente de hombros—. Un problema trivial para el Imagero que yo pretendía ser por aquel entonces. Luego elaboras otro espejo, uno normal esta vez, que simplemente muestre un mundo que sea esencialmente inerte. Ni gente ni animales, y preferentemente ningún clima, que interfiera con lo que estás haciendo. Luego trasladas el primer espejo al interior del segundo, y lo sitúas de tal modo que llene tanto de la Imagen como sea posible. Y entonces, si el primer espejo no ha cambiado…, y si es realmente factible efectuar dos traslaciones casi simultáneamente, es posible que seas capaz de cruzarlos y mantener tu mente de una sola pieza.
Sonrió.
—Ingenioso, ¿no crees?
—Sí. —En realidad, creía que era más que ingenioso: pensaba que era brillante. Pero algunas de las implicaciones…
—Podría llevar a dos personas, ¿no? Una para trasladar a la otra.
—No para ir. Pero sí para volver. Eso es cierto para cualquier traslación.
En consecuencia, si el Maestro Gilbur había escapado a través del mismo artilugio que había salvado al hombre de negro, entonces Geraden era inocente. Cualquiera en Orison era inocente (en especial Geraden, pero también el Maestro Eremis, que estaba encerrado en las mazmorras y no tenía acceso a los espejos), porque ellos estaban aquí antes que en el lugar donde estaban situados los espejos. No podían haberse llevado al Maestro Gilbur.
Casi estremeciéndose, dijo:
—Desearía que hubiera alguna forma de descubrir lo que ocurrió en realidad. Si tu idea es correcta, entonces el Maestro Gilbur abandonó probablemente Orison de la misma forma que entraron los hombres que me atacaron.
—Pero ¿quién efectuó la traslación?
—¿No pudo haber sido Vagel? Eso tiene sentido ahora…, o lo tiene en tanto haya realmente alguna forma de trasladar gente en torno a Mordant por medio de la Imagería sin hacer que pierdan sus mentes.
El Apr alzó las manos.
—No lo sé. Durante años, todo el mundo pensó que el archi-Imagero estaba muerto. Ahora todos piensan que está vivo.
»Pero tú sabes —prosiguió, mirándola evaluadoramente, con un asomo de ansiedad en su voz— que puede haber una forma de verificar si hubo Imagería cuando fuiste atacada. Incluso es posible —se inclinó hacia delante— que hubiera una forma de comprobar mi idea.
Ella le estudió atentamente mientras se explicaba. La excitación animó su rostro, haciéndolo más y más atractivo a sus ojos.
—Evidentemente, hay mucho que no sabemos de la Imagería. Algunas cosas parece que deberían ser teóricamente posibles, pero nunca hemos tenido ninguna forma de comprobarlas. Por ejemplo, es teóricamente posible que un Imagero con un cierto tipo de talento pueda ser sensible a los espejos del otro lado. Quiero decir: Si tuviera que ir a un lugar que tú pudieras ver en algún espejo de alguna otra parte, debería ser capaz de sentirlo. Debería saber que estaba en una Imagen.
»Por supuesto, tienes que suponer que la Imagen existe realmente. De otro modo, lo que ves en un espejo plano es sólo una copia de algo real, y no habría nada que sentir.
»Pero si él pudiera sentirlo —Geraden se puso en pie, incapaz de seguir sentado—, entonces también es teóricamente posible que pudiera ser capaz de efectuar la traslación desde el otro lado. ¿Ves lo que quiero decir? Podría simplemente salir de la Imagen al lugar donde estuviera el espejo.
Mientras él hablaba, el corazón de Terisa empezó a latir más aprisa. La excitación de Geraden la arrastraba.
—Si tienes razón —dijo ella lentamente—, entonces no serían necesarias dos personas. El Maestro Gilbur podría ir solo. Podría entrar y salir de Orison siempre que deseara.
—¡Sí! —exclamó Geraden impacientemente—. Pero no es ése el asunto. El asunto es que sería posible. —En su entusiasmo, aferró los brazos de la silla de ella para poder mirarla fijamente a los ojos—. Sería posible para ti.
Desgraciadamente, calculó mal la distancia. Sus frentes golpearon con un sordo sonido de crujir de huesos.
—¡Oh, Terisa, lo siento! —gimió—. Lo siento, lo siento. —Se llevó una mano a la cabeza, tendió la otra hacia ella—. ¿Estás bien? Lo siento tanto.
Sólo por un instante, toda la habitación pareció arder. Luego las intensas llamas rojas y naranjas se resolvieron en destellos de dolor que cruzaron su visión, y su cráneo empezó a resonar como si hubiera sido utilizado como un gong.
Pero el golpe no había sido tan fuerte como eso: su resaca acentuaba los efectos. Cuando estuvo segura de que su frente no estaba machacada ni sangraba, rechazó la disculpante mano de Geraden. Se levantó decididamente en pie, pese a tener todo un carillón resonando entre sus oídos, e hizo todo lo posible por darle una patada en la espinilla.
Primero él se la quedó mirando con la boca abierta, como si creyera que había perdido la cabeza. Luego dejó escapar una carcajada.
—Te lo advertí —murmuró ella, en medio del dolor. Éste empezaba a disminuir ya. Casi era capaz de oírse a sí misma—. Una disculpa al día. Eso es todo lo que te concedo. —Incapaz de contenerse, ella también estaba riendo—. No soy ningún señor o Maestro con el que puedas juguetear.
Oleadas de risa brotaron de Geraden.
—Por favor, no me hagas reír. —Débilmente, Terisa volvió a sentarse en su silla—. Parece como si mi cabeza quisiera partirse en dos.
Geraden inspiró profundamente para controlarse. Cuando fue capaz de dejar de reír, se dirigió a ella. Sujetando sus mejillas con las palmas de sus manos, besó tiernamente su lastimada frente.
Por un momento, Terisa pensó que iba a hacer descender su boca hasta la de ella. De haber podido, habría reprimido el pulsar en su cráneo y habría inclinado la cabeza hacia atrás para recorrer la mitad del camino. Pero el dolor no se alejaba con la suficiente rapidez. No supo si sentirse aliviada o irritada cuando él retrocedió de nuevo hasta su silla.
—Terisa —repitió suavemente—, tal vez fuera posible para ti.
Ella suspiró y cerró los ojos. Se masajeó la nuca con ambas manos.
—Tienes que haberte roto algo en la cabeza. Ésa es la idea más loca que has tenido hasta ahora.
—No, de veras —respondió él de buen grado—. Es sólo una idea, por supuesto. Pero tú quieres saber por qué estás aquí…, lo que puedes hacer. Bien, no podemos enseñarte lo suficiente acerca de hacer espejos como para descubrir si puedes ser una Imagera normal. Los Maestros han dejado bien claro que no van a permitirlo, y ellos controlan el laborium. Pero quizá poseas un tipo distinto de talento. Quizá por eso fui atraído hasta ti cuando todas las reglas de la Imagería hubieran debido llevarme hasta el campeón.
»Podemos intentar averiguarlo. ¿Qué tenemos que perder?
Ella abrió los ojos y le miró con fijeza.
—Hablas en serio, ¿verdad? —No tenía el aspecto de un hombre que acabara de volverse peligrosamente loco—. ¿Crees que puede haber alguna forma de probar lo que estás diciendo? ¿De verificar…?
Él asintió enérgicamente.
Quizá poseas un tipo distinto de talento. Inesperadamente, su dolor de cabeza, se hizo menos importante.
—Casi temo preguntar cómo.
La excitación se acumuló de nuevo en él, y su mirada brilló. Haciendo un esfuerzo por ser razonable, dijo:
—Espero que comprendas que realmente no sé más de esto que tú. Es sólo una teoría. Y la mayoría de los Maestros ni siquiera estarían interesados. Modelar espejos ocupa demasiada investigación práctica y esfuerzos. —Entonces su entusiasmo le ganó de nuevo, y se puso en pie—. Pero todo lo que tenemos que hacer es volver al lugar donde fuiste atacada. Una vez estemos en las inmediaciones correctas, todo lo que tienes que hacer tú es moverte lentamente por allí y concentrarte en lo que sientes.
Las respuestas que despertó en ella eran tan poco familiares que no supo cómo definirlas. ¿Eran miedo o ansiedad? Su pregunta era más compleja de como sonó cuando dijo:
—¿Qué se espera que debo sentir?
—¿Quién sabe? —respondió él, sin darse cuenta de la extensión de la confusión de Terisa—. Pero probablemente será algo sutil. ¿Una ligera sensación como de tironeo? ¿La impresión de que algo delante de ti parece confuso? ¿Esa sensación de mareo que sienten algunas personas cuando miran hacia abajo desde lo alto de un risco?
»Si no sientes nada, eso no probará nada tampoco. Puedes o no puedes tener el talento. Puede o no puede estar implicada la Imagería. —Rió quedamente—. Podemos o no podemos hallarnos en el lugar correcto. Pero si sientes algo —hizo un visible esfuerzo por parecer calmado—, eso será interesante.
»¿Quieres intentarlo? ¿Debemos ir?
Por un momento, ella no pudo responder. Con los ojos clavados en el fuego, casi pudo oír una voz interior decir: Ésa es la cosa más estúpida que has dicho hoy. Deja de hacerme perder el tiempo. Sonaba como la voz de su padre. Y sabía lo que hubiera dicho su madre. Las niñas pequeñas no hacen esas cosas.
Esas cosas.
¿Y si Geraden tuviera razón?
Si estaba equivocado, no habría problema. Nada cambiaría en su vida. Pero, si tenía razón…, nunca volvería a ser la misma.
—No es tan sencillo —murmuró—. No creo que pueda encontrar de nuevo el lugar. Estuve allí sólo una vez. Y…, y mi mente estaba en otras cosas.
La breve vacilación de Geraden antes de hablar sugirió que ahora le estaba prestando una estricta atención, y que se daba cuenta de la importancia del tema que había planteado.
—Podemos resolver ese problema —dijo cuidadosamente—. Podemos pedirle a Artagel que nos ayude. Él recordará el lugar exacto. —Luego, suavemente, repitió la pregunta anterior—: Terisa, ¿qué tienes que perder?
Ella deseó decir: Mi yo. Lo que soy. Pero aquello parecía imposiblemente melodramático. ¿Por qué se estaba tomando en serio todo aquello? Como tratamiento contra el dolor de cabeza, funcionaba admirablemente: su cabeza aún le dolía, pero ahora era capaz de olvidarlo. Por otra parte, el peligro que ella aparentemente temía era tan improbable que debería considerarlo una estupidez. Realmente, debería de tener más sentido común.
Con una observación ligera en la punta de la lengua, miró fijamente a Geraden.
Su intensa actitud la detuvo: la estaba mirando como lo haría a alguien que estaba a punto de arriesgar su vida. Había dado un salto de empatía que lo había situado en el centro de su miedo. Con voz ronca, como si estuviera lleno de piedad, dijo:
—Te llevaría de vuelta a tu mundo si supiera cómo. Tú lo sabes.
Por un instante, algo parecido al pesar ascendió por la garganta de Terisa. Los ojos del Apr reflejaban una aguda consciencia de lo que ella había perdido. Él le había costado ya su vida anterior. Ahora le pedía que arriesgara su sentido de sí mismo, lo poco que aún comprendía de lo que era.
Dominó una sonrisa y dijo:
—Sí, lo sé. No te atrevas a disculparte. —Y se puso en pie. Ocurriera lo que ocurriese, no tenía intención de malgastar su amistad—. Quizás el ejercicio me haga bien.
El placer en el rostro de Geraden era tan brillante que ella casi se echó a reír de nuevo.
Encontraron a Artagel en una de las salas cercanas a su torre. Por aquel entonces, Terisa había descubierto que el ejercicio hacía que al principio le doliera aún más la cabeza, pero la circulación de la sangre parecía ir limpiando gradualmente su cerebro, y empezó a sentirse mejor. Mientras pensaba en el hermano de Geraden, se preguntó si tendría algún sistema para mantenerla vigilada. El salón donde lo encontraron no parecía un lugar especialmente lógico para un guardaespaldas. Por otra parte, sin embargo, no tuvieron ningún problema en localizarle.
Les saludó con una alegre inclinación de cabeza y un amistoso comentario acerca del cuestionable aspecto de Terisa. Geraden la defendió con burlona indignación, y recibió por sus penas y trabajos un amistoso puñetazo en el nombro que no le causó ningún daño apreciable. Luego explicó lo que tenían en mente —dejando a un lado, observó ella, la mayor parte de los detalles más sobresalientes—, y le pidió a Artagel su ayuda.
Artagel se tomó todo aquello menos entusiásticamente de lo que Terisa había esperado.
—Gracias a tu buena fortuna —restalló—, dama Terisa no recuerda cómo hallar ese lugar. ¿Acaso te dejaste los sesos bajo aquel montón de escombros? O quizá simplemente has olvidado que ella fue atacada ahí abajo por Aprs del Monomach del Gran Rey. Incluso es posible que el propio Gart estuviera entre ellos. —Hizo una momentánea disgresión—: Odio pensar que alguien menor que él me hubiera causado tantos problemas. —Luego reanudó—: ¿Qué planeáis hacer si ella resulta atacada de nuevo? ¿Pedirles educadamente que se marchen?
—No exactamente. —Era evidente que la furia de su hermano no preocupaba a Geraden—. Pensé que simplemente podría pedirles que aguardaran hasta que tú te reunieras con nosotros.
»En realidad —explicó—, lo más probable es no pueden atacarnos. No estarán preparados para nosotros. No tienen ninguna forma de saber lo que estamos haciendo…, y estoy seguro de que no pasarán todo su tiempo agachados delante de su espejo, aguardando a que una probable víctima aparezca por pura coincidencia. Deberíamos estar a salvo.
Pese a sí mismo, Artagel se ablandó.
—Eres demasiado listo para tu propio bien. Pero resulta que esta mañana no tengo nada mejor que hacer. —Sin aparente dificultad, olvidó su irritación y sonrió a Terisa—. Mi dama —dijo formalmente, ofreciéndole su brazo—, ¿nos vamos?
Cuando ella aceptó, Artagel lanzó a Geraden una sonrisa de bienhumorada malicia y la llevó consigo, dejando que su hermano les pisara los talones.
Mientras les seguía, el rostro de Geraden exhibía una expresión de retorcido cariño. Después de todo, reflexionó Terisa, tenía seis hermanos mayores…, y probablemente todos ellos disfrutaban incordiándolo. El aspecto que tenía ahora volvió a levantar su espíritu. Él y Artagel hacían fácil para ella pensar que estaba haciendo lo correcto.
Mientras regresaba a los húmedos y apenas usados corredores que minaban los cimientos de Orison, sin embargo, Terisa empezó a reconsiderar sus pensamientos. No tenía recuerdos agradables de aquel lugar. El interminable gotear del agua prometía peligro. Aunque había suficientes linternas como para permitir a Artagel hallar su camino, sus dispersos y distantes reflejos en los charcos y manchas de agua en el suelo proporcionaban a la piedra un aspecto malsano, como si tras sus brillos se escondieran ocultos secretos. El eco de sus tacones hacía huir el silencio por los corredores laterales y los recodos, hasta que se sintió irracionalmente segura de estar siendo seguida. El calor del día nunca alcanzaba hasta tan lejos, y el aire era mucho más frío de lo que ella recordaba: ciertamente, parte de la humedad se había convertido en hielo. Allá donde ella o sus compañeros rompían la superficie de un charco helado, el hielo crujía como fuego.
Y, si Geraden tenía razón…, si por alguna extraña casualidad ella poseía aquella especie de talento que él había descrito…
Se aferraba al brazo de Artagel más fuertemente de lo que se daba cuenta. Como si pensara que tenía frío, el hermano de Geraden pasó el borde de su capa gris por encima de los hombros de ella.
—Quienquiera que haya hecho ese espejo —comentó Geraden mientras se deslizaban en la oscuridad—, o fue muy bueno o fue muy afortunado. Resulta difícil imaginar a nadie modelando accidentalmente un espejo que muestra esta parte de Orison. Por otra parte, no resulta exactamente fácil imaginar cómo pudo hacerlo deliberadamente. Incluso los mejores Maestros deben dedicar décadas de investigación antes de conseguir lo que desean.
—Espero que sepas lo que estás haciendo —murmuró Terisa nerviosamente—. Esto no me gusta en lo más mínimo.
Artagel le dio un ligero apretón.
—Probablemente sí lo sepa. Las únicas ocasiones en las que realmente tengo que preocuparme por él es cuando parece como si lo tuviera todo bajo control.
Terisa deseó que Geraden respondiera a aquello, pero no lo hizo. Al cabo de un momento, por decir algo, preguntó:
—¿Quién mantiene encendidas las linternas?
Su escolta se encogió de hombros.
—Los sirvientes.
—Pero ¿por qué? —prosiguió ella—. ¿Acaso esta zona no ha sido totalmente abandonada?
—Bueno, no completamente abandonada. He oído decir que muchas de las húmedas y frías estancias de aquí abajo son usadas para almacenar vino. Si supiéramos exactamente cuáles, podríamos morir felices. Y sé seguro que el Castellano utiliza secciones de este lugar para entrenar a sus guardias, en especial en invierno.
»Además —añadió irónicamente—, creo que aborrece la oscuridad. Es posible que hiciera instalar linternas aquí aunque nadie excepto los encargados de mantenerlas encendidas viniera a este lugar de un año al siguiente.
El pensamiento del Castellano Lebbick no era muy confortable para Terisa.
—¿Cuánto falta todavía? —preguntó.
—Ya casi hemos llegado. —Artagel sonaba intrascendente, pero cuando ella le miró vio cautela en el parpadeo de sus ojos, en los movimientos de su cabeza—. Lebbick debió hacer limpiar el suelo. De otro modo, ya podríamos ver la sangre.
Tenía razón. Tras otra docena de pasos, el aspecto del corredor empezó a encajar con el recuerdo que tenía de él, pese a la ausencia de sangre.
—Aquí —dijo de pronto en voz muy baja. Aunque sabía que el sonido no pasaba a través de los espejos, estaba visceralmente temerosa de ser oída por oídos no amistosos. Aquél era el lugar. Casi podía detectar el temblor residual de su propio miedo, vibraciones dejadas tras el asalto del hombre de negro—. Fue aquí.
—Sí. —Artagel se detuvo, se dio la vuelta. Luego la hizo avanzar hasta que su espalda tocó una pared—. Tú estabas aquí. —Con un gesto, señaló el corredor—. Nosotros luchamos ahí. —La oscura iluminación hacía que su rostro pareciera tan hosco como su voz—. El Perdon y el Príncipe Kragen vinieron desde el otro lado. Ellos nos rescataron. —Bruscamente, se enfrentó a su hermano—. No estoy seguro de que te des cuenta —dijo entre dientes encajados— de que ese bastardo me ganó…, fuera quien fuese. La última vez que ocurrió algo así, yo era mucho más joven que tú ahora.
La luz brillaba débilmente en la frente de Geraden, como si estuviera sudando pese al frío.
—De alguna forma —murmuró—, estoy seguro de que tendrás la oportunidad de batirte de nuevo con él. Sólo espero que no sea hoy. Yo no sería muy bueno en rescatarte.
»Pero no es eso lo que hemos venido a buscar. —Avanzó junto a su hermano y observó a Terisa en la penumbra—. Necesitamos hallar el punto exacto de traslación. Si existe.
»¿De dónde surgieron?
Terisa cerró los ojos. Había estado andando con el Príncipe Kragen. Hablaban de Elega. Un guardaespaldas iba delante de ellos; el otro, detrás. Oyó un suave sonido como de cuero…, ¿una espada abandonando su vaina? Entonces los hombres cargaron hacia delante. El negro cuero de sus armaduras los hacía difíciles de ver. Sus desnudas espadas eran más claras, brillando a la luz de las linternas…
—Aquí —jadeó, y abrió los ojos. Señalaba lo que parecía ser un oscuro corredor lateral que desembocaba diagonalmente en el corredor donde ellos estaban—. Vinieron de aquí.
—Bien. —Geraden susurraba, como si él también temiera ser oído—. Echemos una ojeada.
Su aliento dejó un leve rastro de vapor en el aire mientras se alejaba.
Artagel había desenvainado su espada. Pareció flexionarse al compás del movimiento de su muñeca. Cogió a Terisa del brazo con su mano libre, y juntos fueron tras Geraden.
El camino ante ellos estaba oscuro. Si había un corredor lateral, era demasiado corto como para merecer una linterna. La iluminación que se reflejaba en él procedente del corredor principal menguaba rápidamente. Al cabo de un momento, Artagel preguntó:
—¿Quieres esperar mientras buscamos una luz?
—No —siseó Geraden—. Si hay un espejo enfocado aquí, la luz hará más fácil que nos vean.
Artagel asintió. Mantenía a Terisa entre él y la pared, para reducir el número de direcciones desde las cuales podía ser amenazada.
—Concéntrate —dijo Geraden a Terisa por encima del hombro—. El punto de traslación puede estar en cualquier parte.
Intenta sentirlo. Olvida todo lo demás y simplemente intenta sentirlo.
—Concéntrate tú también —respondió ella. Su susurro era ronco—. Yo no soy la única que no sabe cuáles son sus talentos.
Geraden hizo una momentánea pausa.
—Un punto a tu favor.
Artagel exhibió una sonrisa que apenas fue visible en la creciente oscuridad.
Esto es estúpido, pensó Terisa para sí misma. Se suponía que los tres eran adultos…, y sin embargo ahí estaban, tanteando su camino hacia el interior de un corredor aparentemente sin salida en busca de algún lugar donde el aire o la piedra o quién sabía qué hiciera hormiguear sus pieles. Debemos estar fuera de nuestros cabales. Si alguien saltara ante ella y exclamara: ¡Buuu!, hubiera gritado.
Esa idea le dio deseos de reír.
Eso la distrajo. No se dio cuenta de lo que ocurría hasta que un soplo frío tan tenue como una pluma y tan afilado como el acero se deslizó directamente por el centro de su abdomen.
Antes de que pudiera reaccionar —antes de que pudiera gritar una advertencia—, un hombre brotó de la pared. Su cuerpo parecía un bloque de piedra cuando impactó pesadamente contra ella, empujándola hacia Artagel.
Artagel sujetó con fuerza su brazo.
—¡Atrás! —restalló—. ¡Atrás, a la luz! —Y tiró de ella, alejándola del intruso.
De inmediato, la sensación de frío se desvaneció.
No se dio cuenta de la diferencia.
Se tambaleó, perdió el equilibrio. ¿Dónde estaba Geraden? Cada músculo de su cuerpo deseaba echar a correr, pero se volvió a tiempo para ver a Artagel tirar de Geraden tras ella mientras amenazaba a la sombría figura con su hoja.
Corrió urgentemente hacia el corredor principal y las linternas.
Geraden era más rápido. Estaba ya junto a ella cuando alcanzaron el corredor. La empujó hacia la derecha, hacia la linterna más cercana. Su impulso los llevó hasta la pared contraria, hasta el lugar donde ella había caído la otra vez y había aguardado a que el hombre de negro la matara. Allá, los dos se volvieron para ver lo que ocurría con Artagel.
Éste salió a la luz con la espada aún preparada entre él y la oscura figura. No, no era una figura: Terisa vio dos. Tres. Cuatro. Avanzaban lentamente, masivamente; la amenaza de la hoja de Artagel no les detenía.
Cuatro. Eso era malo. Pero al menos no eran más. Cuando alcanzaron la luz, vio que de hecho su aspecto era el de hombres. Tenían las cabezas y los rostros y los miembros de hombres. Su desnudez mostraba que tenían cuerpos de hombres. Sus brazos estaban extendidos como para abrazar.
Pero sus ojos estaban muertos. Y bajo su piel se movían visiblemente bultos del tamaño de manos…, bultos que no podían ser músculos.
No llevaban armas, sin embargo. Y sus movimientos eran tan pesados que seguro que Artagel podía ocuparse de ellos.
Artagel retrocedió en la otra dirección, intentando alejarlos de ellos. Su sonrisa de lucha era ausente. Tras su perplejidad, sus ojos tenían un asomo de horror.
Los cuatro hombres le ignoraron. Tras emerger del corredor lateral, se encaminaron directamente hacia Terisa y Geraden.
Artagel gritó para distraerles. También ignoraron eso. Puede que fueran sordos. Avanzando torpemente, como muñecos de madera, se encaminaron hacia su objetivo elegido.
En un esfuerzo por desviarles, Artagel atacó. Su espada giró y llameó y cayó sobre la muñeca de la figura que tenía más cerca, con tanta fuerza que Terisa retrocedió, esperando ver la mano caer cercenada al suelo.
Pero la mano no cayó. No hubo ninguna sangre. En vez de ello, la piel de la muñeca se peló hacia atrás desde el punto del impacto, revelando un insecto como una monstruosa cucaracha allá donde deberían estar los huesos de la mano.
La piel se secó y se marchitó; el insecto cayó del muñón de la muñeca al suelo.
Por un segundo tanteó el aire con sus antenas, agitó sus mandíbulas, luego se escurrió hacia Terisa y Geraden.
Al mismo tiempo, un segundo insecto empezó a emerger, contorsionándose, fuera de la muñeca de la torpe figura. La piel de la muñeca se marchitó, como si la cucaracha en su interior fuera todo lo que la conservaba como un tejido vivo.
Terisa hubiera gritado de haber hallado su voz. Pero el insecto era mucho más rápido que el pesado cuerpo o huésped que lo había contenido; y Geraden le había gritado, había aferrado su brazo, intentando apartarla; y algún residuo del incisivo frío que había presagiado este asalto parecía aferrarse aún en su pecho, de modo que apenas era capaz de hablar.
Mientras el segundo insecto se dejaba caer al suelo desde la marchita carne de la muñeca de la figura, un tercero asomó a la vista desde su antebrazo.
Terisa no podía apartar sus ojos de lo que estaba ocurriendo. Geraden tuvo que arrastrarla hacia atrás. Vio la alocada revulsión en los ojos de Artagel mientras saltaba al ataque.
Un enorme y violento golpe de su espada golpeó en el hombro a la figura más cercana, en la base del cuello, produciendo un profundo corte a través del pecho del hombre. Otro golpe —tan rápido que pareció formar parte del primero— atacó por el otro lado, hundiéndose mortalmente entre las costillas.
Pero no hubo sangre. La figura no cayó.
Como un cascarón podrido, su torso se hendió. Su cabeza siguió mirando fijamente al frente; sus piernas continuaron caminando rígida, pesadamente, a lo largo del corredor, tras sus compañeros…, y docenas y docenas de cucarachas cayeron rodando de sus abiertos pecho y abdomen.
Por un instante se agitaron en un revoltijo, buscando algún olor. Luego echaron a correr como un flujo de sangre tras Terisa y Geraden.
Bruscamente, la cabeza del hombre estalló, esparciendo otro montón de insectos entre los demás. Después de eso, sus piernas parecieron perder toda su firmeza. Se inclinaron hacia un lado, golpeó la pared y cayó, mientras más y más enormes cucarachas hormigueaban entre los desmoronantes restos de su cintura y caderas y muslos.
Pronto no quedaba de él más que una gran cantidad de apresurados insectos.
Terisa oyó a Artagel maldecir desesperadamente, como si estuviera a punto de vomitar.
—¡Terisa! —Geraden tiró urgentemente de su brazo—. ¡Corre!
Alucinada por el ataque de Artagel y su resultado, no se había dado cuenta de lo atrás de Geraden que se había quedado…, de lo rápido que se movían los insectos. El más cercano ya casi había alcanzado el dobladillo de su traje.
Jadeante, se dio la vuelta y echó a correr.
Durante unos pasos corrió, corrió con todo su aliento. Pero luego tuvo que detenerse y mirar hacia atrás, ver…
Artagel había abandonado su espada. Con el rostro contorsionado y pálido, el labio inferior profundamente enterrado entre sus dientes, corrió tras una de las figuras restantes, se inclinó rápidamente, aferró con sus manos los agitantes tobillos y tiró con todas las fuerzas que pudo.
El hombre cayó de bruces, con la lenta y pasiva violencia de un tronco derribado.
Cuando golpeó el suelo, el impacto despedazó su cuerpo. Todos los insectos que habían permanecido amasados dentro de su carne fueron liberados al instante.
Llenaron el corredor de pared a pared. La luz de las linternas resplandecía en sus oscuros lomos; formaban una corriente que fluía rápida hacia delante, mientras hacían chasquear sus mandíbulas en busca de la carne de sus víctimas.
Terisa echó a correr de nuevo.
Geraden corrió con ella.
—Podemos mantenernos por delante de ellas —jadeó. Su pecho subía y bajaba espasmódicamente, en busca de aire—. No te detengas. Podemos escapar de ellas.
—¿Hasta dónde? —El corazón de Terisa ardía, como si ya hubiera corrido incontables kilómetros. El miedo y el frío parecían estarla sofocando—. ¿Durante cuánto tiempo podremos correr?
—Lo suficiente —prometió él, con voz lúgubre. Sonaba como si cada aliento le doliera en lo más profundo de sus pulmones.
Terisa se detuvo cerca de una linterna y miró hacia atrás. Ella y Geraden estaban a unos ocho o diez metros por delante de las primeras cucarachas. Desde aquel ángulo, todo el suelo del corredor parecía hervir con amenaza mientras los insectos se apresuraban hacia delante. Tras ellos, la figura que Artagel había golpeado primero recién acababa de derrumbarse, liberando a las últimas de sus ocupantes en medio del bullicio. Los restantes hombres incrementaron su paso para mantenerse al ritmo del torrente perseguidor.
Artagel lo seguía frenéticamente.
—¡Geraden! —Su llamada resonó como un lamento en el corredor—. ¿Qué puedo hacer? ¡Dime lo que debo hacer!
—No —jadeó Terisa. Luchó en busca de aire, pero estaba demasiado asustada para conseguirlo—. No puedo seguir corriendo. No sabemos adónde vamos. Si salimos de aquí, lo único que conseguiremos será conducir a esas cosas al interior de Orison.
Como respuesta, Geraden le lanzó una mirada de pura angustia.
—Tenernos que luchar de algún modo —dijo ella, como si quien hablara fuese una completa desconocida, alguien que no tenía nada que ver con el pánico que martilleaba en su corazón, el temor y la revulsión que retorcían su estómago—. Tenemos que luchar.
Por un momento, mientras las cucarachas se acercaban inconteniblemente, él la miró como si estuviera a punto de echarse a llorar. Luego dejó escapar una exclamación inarticulada como un grito de batalla y saltó hacia la linterna.
La arrancó de su soporte, sin importarle la forma en que el ardiente hierro quemaba sus manos, y la arrojó contra los insectos.
Golpeó el suelo con un estallido de aceite hirviendo, y una docena o más de las horribles criaturas ardieron.
Se consumieron casi al instante, alzando llamas tan brillantes como antorchas: de alguna forma, eran incendiarias. Tras dos o tres latidos de corazón, no quedaba de ellas nada excepto pequeños fragmentos de abrasado caparazón…
… nada excepto un negro vapor que se elevó en el aire y se dispersó rápidamente.
Olía como una fuerte combinación de formaldehido y carne parcialmente digerida, y se aferró a la garganta y a los pulmones de Terisa como ácido. Se dobló sobre sí misma, presa de incontenibles arcadas: el espasmo que se apoderó de su pecho era demasiado fuerte para permitirle toser.
El corredor había quedado casi a oscuras sin la linterna, pero Terisa estaba lo suficientemente cerca del suelo como para ver a las cucarachas más cercanas avanzar rápidamente, despreocupadas de unas cuantas muertes. Tenía que correr, tenía que…
No podía. Era imposible. No podía romper la presa del negro vapor dentro de su pecho.
Dominado por unas náuseas tan intensas que parecían querer quebrarle las costillas, Geraden la rodeó con sus brazos y de alguna forma halló las fuerzas suficientes para alzarla en vilo. Con su convulsionado peso sujeto en un torpe abrazo, echó a correr de nuevo torpemente, intentando mantener la distancia entre ellos y los insectos.
Al cabo de unos pocos pasos, la volvió a depositar en el suelo para ver si podía caminar otra vez por sí misma. Terisa consiguió liberar ruidosamente su aliento, y los espasmos empezaron a aflojarse. Aferrada aún a él en busca de apoyo, echó a correr de nuevo antes de volverse para mirar atrás.
Lo hizo a tiempo para ver a Artagel correr con una linterna que debía haber cogido de la dirección opuesta y arrojarla como un loco a la cabeza del último atacante que aún permanecía en pie.
No sabía el peligro: estaba demasiado lejos como para haber visto exactamente lo que les había ocurrido a Geraden y a ella. Pero no pudo gritar ninguna advertencia. Su garganta en carne viva apenas pudo susurrar su nombre mientras la linterna golpeaba y se rompía…, y la imponente figura estallaba en llamas, ardiendo con una furia repentina que parecía incandescente…, y las negras exhalaciones de tantos insectos envolvían a Artagel, haciendo que se derrumbara de una forma tan efectiva como si le hubieran atravesado el estómago con una espada.
—Artagel —croó Geraden—. Artagel.
Terisa observó a Artagel y a los insectos mientras su miedo se convertía en una fría y oscura rabia. Esta vez, fue ella la que cogió el brazo de Geraden y tiró de él.
—Vamos. —Su voz era sólo un doloroso raspar en su garganta, pero ahora el frío parecía estar haciéndole algún bien, entorpeciendo lentamente el vapor negro—. Vamos.
Delante de ella vio que el corredor formaba una T, inclinándose a izquierda y derecha. Parecía emanar más luz de la derecha que de la izquierda.
Cuando alcanzó la T, escrutó los dos corredores para asegurarse de que había efectivamente una linterna a la derecha. Entonces soltó a Geraden. Las cucarachas iban a por ella. Habían brotado del mismo espejo que había utilizado el hombre de negro para atacarla. Ella era la única persona que sabía que tenía enemigos activos.
—Coge la linterna —dijo con voz ahogada—. Yo las alejaré.
Él la miró con la boca abierta, como si la caída de su hermano le hubiera hecho perder todos los sentidos.
Con urgencia, ella lo puso en movimiento.
—¡Ve! Yo las alejaré. Tú sigue tras ellas. Con cada linterna que pasemos, podrás matar unas cuantas más. Únicamente no respires ese vapor.
Finalmente, él pareció comprender. Se dirigió hacia el corredor de la derecha, unos pasos por delante de las cucarachas.
Retirándose de espaldas para poder ver lo que hacía Geraden, Terisa se dirigió hacia la izquierda.
Desgraciadamente, sus suposiciones estaban equivocadas. Todas las criaturas fueron tras Geraden, ignorándola a ella por completo.
¡Geraden!
Su furia se desmoronó en horror e incomprensión. Las fuerzas la abandonaron: casi cayó de rodillas. Lentamente, se llevó las manos a la boca, con los ojos inundados de miedo.
Geraden no se dio cuenta del peligro hasta que hubo alcanzado la linterna, la descolgó y se volvió. Entonces vio la multitud que se le acercaba. Por un segundo se quedó paralizado. El desánimo borró toda la combativa testarudez de su rostro. Sus manos bajaron la linterna: pareció a punto de caer.
Una de las rodillas de Terisa falló. Perdió el equilibrio y se derrumbó al suelo, rompiendo el hielo de un amplio charco. El agua empapó sus ropas. Todavía no había conseguido volver a ponerse en pie cuando le oyó aullar:
—¡Terisa! ¡Busca ayuda!
Pero ella le miraba a él, le miraba con todo lo que quedaba de sus sentidos, deseando gritarle en una muda desesperación, cuando el Adepto Havelock apareció al lado del Apr y alzó un rayo de luz contra los insectos asaltantes.
Al parecer, el viejo Imagero loco había estado aguardando en el salón sólo con aquel propósito. Los reflejos de sus ojos bailaban alocadamente, pero sus movimientos no traicionaban nada del errático frenesí, la histeria de intenciones, que había visto en el pasado: eran hábiles y seguros, casi tranquilos.
Una mano sujetó a Geraden por el cuello de sus ropas y tiró de él hacia atrás; la otra dirigió su rayo hacia las hormigueantes cucarachas.
Terisa estaba más allá de toda sorpresa, así que observó como si fuera algo normal que el arma del Adepto era la misma pequeña pieza de cristal que había utilizado la otra vez para iluminar su camino y salvar su vida. Ahora, sin embargo, el espejo brillaba de una forma mucho más ardiente: su luz era tan intensa como el fuego. Más poderosamente que el aceite ardiendo, prendió en los insectos. Ardieron en brillantes llamas y quedaron incinerados casi al instante, estallando como petardos mientras morían.
El torbellineante vapor negro llenó tan densamente el corredor que la iluminación de la linterna de Geraden quedó oscurecida. Sólo el fuego del Adepto Havelock era lo bastante brillante como para mostrarse a través de la repentina medianoche mientras su rayo barría el suelo y las cucarachas ardían a centenares.
En el último momento, Terisa recordó contener la respiración.
Durante lo que pareció un largo tiempo —una docena de latidos del corazón, dos docenas quizá—, la luz del Adepto se movió rápida y metódicamente sobre las piedras, convirtiendo la humedad en vapor hasta llevar la muerte al último de los insectos. Por supuesto, las criaturas simplificaron este proceso avanzando con automática determinación en dirección a Geraden. El Adepto Havelock no necesitó preocuparse de que alguna de ellas se escurriera más allá de él a lo largo de las paredes, o diera la vuelta y huyera. Sin embargo, fue cuidadoso, y así la limpieza del corredor tomó su tiempo. Terisa sintió que su mente se tambaleaba mientras pensaba si el Adepto tendría el suficiente sentido común —y Geraden la suficiente consciencia— como para retener el aliento.
Luego el vapor se volvió lo bastante denso como para bloquear incluso el rayo del Adepto Havelock. El aire empezó a escocerle en los ojos. Inclinó la frente hacia el suelo. El dolor de su hematoma contra la fría piedra le proporcionó un punto focal para su concentración, y se aferró a ella a fin de no respirar.
Inesperadamente, algo rozó su hombro.
Creyendo, presa del pánico, que había sido alcanzada por una de las cucarachas, se echó hacia un lado e inspiró profundamente para gritar.
El Adepto Havelock estaba junto a ella, vestido como de costumbre con su ajado sobretodo y su deshilachada casulla. Su luz iluminaba el techo, llenando el corredor.
Parecía un peligroso lunático. Sus ojos desenfocados sobresalían de sus órbitas; los pocos mechones de pelo que le quedaban asomaban alocadamente de su cráneo. Su carnosa sonrisa era alegre y lasciva. Tras los sucios y ralos pelos que poblaban sus mejillas, su piel parecía volverse púrpura.
Cuando ella empezó a toser, sin embargo, él dejó escapar su propio aliento con un estallido y empezó a respirar de nuevo. El aire le hizo toser también, y unas cuantas lágrimas asomaron a sus ojos; pero sus ojos volvieron a hundirse en sus órbitas casi de inmediato, y su piel perdió su intensidad púrpura.
—Veo —dijo roncamente— que el aire vuelve a ser tolerable. Fue muy amable por tu parte probarlo para mí.
Geraden apareció tambaleante en su radio de visión. Sus ojos estaban inyectados en sangre, y la dificultad de respirar se mostraba en su rostro. Sin embargo, estaba en pie. Tan pronto como vio que ella también había sobrevivido, gruñó:
—Artagel —y echó a correr, tosiendo, hacia su hermano.
—¿Artagel? —Aunque uno de los ojos de Havelock parecía extraviado, el otro se mostraba cuerdo y serio. Su nariz, tan fiera y ascética como el pico de un halcón, hacía que cada una de sus palabras adquiriera importancia—. ¿También se ha visto atrapado en esta trampa?
—Ahí atrás. —Un espasmo de náusea retorció las entrañas de Terisa. Después de eso, sin embargo, el dolor de sus pulmones disminuyó, y fue capaz de respirar más normalmente. Con un esfuerzo, se apoyó en el suelo con manos y rodillas, luego consiguió ponerse en pie—. Intentó salvarnos. Ese vapor lo alcanzó.
—¡Por los testículos de un macho cabrío! —restalló el Adepto. Se alejó de inmediato.
Luchando por no quedarse atrás, Terisa le siguió.
Lentamente, su equilibrio fue mejorando mientras se desvanecían los efectos del vapor. Casi se sentía firme de nuevo cuando ella y el Adepto Havelock alcanzaron a Geraden.
Éste no pareció darse cuenta de su presencia. Estaba sentado en el suelo, acunando la cabeza de Artagel entre sus brazos.
El rostro de Artagel estaba moteado por el esfuerzo y el dolor, y sus ojos miraban muy abiertos al cielo, como si se hubiera quedado ciego. Pero respiraba.
El alivio de Terisa fue tan agudo que sus ojos se llenaron de lágrimas.
El Adepto Havelock se inclinó hacia Geraden y le dio una fuerte palmada en el hombro.
—Ven conmigo, Geraden. Carga con él si es necesario. No me gusta permanecer tan cerca de ese punto de traslación. Quién sabe qué otras sorpresas tiene Vagel para nosotros. Os llevaré a un lugar más seguro.
Geraden abrazó más fuertemente a su hermano y no se movió. Terisa no estuvo segura de que hubiera oído al Adepto.
Como si estuviera haciendo una concesión, el viejo Imagero dijo:
—Tengo un poco de vino. Creo que le ayudará. —Luego perdió la paciencia—. ¡Horror y cojones, muchacho! ¡Si sois atacados de nuevo, es posible que no consiga salvaros!
Geraden siguió sin moverse. Pero Artagel agitó la cabeza en un gesto de asentimiento, como si comprendiera. Cuando Terisa sujetó su brazo e intentó ponerle en pie, él hizo un débil esfuerzo por colaborar.
Bruscamente, Geraden se frotó los ojos con el dorso de su mano. Luego ayudó a Terisa a alzar a su hermano sobre las piedras.
—Vamos —repitió Havelock. Echó a andar con paso brusco.
Sosteniendo a Artagel entre los dos, Terisa y Geraden le siguieron. Artagel era incapaz de andar, pero se apreciaba una mejoría en su respiración. Estaba empezando a sonar como si fuera a vivir de nuevo.
Terisa descubrió que estaba completamente desorientada: no tenía la menor idea de adonde los estaba llevando el Adepto Havelock. Tras una corta distancia, entraron en un corredor lateral que condujo de inmediato a una recia puerta de madera que parecía como la entrada a un almacén. De hecho, era la entrada a un almacén. El almacén, sin embargo, no parecía estar lleno más que de cajas vacías en diversos estadios de deterioro. El Adepto Havelock les ignoró mientras se dirigía hacia otra puerta oculta en un nicho al fondo de la estancia.
Esta puerta parecía bastante ordinaria desde fuera, pero dentro tenía los suficientes cerrojos y barras como para asegurar una mazmorra. Havelock la cerró detrás de Terisa, Geraden y Artagel, luego los condujo por un pasadizo que se abría casi inmediatamente a una habitación llena de un desorden de espejos.
—El Rey Joyse confiscó la mayor parte de éstos durante sus guerras —explicó el Adepto como sin darle importancia, mientras cruzaba la habitación hacia otro corredor—. Después de crear la Cofradía, devolvió unos cuantos de ellos a los Maestros. Pero conservó más que los que devolvió.
Aquella visión pareció sacar a Geraden de su aturdimiento, al menos por un momento. El Adepto Havelock tenía la única luz, sin embargo, y abandonó rápidamente la estancia. Terisa y Geraden le siguieron con Artagel.
Tras dos o tres revueltas y otros tantos cortos pasadizos y otra puerta, se hallaron de pronto en la amplia habitación cuadrada donde Terisa había escuchado al Maestro Quillón explicar la historia de la necesidad de Mordant.
El lugar no parecía haber sufrido el menor cambio: seguía amueblado y atestado como el estudio de un hombre que ha perdido la razón. Las lámparas colocadas en las paredes y en la columna central arrojaban torrentes de luz hacia las puertas que se alineaban en las paredes, dando acceso a los pasadizos secretos de Orison.
Quizá debido a que sufría los efectos de la reacción, Terisa se sintió asaltada por el extraño pensamiento de que el Adepto Havelock se parecía a una araña. Esta habitación era el centro de su tela; los pasadizos secretos eran sus hilos. Ahora, ella y Geraden y Artagel habían sido atrapados.
Se preguntó qué estaba complotando el Adepto.
Éste desapareció tras la columna. Mientras estaba fuera de la vista, Terisa y Geraden ayudaron a Artagel a sentarse en una de las sillas junto a la mesa con el tablero de brinco. La respiración de Artagel aún tenía un fuerte resonar tuberculoso que resultaba doloroso de oír, pero estaba ya lo bastante repuesto como para darse cuenta de lo que le rodeaba. Con un esfuerzo, dijo:
—¿Vive aquí?
—Así parece —respondió vagamente Terisa. Aún no estaba preparada para decirle a nadie que había estado allí antes.
—Me gustaría saber qué ha estado haciendo con todos esos espejos —murmuró Geraden. El miedo y la tensión y el desconcierto le daban una expresión febril.
El Adepto Havelock regresó con un enorme frasco.
Finalmente, Terisa tuvo la oportunidad de observarle más de cerca. Daba una impresión de reprimido apresuramiento, como si estuviera intentando resistirse a la aceleración de algún proceso interno. Sus movimientos eran deliberados, tensamente controlados; pero sus ojos iban de lado a lado con un ritmo discernible, como los latidos de un corazón acelerados gradualmente por la adrenalina.
Tendió el frasco directamente a Artagel.
—Bébetelo todo. Te sabrá horrible. Puse un poco de bálsamo en él para sanar tu garganta. —Bruscamente, se dirigió a Geraden—: Asegúrate de que lo bebe todo. Si se recupera, hazle jugar al brinco contigo. —Señaló la vacía mesa con el tablero—. Necesitáis practicar. Yo deseo hablar con la dama.
Sin aguardar ninguna reacción, tomó a Terisa del brazo y la condujo a un aparte, en torno a la columna, hasta que ésta ya no pudo ver a Geraden y Artagel.
Cuando se detuvo, sin embargo, no habló. Sus ojos la miraban y se alejaban alternativamente, parpadeando… Su ritmo y el sabor residual del vapor negro hicieron que el estómago de Terisa se agitara. Una mueca crispó la sibarítica boca del Adepto, como si hubiera tornado el voto de no permitirse sonreír. Lentamente, alzó sus viejos y delgados brazos y los dobló sobre su pecho.
Desde detrás de la columna les llegó el sonido de violentas arcadas. El vino debía ser peor que terrible. Afortunadamente, el sonido cesó pronto.
Enfrentada a solas con el Adepto, Terisa sintió un fuerte deseo de volverse histérica. Eso hubiera resuelto un cierto número de problemas. Le hubiera dado una escapatoria a la alocada mirada del hombre. Le hubiera proporcionado un muy necesario descanso. La hubiera liberado de la responsabilidad de intentar imaginar lo que estaba ocurriendo. Pero él le había salvado la vida Había salvado a Geraden. Y, evidentemente, tenía algún tipo ciego propósito al traerla hasta allí. A cambio, ella debía hacer algún tipo de esfuerzo para situarse a la altura de las circunstancias.
Tragando fuertemente saliva para despejar su garganta, dijo:
—No estás realmente tan loco como la gente cree.
Como respuesta, él dejó oír el ladrido de una carcajada.
—Oh, sí lo estoy. Éste sólo es uno de mis momentos lúcidos. Quillón te dijo que tengo momentos lúcidos. Éste es uno de ellos.
Bruscamente, descruzó una mano manchada por la edad de encima de su pecho para apuntar en su dirección con un dedo índice como una lanza.
—Lo más importante —susurró intensamente— es: No me hagas ninguna pregunta. No lo hagas. Las cosas ya son bastante difíciles como son.
Recuperó de inmediato su actitud anterior y siguió mirándola en rápidas ráfagas, a un lado y a otro, con un elocuente ritmo de creciente presión, quizás incluso de violencia.
Terisa se dio cuenta de que tenía la boca abierta y la cerró. Al parecer, necesitaba que ella lo ayudara de alguna manera. Pero sin hacerle preguntas. ¿Deseaba que supusiera algo? ¿O importaba lo que ella dijera?
Quizá no importara nada. Cautelosamente, aventuró:
—No te he dado las gracias por salvarnos. No sé cómo el archi-Imagero o quien fuese consiguió desencadenar esa trampa contra nosotros. No puedo pensar en ninguna forma en que él supiera lo que íbamos a hacer. Pero, si tú no hubieras aparecido, nosotros… —Se estremeció, incapaz de completar su pensamiento.
Sin advertencia previa, el Adepto restalló:
—¡Vagel! —Sonó hoscamente furioso; sin embargo, su expresión mostraba gratitud—. Si tan sólo pudiera ponerle una mano encima, le arrancaría el corazón. Pero no es bueno para mí perder el control. —Fueran cuales fuesen las emociones que aparecían en su rostro o en su voz, no tenían ningún efecto en su postura o en los movimientos de sus ojos—. Eso fue sólo una coincidencia. El primer asomo de buena suerte que he tenido desde hace mucho tiempo. Había visto a esas criaturas antes…, sólo una vez, cuando estaba en una cábala de Imageros que montó el Gran Rey Festten en torno a Vagel en Carmag. Vi lo que hacen. Pero nunca vi realmente el cristal.
»Se nos dijo que eran como perros de caza. Si trasladas algo con el olor del hombre al que deseas perseguir a su mundo, esos insectos se vuelven locos. Pero, al parecer, no pueden ser trasladados directamente. Si lo hacen, olvidan el olor y simplemente atacan lo primero que encuentran. Así que tienes que proporcionarles cuerpos vivos para que les sirvan de anfitriones.
Mientras él hablaba, los bordes de la visión de Terisa se hicieron más confusos, como si estuviera a punto de desvanecerse.
—Se abren camino al interior de esos cuerpos, devorándolos y reproduciéndose en ellos, y entonces pueden ser trasladadas sin perder el olor.
—Eso es lo que le hubieran hecho a Geraden —murmuró débilmente ella. Se llevó una mano a la boca, luchando por retener sus náuseas.
—Y a cualquier otro que se hubiera cruzado en su camino —añadió el Adepto. Parecía irse calmando poco a poco—. Es por eso por lo que dije que fuimos afortunados. Si él no hubiera estado cerca del punto de traslación cuando esas criaturas cruzaron el espejo, hubieran tenido que buscarle. Hubiéramos tenido que luchar contra ellas en los salones públicos de Orison. Quién sabe cuánta gente hubiera resultado muerta.
Luchando por apartar de su mente la idea de Geraden como anfitrión de los monstruosos insectos, Terisa empezó a formular una pregunta. Afortunadamente, consiguió frenarse a tiempo para replantearla.
—Fue una gran cosa que tú estuvieras allí para rescatarnos —dijo.
Sintió un inesperado e imperioso deseo de decir también: Vi los jinetes de mi sueño en el augurio. Geraden cree que soy una Imagera.
—Dije que estoy loco —replicó el Adepto con cierta aspereza—. No dije que fuera un estúpido. —Luego, ante su sorpresa, sonrió, dejando al descubierto sus retorcidos y amarillentos dientes—. Es evidente que Vagel tiene planes para ese punto de traslación. Después de tomarse todas las molestias de crearlo, no es probable que lo deje sin utilizar. He estado observándolo, más o menos asiduamente, desde que tú le hablaste de él a Quillón…, el día después de que Gart lo cruzara y estuviera a punto de matarte.
No pudo evitarlo; estalló:
—¿Gart? ¿El Monomach del Gran…?
Inmediatamente, un espasmo de furia retorció el rostro del hombre. Cerró fuertemente los ojos. Como si no estuvieran bajo su control, sus manos se alzaron, convertidas en puños, y empezó a golpearse las sienes. Terisa vio que contenía el aliento.
—Lo siento —murmuró fervientemente, asustada sin saber por qué—. Lo siento. No pretendía decir eso. Sólo que no sabía que había sido Gart… —Dudó, guardó silencio.
Ferozmente, él inspiró muy profundo por la nariz y abrió los ojos.
—Por supuesto que era Gart. —Músculo tras músculo, como por un supremo acto de voluntad, recuperó el control. Su boca se crispó de nuevo en una mueca. Parecía estar otra vez al control de sí mismo—. La alianza entre Vagel y Festten aún subsiste. Cadwal te desea más muerta aún que Alend y ese traidor Príncipe. —El ritmo de sus ojos era más rápido, sin embargo, como el batir del tambor de su locura.
Intentó sonreír de nuevo…, esta vez sin conseguirlo. Sin transición, dijo:
—Probablemente te estarás preguntando por qué te traje aquí. Bien, no puedo decirte eso. Si yo mismo supiera la respuesta, probablemente no tendría sentido. Pero deseo decirte algo acerca del Rey Joyse.
Terisa engulló como pudo el cambio de tema y aguardó a que prosiguiera.
—Como sabes, las relaciones entre Imagería, augurio y destino son una cuestión filosófica interesante. —Su tono era pacífico ahora, pero sus ojos contradecían sus palabras. Su actitud trajo de nuevo la idea de una acechante araña—. Antes de que Joyse naciera, yo era lo que alguna gente llamaba el «Imagero preferido» del príncipe de Cadwal que gobernaba Orison y el Demesne. Era un tirano insignificante, pero imaginativo en sus crueldades, y mis esperanzas empezaban a desesperar. Así que intenté efectuar un augurio para el inminente nacimiento.
»Desgraciadamente, fui incapaz de modelar un cristal plano que mostrara la habitación donde debía nacer. Lo mejor que pude crear fue una Imagen de una colina justo en las afueras de Orison…, una colina —añadió como incidentalmente— que ahora está dentro del castillo. De hecho, forma los cimientos de la torre donde él tiene sus aposentos.
»Pero por aquel entonces —prosiguió—, el foco de mi espejo se negaba a ajustarse más allá de los establos donde nuestro príncipe nos permitía guardar nuestros sarnosos caballos.
»Por supuesto, hubiera podido aguardar hasta que naciera el niño y hubiera crecido lo suficiente para ir por sí mismo a los establos. Pero, como he dicho, estaba cada vez más desesperado. Así que, una negra noche, poco después de que hubiera nacido, robé al pequeño Joyse de su cuna y lo llevé a los establos, y corrí el riesgo de dejarlo allí a solas sobre un montón de paja mientras yo corría de vuelta a mi pequeño laborium para elaborar el augurio.
»Se enfrió y estuvo a punto de morir…, pero yo conseguí lo que deseaba.
Desde donde estaba, Havelock no pudo ver a Geraden y Artagel arrastrarse más allá del borde de la columna. Terisa les miró para tranquilizarse respecto al estado de Artagel…, y para intentar advertirles de que no interfirieran. Luego volvió su atención al Adepto.
—Fue un augurio notable, desacostumbradamente distinto en algunos aspectos, enloquecedoramente vago en otros. Por una parte, mostraba claramente a Joyse convirtiéndose en rey. Por la otra, probaba no tener casi nada que ver con el proceso por el cual se convertía realmente en Rey. No mostraba las batallas que realmente luchó, las victorias que realmente venció, las decisiones que realmente tomó. Así que no nos fue de ninguna ayuda a todo lo largo del camino. Lo mejor que nos proporcionó fue un ocasional atisbo de confirmación, cuando los resultados de algo que él hizo, como la creación de la Cofradía, encajaban inesperadamente con las Imágenes del augurio.
»Déjame darte un ejemplo —dijo blandamente, mientras el ritmo de su mirada se incrementaba—. Según mi augurio, se convertía en Rey ya viejo. En algún momento después de que un enorme e inexplicable agujero fuera desgarrado en uno de los costados de Orison.
Mientras Terisa miraba —y Geraden y Artagel luchaban por reprimir su sorpresa—, Havelock se permitió un rígido encogimiento de hombros. Terisa estaba segura de que el hombre estaba intentando decirle algo urgente, algo que ella no podía comprender.
—Por aquel entonces, la idea de que yo tendría que aguardar hasta que él fuera viejo me pareció deprimente…, así que casi no me molesté en ir a rescatarlo de los establos. Pero desde entonces he tenido mucho tiempo para preguntarme a mí mismo qué fue mal. ¿Falsifiqué mi augurio no permitiendo que sus condiciones se produjeran de forma natural? El mismo acto de lanzar un augurio, ¿cambia los acontecimientos reflejados en él? ¿O hay otras posibilidades? ¿Ha cambiado su propio destino el Rey Joyse siendo más fuerte, o más débil, de lo que hubiera sido si no se hubiera enfriado tanto aquella noche y hubiera estado a punto de morir?
»Todos nos sentiríamos mucho mejor si pudiéramos responder a ese tipo de preguntas.
Como si estuviera haciendo una pausa para convertirse por unos momentos en una persona completamente distinta, relajó su rígida postura y se rascó sin ninguna ceremonia. Cualquier dignidad y mando que poseyera se desvaneció al instante. Su sobretodo parecía lo bastante viejo y sucio como para tener piojos: quizá los picores fueran insoportables. Luego volvió a adoptar su tensa actitud.
—Te diré algo más que había en mi augurio. Si me prometes no contárselo nunca a nadie. Nunca nunca nunca. —Habló al ritmo de sus ojos—. Nunca nunca nunca. —La tensión de mantener su lucidez trajo sudor a su frente, pese a la frialdad de la estancia—. Sus hijas estaban en él.
»Por supuesto, entonces yo no sabía que eran sus hijas. Pero ahora resulta obvio.
Una astuta mirada hendió sus facciones.
—Nunca adivinarás lo que vi hacer a Myste.
Terisa tuvo que clavarse las uñas en sus palmas para mantenerse inmóvil. En los límites de su atención pudo ver la agitación de Geraden, pero no tenía tiempo para dedicarlo a él.
Con un visible esfuerzo, el Adepto Havelock devolvió su expresión a una profunda seriedad.
—Por supuesto que nunca lo adivinarás —restalló, como si ella acabara de decir algo insultante—. ¿Cómo podrías? Por eso voy a decírtelo.
»La vi —dijo sarcásticamente— con una figura que tenía un sorprendente parecido al campeón de Gilbur. Parecía como si le estuviera suplicando que no la matara.
Terisa debía ser mucho más fuerte, mucho más resistente, de lo que ella misma creía. ¿De qué otro modo podía sentir aquel pánico, después de todo lo que había pasado hasta entonces? Havelock sabía dónde había ido Myste. Quizás el Rey Joyse también lo supiera. Tal vez lo hubiera sabido desde un principio. Suplicando que no la matara. ¡Myste!
Aterida por el terror, preguntó:
—¿La mató? ¿Pasó por todo eso sólo para conseguir que la matara?
Pero era probable que el Adepto Havelock no la estuviera escuchando. Mientras jadeaba su pregunta, Geraden avanzó hacia ellos, exigiendo:
—¿Myste está con ese campeón? ¿Es por eso por lo que nadie la ha visto recientemente? ¿Sabe eso el Rey Joyse?
Con furia en su rostro, Havelock giró como si tuviera la intención de derribar a Geraden de un golpe. Al instante, sin embargo, su giro se convirtió en una pirueta, y trazó círculos sobre sí mismo, agitando los brazos como un viejo cuervo. Cuando se detuvo, pareció como si deseara lanzarle una andanada a Geraden; pero estaba riendo quedamente, y su voz era risueña.
—¿Sabes cuál es la diferencia entre un Apr y un Adepto?
Inmovilizado por el pesar, Geraden miró boquiabierto al loco Imagero.
Lúgubremente solemne, el Adepto Havelock alzó los dedos a sus gruesos labios y los agitó, emitiendo un sonido como de-de-de-de. Luego chasqueó apreciativamente la lengua ante su propio humor y se volvió hacia Terisa.
—¿Lo has captado? De-de-de-de. D-e. A-d-e-p-1-o. —Pero dejó de reír tan pronto como vio el desánimo en el rostro de ella—. ¡Mujeres! —bufó—. Quien fuera que inventó las mujeres, les dio tetas en vez de cerebro. ¡Por el venerable macho cabrío del archi-Imagero! No es extraño que Mordant se halle en este apuro.
Bruscamente, la garganta de Terisa se llenó de dolor. Era tan valioso…, y estaba tan perdido.
—Lo siento —murmuró ella—. Pobre hombre. Lo siento tanto.
Pero ninguna cantidad de pesar podía traer de vuelta su mente. La miró con ojos lascivos, hizo chasquear los labios y pronunció, con un tono de finalidad:
—Mierda de oveja.
Cuando Artagel se hubo recuperado lo suficiente, él y sus compañeros hallaron su camino de vuelta a los salones públicos de Orison.
—Será mejor contarle todo esto al Castellano Lebbick —dijo Geraden lúgubremente, mientras andaban—. Necesita saber dónde está ese punto de traslación. Y, si hay alguna posibilidad de que Myste esté viva, necesitaba saber que se halla con el campeón. O que se hallará tan pronto como lo encuentre. Probablemente ya sea demasiado tarde, pero los hombres que lo persiguen deben ser advertidos de buscarla también a ella.
Artagel asintió con la cabeza y se fue. Aún se movía rígidamente, como si sus pulmones estuvieran resentidos, pero todo lo que necesitaba ahora era descansar.
La perspectiva de quedarse sola hizo que a Terisa se le pusiera la piel de gallina, así que le pidió a Geraden que le hiciera compañía en sus aposentos. Una innata consideración pareció advertir al Apr de que debía eludir ciertos temas: deliberadamente casual, pasó parte de la tarde charlando acerca de su familia, proporcionándole breves descripciones de sus hermanos y su vida en el Care de Domne. Relajada por su gentil charla y sus afectuosos recuerdos, Terisa empezó a sentirse lo bastante restablecida como para considerar las implicaciones de los acontecimientos del día.
Desgraciadamente, Geraden fue llamado en aquel momento: uno de los Aprs más jóvenes lo encontró y le recordó sus olvidadas tareas.
El resto de la tarde fue malo. Y la noche amenazaba con ser peor, hasta que Terisa descubrió —ante su sorpresa y alivio— que estaba demasiado agotada para mantener los ojos abiertos. Agradecida por aquella pequeña bendición, se fue a la cama.
A la mañana siguiente, tras una noche llena de sueños de los que despertó como si hubiera estado gritando, Saddith entró con gran revuelo en su habitación y anunció alegremente que el Maestro Eremis había sido liberado.
—¿De veras? ¿Estás segura? —Terisa intentó ocultar sus emociones, pero su corazón latía alocadamente. El Maestro había dicho: Cuando esté libre, vendré a ti. Como por arte de magia, los acontecimientos del día anterior pasaron a ser menos importantes. No habrá parte de tu femineidad que yo no haya reclamado—. ¿Por qué lo liberaría el Castellano Lebbick?
El aspecto de Saddith era positivamente exultante.
—No sé toda la historia, mi dama. Al parecer, el Castellano está enseñando a sus hombres a mantener la boca cerrada. Pero se rumorea —bajó dramáticamente la voz— que Orison fue atacado ayer por la Imagería. El Maestro Eremis fue encerrado porque se creía que él era el responsable de tales cosas. —El recuerdo la hizo adoptar una actitud indignada—. Pero, por supuesto, él no pudo haber atacado Orison por medio de la Imagería mientras estaba encerrado en las mazmorras del Castellano. No se ha podido hallar ninguna prueba de que fuera culpable. —Rió quedamente—. Ni siquiera nuestro duro Castellano puede justificar la prisión de un hombre inocente.
Terisa hizo un esfuerzo consciente por no especular acerca del significado de la alegría de Saddith. Sus propias expectativas eran ya demasiado confusas: no deseaba complicarlas más con recuerdos de la forma en que Saddith había gemido y se había aferrado a él mientras el Maestro Eremis bombeaba dentro de ella. En su lugar, recordaba el contacto de los labios y la lengua del Imagero en sus pechos, la forma en que él le había dado instrucciones de traicionar a Geraden…, y aguardaba impacientemente a que la doncella se marchara.
Deseaba al Maestro…, y temía enfrentarse a él con su negativa a ponerse de su lado contra Geraden. Los deseos contrapuestos hacían que le doliera la cabeza. Tan pronto como Saddith cerró la puerta, se apresuró a darse un baño rápido e intenso, intentando prepararse. Pero luego se obligó a sí misma a ponerse el traje menos atractivo que encontró, como si deseara mostrarse lo menos hermosa posible. El Maestro Eremis. Geraden. Los anhelaba a ambos de dos formas distintas, y no tenía la menor idea de qué hacer ante aquella contradicción.
Pero el Maestro Eremis no se presentó.
Había pensado que iba a descubrir al fin quién era ella. Pero ninguno de los hombres que intentaban reclamarla le había dado una respuesta. Se había arriesgado a acompañar a Geraden hasta el punto de traslación de Vagel para nada más que para la sensación de un momentáneo y agudo frío…, una sensación que no había significado ninguna diferencia. Y, desde un principio, había sabido que el Maestro Eremis podía conseguir cualquier mujer que deseara.
Al parecer, no la deseaba a ella.
Quizá por esa razón —quizá simplemente porque ella no podía tenerlo—, descubrió que lo deseaba enormemente.