CAPÍTULO 23
Vivo, Sherringham seguía vivo. Era imposible.
Jane observó inevitablemente los ojos duros y desesperados de Sapphire Brougham. A su alrededor, la alcoba relucía, las paredes daban vueltas y el ruido ensordecía sus oídos.
De pronto, la corpulenta figura de Christian se cernió sobre ella. Se vio envuelta entre sus fuertes brazos, le acariciaba las muñecas.
—Jane, amor mío, ¿puedes oírme? Pon la cabeza entre las piernas.
—No… No pienso desmayarme. —Su voz temblorosa traicionaba sus palabras. Pero no podía desvanecerse. Tenía que enfrentarse a aquello. Pestañeó con fuerza para ahuyentar los puntitos que estallaban ante sus ojos.
Christian habló —o más bien rugió —a la madama:
—¿Qué prueba tenemos de que nos dice la verdad? Podría tratarse de una mentira para asustar a lady Sherringham.
—La prueba de sus ojos —espetó la señora Brougham.
Jane miró a Christian. Había tantas cosas que deseaba preguntar… Pero una simple mirada a su rostro bastó para acallar sus preguntas. Ojos atormentados. La mueca de su boca. La cuadratura de su mandíbula. Era la misma expresión que lucía cuando dos días antes se aproximó a ella en la pérgola de las rosas, después de que Radcliffe les hubiera interrogado.
La revelación de Sapphire no le había tomado por sorpresa. El… él lo sabía.
—¿Por qué?
Tanto Christian como la madama se volvieron hacia ella. Jane ni se había dado cuenta de que había hablado. Y siguió haciéndolo.
—¿Por qué la atacó? ¿Por qué tendría que fingir que había muerto?
—Como saben, asesinó a varias mujeres —dijo con frialdad Sapphire Brougham. —A dos mujeres que trabajaban para mí y a cuatro de las chicas de mi institución. Sus juegos carnales eran duros…, perdía el control. Le excitaba apretar el cuello de las mujeres y dejarlas sin aire mientras las penetraba.
Sapphire hizo una pausa para darle un sorbo al té y a Jane se le retorció el estómago.
—A veces, con la excitación —continuó Sapphire, —apretaba demasiado y les partía la tráquea…
—¡Cómo podía usted! —Jane estaba de pie, debía de haber saltado de la silla. Un sonido seco le detuvo el corazón. La silla había impactado contra la alfombra. —¿Cómo podía llevarle chicas y mantenerlas cautivas para él, sabiendo… sabiendo eso?
Christian la atrajo hacia él, protegiéndola con su cuerpo.
—Jane, no tienes por qué escuchar esto.
—Pero quiero hacerlo. Debo conocer los crímenes de mi marido.
Oía el respirar quejumbroso de Christian.
Sapphire le regaló una exagerada mirada lastimera, propia de un escenario de Drury Lane.
—Le tenía miedo, milady. Me amenazó con matarme si no le ayudaba. Pero empezó a temer por su propia seguridad, a aterrorizarse pensando que la verdad podía salir a la luz. Tal vez se mostrara más violento con usted. Tal vez, si reflexiona, recordará cómo cambió.
Jane se estremeció. No quería recordar.
—Lord Treyworth empezó a chantajearle y sabía que tenía que huir. Me convenció para que le ayudara a fingir su muerte para escapar a Italia. Tenía que olvidarse de su título, pero podría llevarse su fortuna.
El brazo de Christian se tensó. A Jane le temblaban las piernas y no cayó al suelo porque él la sujetaba con fuerza.
—¿Y por qué ha regresado, entonces? —Preguntó Christian. —¿Por qué la atacó, Sapphire?
—No sé por qué ha regresado. Pero lo ha hecho, y está decidido a asesinar a los únicos testigos de sus crímenes, a lord Treyworth y a mí. —La mirada de la señora Brougham transmitía esperanza, desesperación y necesidad. —Sé dónde está, milord. Puedo conducirle hasta él. Impida que me arresten, permítame abandonar Inglaterra, y le entregaré a lord Sherringham. Le colgarán por sus crímenes.
—Bajó la vista hacia Jane. —Y su esposa será libre.
Jane levantó el brazo izquierdo y se pellizcó el antebrazo con todas sus fuerzas.
—¿Jane? —dijo Christian con cautela. Tal vez temiera que toda aquella conmoción la llevara a la locura, al desesperado estado mental en el que había caído su madre por su marido.
Estaba a solas con él en un salón que no se utilizaba, unas puertas más allá de la que daba acceso a la habitación que alojaba a la señora Brougham. El mobiliario estaba cubierto con sábanas blancas, lo que le daba a la estancia un aspecto fantasmagórico.
—Quería ver si esto no era más que otra pesadilla —dijo Jane. —Pero no lo es. Es real.
Seguía casada. Según la ley, seguía perteneciendo a Sherringham y él tenía poder para hacerle lo que le apeteciera.
«¡Detente, Jane!», gritó mentalmente. Sherringham había cometido asesinatos. Le colgarían por sus crímenes si lo capturaban. Tenía que recordarse a sí misma que no tenía ningún tipo de poder sobre ella. No le permitiría que la empujase de nuevo a la pesadilla de su vida de casada.
—Háblame, Jane —le instó Christian. —No te lo guardes dentro. Suéltalo.
—Lo sabías, ¿verdad? Nada de todo esto ha sido una sorpresa para ti. No me lo contaste para protegerme, igual que hiciste con los crímenes de mí esposo.
—Sherringham no es tu esposo —dijo con voz ronca. —Jane, para ti tiene que seguir muerto.
—Legalmente…
Christian la atrajo hacia él para besarla, un beso apasionado que la puso de puntillas y acabó con el frío gélido que recorría sus venas. Pero se deshizo de él.
—No quiero que pienses que tienes que rescatarme porque estoy herida y soy débil. Quiero la verdad.
—Y te la daré. —Se mesó el pelo con sus largos dedos. —De haber tenido la seguridad de que estaba vivo, te lo habría dicho.
Pero Jane vio que apartaba rápidamente la vista. No, no lo habría hecho.
—Cuando me enteré de que había sido chantajeado por los asesinatos, empecé a atar cabos. Me habías contado lo del incendio, que estaba prácticamente en la bancarrota. Yo también me fui de Inglaterra, y eso me ayudó a comprender que podría habérsele ocurrido esa solución. Huntley confirmó que el cuerpo estaba… irreconocible, y me di cuenta de que podría tratarse de un cadáver comprado a los exhumadores. De modo que le pedí a Huntley que investigara. Pero no tenía nada concreto, te lo juro, Jane. Y no quería asustarte con mis especulaciones.
No podía culparle por ello. Pero tenía la sensación de que se había establecido una distancia entre ellos, mucho mayor que los escasos centímetros que separaban sus cuerpos. Era su matrimonio y Sherringham. El se había interpuesto entre ellos como una pared.
—En cuanto a protegerte, jamás dejaré de hacerlo, Jane. Pase lo que pase. Sherringham nunca volverá a tocarte. Si eso significa no perderte nunca de vista, lo haré para que estés segura.
Sería tan fácil mover afirmativamente la cabeza y aceptar su promesa… Lo deseaba tanto… Pero ¿y si no colgaban a Sherringham? Era un noble, tal vez lo encarcelaran o lo exiliaran. ¿Y si volvía a huir de Inglaterra? ¿Conseguiría obtener algún día el divorcio en aquellas circunstancias? De no ser así, jamás sería libre.
Se apartó de Christian, de su cuerpo fuerte y potente y de la promesa de protección que tanto ansiaba.
—No, Christian. Juré que no volvería a casarme nunca porque temía sentirme de nuevo atrapada. No pienso aprisionarte a mi lado, que tengas que protegerme de un fantasma que quizá nunca llegue a materializarse. Mereces encontrar el amor y la felicidad. No te ataré a mí cuando no tengo nada que ofrecerte.
Él le levantó la barbilla.
—Jane, pienso ir a por Sherringham y encontrarlo.
—¿Con Sapphire Brougham? ¡No irás a aceptar sus condiciones y concederle la libertad a cambio de Sherringham! No puedes hacerlo.
Pero, por su silencio, supo que lo haría. Después de acompañarla a aquella sala y dejarla bajo la vigilancia de dos criados, había vuelto a hablar con Sapphire Brougham. Era evidente que, fuera lo que fuese lo que habían hablado, estaba seguro de que Sapphire podía conducirlos hasta el marido de Jane.
—Odio a esa mujer —dijo. —Me preguntaba por qué habían mantenido prisionera a Del durante tanto tiempo, cuando lo que sabía suponía una amenaza para el Club de los Diablos y Sapphire Brougham. Al parecer, Treyworth confiaba en poder sacar a Del del manicomio y devolverla a casa. Me lo contó con una mirada gélida como un témpano de hielo y enseguida apartó la vista y dejó de mirarme a los ojos. Apretaba las manos y aunque no conseguí que lo reconociera, sospecho, por su reacción, que su plan era quitarse de encima a Del y decirle a Treyworth que había muerto. Probablemente pensaba decirle que Del había muerto por enfermedad o accidente.
—Entonces no has podido llegar a un trato con ella.
—He tenido que hacer tratos con el diablo en otras ocasiones.
Estaba dispuesto a permitir que la mujer que había planeado matar a su hermana escapara a cambio de la libertad de Jane.
—Podría estar mintiendo. Podría conducirte a una trampa.
—Soy consciente de ese riesgo, cariño.
—¡Es excesivo!
Pero él negó con la cabeza. Su sonrisa era deslumbrante y sus hoyuelos más profundos que nunca. Desprendía excitación, pero detrás de aquella pantalla Jane intuía una oscura resolución. El mayor Arbuthnot había dicho que era un loco. Pensaba atacar como un loco para rescatarla, porque la veía asustada y vulnerable.
—No permitiré que lo hagas.
—No podrás detenerme, Jane. Permíteme que te proteja.
La terraza estaba vacía. Su madre tenía razón en una cosa: el amor era una emoción que podía llegar incluso a dar miedo. Proporcionaba las mayores alegrías, pero también los más profundos temores.
Jane se obligó a sonreír cuando Del le cogió la mano y se la apretó con cariño. «Lo siento mucho, Del —susurró mentalmente. —Siento mucho que Christian se lance al peligro por mí».
No podía decirlo en voz alta. Ambas intentaban actuar como si todo fuera bien. Evidentemente, Del trataba de tranquilizarla y de darle fuerzas, igual que Jane había hecho con ella.
Hacía una hora que Christian había partido con la señora Brougham, Younger y cuatro de sus hombres y ellas llevaban todo ese tiempo sentadas en la sala de música. Junto a la puerta, dos criados montaban guardia y otros hombres patrullaban por el exterior de la casa. Jane se había sentido profundamente agradecida con Christian cuando se había enterado de que había enviado a más hombres a vigilar la casa de su tía Regina.
Un reloj marcó la hora y Del saltó en su asiento.
—Lo… lo siento —susurró, y se volvió hacia Jane. —Es una tontería fingir que no pasa nada, ¿verdad? Sé lo asustada que tienes que estar. Pero Christian saldrá de ésta. Ha sobrevivido a muchos peligros. Y estoy segura de que está decidido a regresar sano y salvo por ti.
—Y por ti —añadió Jane. —Siento mucho que ponga en riesgo su vida por mí…
—Calla. No había otra alternativa, Jane. Veo el brillo de sus ojos cuando te mira. De hecho, cuando éramos jóvenes, cuando su mirada se posaba en ti, siempre adquiría un resplandor especial.
—Porque pensaba en cómo burlarse de mí.
—Oh, era mucho más que eso, me parece. Pienso que siempre te ha tenido en gran estima. Simplemente no comprendía lo que era el amor. Sé que yo tampoco lo sabría, de no ser por Charlotte y por ti, mis amigas más queridas. Pero cuando Christian regrese, pretendo ayudarle a comprender exactamente lo que siente por ti.
—No, Del, por favor…, podrías estar equivocada. —Jane notó el calor provocado por el rubor en sus mejillas. Había rechazado su proposición matrimonial, después le había dicho que no iría con él a la India. Cuando hablaba de aquel país, había comprendido cuánto lo amaba. Quería regresar allí y ella no podía interponerse en su camino.
Le había rechazado dos veces. Y estaba segura de haber destruido con ello cualquier sentimiento que pudiera albergar hacia ella. Del se levantó y le tendió el brazo.
—Debes de estar agotada. Ven, te acompañaré a la cama.
Jane observó con sigilo a través de la estrecha abertura dejada por la puerta entreabierta y esperó a que Del entrara en su habitación. Acto seguido, salió al silencioso y oscuro pasillo.
Había muchas preguntas. ¿Había sido Sherringham quien había disparado contra ellos porque temía que pudiesen descubrir la verdad? Era evidente que no era él quien la había empujado contra aquel carruaje en Hyde Park. Le habría visto —o como mínimo, habría intuido su presencia —de haberlo tenido tan cerca. Aquello tuvo que ser un accidente.
¿Por qué el criado de Treyworth había visto un hombre de pelo oscuro salir corriendo de la casa? Sherringham tenía una abundante mata de pelo blanco.
¿Era verdad que Sapphire Brougham tenía miedo de Sherringham, o sería el dinero la razón por la que le proporcionaba chicas? Cuando él intentó asesinarla, tendría que haberse sentido furiosa además de aterrorizada. Sapphire creía tener poder sobre él y de pronto había descubierto que en realidad era tremendamente vulnerable…
—¿Por qué no se marcha? Wickham no puede ser suyo, sigue aún casada.
Jane se giró en redondo. Iluminada por un candelabro de pared, Mary la miraba con indignación. Su cabello dorado caía suelto sobre sus hombros y un camisón de seda de color marfil acentuaba las curvas de su bien torneada figura.
El odio contenido en aquellas palabras pilló a Jane por sorpresa.
—Me quedo aquí porque lord Wickham así lo quiere y porque lady Treyworth es mi amiga.
—¡Espera que se enamore de usted! —Exclamó Mary. —¡Hipócrita! Me dijo que tenía que aspirar a ser algo más que una cortesana. Ha dado esperanzas estúpidas a las demás chicas y por otro lado se ha convertido en la amante de su señoría.
—No son esperanzas estúpidas —empezó a decir Jane, pero se calló cuando un movimiento le llamó la atención. De las sombras del pasillo acababa de surgir una criada ataviada con un vestido de lana marrón oscuro. Saludó con una reverencia.
—¿Lady Sherringham? Una de las jóvenes damas pregunta por usted.
—¿Cuál? —Preguntó Mary. —Iré a verla.
Pero la criada negó con fuerza con la cabeza.
—No, señorita. La joven ha preguntado por su señoría.
Mary se hizo a un lado de mala gana y Jane comprendió que la chica aún se sentía más herida. Tendría que solucionar aquel asunto con Mary, pero ¿cómo conseguir que una joven se desenamorara? Ella no lo había logrado.
Corrió detrás de la criada, que se movía con rapidez, pero caminaban en dirección opuesta a las habitaciones de las chicas.
—¿No está acostada la joven?
—No, milady. Está abajo. Se encuentra en un estado terrible. La he encontrado llorando y gritando.
¿Una pesadilla? ¿Sería sonámbula? Las chicas también temían por la seguridad de Christian.
La criada abrió la puerta del despacho de Christian. Jane vio el escritorio donde estaban encerradas bajo llave las pistolas. Le dio la impresión de que habían transcurrido semanas, no días, desde que le había propuesto matrimonio en aquella estancia y ella había rechazado su oferta.
—¿Dónde está? —Jane miró a su alrededor. Pese a que la habitación estaba únicamente iluminada por la luz de la luna, veía que no había nadie.
—Fuera. —La mujer corrió hacia los ventanales. Por primera vez, Jane se dio cuenta de que en la estancia había unas puertas que conducían a la terraza.
Se estremeció al salir al exterior y notar el aire fresco.
—¿Por qué no la ha hecho entrar?
De pronto, Jane notó que tiraban de ella y tropezaba. Notó también una mano tapándole la boca. El grito consiguió salir, pero en el instante en que separó los labios, sintió entre ellos la presión de un trapo de olor asqueroso.
—Cállate —dijo la criada a sus espaldas, —o te disparo. —La mujer, alta y asombrosamente fuerte, la sujetó cruzando el brazo izquierdo sobre su pecho. Y al instante notó el frío cañón de una pistola en contacto con la sien.
—Sabía que no podíamos confiar en esta bruja —espetó la criada. El tono deferente del servicio se había esfumado y transformado en puro odio. —Al mínimo sonido, te volaré encantada la cabeza. Escapaste de aquel carruaje y de los disparos, pero nunca conseguirás escapar de una bala metida en tu cráneo a tan corta distancia.
Jane apenas podía respirar con el trapo en la boca. ¿Que aquella «criada» la había empujado en Hyde Park y había disparado contra ella y Christian? ¿Por qué?
—Tengo otra pistola y varios cuchillos —le alertó la mujer. —Estoy dispuesta a matar a cualquiera que se interponga en mi camino. Y sé que en esta casa hay varias jovencitas.
Jane consiguió retirar el trapo y dijo, jadeando:
—¿Quién… quién es usted?
Maldiciendo para sus adentros, la criada volvió a presionar el trapo.
—No tienes ni idea, ¿verdad? ¿No lo recuerdas? Me enterraste en una fosa común mientras enterrabas a tu querido marido en su mausoleo familiar.
No entendía nada. Y cuanto más respiraba a través de aquel trapo, más náuseas sentía.
—Maldita sea. No creo que con esto consiga hacerte perder el conocimiento. La verdad es que si puedes andar me serás más útil. Me ahorrarás tener que arrastrarte. Y en cuanto a quién soy, soy la mujer a quien de verdad ama tu marido, querida. Soy Fleur des Jardins.
¿Fleur? El cerebro de Jane se concentró en la más imposible de todas las posibilidades…
—¿Lo has entendido ya por fin, milady'? —preguntó Fleur en tono sarcástico. —Soy la amante de tu marido, la que creíste que había muerto a su lado cuando mi casa quedó destruida por aquel incendio.
Clavó la pistola en la cabeza de Jane y ésta sintió un dolor muy intenso.
Delante de ella estaba la pérgola de las rosas donde había jurado hacer justicia a las víctimas de Sherringham. Jane forzó la vista más allá, en dirección a los muros que bordeaban los terrenos de Wickham House. No veía a los centinelas… pero tenían que estar allí, ocultos por las sombras.
—¿Buscas quien te salve? —La ronca risa de Fleur era una burla hacia ella. —¿Esos imbéciles que creyeron que yo era una simple criada? Buscan a tu marido…, buscan un hombre. Me ha resultado fácil quitarme de encima al vigilante de la verja. Y ahora que te tengo a ti, ya no podrán detenerme.
¿Quitarse de encima? El miedo y las náuseas se mezclaban con el olor mareante que le inundaba la nariz. Intentó poner en orden sus ideas, pero tenía la cabeza completamente embotada.
Fleur la empujó para que echara a andar.
—No se te ocurra gritar, aunque estés dispuesta a sacrificarte. No he venido sola. En la casa hay otra mujer disfrazada de criada. Podría, sin ningún problema, hacerse con esas putas que tiene ahí lord Wickham. Si gritas, o si haces alguna señal de advertencia, les cortará el cuello. Si quieres volver a ver a Perverso, una última vez, mejor que mantengas la boca cerrada y vengas conmigo.
El cuerpo encogido yacía en las sombras cerca de la verja trasera. El corazón le retumbó en el pecho cuando vio la cara del hombre, pálida a pesar de la escasa luz. Las nubes ocultaban la luna y Fleur había esperado ese preciso momento para atravesar el césped. Jane intentaba mover los labios bajo el trapo que Fleur le había atado pero no conseguía aflojarlo. Ni podía tampoco con el trapo con que le había sujetado las manos, por mucho que intentara mover las muñecas. Fleur la había cubierto con un abrigo negro que le ocultaba el pelo y el vestido, y había utilizado otro para ella.
Fleur la arrastró y pasaron junto al cuerpo.
¿Estaría muerto? Dios, ¿habría muerto alguien por su culpa?
¿Qué le habría sucedido a Christian? ¿Querría dar a entender Fleur que lo había capturado? ¿Y qué aunque estuviera muerto tendría la posibilidad de verlo una última vez?
—¡Alto! ¡Deténganse o disparo!
A Jane le dio un vuelco el corazón al oír aquel potente grito masculino. Intentó liberarse de Fleur para correr hacia el hombre. Pero Fleur la empujó contra la verja de madera. Al golpearse con ella, se abrió. El impacto la dejó sin aire y cayó hacia delante.
Detrás de ellas estalló un disparo. La cabeza le retumbó de dolor.
Después oyó el sonido de la madera haciéndose añicos y cayó sobre ella, una lluvia de fragmentos y astillas. Había caído de rodillas en la tierra del camino de la parte posterior del jardín. No le habían dado: el dolor era el resultado del impacto de la pistola de Fleur que le apuntaba a la cabeza. La bala disparada por el centinela de Christian había impactado en la verja del jardín.
—Levántate —le ordenó Fleur. —Deprisa. O el siguiente disparo será el que te atraviese el cráneo.
En el estrecho camino se vislumbraba una sombra oscura. Un carruaje, de color negro. La puerta se abrió ante los ojos de Jane. Asomó un hombre y ella se echó hacia atrás horrorizada. No tenía cara. En el lugar donde debería estar su rostro sólo había un agujero negro…
—Date prisa —vociferó el hombre. —Vienen detrás.
—Lo sé —gritó Fleur.
La pistola se le clavó entonces en las costillas. Fleur la agarró por el hombro y la obligó a entrar en el carruaje. El empujón la proyectó contra el hombre. En aquel instante apareció la luz de la luna y le iluminó la cara. Llevaba una máscara negra. Tiró de ella y Jane cayó al suelo del carruaje. El hombre se recostó en el asiento, tembloroso y respirando con dificultad. Jane podía oír esa respiración agitada a través del orificio de la boca de la máscara.
Fleur subió a continuación. Después de un débil crujido y el grito del cochero, el carruaje se puso en marcha. El repentino tirón hizo rodar a Jane por el suelo. Los caballos echaron a correr como locos y el carruaje empezó a balancearse sobre unas ruedas que esquivaban el bordillo del camino. A sus espaldas sonaron dos explosiones más.
El carruaje viró repentinamente hacia la izquierda y las ruedas traquetearon frenéticamente: habían llegado a la calle. Bajaban por ella a toda velocidad, como unos salvajes.
Jane gritó cuando Fleur tiró de ella para sentarla. El hombre enmascarado estaba frente a ellas, encarado en la dirección de su precipitado viaje. Jane tragó saliva al ver que le apuntaba al corazón con una pistola.
—Jane.
Conocía aquella cultivada voz de bajo. La conocía rabiosa y vociferante. La conocía cargada de cólera fría y deliberada.
Gritó infructuosamente a pesar del trapo. «No te desmayes». El hombre se despojó de la máscara.
—No has cambiado un ápice —dijo y una sonrisa iluminó su cara. —En todo caso, eres más encantadora de lo que recordaba.
Su amante, que seguía pistola en mano, sofocó un grito de rabia.
—Sujétala —le dijo Sherringham a Fleur. —Quiero besar a mi encantadora esposa. Llevamos mucho tiempo separados.
—Esto no me gusta, milord. Salta a la vista que es una trampa.
Al notar la tensión de la advertencia de Younger, Christian miró por la ventanilla de su carruaje y vio el cartel de la Posada del Elefante y el Grajo. Una joven vestida con mal gusto acosaba a todo caballero que pasara por delante. Entre el gentío destacaban bastantes sombreros de copa y niños andrajosos, que se entremezclaban con los caballeros a la espera del momento oportuno para hacerse con la bolsa de alguno de ellos.
Christian reconoció que tenía razón. Pero había lugares menos públicos donde llevarlos, si lo que en realidad pretendía la señora Brougham era tenderles una trampa.
Sentada a su lado, la señora Brougham se inclinó hacia él. Y lo rozó deliberadamente.
Creía que podía manipularlo. Sin duda, llevaba tanto tiempo haciéndolo, que no conocía otra manera de comportarse. Pensó en Jane, que había pasado un infierno en manos de un hombre y quería rescatar a los demás, no utilizarlos.
—No es ninguna trampa, milord —insistió Sapphire.
Le había confesado a Christian que sabía que Sherringham quería regresar a Inglaterra. Había accedido a ayudar a Sherringham, a cambio de dinero, y después se había enterado de que lo que quería era asesinarla. Sherringham tenía pensado matar a Treyworth y a la señora Brougham y reclamar luego su título y sus propiedades. Reclamar su antigua vida.
Dubitativo, Christian estudió la sórdida posada.
—¿Por qué tendría que venir aquí?
—Para estar seguro de que nadie lo reconociera —respondió Sapphire. —Su plan era cometer los asesinatos y luego marcharse a Francia. Y regresar transcurridas unas semanas, fingiendo haber estado en el continente todo este tiempo. ¿Quién iba a sospechar de un hombre que ni siquiera estaba en el país? Si cree que no estoy muerta, estará preparándose para partir…, para huir y no volver nunca más.
Estaba dando libremente la información. ¿Desesperada para evitar la horca? ¿O tomándole el pelo?
—La dejo con Roydon, Sapphire. —Christian hizo un ademán hacia el hombre sentado a su lado. —Tiene instrucciones de llevarla a Bow Street si hay problemas.
—Al infierno —añadió Younger, rascándose una cicatriz que atravesaba su bronceada mejilla. —Le he dicho que retuerza su maldito pescuezo si me dan una paliza por su culpa, bruja.
—No es ninguna trampa —gimoteó ella. —Quiero que cuelguen a Sherringham.
Christian saltó del carruaje a la sucia calzada adoquinada, la calle iluminada tan sólo por unas pocas farolas y algunas hogueras. Le asaltó al instante el hedor a excrementos de caballo y desperdicios humanos. Llevaba dos pistolas en el bolsillo, una navaja en la bota y otra escondida en la manga.
Entró en la posada con Younger y otros dos hombres armados pisándole los talones. En la taberna se oían gritos de borrachos y alegres risotadas. El propietario, un hombre robusto con doble mentón, corrió hacia la recepción.
Christian depositó en el mostrador unos cuantos soberanos.
—Soy lord Wickham.
El hombre fue todo oídos al instante y Christian le dio una descripción de Sherringham tal y como era ahora, trece meses después de su «muerte».
—Se referirá usted al señor Neville, milord. Está en la habitación número siete —dijo el posadero. —Pero esta noche ha salido.
—¿Dónde ha ido? ¿Se ha llevado con él sus pertenencias?
—No, milord. La dama se ocupó de eso esta mañana. Dijo que se iban de viaje e hizo bajar un baúl.
—¿La dama?
—¿Se referiría a Sapphire Brougham? —¿Cómo era esa dama?
—Es la señora Neville, milord. La esposa del caballero. Una dama amable, de pelo oscuro. ¿Quién era entonces?
—¿Sabe adónde iban de viaje?
Con los ojos abiertos como platos, el fornido hombre negó con la cabeza.
—No lo sé, milord.
Christian dejó caer los hombros. ¿Habría llegado demasiado tarde? ¿Habría regresado ya Sherringham al continente? ¿Sería posible localizarlo de haberlo hecho? Si Sherringham sabía que no había matado a Sapphire Brougham, era posible que no regresara jamás… y Jane nunca se consideraría libre.
Christian se alejó del mostrador y del sorprendido propietario para subir las combadas escaleras de dos en dos, en busca de la habitación número siete. Por si el posadero se equivocaba, o había mentido, preparó una pistola. La puerta estaba cerrada con llave y la abrió de un puntapié. La madera quedó hecha añicos. En el pasillo, se oyeron los gritos de una mujer.
Christian entró en la habitación precedido por el cañón de su pistola. Estaba vacía. Nada daba a entender que hubiera estado ocupada, sólo las sábanas desordenadas de la cama. El armario, vacío, tenía la puerta abierta.
Y entonces lo vio, apenas visible pero identificable en contraste con el blanco de la almohada. En el momento en que Younger entraba en la habitación, Christian cogió el papel doblado. Una nota, escrita por la mano de una mujer, aunque no se trataba de la escritura fluida de la señora Brougham.
W. Sé que tengo algo que deseas. Puedes encontrarlo en el teatro.
Jane. Ella era algo, o más bien alguien, que deseaba con cada latido de su corazón. Pero era imposible que Sherringham tuviera a Jane. Había dejado la casa bien vigilada y el marido de Jane no podía haber evitado a los centinelas. ¿O sí?
¿Era aquello una trampa para hacerle morder el anzuelo? ¿O estaría de verdad Jane en peligro?
—El teatro —murmuró en voz alta. ¿Drury Lane? No tenía sentido. Si querían tenderle una trampa, ¿por qué enviarlo a un teatro lleno de gente sin más instrucciones?
Regresaría a casa para comprobar que Jane estaba sana y salva.
El teatro. ¿Podría tratarse del teatro del club de Sapphire Brougham?