23. EL JUICIO:
UNA LLAMADA

Fig. 81 El Juicio (Tarot marsellés)

Voy a revelaros un misterio: no todos dormiremos, pero

todos seremos transformados en un instante, en un abrir y

cerrar de ojos, al último toque de la trompeta.

La trompeta sonará y los muertos resucitarán incorruptos y seremos

transformados. Pues es necesario que esta naturaleza

perecedera se vista de incorrupción y esta naturaleza

mortal se vista de inmortalidad.

I Corintios 15,51

En la vigésima carta, un gran ángel con una trompeta dorada aparece en el cielo mostrándonos una bandera que contiene una cruz de oro. Debajo de él hay tres figuras humanas desnudas, una de las cuales surge de la tumba (fig. 81). El título de esta carta, el Juicio, nos pone en contacto con la narración bíblica del Juicio Final cuando, al sonido de la trompeta de Miguel, los justos serán llamados a la vida celestial mientras que los condenados serán enviados al infierno por siempre jamás. Lo importante de esta resurrección no es, por supuesto, que los justos sean premiados con la inmortalidad en algún lugar del cielo, sino que despierten a una nueva vida «celestial» en la tierra. Psicológicamente hablando: serán llamados a una nueva dimensión de conocimiento, hasta aquí desconocida.

En el Juicio se representa este momento de resurrección espiritual de varias maneras. Aquí, por primera vez, una figura humana (la que surge de la tumba) se enfrenta a la fuente de iluminación. Este no era el caso en el Enamorado, en la Torre de la Destrucción, en la Estrella, la Luna o el Sol, donde la actividad en el plano arquetípico sucedía por encima y por detrás de las figuras terrenales; Ellos sentían los efectos, pero sólo indirectamente, a través del inconsciente. En el Juicio la figura central percibe y oye esa llamada conscientemente. La inmediatez de esa conexión está subrayada por el tamaño del ángel, por los rayos de su aureola que parecen casi perforar la tierra, así como por su enorme trompeta, cuyo sonido amenaza perforar los tímpanos de los que se encuentran abajo.

El sonido es una forma primitiva de comunicación mucho más directa y comprometedora que la iluminación, como podemos atestiguar por propia experiencia. Un perezoso dormilón puede dar media vuelta para no ver los rayos del sol y seguir con sus sueños, pero el persistente sonido de un despertador no puede ser fácilmente ignorado. En nuestros sueños, el sonido tiene un efecto electrificante, nos alcanza de una manera más visceral, sobrecogiéndonos más que una imagen. Oír algún sonido en algún sueño, sea música, el susurro de una palabra, un gong o un grito, es una experiencia inolvidable. ¿Qué ha sido eso? ¿Quién llama?, al instante nos sentimos movilizados a actuar; no podemos creer que fuera un sueño, sentimos que hemos sido interpelados por un poder del más allá.

La música, sea del tipo que sea, conecta el mundo interior y el exterior de una manera misteriosa. Puede impulsarnos a la acción o tranquilizar el corazón. Puede poner al espíritu desordenado en armonía con el universo o actuar como un invernadero, que puede animar a las plantas a crecer o marchitarlas.

Es, pues, significativo que en las dos narraciones bíblicas de la Creación el sonido tenga un papel tan importante. En el Génesis, Dios dijo: «Hágase la luz». Juan nos cuenta que en el principio era el Verbo. En ambos relatos el sonido de la palabra precede a la creación. Aparte de su significado, la palabra hablada es sonido; crea vibraciones a las que responde la totalidad de nuestra naturaleza. En el Juicio, el sonido de la trompeta de Miguel, así como los rayos de su aureola, han impregnado la tierra que se halla debajo de él y que reacciona levantando grandes olas ondulantes. Es como si la Madre Tierra, habiendo alumbrado la figura que surge de su vientre, rugiera todavía de modo convulsivo con otro parto por venir.

Erguidos a los lados de la tumba abierta, un hombre y una mujer reciben al recién aparecido, en una actitud de plegaria de acción de gracias. Dan la bienvenida a aquel que estaba muerto (enterrado en el inconsciente) de regreso a una nueva vida. Uno se da cuenta de que se trata de un pariente cercano de los dos. Ahora la trinidad terrestre está unida otra vez. La figura angélica completa el cuarteto uniendo el cielo y la tierra para formar una nueva realidad. Este tema se repite en la bandera con la cruz dorada, hacia la cual parece señalar el ángel de una manera significativa.

El motivo del descenso a la tumba y la posterior resurrección del «nacido dos veces» es familiar en la tradición judeocristiana así como en otras culturas. (Psicológicamente hablando: la muerte del viejo Adán y el nacimiento del nuevo.) En los misterios de Eleusis, por ejemplo, el enterramiento y la resurrección se realizaban simbólicamente. En el estadio final de la iniciación, el candidato era descendido a una cueva donde permanecía en un estado de animación suspendida, vigilado por un sacerdote y una sacerdotisa. Después de tres días, era despertado de su trance por un heraldo, para que surgiera renacido como un nuevo miembro de la sociedad. En nuestra serie del Tarot, el Juicio anuncia el comienzo de un nuevo orden, una nueva interacción entre el consciente y el inconsciente que se manifestará en la última carta: el Mundo.

La figura central de esta carta es, evidentemente, nuestro héroe. Cuando le vimos por última vez, él y su acompañante habían caído al suelo desde su inexpugnable torre, sacudida por un rayo de luz; en las tres cartas siguientes, la Estrella, la Luna y el Sol, desapareció de nuestra vista. Podemos imaginarlo en el barrizal de una depresión profunda. Ahora parece resurgir de su larga noche, para unirse a las dos figuras que esperan vigilantes al lado de su tumba.

Una reunión, sea del tipo que sea, siempre da lugar a un nuevo comienzo; nunca puede darse el restablecimiento de un status quo previo. Tanto si el trotamundos hizo un viaje al exterior como si lo hizo hacia el interior, regresa de él muy distinto de como se fue. Lo mismo ocurre con aquellos que dejó atrás. Todos han cambiado con el tiempo. Las vidas de aquellos que mantuvieron la fe padecerán futuros cambios con el contacto de aquel que partió en un viaje a reinos desconocidos. Eso está profusamente ilustrado en los relatos de personas que, clínicamente muertas, revivieron y cuyas visiones, de una realidad más amplia, añadieron dimensiones nuevas a las vidas de aquellos con quienes tuvieron contacto. Cuando alguien renace, todos los que le rodean despiertan a una nueva vida.

La vitalidad de la figura que emerge de la tumba es evidente. Está dibujado como un joven musculoso y sólido, cuyas carnes brillan de salud. Sin embargo, desde el punto de vista de la conciencia cotidiana, el que nos pareció «perdido» y «muerto» regresa renovado de cuerpo y de espíritu, revitalizado por su contacto con la tierra y por sus aventuras en las profundidades subterráneas.

Dado que hay cuatro figuras, es tentador explorarlas a la luz de las cuatro funciones de la psique que Jung llamó sensación, intuición, pensamiento y sentimiento. Me gustaría aventurar la hipótesis de que nuestro héroe (el hombre que surge de la tumba) se ha identificado con su función superior y que esta función era probablemente el pensamiento, ya que el aspecto de su sentimiento parece subdesarrollado. Me parece que este joven representa a la vez el ego consciente y la función pensamiento y los veo resurgir a ambos a una nueva vida, después de su largo sueño oculto. Antes de proseguir con el desarrollo de mi tesis, me parece oportuno recapitular sobre la teoría de Jung de las cuatro funciones.

Como se vio anteriormente, representan las cuatro formas características en que un ser humano percibe y se enfrenta con la realidad. La sensación (el testimonio de los cinco sentidos) y la intuición (información que procede de un sexto sentido) son las dos funciones a través de las cuales nos damos cuenta del mundo de las experiencias interiores y exteriores. Jung las llamó las funciones irracionales, pues nos aportan información que no tiene relación con la lógica por ejemplo: a pesar de que un experto mecánico confirme que mi máquina de escribir está en perfectas condiciones, mi función de la sensación me dice que una tecla queda todavía encallada. Quizá, también, a pesar de que el señor X acaba de aportar brillantes cartas de recomendación, mi intuición me dice que no es un hombre de fiar. No hay razón para ninguna de estas dos conclusiones, simplemente son así. Me resultaría difícil confirmarlas a través de la lógica.

Por el contrario, la información derivada del pensamiento y el sentimiento es racional. Estas son las dos funciones por las cuales razonamos acerca de los materiales que nos presentan la sensación y la intuición. Se clasifican como funciones racionales, pues les incumbe la discriminación racional. En el caso del pensamiento efectuamos evaluaciones basándonos en el pensamiento lógico, y en el caso del sentimiento, efectuamos elecciones de acuerdo con una jerarquía igualmente racional de valores sentimentales. Volviendo a utilizar el ejemplo de la máquina de escribir anteriormente citado, una persona de tipo «pensamiento» que se enfrentara a ese problema buscaría inmediatamente el taller de reparaciones más famoso de la ciudad y llevaría su máquina a reparar, dado que el primer mecánico falló en su intento, mientras que la persona del tipo «sentimiento» se inclinaría más bien por devolvérsela al mecánico anterior, dándole de este modo oportunidad de rectificar su fallo.

Según Jung, este tipo de decisión consciente del sentimiento no se debe confundir con la emoción inconsciente; por el contrario, se trata de una valoración muy precisa que se basa más en cómo puede uno sentirse frente a un hecho que en lo que uno pueda pensar de él. La conclusión alcanzada a través de la función racional, (contrariamente a las derivadas de la sensación y la intuición) pueden ser descritas y apoyadas de forma racional. Por ejemplo: ante la máquina de escribir estropeada, una persona «pensamiento» puede decir: «Considerando esto y esto y esto, llegué finalmente a la conclusión de que lo más lógico era buscar en el periódico el mejor anuncio de reparaciones»; la persona «sentimiento» dirá, por el contrario: «Sentía que debía darle otra oportunidad a aquel mecánico. Yo apreciaría que me dieran una nueva oportunidad para rectificar mis errores. No me sentiría en paz haciendo otra cosa».

Jung hizo otra observación concerniente a las funciones que es de gran importancia aquí y ahora: descubrió que las dos funciones racionales (pensamiento y sentimiento) se excluyen mutuamente, y lo mismo sucede con las dos irracionales (sensación e intuición). Cuando estamos ocupados pensando en algo, no podemos al mismo tiempo sentirlo; de la misma manera, si estamos concentrados en la observación de algo con nuestros sentidos, no podemos al mismo tiempo permanecer receptivos al mensaje que nos llega a través del sexto sentido. Sucede, pues, que si la función superior de uno es una de las funciones racionales, la inferior será necesariamente la racional opuesta, o bien que si la función superior es una de las irracionales, la función inferior será forzosamente la irracional restante.

Dado que tendemos a utilizar nuestra función superior muy a menudo, ésta mejora constantemente con la práctica, mientras que su función incompatible padece cada vez más a causa de la negligencia con que la consideramos. En algunos casos la función superior (ese brazo derecho de la personalidad) se hace tan fuerte y poderosa que parece dominar la totalidad del cuerpo psíquico. Como resultado, los otros tres miembros (especialmente los inferiores) se atrofian para el uso consciente. Pasados unos años de feliz asociación con la función superior, el ego puede resultar virtualmente identificado con ella.

Identificarse con la función superior es algo muy corriente. En nuestra cultura ello es cierto particularmente cuando la función superior es la del pensamiento. Hoy en día sobrevaloramos el pensamiento lógico (ignorando a menudo su función opuesta, el sentimiento). Como consecuencia, la persona «pensamiento» se ve inclinada a confiar totalmente en su pensamiento, dejando de lado sus sentimientos, así como otros aspectos de sí misma que quedan relativamente sin desarrollar. Desde muy temprano, la familia y los amigos califican a esta persona como «la que es muy buena en el colegio». Las labores concernientes al pensamiento le son confiadas automáticamente, dándole ánimos para seguir desarrollándolo a través de estudios especializados, como pueden ser la física o la filosofía. Esta persona, probablemente, acabará en una profesión o empleo que le exija un constante uso de su mente racional, quedándole pocas oportunidades para desarrollar sus otros talentos. Con el paso del tiempo, llegará a la mediana edad y será identificada por los demás (y, más importante aún, incluso por ella misma) como la «pensadora». Empezará a verse a sí misma como la persona cuya única misión en la vida es pensar. Frecuentemente encontramos al pensador en el cliché clásico del profesor despistado que puede resolver ecuaciones abstrusas pero no consigue recordar el cumpleaños de su esposa.

Si este profesor tiene éxito en su trabajo, la identificación con su ego puede prolongarse durante toda su vida. Con la ayuda de una función auxiliar, puede arreglárselas muy bien; su calma estoica se verá perturbada pocas veces por la sacudida de los sentimientos reprimidos, o por los malentendidos que han causado las ofensas derivadas de su falta de sensibilidad.

Algunas veces la torre de marfil de la lógica, en la cual se ha encerrado ese profesor, se ve alcanzada por un rayo del cielo y, como las figuras de la Torre del Tarot, él mismo se desprende de su aislada seguridad para quedar revolcado e indefenso en el barro. Habitualmente, el rayo iluminador aparece de modo inesperado, como un cambio en su vida exterior: es inexplicablemente relevado de un empleo que ha tenido durante muchos años; o bien su «feliz» matrimonio se va al traste con una nota en la almohada que dice: «querido Juan...» o bien él mismo cae de rodillas ante una rubia despampanante... Sea como sea que el destino le golpee, este profesor se encontrará indefenso, desgajado de la sólida estructura de su antigua vida e incapaz de ordenar sus pensamientos y su voluntad para emprender una nueva.

Si el golpe fue muy fuerte, permanecerá durante un largo tiempo en un estado de confusión y depresión; si no, con un poco de suerte y quizá con ayuda profesional, su forzado retiro de la vida activa dejará de ser un período de estancamiento para ser un entreacto de renovación creadora. Si su viaje a la profundidad es provechoso, el desposeído pensador volverá renacido a la vida. De ahora en adelante actuará no sólo con el pensamiento sino también con otros aspectos de sí mismo que ahora se muestran aptos para ser utilizados conscientemente. El pensamiento seguirá siendo su función superior pero también habrá quedado transformada, revitalizada por el contacto con la fuente original de la cual fluye toda creatividad. Entonces la personalidad de su ego y todas las funciones de la psique experimentarán el tipo de unión representado en el Juicio. Cuando esto suceda, lo que antes se había experimentado como una puñalada por la espalda o un rayo destructor, se verá ahora como un ángel admirable y glorioso.

La teoría de Jung sobre la tipología psicológica es tan compleja que dedicó libros enteros a este tema. Obviamente, lo resumido anteriormente no le hace justicia, pero puede servir como plataforma de partida para observar el Juicio. Si hemos de conectar a ese joven representado en la carta con una de las cuatro funciones, parece que debiera representar la función superior del héroe, aquella con la que estuvo más estrechamente asociado durante la vida. Por la forma en que se ha representado deducimos esta hipótesis: la figura que surge de la tumba no es un recién nacido sino un hombre crecido, ha sido resucitado, indicando con ello que estuvo vivo anteriormente y activo en el mundo exterior. Por la edad y la estatura, recuerda tanto al héroe que no podemos olvidarlo, lo cual nos indicaría cuán identificados están el uno con el otro. En una situación como ésta, es fácil comprender que, cuando la función superior ha quedado fuera de juego, el ego también ha sufrido un duro golpe.

Esto es lo que parece haberle sucedido al héroe. De hecho, el cuento del profesor distraído podría ser su propia historia, pues es evidente que, al igual que el profesor, nuestro héroe es un tipo en el que domina el pensamiento. Esto podemos observarlo en primer lugar en el Enamorado. Allí, enfrentado a la elección concerniente a un área del sentimiento, se encontraba totalmente desamparado y su pensamiento lógico no le servía para nada. Incapaz de llegar hasta sus sentimientos sumergidos, se encontraba paralizado, parecía tristemente inconsciente del ángel alado que se disponía a lanzarle los eróticos dardos para herirle por la espalda.

Por supuesto que no hace falta decir que una persona del tipo «pensamiento» se encuentra a menudo en esta situación, pero este joven amante parecía realmente no caer en la cuenta del Eros-inconsciente; podría incluso decirse que no era consciente de su existencia real. Casi todos nosotros, con un poco de suerte, alcanzamos a ver un poco de él antes de que nos hiera con su flecha. En cualquier caso, la tolerancia del héroe para este tipo de herida fue muy pequeña. Como ya vimos, no escogió a ninguna de las dos mujeres que reclamaban su atención; en lugar de eso, partió solo en un carro. Ahí pudimos verle rodeado de cuatro postes que sostenían el toldo por encima de su cabeza, galopando por encima de sus instintos, de la tierra y de toda la humanidad.

Este tema se repetirá más tarde en la Torre de la Destrucción. Aquí, su carro, relativamente móvil y frágil, se transformó en una fortificación de sólidos ladrillos, dentro de los cuales se había encerrado por encima de la naturaleza, aislándose de la vida. Para su seguridad, había adquirido una compañera hembra, pero ésta también era prisionera de esta construcción hecha por el hombre.

Sin duda alguna todos nosotros tenemos tendencia a identificarnos primero con nuestra función superior, pero si la prisión no es tan alta ni tan sólida, el rayo no tiene que ser tan violento ni la depresión tan profunda. La psique tiene un sistema de autorregulación. Constantemente deriva para corregir y equilibrar sus diversos aspectos. Si el desequilibrio es menos pronunciado, la fuerza necesaria para restablecerlo no ha de ser tan extraordinaria. Algunas veces, por ejemplo, la corrección necesaria no viene de un acontecimiento externo sino de la misma función superior, la cual, agotada por la constante utilización que hacemos de ella, simplemente abandona su papel negándonos su ayuda. Mi propia experiencia es un buen ejemplo de ello. Como mencioné antes, soy una persona intuitiva, con los sentimientos en segunda posición, y la sensación es mi función inferior. Después de algún análisis, yo era capaz de alcanzar mis sentimientos fácilmente e incluso llegué a tomar contacto con mi función pensamiento. Pero mi sensación, mi capacidad de percibir y unirme a la realidad a través de los cinco sentidos, seguía siendo inconsciente y subdesarrollada. Encontré la manera de tratar ampliamente con el mundo y con la gente a través del sexto sentido, mi intuición superior, asistida por los sentimientos.

Había estado organizando seminarios para adultos sobre literatura y humanidades, primero bajo los auspicios de una universidad y después por mi propia cuenta. Disfrutaba mucho con estos seminarios, y también mis alumnos. Nos habíamos embarcado en el estudio de un drama shakesperiano y monté una biblioteca importante sobre este tema, como preparación para lo que prometía ser una carrera con un sinfín de oportunidades e inspiraciones.

A primera vista, todo parecía transcurrir correctamente, estábamos finalizando nuestro estudio sobre El rey Lear y habíamos votado por seguir con La tempestad. Todos los asistentes a este grupo estaban ansiosos por continuar y algunos amigos de cursos anteriores habían solicitado su admisión. Fue entonces cuando, de repente, me desperté una mañana con un sentimiento pesaroso: «no puedo seguir con esto». Todo había acabado para mí. No era que el material se hubiera vuelto aburrido por la repetición, yo nunca había pensado en La Tempestad antes y estaba ilusionada con la nueva experiencia que tenía delante, pero no encontraba fuerzas para continuar. Simplemente mi libido había desaparecido, se había sumergido, llevándose consigo gran parte de mí misma pero, por suerte, no la totalidad de mi ego consciente. Podía seguir funcionando en el mundo, pero la alegría de vivir había desaparecido de mi vida.

Me sentía como un zombi que iba por la vida «esperando a Godot». De vez en cuando hacía un esfuerzo por comprometer mi perdida libido, interesándome por alguna empresa digna, sin ningún éxito. Una vez hice un intento fallido de estudiar las obras de Marcel Proust, quien había llamado brevemente mi atención, pero también esto se desvaneció en la nada. En otra ocasión decidí embarcarme en un curso de literatura para graduarme, pero desembarqué del programa al poco tiempo, pues el profesor me resultaba pedante y la materia sin ningún interés.

Un día, de repente, un amigo me entregó una baraja de cartas del Tarot que despertó mi imaginación con sus curiosas figuras; estos personajes del Tarot parecían «pertenecerme», pero no podía identificarlas de manera específica ni acercarme intelectualmente a ellas. Para hacerlo, hubiera tenido que utilizar mi función inferior, la sensación, para estudiar su realidad en detalle, y mi pensamiento para organizar este material. Dado que era una persona intuitiva, no estaba interesada en la realidad objetiva y los detalles me aburrían al máximo. Si mi intuición no podía conectar inmediatamente con algo, perdía su interés. Después de todo, yo trataba con imágenes y palabras; a mí me gustan las palabras, el sonido de las palabras, las imágenes evocadas por ellas, así como la reverberación del significado inherente a sus orígenes; ¡eso es lo que me gustó! Pero, ¿estas figuras mudas, representadas en las cartas? ¡no, gracias! Las apreciaba porque me las había entregado un amigo y mi intuición seguía diciéndome que existía una llave con la que acceder a su sentido, pero tenía que encontrarla.

Algunos años después, asistí a una conferencia donde se mencionó que Jung había dicho que el Tarot era la representación pictórica de los arquetipos. ¡Ahí estaba la clave! Después de esto, mi libido despertó y el sabor y la energía de la vida empezaron a fluir otra vez por nuevos canales. Mi intuición resurgió de la tumba, revitalizada en un cuerpo nuevo y saludable. Empecé a estudiar detalladamente los dibujos para encontrar su significado. Después conseguí la suficiente confianza en mí misma para empezar a impartir seminarios sobre este tema así como para disciplinar mi sensación y mi pensamiento para someterme a los estudios necesarios para escribir este libro.

La sensación sigue siendo mi función inferior. Por ejemplo: aunque he examinado el Juicio muchas veces, con muchos grupos diferentes, solamente hoy, al escribir este capítulo, me doy cuenta de que la tierra amarilla del fondo no es lisa y llana, sino que aparece movida por ondas convulsivas.

En la exposición anterior de la experiencia del héroe y de la mía propia, dimos un gran rodeo alrededor de la carta que tenemos delante (este tipo de vuelta o desvío es típica de las personas intuitivas, tenemos tendencia a usar la realidad presente como plataforma desde la que nos lanzamos a vuelos superiores, a otros mundos). Si sois psicólogos, o incluso si no lo sois, quizá no estéis de acuerdo con mi curiosa hipótesis sobre la identificación del héroe con su función superior, pero en lo que sí estaríamos de acuerdo todos es en que en la carta del Juicio experimenta un renacimiento. Un tal momento de liberación se experimenta siempre como una redención.

Cuando redimimos una prenda de la casa de empeños, recompramos algo que tenía valor y que nos había pertenecido, pero que habíamos depositado como prenda. La individuación es en el fondo un proceso redentor. Su intención no es crear algo totalmente nuevo, (algo que está más allá y es desconocido para nosotros mismos) sino que, más bien, es simplemente redimir y liberar los aspectos que nos pertenecían por derecho, pero que habíamos dejado como prendas en el inconsciente. En alemán, el verbo redimir, erlösen, quiere decir literalmente «dejar libre de atadura». La liberación de las fijaciones no supone la libertad de todos los cuidados y problemas; cada vez que redimimos algo, hemos de pagar un precio por ello.

A pesar de que nuestro héroe aparezca como redimido, su vida no ha de verse como llena de paz perpetua y de una armonía inacabable; él también tiene que pagar un precio. El aumento de su conocimiento le proporcionará inevitablemente un aumento de responsabilidad. Su largo juicio en la oscura profundidad acabó, pero ahora debe enfrentarse al desafío de una nueva luz.

Al final de un juicio se debe dictar una sentencia; esto marca el final de la actuación del defensor. Si la sentencia es favorable, se libera al prisionero; no queda libre para hacer lo que él quiera, sino libre de culpa. Aunque ahora sea capaz de moverse por el mundo como él elija, se dará cuenta de que su escala de prioridades ha cambiado durante el confinamiento. El aumento de conocimiento trae consigo no sólo una ampliación de las áreas de elección sino también una agudización del sentido de la responsabilidad.

Esto aparece claramente reflejado en el Juicio, donde aquél que es liberado de su confinamiento solitario no está ya solo; ahora tiene dos compañeros humanos, así como una presencia celestial cuyas necesidades y deseos deberá tomar en consideración. Si fallara en el contacto con estas nuevas obligaciones podría encontrarse de nuevo en la prisión. Ser redimido es un honor, significa ser sometido a una nueva vocación.

«Quien tiene una vocación, oye la voz del hombre interior; es llamado», dice Jung.115

La gravedad de este momento se muestra claramente en la atmósfera emotiva del Juicio. La pareja que está en pie al lado de la tumba no da la bienvenida a su compañero con hurras y alegrías; su actitud es más bien solemne y de oración. Sus rostros reflejan agradecimiento por este retorno feliz, pero también gravedad ante la entrada en un mundo de conocimiento más amplio. Miran hacia el joven, que es el centro para su familia, buscando en él una guía. Él, a su vez, mira al ángel. El héroe, que anteriormente había sobrevivido a todo lo que encontró en su camino, se halla ahora de pie en la tumba, buscando su guía en el cielo. Él, que anteriormente se consideraba un ser superior, escucha ahora la voz que le llama a servir al poder que hay por encima y más allá de él mismo.

Si es capaz de responder a la llamada de la trompeta, podrá avanzar hacia una vida que se abre ante él y que va más allá de todo lo que ha conocido o imaginado. Si se niega a hacer frente a este desafío, volverá a caer de nuevo en el calabozo, del que quizá nunca más saldrá. La gravedad de esta situación la ampliaba Jung en el pasaje siguiente:

«Cuando la libido abandona el mundo superior de la luz, sea por decisión del individuo o bien por una pérdida de energía vital, se hunde de nuevo en su propia profundidad, en la fuente de donde una vez surgió, volviendo al punto de escisión, al ombligo, a través del cual entró una vez en nuestro cuerpo. Este punto de escisión se llama «la madre», pues es de ella de quien nos llegó la fuente de la libido. Así pues, cuando hay una gran tarea que hacer, ante la cual el ser humano duda de su propia fuerza, el flujo de su libido se retrotrae a su fuente; y este es el momento peligroso, el momento de la decisión entre la destrucción y la nueva vida. Si la libido permanece prisionera en el asombroso mundo interior, el ser humano se convierte en una pura sombra en el mundo superior: no es mejor que un hombre muerto o que un enfermo grave. Pero si la libido tiene éxito en liberarse y, luchando, llega al mundo superior otra vez, entonces sucede el milagro, pues este descenso a los mundos inferiores ha rejuvenecido a la libido y, de su muerte aparente, despierta llena de ansias de éxito.»116

En el Juicio, un ángel aparece repentinamente desde no sabemos dónde para pronunciar una desafiante sentencia. El advenimiento de este mensajero es de dimensiones catastróficas y Jung lo describe de la siguiente manera:

«El nacimiento de este mensajero equivale a una situación excepcional, dado que una nueva y potente vida nace donde ya no quedaba fuerza ni vida, ni la más remota posibilidad de ella. Surge desde el inconsciente, de aquella parte de la psique que, querámoslo o no, nos es desconocida y por eso la tratamos de un modo irracional. De esta región desacreditada y rechazada nos llegará la nueva energía con la que podamos dar nuevo sentido a nuestra vida.»117

Con todo lo dicho hasta ahora sobre el Juicio, es fácil establecer la conexión entre esta carta y las dos que se encuentran por encima de ella en el eje vertical (el Enamorado y la Muerte). Podría decirse que se trata del tópico de la muerte y el renacimiento: Muerte del viejo ego y su resurrección en una forma nueva. Lo que esto significa principalmente es el sacrificio de una voluntad del ego y la aceptación de un poder que está más allá de uno mismo.

En el Enamorado, el joven héroe recibe su primera herida, pero la flecha de Eros era apenas un alfiler. Como vimos, consiguió coronarse a sí mismo rey y partir en solitario a conquistar el mundo. En la Muerte apareció una lesión más profunda para el ego, siendo sustituido éste por otro aspecto psíquico; de este ataque también salió intacto el héroe. Ahora ya no estaba solo, tenía ya consigo la contraparte femenina. Aparecieron por primera vez desnudos en la carta del diablo y rechazando su parte demoníaca luciferina. Vimos cómo escondían su rabo y sus pezuñas con la excusa de que «todo el mundo lo tiene», y lograron escapar del Diablo encarcelándose en la Torre.

Ahora por fin, en el Juicio, el héroe y sus dos compañeros se nos presentan desnudos, exponiéndose a la influencia mutua y a la de los poderes celestiales. Es como si los cuerpos destrozados con los que la Muerte había abonado la tierra, hubieran brotado de manera nueva y más humana. La figura angélica que aparece en el cielo también se ha humanizado. Aunque tiene cabellos de oro y un par de alas también doradas, su expresión muestra sentimientos más humanos y más intensos de lo que pudimos ver en las caras de las figuras celestiales que aparecieron en cartas anteriores y, significativamente, se comunica directamente con las figuras que tiene debajo.

El hecho de que las figuras del Juicio aparezcan más humanizadas y comunicándose entre sí marca un importante avance en el despertador psíquico del héroe. Nos promete que las cualidades de cada uno pueden llegar a completarse y consolidarse hasta llegar a formar un ser humano. La tierra también se hace eco de la promesa de un nuevo nacimiento. Quizá la tierra arcillosa en la cual fue enterrado el héroe renacerá también a una nueva vida mediante el fuego del ángel, y una nueva creación surgirá en la próxima y última carta: el Mundo.

Jung y el tarot. Un viaje arquetípico
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