8. EL PAPA:
EL ROSTRO VISIBLE DE DIOS

Fig. 33 El Papa (Tarot marsellés)

El alma del hombre es religiosa por

naturaleza.

Orígenes

Hasta aquí, todas las cartas estudiadas tenían solamente un personaje, una figura de poderes mágicos y de tamaño gigantesco. La carta número cinco (figura 33) nos muestra algo nuevo. Como sumándose al habitual carácter arquetípico (en este caso el Papa), aparecen por primera vez figuras de talla humana. Están representadas como dos hombres vestidos con hábito, arrodillados ante el Papa. El que está a la izquierda tiene el capelo cardenalicio y los dos llevan la tonsura sacerdotal, como aureolas en miniatura, proclamando así su dedicación al espíritu.

El Papa, entronizado como figura central, está enmarcado por los dos hombres arrodillados ante él y por dos columnas verticales detrás. Reitera su número, el cinco, número que simboliza la quintaesencia, esa cualidad preciosa e indestructible que sólo conoce el hombre, ya que trasciende los cuatro elementos de la tierra comunes al hombre y a los animales. Podemos ver al Papa, pues, como una encarnación externa de la búsqueda del hombre de una conexión superior, en su afán por encontrarle un sentido a la vida, lo cual sitúa al hombre por encima de los animales.

Mientras Freud vio esta tendencia religiosa como una mera sublimación de la libido sexual, Jung vio la necesidad del hombre de un significado trascendente, como un instinto sui generis de la psique humana, como una predisposición innata de la humanidad, una fuerza creativa más apremiante incluso que la necesidad de procreación. Al igual que el instinto sexual, la necesidad religiosa nos lleva a unir los opuestos. Como un símbolo de esta unificación, el Papa, con su barba y su vestidura, es andrógino, uniendo en su persona los dos elementos, el masculino y el femenino.

El Papa es una figura poderosa tanto en el mundo simbólico como en el mundo real. Igual que el Mago, conecta entre sí el mundo exterior con el interior, pero lo hace de una manera más consciente y silenciosa. Podría decirse que la función del Papa es hacer más accesible, al hombre, el mundo trascendental hasta ahora sólo alcanzado a través de la intuición. Se le ha llamado «el rostro visible de Dios» porque está dotado con el carisma del mismo Dios.

Como suele suceder con los poderes arquetípicos que mueven nuestro interior, tenemos que haberlos experimentado antes como existentes en nuestro mundo exterior. Todos nosotros hemos proyectado alguna vez hacia otros, las cualidades del Mago, de la Papisa, del Emperador y de la Emperatriz. Al experimentar estas cualidades como pertenecientes (a menudo por error) a personas conocidas, nos dimos cuenta finalmente de que nosotros mismos teníamos en potencia características similares. A medida que nos damos cuenta de nuestras potencialidades para bien o para mal, la cantidad exagerada de proyecciones con las cuales hemos vestido a nuestros amigos y enemigos van cayendo poco a poco. A medida que vamos madurando, los predicadores, maestros psicólogos y políticos conocidos dejan de llevar a cuestas estas características que nos pertenecen, impuestas por nosotros, ya que las recuperamos al darnos cuenta de que nos pertenecen. Finalmente, tanto ellos como nosotros asumimos proporciones más humanas.

Pero éste es un trabajo largo, tanto en el desarrollo histórico como en el nuestro propio. La consciencia humana (la humanidad en sí misma) es joven y débil. Necesitamos unas pantallas de proyección fuertes y de confianza para conseguir darnos cuenta de todas las fuerzas que operan en nuestra psique humana. El Papa aquí representado es un portador ideal de nuestra fe y nuestras aspiraciones. Comparándolo con las dos diminutas figuras que tiene delante, cobra un tamaño sobrehumano. Eso es correcto ya que, además, es el representante de Dios en la tierra. La palabra «papa» está relacionada con la latina pater y la actual papá. Así como el Emperador era el padre supremo en el gobierno de la comunidad seglar, el Papa es la figura suprema de la Iglesia, ya que gobierna a sus «hijos» en la comunidad religiosa.

Su nombre «pontífice» procede del latín pontifex, que significa «el que hace el puente». Es un puente entre el hombre y Dios. Conecta la experiencia codificada de la Iglesia (simbolizada por las columnas que vemos a su espalda) con la experiencia humana viva de las figuras que tiene delante. En áreas en las que todavía no han aprendido a escuchar la propia voz interior, o bien han perdido la conexión con ella, el Papa ofrece la sabiduría de un sistema de valores colectivos que pueden sostenerles y guiarles durante todo el camino.

En el mundo primitivo del Mago, la Papisa y la Emperatriz, la mujer y el hombre vivían en estrecha unión con su lado instintivo. Ellos actuaban no como individuos, sino más bien como los átomos que giran alrededor de un centro, viviendo cada uno en función del grupo, como las abejas de un panal. Antes del advenimiento del Emperador (quien marcó con énfasis los derechos y palabras que son la esencia de la civilización) las gentes sabían todavía cómo escuchar la voz de su inconsciente cuando les hablaba a través de sueños y visiones.

Con la llegada del Emperador esta participación mística entre los humanos y la naturaleza empezó a debilitarse. Fue necesario liberar toda la energía para limpiar bosques y construir un imperio. De la misma manera, en el paisaje interior empezaron a surgir islas de autoconocimiento entre la masa de la consciencia de la tribu. A través de obras y palabras, el hombre perdió poco a poco el contacto con su ser interior; cuanto más contacto perdía con la experiencia inmediata de su espíritu, más necesitaba el dogma y las enseñanzas que destilaba la experiencia mística de otros. Fue gradualmente, a través de los siglos, como se vio envuelto en una relación personal compleja inherente a una sociedad individualista y competitiva. El hombre sintió cada vez más la necesidad de una confesión individual y un consejo en materias de conciencia personal. Debido a estas necesidades surgió y creció la Iglesia con el Papa como titular a su cabeza. Como portador de la palabra de Dios, él es el árbitro final en todas las cuestiones morales; es también él quien puede determinar la autenticidad última de toda experiencia mística.

El Papa del Tarot nos muestra simbólicamente la finalidad de su dominio. Su mano derecha se alza en el signo tradicional de la bendición, revelado por sus dos dedos extendidos. Esto nos indica que los problemas morales concernientes al bien y al mal están bajo su dominio y pueden ser reconocidos abiertamente y combatidos. El pulgar y los dos dedos restantes que mantiene unidos pueden significar que la Trinidad es un misterio sagrado, no para examinarlo científicamente, sino para experimentarlo. El Papa guarda la llave de este misterio en la palma de su mano.

Como puente entre el dogma y la experiencia, entre el código y su aplicación práctica, el Papa interpreta la ley espiritual. Es él quien determina en problemas cruciales sobre el pecado o la santidad. Él protege a la Iglesia de su división en pequeñas sectas, ya que al mismo tiempo puede corregir la ley cuando sea necesario para intervenir en circunstancias personales si éstas le parecen excepcionales. Contrariamente a la Papisa, no sostiene ningún libro; él no consulta la ley: él es la ley. Como portador de la palabra de Dios, es infalible. Su poder es supremo sobre toda la humanidad. Incluso el Emperador debe arrodillarse ante él.

El Papa aquí representado tiene en su mano enguantada el emblema de su cargo, indicando quizá con esto que no es su mano humana la que está en posesión de la verdad y del poder supremo. Es una entidad sagrada y no es por tanto susceptible a las tentaciones de la carne mortal. En su guante está marcada la cruz llamada patée, una antigua forma de la cruz que nos indica la antigüedad de la Iglesia. Este guante es tan antiguo como la institución a la que sirve, ha sido llevado sin duda por varios Papas antes que éste y quizás aún lo llevarán muchos más antes de que desaparezca. Sobre la cabeza lleva la triple tiara, semejante a la que llevaba la Papisa, que se hace eco de la triple cruz de su cargo. Los tres brazos de la cruz de su báculo hacen más patente y reafirman el dominio del Papa en los tres reinos: espíritu, cuerpo y alma. Al llevar el báculo con la mano izquierda quiere mostrarnos que gobierna desde su corazón más que por la fuerza de su voluntad.

Los dos prelados aquí representados parecen casi gemelos. Cuando en nuestros sueños aparecen gemelos, una nueva cualidad o función está a punto de emerger a la consciencia, símbolo por excelencia del aspecto dual inherente a toda vida. Los dos sacerdotes de esta carta simbolizan la cantidad de impulsos gemelos que el hombre siente por su naturaleza religiosa y de los que está empezando a darse cuenta ahora. Algunos de ellos podrían ser los conflictos existentes entre el hecho exterior y el significado interior, con ambiguos impulsos hacia ambos: el bien y el mal, problemas referentes al poder público y la conciencia privada, y también las sutilezas de la relación individual, cosa de la que el Emperador y sus vasallos eran relativamente inconscientes.

Los dos personajes arrodillados nos dan la espalda, significando con ello que los opuestos de los cuales empezamos a darnos cuenta están aún en el inconsciente. No afrontan los conflictos directamente sino que parecen volverse hacia el Papa en busca de guía. Contrastando con la figura imponente del Pontífice, los sacerdotes nos parecen pequeños y débiles y se inclinan ante su autoridad. Van vestidos de la misma manera pero no tienen todavía una identidad propia. Al llamarlos «hermanos» indicamos que ellos actúan todavía como miembros de una gran familia, hijos de la Madre Iglesia, aunque empiezan ya a experimentarse como individuos con preguntas y problemas personales.

El Papa, con su barba patriarcal y su amplia capa, representa para estos dos hermanos el papel de padre y de madre, papel que la Madre Iglesia desarrolla para el crecimiento personal de cada uno de sus fieles ya que anuncia, preserva y defiende la ley general. En contraste con la Papisa, que se comunicaba con nosotros a través de la intuición y el sentimiento, el Papa organiza y verbaliza sus ideas, haciéndolas aparecer en un sistema racional. Así como el Emperador es una encarnación del Logos masculino, pero lo que le concierne es más interno que lo que concierne al Emperador, quien atendía más al bienestar psíquico y social de sus subordinados, mientras que el Papa atiende los problemas más interiores del mundo de la conciencia y de la responsabilidad.

Las diferencias existentes entre ambos, aparecen claramente indicadas en la manera en que cada una de estas figuras arquetípicas aparece en el Tarot. El Emperador parece mirar hacia horizontes lejanos y sus ojos abarcan la totalidad de su imperio; el Papa mira hacia los individuos que tiene delante, como concediéndoles una audiencia y comunicándose con ellos. Esta relación entre el arquetipo y el hombre marca un importante paso en el desarrollo de la conciencia humana. Es en este punto donde surge el hombre como una entidad separada y empieza a experimentar su condición humana en relación con los poderes del más allá. Por eso las figuras arquetípicas de esta serie del Tarot están ocupando la totalidad del espacio; así muestran su predominio.

En nuestra infancia, así como en la infancia de la conciencia humana, las potencias simbolizadas por el Mago, la Papisa, la Emperatriz y el Emperador controlaban nuestras vidas sin posibilidad de duda. Su magia parecía tan poderosa que nuestra débil conciencia no podía hacerle frente. De hecho, el ego humano era tan infantil que carecía de forma. Como muestran las cuatro primeras cartas del Tarot, la conciencia del ego no tenía parte todavía en dichas figuras, y mucho menos voz ni voto. En la carta del Papa es donde por primera vez la humanidad se enfrenta al arquetipo y se establece un diálogo entre la conciencia y las potencias instintivas de la psique. Para que se vea con más claridad, las figuras arrodilladas aún no tienen fuerza para ponerse en pie ante el poder supra-personal, pero sí le han presentado ya sus preguntas y problemas.

El Papa, aunque entronizado, como merece su estatura divina, es también humano y existe en la realidad terrestre. Como Cristo, el Papa tiene un origen doble: es el representante de Dios pero también una persona humana, significando esto que, aunque su persona pertenezca al tiempo, su esencia es inmortal. El Papa individual representado aquí morirá, pero, mientras la Iglesia dure, el Papa tendrá siempre un sucesor.

En otras palabras, el Papa comparte el arquetipo del Salvador del cual Cristo es la imagen en nuestra cultura. Como Cristo, el Papa propone problemas morales, aguzando la mente del hombre en el área de su conciencia. También, como Salvador, absuelve al hombre de la culpa inherente a la condición humana por la búsqueda del conocimiento del bien y del mal (aquel antiguo pecado que es «original» solamente para el hombre).

Desde el punto de vista psicológico, el Papa del Tarot es también un salvador, ya que, según Jung, el tipo de confrontación que representa es la salvación de la conciencia humana. Si no fuera por el continuo diálogo entre el ego y el arquetipo, el hombre no sería capaz de desprender su identidad del vientre arquetípico y liberarse, de esta manera, de los ciegos poderes de sus instintos. Señala también Jung que, sin este tipo de interacción entre el ser humano y lo trascendente ninguno de los dos, ni la conciencia humana ni el espíritu mismo, podrían evolucionar y madurar.

En su libro La respuesta a Job,29 Jung utiliza el encuentro bíblico entre Job y Jehová como paradigma de este tipo de encuentro entre el hombre y el arquetipo. Jung nos muestra en el curso de este encuentro que se produce un cambio en ambas figuras: Job llega a darse cuenta y a aceptar la naturaleza todopoderosa y ambivalente de su Dios, y Jehová, por su parte, se da cuenta de lo cuestionable de su relación con Satán. Hablando simbólicamente, pues, las dos entidades (Job-humanidad) y su imagen del Espíritu Omnipotente (Jehová) evolucionan y crecen como producto de este diálogo interno. A pesar de que la humilde obediencia de los dos sacerdotes representados en la carta cinco está lejos de ser el astuto interrogatorio que Job le plantea a Jehová, sin embargo, es un principio. Los sacerdotes solicitaron a la figura arquetípica una audiencia; les ha sido concedida. El Papa está deseoso de escuchar sus preguntas y comunicarse con ellos.

No todos los diálogos entre humanos y arquetipo, sin embargo, son tan pacíficos y serenos como muestra esta carta. Aquí el Papa comunica, pero puede igualmente excomulgar. La mano alzada aquí en bendición también puede significar, según y cómo, maldición. En la figura 34 se puede ver la imagen creada por la sombra de esta mano: sugiere la cabeza de Baphomet, el demonio. Existe una antigua superstición que dice que si la sombra de la mano del Papa mientras bendice cayera sobre alguien, se convertiría en maldición. Todavía hoy, cuando las gentes que creen esto acuden a ceremonias papales, evitan colocarse en los lugares donde esta sombra pudiera caer sobre ellos.

Psicológicamente hablando, todas las figuras arquetípicas que hemos estudiado hasta ahora, al ser grandes y poderosas, proyectan sombras según su tamaño. La sombra de la autoridad religiosa puede ser demoníaca, como ya ha mostrado la historia: los dogmatismos y los fanatismos son sus manifestaciones más evidentes.

Cada vez que el ego se identifica con una figura arquetípica emana una fuerza que es a la vez fascinante y atractiva, pero es al mismo tiempo terrorífica y repulsiva. Dado que este tipo de poder es sobrehumano, es muy difícil explicarlo de modo humano. Esto es especialmente válido en la carta del Ermitaño, cuyo aspecto público vemos en la figura del Papa y cuyo aspecto más íntimo aparecerá representado en la carta número nueve, a la que también se la llama el «Viejo Hombre Sabio». Cada una de estas figuras parece imbuida de un carisma especial, ya que cada una de ellas parece hablar con la voz de Dios.

Algunas veces la gente, atraída por la intensidad apasionada de este arquetipo, se adhiere a causas decididamente religiosas o filosóficas, pero si esta energía no encuentra acogida adecuada en una religión o filosofía reconocida, algunos individuos atrapados por el Viejo Hombre Sabio desvían su pasión hacia otras causas, como el vegetarianismo, la ecología, el naturismo o bien hacia terapias de grupo. Imbuidos por el poder gigantesco de esta fuerza arquetípica, los seres humanos, que otras veces parecen tan normales, acosarán a la gente por la calle para tratar de convencerles de que deben buscar a Dios por encima de todas las cosas. Quizá incluso su vecino, que antaño parecía tímido y retraído, puede, movido por este arquetipo, llegar a abochornarnos en una reunión social exponiendo de forma molesta y agotadora los méritos de Freud, Jung o la macrobiótica.

Fig. 34 El signo de la Excomunión

El Papa es una figura del Logos y como tal simboliza el «animus», nombre que Jung da al principio masculino inconsciente tal como aparece en la psique femenina. El «animus» puede aparecer bajo diversas formas, algunas de las cuales están representadas en el Tarot. En el estudio que Emma Jung llamó Animus und Anima describe cuatro estados en la evolución del Logos, tal como aparecen externamente en la cultura e internamente en el inconsciente de la mujer. Según dice, el primer estadio está encarnado por la idea del poder dirigido y en el Tarot lo representa el Mago. En el segundo estadio, la acción está personificada en el caballero y aparecerá en la carta siete como el joven rey de El Carro. Al tercer estadio del desarrollo del «animus», Emma Jung lo llama la palabra, y está personificado en el Tarot por el Emperador. El cuarto estadio, el significado, está representado por el Papa. En su estudio sobre el desarrollo del animus en la mujer, dice E. Jung:

«Así como hay hombres de extraordinario poder físico, hombres de acción, hombres de palabras y hombres de sabiduría, la imagen del animus de la mujer variará según el estadio de desarrollo en que se hallen sus dones naturales».30

Señala después que llegar a un acuerdo con el significado del animus es un problema específico de las mujeres de hoy en día.

«En primer lugar, suelen no encontrar satisfacción en la religión establecida, especialmente si es la protestante. La Iglesia, que hasta ahora y por un largo período de tiempo había colmado sus necesidades intelectuales y espirituales, ya no ofrece esta satisfacción. Anteriormente, el animus junto a los problemas que conlleva se transfería al más allá (para muchas mujeres, el Padre Todopoderoso recibía este aspecto sobrehumano y metafísico de la imagen del animus), y mientras la espiritualidad su pudiera expresar de manera convincente a través de las formas válidas de la religión, no había problema. Es ahora, cuando eso ya no es posible, cuando aparecen nuestros problemas.»

En el estudio que Emma Jung hace sobre la lucha que la mujer mantiene por la igualdad de derechos con el hombre, dice que: «no es un simple imitar al hombre como lo haría un mono de imitación, ni tampoco es una megalomanía». La necesidad de encontrar una expresión intelectual y espiritual es tan instintiva como necesaria, tanto para el hombre como para la mujer. Volviendo al animus de la mujer, dice, es el problema específico de la mujer de hoy en día ya que, a través del control de la natalidad y de la tecnología moderna, las energías que antaño se necesitaban para criar hijos y cuidar un hogar quedan por fin liberadas para iniciar el desarrollo espiritual... La autora continúa: «Ya no es la belleza de la manzana del Árbol de la Sabiduría ni la serpiente lo que nos tienta a que comamos y disfrutemos con ello, como a Eva en el Paraíso. No, ha sucedido otra cosa; se ha convertido para nosotros en ley y nos sentimos enfrentados a la necesidad de morder esa manzana y comerla (tanto si creemos que es bueno comerla como si no); nos sentimos enfrentados al hecho de que ha desaparecido ya aquel paraíso de naturalidad e inconsciencia en el que muchas de nosotras hubiéramos deseado permanecer demasiado alegremente».

Encontrar el significado parece ser una necesidad de nuestro tiempo, quizá más apremiante para la mujer, pero también es necesario para el hombre. Culturalmente nos encontramos en el cuarto escalón del desarrollo del Logos. No podemos esperar soluciones mágicas para nuestros problemas, como las ceremonias de curación ejecutadas por el hechicero de la tribu. La oportunidad de escapar a la confrontación espiritual, lanzándonos a la conquista de nuevas fronteras geográficas para agotar nuestras energías, pasó también. Las palabras estériles no calman ya nuestro apetito espiritual. Para muchos de nosotros el Papa, como cabeza de la Iglesia, no satisface ya nuestras necesidades, tenemos que encontrar de alguna manera dentro de nosotros mismos su contrapartida interna y comunicarnos con este arquetipo.

El número del Papa es el cinco; el significado simbólico de éste concuerda muy bien con todo lo dicho hasta ahora acerca de este personaje. Encarna los cuatro elementos comunes a todo lo creado y los sintetiza a través del espíritu, el Uno, cosa que es competencia exclusiva del hombre. El cinco es también el número de la humanidad, pues el hombre tiene cinco sentidos y cinco dedos tanto en las manos como en los pies. Este número cinco hace de puente entre el ser puramente físico del hombre y el misterio arquetípico de los números. En muchas sociedades primitivas sólo saben contar hasta cinco; en otras culturas, entre las cuales se cuenta la nuestra, cinco es un módulo que se utiliza mucho para contar. Este número tiene una cualidad mágica: cuando sacamos su cuadrado vuelve siempre sobre sí mismo. Por esta razón, los antiguos lo llamaron número esférico y pensaron que estaba conectado con el infinito.

Cinco es tres más dos: combina, pues, la Trinidad del espíritu con los dos opuestos de la experiencia humana. Como cuatro más uno encarna la quintaesencia, esa sustancia preciosa que está más allá de los cuatro elementos y de las cuatro funciones, de las cuatro direcciones y de todos los otros «cuatros» que sirven para definir la realidad terrestre. Se ha dicho que los cuatro primeros números representan los principios de la realidad, mientras que el número cinco alude a la Realidad Última. En este sentido podría simbolizar el nivel de la psique del hombre, ese substrato perdurable del cual surge todo lo demás.

Como todos los números impares, se considera un número masculino que lleva una valencia especial del espíritu. La razón para esta teoría es que al partir los números impares queda siempre una unidad libre, y ésta es el Uno del espíritu. Este Uno no puede recibir daño ni destruirse con la división.

El símbolo chino para el hombre es un pentagrama. El hombre como quintaesencia de la humanidad se dibuja como un pentagrama, con cuatro miembros que marcan cuatro vértices. Pentagrama es también una estrella de la revelación, la que condujo a los Reyes Magos hacia el establo. Es también la estrella de la síntesis universal; según su colocación puede significar orden o confusión: con una punta arriba representa al Salvador, con dos puntas arriba representa a Satán, la cabra con cuernos del Sabath. Con la cabeza invertida representa el desorden intelectual, la subversión y la locura. Como tal es un mal presagio que nos alerta ante la magia negra. El pentagrama con la punta arriba puede ser guía y protección para el hombre; los magos suelen dibujar esta estrella ante sus puertas para atraer las fuerzas positivas e impedir su dispersión, así como para ahuyentar a los malos espíritus.

Como hemos podido observar, el Papa encarna potenciales que pueden ser a la vez saludables y perjudiciales. En otro aspecto, el Papa es nuestra propia función interna, la que gobierna el bienestar espiritual, esa conciencia innata que nos dice cuándo hemos pecado contra el Espíritu y, como el Papa, esta voz interior es tan segura que es prácticamente infalible. Como sabemos todos, este Papa interior puede también proyectar una sombra maléfica y demoníaca. Cuando alguna vez esta voz, en principio bajita, se ponga a dar alaridos histéricos denunciando al mundo en general, y a nuestros amigos y prójimos en particular, debemos ponernos en guardia. Y si la luz es la adecuada, podremos ver su cornuda sombra dibujada en nuestra pared.

Jung y el tarot. Un viaje arquetípico
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