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¿Qué mejor descripción de nuestro presente dilema? El desgraciado «tema Watergate» de nuestra reciente historia no fue más que una pequeña escaramuza en un mar de confusión y corrupción en el cual el espíritu del hombre se ha visto inmerso por doquier. La ceremonia de la inocencia se ha visto ahogada y la anarquía anda suelta en la tierra. Como vio Yeats anteriormente, la debacle no es solamente algo concerniente al poder; esto era una cuestión superficial. Es el «centro» lo que ya no aguanta. Hay algo muerto y equivocado en el meollo de la vida. Estamos vacíos de significado.

Según Jung, la apremiante necesidad de encontrar un significado es el motor primario que hace nacer todos los aspectos de la psique, incluyendo la misma consciencia del ego. En contradicción con Freud, quien defendía que la necesidad de conciencia de la personalidad deriva de la libido sexual, Jung creía que el impulso que nos lleva hacia la búsqueda de significado existe al nacer como instinto en la psique humana. Sintió que el hombre es por naturaleza un animal religioso. Si aceptamos esta premisa, se hace cada vez más claro que la desvitalización presente de los símbolos religiosos convencionales, acompañado del resquebrajamiento de la estructura familiar, nos ha dejado a todos con un vacío insaciable en el centro mismo de nuestro ser. Aún gracias que no estemos rezando a falsos dioses y que nuestra «apasionada intensidad», sin uso, esté al servicio del diablo. Visto desde este punto, Watergate e incluso el fascismo son ambos alarmantemente comprensibles.

Hay una necesidad imperiosa en el hombre de sentirse apasionado por algo —encontrar sentido y propósito como parte de un gran designio que trasciende lo concerniente al puro ego—, dedicar las energías de su vida al servicio de una más alta autoridad. Como sabemos, empezamos nuestro viaje hacia la consciencia proyectando esta autoridad sobre figuras del exterior que pueblan nuestro alrededor (padre, presidente, rey, emperador, papa, cura, juez, gurú, etc.). En nuestra serie del Tarot, hasta ahora hemos acompañado al héroe mientras experimentaba algunas de estas figuras arquetípicas. Ahora, se enfrenta al Ermitaño. Si permanece abierto al mensaje del fraile, seguirá su ejemplo y empezará a descubrir y sentir su propia chispa interior, como hizo el Ermitaño. Si el héroe está dispuesto a observar y a escuchar, el Sabio Anciano le puede ayudar a encontrar una lámpara propia, pero si el héroe no está maduro todavía para el mensaje del Ermitaño, puede interpretarlo mal, de varios modos diferentes.

Como vimos en conexión con otras figuras del Tarot, una de las maneras de interpretar erróneamente el sentido de estos personajes arquetípicos es pensar en tal figura de manera literal y no simbólicamente. En el caso del Ermitaño, por ejemplo, el héroe podría dejarse crecer barba, vestirse con un sayal y sandalias y partir hacia tierras lejanas, en busca de un gurú en quien proyectar la sabiduría perfecta y la iluminación. Podría también encontrar un gurú ya dispuesto y a mano, quizá equipado ya con un grupo de seguidores atraídos por lo mismo y cuyas filas pasaría a engrosar.

En caso de que no encuentre a alguien en quien proyectar el Sabio Anciano, nuestro héroe puede poner en escena a su joven e inexperto sí-mismo. Si así fuera, el buscador podría iniciar un culto y atraer a sus propios seguidores o bien, aplastado por el peso del rol del arquetipo para el que no está de ninguna manera preparado, podría retirarse de la vida en absoluto. Podemos encontrarlo entonces, sentado en la plaza pública, con los ojos en blanco como una estatua; «petrificado», alejado de la humanidad y de la responsabilidad humana normal.

Identificarse con un arquetipo a cualquier edad puede tener consecuencias fatales. Puede uno engreírse, hincharse, fuera de la escala de las dimensiones humanas o ser aplastado por el peso de lo imposible; puede uno quedar reducido a un estado depresivo, como un vegetal. En ambos casos la personalidad humana queda tergiversada. El hecho cierto es que un personaje arquetípico es sobrehumano. Uno no puede jamás convertirse en una figura arquetípica. Cualquier intento en este sentido carece de esperanza y tiene elementos de tragedia. Pero cuando un joven reemplaza la capucha del feliz Loco por la del Ermitaño, el resultado es doblemente penoso, pues parecería que no sólo ha aspirado a lo imposible, sino que además ha abandonado en el camino las potencialidades doradas propias de la juventud. Es como si su calendario interior hubiera quedado revuelto.

Por supuesto, es nuestro calendario exterior y nuestra cultura la que está torcida, y nuestro tiempo fuera de límites. En la confusión actual, en nuestra búsqueda del Sabio Anciano que pudiera ayudarnos, nos hemos convertido todos en Hamlets: a veces descargamos nuestra espada sobre la irresponsabilidad, y al minuto siguiente nos enterramos en soliloquios conflictivos. Cada uno de nosotros está tentado vagamente de creer que él «nació para arreglarlo» (¡Oh, maldito rencor!).

Seres humanos de todas las edades, que navegan en la marisma cultural separados del dios interior, buscarán el espíritu en cualquier lugar, a veces, incluso en lugares no sagrados. Como reveló la Alemania de Hitler, cuando, enfrentados a la confusión, muchas personas se agarraron al primer uniforme propuesto, y salieron al paso de la oca a salvar el mundo. Todas las guerras son en algún sentido «guerras santas», esto es un axioma. Es igualmente cierto que incluso los hábitos de un pacífico monje o gurú tienen el poder de convertirse en un uniforme, tan mortal como cualquier alternativa de gobierno.

Buscamos al Sabio Anciano, pues pertenece a nuestra naturaleza instintiva el hacerlo y nos vemos conducidos hacia él por las ansiedades y los miedos de la civilización moderna. Uno de los impulsos más modernos es el que observó W. H. Auden: el terror al anonimato. En su poema «la edad de la ansiedad», caricaturizó nuestra época y habló por boca de todos al decir:

Los miedos que conocemos

Son de no saber. Nos traerá la noche

alguna orden horrible. Mantener una ferretería

en un pequeño pueblo... ¿Enseñar de por vida

ciencias a niñas progresistas? Se hace tarde.

¿Va a preguntársenos algo alguna vez?

¿Somos simplemente no deseados en absoluto?

Jung y el tarot. Un viaje arquetípico
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