1. INTRODUCCION AL TAROT
El Tarot es un mazo de cartas de origen desconocido. Se le supone una edad aproximada de seis siglos y es el antecesor directo de nuestra baraja moderna. A través de las generaciones, estas figuras han disfrutado de muchas encarnaciones. Un testimonio de su vitalidad es que, a pesar de que hoy en día juguemos con las cartas que son sus hijas, el mazo paterno no se ha retirado todavía. En Europa central esta baraja se usa normalmente tanto para jugar como para practicar la adivinación. Hace pocos años que en América se ha cobrado conciencia de su interés, ya que, como las confusas imágenes que aparecen en nuestros sueños, los personajes del Tarot llaman constantemente nuestra atención. Cuando esto sucede, significa generalmente que hay aspectos de nuestra personalidad que quieren ser reconocidos. Sin duda alguna, los personajes del Tarot irrumpen en nuestra vida (al igual que lo hacen los personajes de nuestros sueños) para traernos mensajes de gran importancia pero al hombre moderno, embarcado como está en una cultura de la palabra, le es difícil interpretar el lenguaje no verbal de estas imágenes. En los siguientes capítulos exploraremos juntos las vías de aproximación a estas misteriosas figuras en busca de chispas de luz que nos permitan entender su significado.
El viaje a través de las cartas del Tarot, es básicamente un viaje a nuestra propia profundidad. Cualquier cosa que encontremos en este viaje es, en el fondo, un aspecto de nuestro más profundo yo. Dado que el origen de estas cartas data de un tiempo en el que lo misterioso y lo irracional eran más reales que hoy, nos servirán de puente para llevarnos en busca de la sabiduría ancestral que todavía se halla en nuestro más profundo yo. Una sabiduría muy necesaria en la actualidad, tanto para resolver nuestros problemas personales como para encontrar respuestas creativas a preguntas universales que nos conciernen a todos.
Como las barajas modernas, el Tarot se compone de cuatro palos que contienen diez cartas numeradas: bastos, copas, espadas y oros, de las que proceden las picas, corazones, tréboles y diamantes de la baraja francesa o internacional. En la baraja del Tarot, cada palo tiene cuatro figuras: Rey, Dama, Sota y Caballero. Este último, un joven montado en un corcel, ha desaparecido de la baraja francesa, aunque no de la española, en la cual ha desaparecido la Dama.
El grabado que ilustra la página siguiente pertenece a una baraja de transición austríaca, esto es, un diseño intermedio entre el Tarot original y nuestra baraja moderna. Se puede ver un joven caballero y nos llama la atención que, aunque sigue montado, su emblema ha cambiado de oros a diamantes sin que él se apeara del caballo.
Esta carta es el símbolo de la rectitud de intención, de la cortesía y del coraje, y su desaparición en la baraja internacional puede indicar quizá la escasez de estos valores en nuestra psicología actual. El Caballero es importante, ya que necesitaremos su valor y su espíritu inquisitivo si queremos tener éxito en este viaje.
Igualmente significativa y misteriosa es la desaparición en nuestras barajas de los Triunfos o Arcanos Mayores, serie de veintidós figuras que no pertenecen a ninguno de los palos anteriormente citados. Cada una tiene un nombre intrigante: El Mago, El Emperador, El Enamorado, La Justicia, El Colgado, La Luna, etc., y también están numeradas. Puestas en secuencia, estos Triunfos parecen relatarnos algo. El objetivo de este libro será examinar las veintidós cartas y descifrar lo que nos sugieren.
Al igual que el Mutus Líber alquimista (que aparecerá más tarde), los Triunfos pueden verse como una historia muda de las experiencias que se encuentran en el camino de la autorrealización. La razón de cómo y por qué este tema se encarnó en lo que era y es esencialmente un juego, es algo que intriga desde siglos a los estudiosos de las cartas. Sólo uno de los Triunfos ha perdurado hasta nuestras cartas modernas: el Comodín o Joker. Este sujeto que tiene una vida tan variada en cada baraja, es el descendiente directo del Triunfo del Tarot llamado El Loco, a quien conoceremos pronto.
Existen muchas y diversas teorías sobre el origen de este Loco y de sus veintiún compañeros. Algunos creen que estas cartas son los estadios secretos de algún ritual iniciático egipcio; otros mantienen y quizá con más probabilidad, que su origen está en Occidente. De esta opinión son, entre otros, A. E. Waite y Heinrich Zimmer, quienes creen que fueron concebidos por los albigenses, una secta gnóstica que floreció en Provenza durante el siglo XII. Se cree que probablemente se introdujeron entre las cartas vulgares para comunicar ideas heréticas no acordes con la Iglesia establecida. El escritor contemporáneo Paul Huson piensa que originalmente era un signo mnemotécnico para la nigromancia y la brujería. Gertrude Moakley sostiene la ingeniosa idea de que los Arcanos Mayores tienen un origen esotérico y son solamente adaptaciones de las ilustraciones del libro de sonetos que Petrarca compuso para Laura; este libro se llamó Il Trionfi, que se traduce por «Los Triunfos» o por «Los Engaños».
Fig. 1 El Rey de Diamantes
En los sonetos de Petrarca, cada uno de los personajes alegóricos lucha y triunfa sobre el anterior. Este tema, muy popular durante el Renacimiento italiano, fue el argumento de muchas pinturas de la época. Estas figuras también se dramatizaron en procesiones que desfilaban por los castillos y pueblos en carretones acompañados por insignes caballeros. Estos carruseles son el origen de nuestros tiovivos y circos actuales, donde los niños juegan a caballeros montados en un maravilloso corcel, mientras los abuelos pueden hacerlo en un cómodo carro dorado.
Fig. 2 El Carro (Tarot Sforza)
La figura 2 nos presenta el número 7 del Tarot, El Carro, en una baraja del siglo XV diseñada por el artista Bonifacio Bembo para la familia Sforza de Milán. Estas elegantes cartas pueden contemplarse hoy en la Biblioteca Pierpont Morgan de Nueva York. Sobre un fondo dorado aparece un carro de plata tirado por dos hermosos corceles. Cabe resaltar que estos coches triunfales son todavía parte importante de los festivales italianos y los corceles perduran en los caballitos de nuestros tiovivos.
De hecho se sabe poco de la historia del Tarot o del origen y evolución de su denominación y el simbolismo de los veintidós Triunfos. Las innumerables hipótesis, visiones y revisiones no hacen otra cosa que confirmar una vez más su inmenso poder para activar la imaginación humana. Para el propósito de nuestro estudio, importa poco si se originaron por el amor a Dios de los albigenses o por la pasión de Petrarca por Laura; lo esencial de su importancia para nosotros es una emoción humana auténtica y transformadora. Parece ser que estas viejas cartas estaban inspiradas en la profundidad de la experiencia humana y en el nivel más profundo de la psique. A este nivel se dirige su discurso.
Dado que el propósito de este libro es el de aprender a usar las cartas del Tarot para contactar con este nivel de la psique, hemos escogido, para hacerlo, el Tarot más antiguo de los conocidos, el de Marsella. Dado que los juegos de cartas son perecederos, el Tarot «original» ya no existe y los pocos remanentes de antiguas barajas que se guardan en museos no se corresponden con las actuales. Ningún Tarot contemporáneo puede por lo tanto considerarse auténtico. Sin embargo, la versión del Tarot de Marsella conserva, en general, el sentimiento y estilo de algunos de los diseños más antiguos. Hay otras razones para escoger el Tarot de Marsella; en primer lugar, el dibujo trasciende lo personal, no hay evidencia de que fuese creado por un individuo, como lo son la mayoría de nuestras barajas contemporáneas; en segundo lugar, y otra vez a diferencia de la mayoría de Tarots modernos, nos llega sin libro de instrucciones, simplemente nos ofrece una historia en dibujos, una canción sin palabras que nos ronda como un viejo estribillo, evocando recuerdos enterrados.
No sucede así con las barajas modernas de Tarot, muchas de las cuales han sido pintadas por personas o grupos conocidos y suelen ir acompañadas por un libro de instrucciones en el que el autor trata de mostrarnos con palabras lo que no hayamos captado en las imágenes. Este es el caso de los Tarots de A. E. Waite, Aleister Crowley, «Zain» y Paul Foster Case.
Aunque estos textos suelen presentarse como una aclaración de los símbolos de las cartas, su efecto real supera el de un libro ilustrado. Parece como si las cartas del Tarot fueran concebidas a modo de ilustración para ciertos conceptos verbales, en vez de mostrar cómo irrumpieron espontáneamente las cartas primero y el texto se inspiró en ellas después. En consecuencia, los personajes y dibujos de estas cartas parecen más alegóricos que simbólicos; el dibujo aparece como ilustración de conceptos verbalizados más que como sentimientos sugerentes e interiorizaciones (insights) que están más allá de las palabras.
La diferencia entre una baraja de Tarot a la que acompaña un texto y el Tarot de Marsella es sutil; pero es importante para nuestra aproximación al Tarot. A nuestro modo de ver, es la misma diferencia que existe entre leer un libro ilustrado y pasear por una galería de arte. Ambas son experiencias llenas de valor, pero de un efecto muy distinto; mientras el libro ilustrado estimula nuestro intelecto y nuestra capacidad de empatía conectándonos con los sentimientos y modos de ver de otro, el paseo por la galería de arte estimula nuestra imaginación forzando nuestra creatividad para ampliar nuestra comprensión.
Otra dificultad que presentaría el estudio con otra baraja es que a algunas de ellas se les han añadido extraños símbolos prestados de otros sistemas, lo que supone una correspondencia exacta entre los Triunfos y otras teorías teológicas y filosóficas. Por ejemplo, en algunas barajas cada carta tiene asignada una letra del alfabeto hebreo, con la intención de conectar simbólicamente cada Arcano con uno de los veintidós senderos del Árbol de la Vida cabalístico. Y sin embargo no existe consenso acerca de qué letras hebreas pertenecen a cada Arcano. También se han añadido símbolos rosacruces, alquímicos y astrológicos. El nivel de conclusión reinante puede verse si contrastamos las ideas de Case, «Zaifl», PapusyHall.
Como todo el material simbólico deriva de un nivel de experiencia común a toda la humanidad, es verdad que se pueden relacionar algunos de los símbolos del Tarot con otros de sistemas distintos. Pero eso que yace en lo más profundo de la pisque y que C. G. Jung llamó el «inconsciente» es, como su nombre indica, no-consciente. Las imágenes no derivan de nuestro ordenado intelecto sino más bien a pesar de él, ya que se nos presentan de una manera carente de lógica.
Todo sistema filosófico es tan sólo un intento de crear un orden lógico para calmar el caos que procede del inconsciente, un intento de sistematizar las experiencias de este mundo no verbal. Es un enrejado, superpuesto si se prefiere, con el que pretendemos entender las crudas experiencias de nuestra más profunda naturaleza. Todos estos sistemas son útiles y, en este sentido, cada uno de ellos es «verdadero», pero único. Considerados de uno en uno, nos ofrecen la posibilidad de encasillar experiencias psíquicas, pero superponer los enrejados simplemente distorsionaría sus simetrías y su utilidad. Además de colaborar en la confusión, perderíamos nuestra indagación en los Arcanos, y no pretendemos en este libro correlacionar el simbolismo del Tarot con el de otras disciplinas. Vamos a ceñir nuestro estudio a los Arcanos tal y como aparecen en el Tarot de Marsella y solamente haremos mención de otras ideas si su estudio va a enriquecer nuestro entendimiento. Como lo hizo Jung, empezaremos por analogía, dejando siempre el significado del simbolismo libre e ilimitado.
Para definir el ámbito de un símbolo, Jung siempre señaló la diferencia existente entre un símbolo y un signo. Decía que un signo denota un objeto específico o una idea que se puede traducir en palabras (una cruz roja denota un puesto de auxilio o farmacia, una humareda, la existencia de fuego). Por el contrario, un símbolo no puede ser presentado de ninguna otra manera y su significado trasciende lo meramente dibujado; por ejemplo, la Esfinge, la Cruz.
Los dibujos de las cartas del Tarot cuentan una historia simbólica. Como nuestros sueños, nos llegan desde más allá del nivel de la consciencia y están lejos de ser comprendidos por nuestra inteligencia. Parece apropiado, pues, colocarnos ante estas cartas como si se tratara de algo que se nos hubiera aparecido en sueños y nos hablara de un país lejano y habitado por desconocidos. Con los sueños, las asociaciones personales son de valor limitado. Podemos conectar mejor con su significado a través de la analogía con mitos, cuentos de hadas, pinturas, hechos históricos o cualquier otro motivo similar que evoque grupos de sentimientos, intuiciones, pensamientos o sensaciones.
Dado que los símbolos mostrados en el Tarot son omnipresentes y perennes, la utilidad de esta amplificación no va a quedar confinada en este libro. Las figuras del Tarot están siempre presentes, de diversas maneras, en nuestras vidas. Por la noche aparecen en nuestros sueños para dejarnos perplejos y asombrados. Durante el día nos inspiran acciones creativas o nos hacen jugarretas con nuestros planes lógicos. Espero que los materiales presentados aquí nos ayuden a conectar con nuestros sueños, no sólo con aquellos que se nos presentan por la noche, sino con aquellos sueños y deseos que nos acompañan durante la vigilia.