4. EL MAGO:
CREADOR Y TRAMPOSO
Fig. 12 El Mago (Tarot marsellés)
A partir de otras cosas nunca extraerás la Unidad,
a no ser que hayas logrado la Unidad en ti mismo.
DornComo decíamos, el Loco expresa el espíritu del juego, caprichoso andariego, con energía ilimitada, caminando sin cansancio por el universo sin meta conocida. Sin preocuparse por lo que ha de venir, incluso mira por encima del hombro. El Mago (fig. 12), por el contrario, ha llegado a un lugar fijo, por lo menos temporalmente. Su energía se dirige principalmente a los objetos que tiene frente a sí, y que escogió para prestarles especial atención. Están colocados sobre la mesa de la realidad, lo cual limitará su actividad a estas fronteras, de modo que sus energías no se desparramen en vano ni se pierdan. Tiene un programa, es evidente.
Está a punto de hacer algo, y de hacerlo para nosotros.
Si el Loco es ese impulso profundo del inconsciente que nos mueve a buscar, ahora, pues, El Mago podría simbolizar el factor que dirige en nosotros esta energía y puede ayudar a humanizarla. Su varita mágica le conecta con su antecesor, Hermes, el dios de las revelaciones. Al igual que el alquímico Mercurio, que está dotado de poderes mágicos, el Mago puede iniciar el proceso de la autorrealización al cual Jung llama individuación, guiando nuestro viaje hacia el submundo de nuestros yos más profundos. El hombre ha reconocido desde siempre que hay un poder que va más allá del ego y ha tratado de propiciarlo mediante ritos mágicos.
El Loco y el Mago están los dos en casa, en el mundo trascendental. El Loco va bailando por él, como un niño inconsciente; el Mago se mueve por él como un viajero experto. Los dos están relacionados con el arquetipo del Tramposo, pero de diferente manera. La diferencia que hay entre ellos es similar a la que existe entre una broma y una actuación mágica. El Loco realiza sus trampas con nosotros, el Mago prepara exhibiciones para nosotros. El Loco actúa a nuestra espalda, el Mago en cambio actuará de frente y cara a cara si queremos presenciar su actuación. El bufón se burla de nosotros y nos hace reír, el Mago nos engaña y nos maravilla.
El Loco es solitario; su método, secreto. Nos sorprende de repente gritando su broma: «¡inocente!», y desaparece después. El Mago, por el contrario, nos incluye en su plan y nos da la bienvenida a su exhibición de magia, a veces incluso nos invita a subir al escenario y a ser sus cómplices. Hemos de cooperar con él de alguna manera para que el éxito de su magia se cumpla. Para el Loco (o para el éxito del trabajo del Loco), lo que es necesario es nuestra total inconsciencia.
El Loco es un amateur, el Mago un serio profesional. Así pues, como la magia del Loco es completamente espontánea, el resultado le sorprende a él mismo. Si, por el contrario, falla, se encoge de hombros inhibiéndose y salta hacia la próxima aventura. Con el Mago es completamente distinto, pues él es un artista dedicado a su trabajo; cuando una de sus obras falla, se siente involucrado y trata de comprender por qué sucedió. El número del Loco era cero, el amplio mundo es su ostra. Le interesa todo y no le molesta nada. Como el Eterno Niño de todos los tiempos, teje sueños llenos de fantasía dejando que otros cumplan la tarea de su realización. Al ser el Mago el Arcano del Tarot número uno, tiene una psicología completamente distinta. A él le interesa descubrir cuál es el principio creativo que se esconde detrás de la diversidad. Quiere manipular la naturaleza para dominar sus energías. Los más primitivos ritos mágicos fueron los conectados con la fertilidad, eran ceremonias para propiciar a los dioses y que enviaran abundantes cosechas y mujeres fértiles. El Loco no tiene estos programas, él sólo quiere disfrutar de la naturaleza.
El Mago del Tarot de Marsella tiene en una mano la varita mágica y en la otra una moneda de oro. La mano es siempre algo muy importante en toda magia. Es el símbolo del poder del hombre para medir y dar forma a la naturaleza y usar de modo creativo sus energías. Más veloz que el ojo, la mano del Mago crea la ilusión más rápidamente de lo que nuestra imaginación pueda seguir; su mano es también más rápida, en el sentido de que es «más viva», que la ocupada mente del hombre. La mano humana parece tener una inteligencia propia. Se le ha denominado «el momento fugaz de creación que nunca se detiene».
Es múltiple el regalo que nos hace el Mago tanto en forma de milagros como de decepciones. Llevando nuestra atención más allá de la moneda de oro, puede enredarnos y embriagarnos con el cascabel de su mano. Como la misma conciencia humana, uno de cuyos aspectos simboliza, el Mago puede crear maya, la ilusión mágica de «las diez mil cosas». Haciendo desaparecer los objetos de su mesa, puede hacernos creer la simple verdad de que todas las cosas, todos los objetos, no son más que una apariencia de la realidad. Somos nosotros los que creamos el mundo que aparenta existir. Transformando un objeto u elemento en otro, el Mago nos revela otra verdad, esto es, que bajo el nombre que tienen «las diez mil cosas», todas las manifestaciones lo son de Una sola, todos los elementos son Uno y todas las energías son Una. El aire es fuego, es tierra, es conejo, es paloma, es agua, es vino, ¡es Uno! Todas son todo y todas son sagradas. El Mago nos ayuda a comprender que el universo físico no es el resultado de un Poder de Creación Original que actúa sobre la materia, sino que es el resultado del Poder de Vida que actúa sobre sí-mismo. Fuera de sí-mismo, el Poder Único construye todas las formas, los contornos y miríadas de estructuras.
En un principio, sólo los dioses o sus representantes en la Tierra, los sacerdotes, tenían estos poderes mágicos. Una de estas figuras es la de Hermes Trismegisto, una figura mítica que ha sido varias veces asociada al dios egipcio Thot y al dios griego Hermes. Fue él quien nos dejó el sucinto sumario del tópico que estudiamos ahora: «Todas las cosas son de este Uno, por la meditación del Uno y todas las cosas tienen su nacimiento en esta unidad». Como ya se indicó, esto expresa una verdad que atañe a los dos planos de la existencia, el macrocósmico y el microcósmico.
A la magia se la llama a veces la ciencia de las relaciones ocultas. Sea milagro o truco, la esencia oculta de este arte es la revelación. El Mago tiene el poder de revelar la realidad fundamental, la intimidad que subyace a todo; representa el poder de obrar milagros que tenemos todos y que es capaz de revelar la oculta fuente de vida que hay en nosotros, ofreciéndonosla para un uso creativo. Este tipo de revelación está bellamente simbolizado en la historia de Moisés, quien, adivinando las aguas ocultas, golpeó la roca con su vara milagrosa hasta que manó para calmar la sed de todo su pueblo. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed...» Al servicio de una necesidad vital y humana, pueden suceder los milagros. Se puede decir que los milagros suceden sólo cuando responden a una necesidad que trasciende al ego.
En la ilustración Moisés sacando agua de la roca (fig. 13), la importancia de esta necesidad trascendente queda ilustrada de un modo inequívoco: aquí, la multitud sedienta es más protagonista que el mismo Moisés. Se los ve apiñados alrededor, bebiendo afanosamente su ración de agua. A nadie le importa quién hace el milagro y menos que a nadie al mismo Moisés, que empuña su báculo intentando cumplir su trabajo. No está colocado en medio de la escena, ni está separado de los otros, sino que aparece como uno más del grupo, junto a los suyos, tanto pictórica como emocionalmente, ante el suceso de las aguas milagrosas. El fluir de estas aguas, así como el ritmo circular del dibujo, da énfasis a la idea de que estamos presenciando un suceso que atañe a dos polos de igual importancia: a la izquierda, el pueblo que necesita y espera, a la derecha Moisés, que se da cuenta y se dedica a ello. Sin uno de los dos factores, no habría milagro. Si elimináramos al pueblo sediento del dibujo, el Mago pasaría a ser inevitablemente la figura central del mismo y su magia, si llegara a funcionar, no sería más que un truco orgulloso, una triquiñuela al servicio del ego y de la vanidad personal.
C. G. Jung opinaba que todos los acontecimientos mágicos, milagrosos y parapsicológicos tienen un factor común que es la actitud de esperanzada expectación por parte de los participantes. Jung describe este estado de esperanza como uno de los mayores éxitos del experimento que se realizó en la Universidad de Duke, en la que los participantes «adivinaban» los símbolos impresos en una carta que no podían ver. Comentando este fenómeno, escribió Jung:
Fig. 13 Moisés sacando agua de la roca.
«La persona que se pone a prueba, o bien duda ante la posibilidad de saber algo que no conoce o bien espera que eso sea posible y que el milagro se realice. De todas maneras, la persona que se somete a una prueba aparentemente imposible como ésta se encuentra encarnando la situación arquetípica que tan a menudo vemos en los mitos y en los cuentos de hadas, cuando la intervención divina, por ejemplo, un milagro, ofrece la única solución.»16
Al describir estos sucesos Jung utilizó también los términos «arquetipo del milagro y arquetipo del efecto mágico».
Es comprensible, pues, que sea el Mago quien tenga el poder de ponernos en contacto con la Gran Unidad, ya que él vive en lo más profundo, en el nivel psicológico del inconsciente donde no existe división de tiempo-espacio, de cuerpo-alma, de materia-espíritu y donde los mismos cuatro elementos no han sido separados del Gran Vacío. Dado que este Gran Vacío es también la Plenitud de la cual procede todo, contiene por necesidad todos los opuestos. No debe extrañar, pues, que el personaje del Mago sea un amasijo de contradicciones. Como Sabio, puede llevarnos al establo o hacer el milagro de Camelot; como Charlatán, se le puede encontrar en la feria del pueblo, enredando a los parroquianos borrachos, haciéndoles desaparecer sus dineros. Es un consuelo saber que, por ser descendiente del bromista Mercurio, es sincero en su duplicidad y al ser, como él, mensajero de los dioses, conecte lo interior con lo exterior, lo de arriba con lo de abajo, compartiendo ambos.
Algunos Tarots modernos (básicamente la versión de Waite) presentan al arcano número uno como al «buen» Mago sacerdotal, eliminando sus aspectos más cuestionables. Volveremos sobre esto después, pero ahora fijémonos en el Tarot de Marsella, que nos ofrece en su versión el encanto íntegro de las múltiples facetas del Mago.
A primera vista, su vestido de colorines, (fig. 12) nos recuerda el del Loco; es una coincidencia apropiada, ya que los dos participan del arquetipo del Prestidigitador. En ambos casos, el variopinto colorido de los vestidos nos sugiere la incorporación de elementos dispares, aunque aquí la oposición de colores está arreglada de manera consciente. Los parches del vestido del Mago parecen dispuestos para hablarnos de oposición y de interacción, contraste y coordinación. Los colores han sido escogidos cuidadosamente para oponerse en cada una de las piernas, brazos, hombros, caderas y pecho. Los colores vibran con repulsión y atracción, de forma que parece como si emitieran chispas de energía eléctrica.
El tema de la antítesis creativa queda subrayado en el ala del sombrero del Mago, que sugiere la figura de un ocho tumbado. A esta forma le llamamos «lemniscata» y es el signo matemático que designa el infinito. Como aparece dibujado tiene una raya roja exterior que se balancea de una manera que nos hipnotiza y nos recuerda el movimiento de los opuestos: cada uno cambia sin fin hacia el otro, como lo hace también el símbolo chino Taichí, el cual nos muestra la incesante interacción del yin y el yang, las fuerzas positivas y negativas inherentes en toda la naturaleza. Si te puedes concentrar en el ala del sombrero a la luz de una vela en la oscuridad de la luna, el Mago moverá el ala para ti. Es, pues, el movimiento continúo de la creación.
Las dos elipses de esta lemniscata unidas por un puente o por un salto pueden verse también como un par de gafas gigantes. Si os ponéis estas gafas mágicas, podréis echarle una ojeada a una nueva dimensión de la realidad. Éstas no son gafas de color de rosa; lo que veremos a través de ellas son fenómenos naturales, no la vaga manifestación de «otro mundo». Las experiencias que nos ofrece el Mago son de nuestra propia naturaleza y están tan arraigadas en nuestro medio terrestre como las plantas que vemos crecer a sus pies.
Es muy significativo observar que entre los colores del vestido del Loco no hay ni un toque de verde. Como vimos, no estaba implantado en nuestra realidad, suya era en cambio la energía que fluye libremente de todo lo que no se ha manifestado todavía. Aquí el Mago organiza esta energía para crear, preparando su encarnación en la realidad. El gorro del Loco era amarillo, el color del poder del fuego solar. Al final vimos una pequeña orla roja o un cascabel; también podría ser una gota de sangre. Con el Mago, esta sangre roja toma vida y recorre sin cesar el perfil del ala de su lemniscata, «pone toda su sangre» en la situación presente y se dedica al trabajo que tiene encomendado. El dorado amarillo, centrado y con forma de globo, se convierte ahora en la copa del sombrero del Mago. El poder del sol pertenece a la persona del Mago; nos lo recuerda ahora el hecho de que sus rizos estén teñidos de oro. Su cabello serpenteante recuerda el de la Medusa, lo cual vuelve a hablarnos de la dualidad engañosa del prestidigitador.
La vara del Mago, como la del director de orquesta, es un elemento que concentra y dirige la energía. La energía necesita ser dirigida. Solamente con la cooperación humana consciente puede ésta ser canalizada para uso del hombre. El director de orquesta, en su podio, usa su batuta para coordinar y modular la energía de sus músicos, creando entonces, de un sonido caótico, una armónica y rítmica melodía. Igual hace este Maestro del Tarot que parece orquestar las energías de los objetos que tiene frente a sí. Sostiene su vara con la mano izquierda, lo cual nos indica que su poder no es el resultado del intelecto ni de su entrenamiento, sino que es un regalo natural e inconsciente. A menudo los magos usan su índice para sustituir a la vara y dirigir con él la atención y para concentrar energías. Una de las más bellas pinturas que representa este hecho es la que Miguel Ángel pintó en el techo de la Capilla Sixtina: La Creación. En ella, el índice del Mago Supremo parecido a un falo, dirige la fuerza creadora hacia la mano de Adán. Podemos apreciar el flujo amoroso de esta energía inseminadora al pasar de la mano de Dios a la de Adán y, a través de él, a todas las criaturas de Dios.
Hemos hablado de la naturaleza ambigua del Mago y de cómo, con una mano, puede conectarnos con el gran círculo de la Unidad y con la otra puede ayudarnos a separar sus elementos para examinarlos. Este personaje puede cumplir estas funciones que a primera vista parecen opuestas y antitéticas; pero que pueda hacerlo al mismo tiempo, esto es un milagro de increíbles proporciones. Y puede hacerlo a pesar de todo.
En una ilustración de Goltzius para las Metamorfosis de Ovidio (fig. 14), vemos al Gran Mago en persona haciendo este milagro. El nombre de cuadro es: La separación de los elementos, y en él podemos ver cómo la plenitud del Gran Círculo no se rompe por este hecho sino que, al contrario, es como si su verdadera esencia estuviera por primera vez plenamente en evidencia. Nuestro mago interior hace la misma magia cuando nos ayuda a examinar y discriminar los elementos de nuestro mundo interior de manera que podamos revelar, más que destruir, su unidad esencial.
Como este trabajo es el iniciado y ejemplificado por el Creador, podemos volver a mirar la ilustración de Goltzius ya citada para entender qué es lo que pasa en ella. En esta pintura, Dios (o nuestra «más querida naturaleza», como le llamaba Ovidio) parece estar totalmente absorto en esta danza de la revelación. Aparentemente, esta labor de separación de los elementos es un trabajo difícil incluso para el Creador. Requiere una concentración perfecta. Parece a veces una labor pegajosa y delicada, como sacar la miel de un panal. Otras veces nos parece que se trata de la danza de los velos ejecutada con destreza sobrehumana y en perfecta armonía. El problema parece ser cómo rasgar los velos, y especialmente aquel que esconde la realidad central, sin quedarse enredado y sofocado por haber caído en su trampa. Se necesita una intensidad apasionada en esta danza derviche que nos revelará una nueva unidad y dará a conocer el nacimiento de un nuevo mundo.
Fig. 14 La separación de los elementos.
(Goltzius, Hendrick. De la serie de grabados para la Metamorfosis de Ovidio. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York. Donación de la señora A. S. Sullivan, 1919)
A nivel microscópico, el ego solo no puede hacer esta magia. Sólo nuestro Mago interior puede ejecutar la intrincada coreografía de la revelación. Solamente él puede demostrarnos la correspondencia entre el núcleo central y las envolturas externas y sólo él puede revelarnos que ambas están hechas del mismo material.
En otro sentido, la magia de los alquimistas demostraba la correspondencia entre lo interior y lo exterior. Veían en los elementos y en las transformaciones que tenían lugar en sus retortas los elementos y transformaciones de su propia naturaleza psíquica. Su meta manifiesta era puramente externa y química: aplicando calor a ciertas mezclas, esperaban ellos (o eso decían) descubrir la simiente creadora o la esencia que yace en toda materia, y a través de eso llegar a transformar los metales básicos en oro. Hablaban de eso como de «liberar el espíritu encerrado o prisionero en la materia».
Sin embargo, los alquimistas repetían insistentemente en sus escritos que el oro que ellos buscaban realmente no era el oro externo, sino aquel oro trascendente interior del centro de la psique que Jung llama el sí-mismo. En el libro Psicología y Alquimia, Jung da un índice detallado de los diversos estadios de la Gran Obra, que es como los alquimistas llamaban a sus experimentos. Jung nos demuestra cómo los diversos estados alquímicos citados en la obra tales como licuefacción, destilación, separación y coagulación correponden de distintas maneras a los diversos estadios de evolución y maduración de la psique humana hacia su individuación. Jung describe cómo, al trabajar con los elementos «allá afuera», los alquimistas conseguían una conexión intuitiva que les hacía ver transformaciones similares en su propia naturaleza interior. Nos muestra cómo, a través del trabajo externo, conectaban con el trabajo interior, intuitivamente hablando e influidos por él. En otras palabras, los alquimistas, tanto si entendían conscientemente como si no lo que estaban haciendo, usaban sus experimentos químicos como «soportes de proyecciones», de la misma manera que nosotros vamos a usar las cartas del Tarot. Lo que las retortas alquimistas contenían era aire, tierra, agua, mercurio, sal, plomo y otras sustancias cuyas reacciones estudiaron, y de esta manera llegaron a comprender su propia química interior. Nuestros materiales serán los veintidós triunfos cuyas interacciones estudiaremos de la misma manera y con el mismo objetivo.
La figura central del estudio de los alquimistas fue una figura llamada Mercurio, de inagotables paradojas. Se referían a él de dos maneras también opuestas: «el espíritu de la creación» y también como «el espíritu prisionero de la materia». También lo llamaban «la sustancia transformadora» y al mismo tiempo «el espíritu que mora en las criaturas vivas». Era, pues, a la vez el espíritu que transforma y el que necesitaba ser liberado y transformado.
Nuestro espíritu mercurial (a quien podemos etiquetar como nuestro Mago interior) comparte también estas dos facetas. Es a la vez nuestro «espíritu creador de materia» y a la vez está «confinado y prisionero» en la oscuridad de nuestro oscuro inconsciente. Si ha de funcionar para nosotros como la «sustancia transformadora», tendremos que encontrar la manera de liberarlo del cautiverio y traerle a la luz de la conciencia.
Como decían los alquimistas, el hombre mismo es a la vez estas dos cosas, pues es creador del mundo y prisionero necesitado de redención ya que, como ellos creían, la salvación y la redención eran dos cosas que no procedían de lo alto y creían que sólo se conseguía con el Gran Trabajo al cual ellos dedicaban sus vidas: la liberación del espíritu contenido en ellos mismos, y en toda la naturaleza.
Nosotros también debemos hallar la manera de liberar nuestro espíritu que se halla prisionero para que pueda actuar como «sustancia transformadora» y pueda cambiar nuestro mundo interior y afectar al exterior. Necesitaremos su ayuda para encontrar los caminos dentro de la oscuridad de la naturaleza interior y por fin desvelar el yo total, el sol central de nuestro ser (que se halla ahora eclipsado), para que pueda brillar de manera nueva para nosotros. Si logramos que esto suceda, nosotros cambiaremos como individuos y, así, la misma naturaleza humana será transformada.
Hablando psicológicamente, con la relación existente entre la conciencia humana y los primitivos arquetipos del inconsciente es como se consigue que lo oculto se acerque a la luz y la cualidad de la conciencia humana en sí misma despierte lentamente al conocimiento. Cada vez estamos más convencidos de que la psique humana, así como el cuerpo humano, no son cosas estáticas sino que, como nosotros mismos (y como todos los fenómenos naturales) son procesos en continua evolución. Ya no concebimos la Creación como un momento estático en que el Creador «dijo» o «hizo» aquello para siempre, sino que lo consideramos un suceso continuo, un diálogo entre lo que podríamos llamar nuestro Mago interior y el Gran Mago. Muchos artistas han intentado pintar la creación en todas las épocas y ya hemos repasado algunos de ellos, pero no hay nadie que haya captado tan bien lo que es el proceso de la creación como lo hizo Rodin en la escultura que él llamó La mano de Dios (fig.15). Nadie ha captado tan acertadamente lo que es la esencia de la creación. Allí podemos ver de qué manera están íntimamente involucrados el Creador y las criaturas. Es algo que atañe a ambos. En este maravilloso estudio podemos ver a Adán y a Eva abrazados, sostenidos y cobijados en la mano acogedora del Todopoderoso. Aquí las figuras humanas están surgiendo de la misma materia que es la mano del Creador, por lo que lo humano y lo sobrehumano juntos forman un supremo todo. En esta obra, el milagro de la creación no se nos presenta como un hecho realizado ya, un acto en el que el protagonismo no es exclusivo del Gran Mago, sino que la criatura y el Creador están íntimamente unidos en el acto de hacerse o devenir. Son «cocreadores» en un acto que les incumbe a los dos, trascendiéndoles a ambos.
El Mago del Tarot de Marsella, con su lemniscata llena de vivos colores, simboliza este proceso. El sentimiento de «hacerse o devenir» se refleja en el número que tiene el Mago, el Uno. Es un número yang, o del poder masculino; es luz, brillo, actividad, poder penetrante y se asocia con el cielo y con el espíritu. Pero, como ya hemos dicho antes, este mago está lleno de ambigüedades ocultas, pues el hecho de que haya uno nos revela de inmediato la existencia de otro. La idea de uno sólo puede ser experimentada en relación, por lo menos, con otro. El número uno representa la conciencia humana pues, como el hombre, está erecto y es un trazo que une el cielo con la tierra, de pie. La conciencia implica también una dualidad: el observador y el observado. Podemos pensar que, en la oculta costilla del Mago, se halla contenido el principio femenino cuyo número será el dos. Como el pez símbolo del Tai Chi, cuyo blanco lleva dentro de sí el punto negro; así, escondido tras la ambigüedad del Mago, aparece un punto oscuro de la ambivalencia femenina.
Fig. 15 La mano de Dios (Auguste Rodin)
Este sutil matiz solamente podemos descubrirlo en el Tarot de Marsella. En el de Waite sólo se nos muestran aspectos masculinos, positivos, yang (fig. 16). Ya no hay vagabundo en la encrucijada; este mago aparece aquí como una gota de puro oro entre lirios y rosas. Lleva vestidos sacerdotales y tiene una expresión solemne. Sostiene en su mano derecha una vara que indica que sus poderes están bajo control consciente y dedicados al espíritu celestial. Con su mano izquierda indica el suelo como para recordarnos la máxima hermética: «Así en lo alto como en lo bajo». Merece atención que los dos extremos de la vara de este Mago sean blancos. Mientras el espíritu masculino queda doblemente subrayado, el espíritu yin, femenino, oscuro, queda totalmente excluido. «Blanco arriba y blanco abajo» nos sugiere un universo estático y estéril regido por un rígido perfeccionismo.
El emplazamiento en esta carta parece contradictorio; mientras el Tarot de Marsella nos muestra a su Mago sobre un fondo natural e informal, Waite coloca al suyo en una pérgola de flores parecidas a rosas y lirios simbólicos. Waite eliminó la mayoría de las ambigüedades de la versión marsellesa y con ello mucha de su vitalidad. Su flamante sombrero de ala ancha y los colores peculiares han desaparecido totalmente, dejando sin embargo una lemniscata negra que ondea de manera mágica por encima de su cabeza, la cual ofrece poco alimento a nuestra imaginación. Los rizos de oro que adornaban la cabeza del Mago han sido reemplazados por el corte intencionadamente severo que corresponde a la clase sacerdotal. La mesa ha sido limpiada de objetos sospechosos, como dados, bolas y otros artículos de origen desconocido y propósito dudoso. Han sido barridos quizás bajo la alfombra. Aparecen en su lugar los cuatro objetos que representan los palos de la baraja del Tarot; están en perfecto orden y a punto para ser usados. Resumiendo, el tipo de Mago que se nos ofrece en esta versión inglesa del siglo veinte es muy diferente de la francesa de antaño. Estas diferencias reflejan las dos maneras posibles de afrontar la individuación, así como el papel que juega el Mago en este proceso.
Fig. 16 Tarot de Waite
El Mago de Waite nos muestra con su rígida vara que el poder trascendental se encuentra «arriba»; su porte hierático nos indica que él nos aportará la iluminación por medio de un acto consciente de voluntad y siempre de acuerdo con los rituales establecidos; sólo interesa el eje vertical; en su gesto no vemos nada horizontal, que es la dimensión de la relación humana.
Por el contrario, el Mago francés incluye la horizontal en su postura y el amplio vuelo de su sombrero. Parece trabajar más mediante un juego de la imaginación que por la voluntad. Su modo informal de presentarse deja lugar para lo imprevisto y, sobre todo, su postura no es en absoluto rígida, pues a este personaje no le interesa la perfección futura. Está absorto en el momento siempre presente y creativo del ahora. La sensación de espontaneidad que refleja la atmósfera del Mago de Marsella nos recuerda que los milagros de Jesús también fueron hechos de una manera casual y al borde de los caminos y que sus parábolas, las más sabias, fueron respuestas espontáneas a momentos vividos entonces.
La palabra francesa Le Bateleur quiere decir «el que hace juegos de manos». Podemos imaginarlo jugando con todos los objetos que llenan su mesa de una manera rítmica, lanzándolos al aire, como rítmico es el borde de su sombrero. En una pintura de Marc Chagall llamada El Malabarista, vemos al personaje central manipulando el tiempo, simbolizado por un enorme reloj que hace ondear como si fuera una bandera. Siempre nos ha parecido mágico el poder de trascender las restricciones del tiempo vulgar, como poder especial de los dioses. El Mago nos demuestra este poder de distintas maneras: primero, como vidente, nos trae realidades e ideas presentes y potencialidades que habitualmente yacen ocultas a nuestros ojos para «un futuro». Esta habilidad para adivinar es de hecho divina, ya que a través de ella tocamos el mundo intemporal de los inmortales.
El Malabarista juega con el tiempo de otra manera: acelerando los procesos naturales, desafiando aparentemente las leyes del tiempo. Así como un herrero acelera el proceso de transformación de los metales añadiéndoles un calor intenso, así el Mago puede transformar las conciencias aplicando el calor de la afección emocional. En la antigüedad se tenía a los herreros por magos. Su poder se consideraba divino y nos da muestra de ello el hecho de que uno de ellos fuese Hefesto, dios del Olimpo.
Como malabarista, el Mago crea magia en las coordenadas del espacio-tiempo. Todos los artistas son magos, pues manipulan las cosas de cada día, convirtiéndolas en objetos trascendentes. Ellos las desposeen de todo detalle sobrante, mostrándonos la estructura básica que subyace a toda apariencia de manera que, en cada uno de los miles de árboles que han sido pintados en miles de cuadros, la esencia de lo que es «ser árbol» queda patente.
La escultura es también una especie de revelación mágica. Los artistas de este medio dicen a menudo que no son ellos los que crean sus figuras sino que le quitan a la materia todo lo superfluo para que la imagen que estaba implícita en la primitiva piedra aparezca, surja libremente. Este pensamiento cobra su total valor en El cautivo de Miguel Ángel. Muestra a un esclavo que lucha denodadamente para liberarse del bloque de mármol en el que está parcialmente prisionero todavía. De la misma manera, los escritores tienen que luchar para eliminar muchas de las palabras que a cada momento complican las ideas y tienden a confundirlas. El problema no es tanto encontrar palabras sino eliminar excesos para que la idea pueda transmitirse claramente. Muchos de nosotros podemos haber experimentado el proverbio antiguo: «si tuviera más tiempo, podría escribir con menos palabras».
Como vimos antes, los alquimistas también dedicaron sus vidas a liberar el espíritu que estaba prisionero dentro de la materia. Es muy significativo que ellos se tuvieran por artistas, aunque en su tiempo los demás les llamaran magos. Hoy en día, los terapeutas dedicados a la psicología analítica son también artistas, en el sentido en el que usamos esta palabra: magos. Pues en la masa confusa de nuestra vida cotidiana y en nuestras conflictivas prisas y nuestras imágenes, nos ayudan a encontrar y comprender los modelos de conducta ocultos en nuestro fondo, los únicos que dentro de nosotros están en contacto con la Unidad universal de toda la humanidad.
La palabra «magia» está vinculada a la imaginación, ingrediente imprescindible para la creatividad tanto en las ciencias como en las artes. ¿Quién hubiera podido imaginar que volaríamos hacia la luna? Pues sí, alguien lo hizo y por eso llegamos allí. Se consiguió esta magia porque había muchos «alguienes» que, con esta idea y con la concentración de sus energías en ello, lo lograron. Figuraos por un momento lo que podría pasar si cada ser viviente «imaginara» o pensara en la paz y dirigiera hacia ella todas sus energías con vistas a su realización. Nosotros, magos, podríamos hacer milagros.
Pero la magia de la conciencia humana es una espada de doble filo. Podemos usarla tanto para construir un nuevo mundo como para abrir con ella una caja de Pandora llena de ocultos demonios que pueden destruir nuestro mundo y la vida de este planeta. La tentación de dar un uso inadecuado al poder es un aspecto oculto de cada una de las figuras arquetípicas; dado que en el Mago este poder es tan primitivo y sutil, esta tentación se convierte en su «bestia negra». Quizá una confirmación de ello sea que la carta número quince, El Diablo, la vamos a encontrar como la sombra del Mago.
En la terminología de Jung la sombra es una figura que se nos aparece en sueños, en las fantasías y las realidades externas; encarna cualidades de nosotros mismos que nosotros preferimos no reconocer como nuestras, pues, de hacerlo así, nuestra propia imagen quedaría de alguna manera ensombrecida. Así pues, proyectamos esas imágenes aparentemente negativas hacia otra persona.
Esta persona es la que siempre nos persigue en nuestros sueños, perturbando el ambiente con sus hechos o dichos inadecuados e incluso con insinuaciones demoníacas. En la realidad exterior, la persona sobre la cual proyectamos nuestras sombras actúa constantemente como agente «irritante». Casi todo lo que dice o hace nos sienta mal, su más mínima insinuación puede sentarnos tan mal que ello perdure un tiempo exagerado en nuestra conciencia, días, meses, incluso años. No nos va a dejar, de modo que nos hallaremos siempre involucrados emocionalmente con esta personalidad desagradable. Sucede a menudo que este contacto parece interno y externo a la vez y que, casi por arte de magia negra, esta persona a la que «no quisiéramos ver nunca más» está persistente e irracionalmente incordiándonos en nuestra vida diaria.
Como la famosa sombra de Robert Louis Stevenson, está siempre presente en nuestro jardín donde «entra y sale con nosotros» de un modo tan libre que cabe preguntarse: «¿para qué sirve?» Que sirve para algo, eso es más de lo que podemos ver, pero si ella y nosotros persistimos, descubriremos que este personaje desagradable es útil y, quizá más, necesario para nuestro bienestar de muchas y diversas maneras.
Quedan esclavas de la magia de la proyección, no sólo las características negativas que nos pertenecen, sino también muchas de nuestras potencias positivas y, como veremos pronto, si pretendemos reclamar estas potencias positivas como nuestras, antes tenemos que aceptar también las negativas. Llegar a conocer y aceptar nuestra sombra como un aspecto de nosotros mismos es un primer paso importante para el autoconocimiento y la plenitud. Sin nuestra sombra, no seríamos más que seres bidimensionales, planos, sin volumen, de papel, sin sustancia.
Es difícil abrirnos al conocimiento de nuestra sombra y a la aceptación de ésta como un miembro de nuestra familia interior, pero a veces resulta más fácil de lo que creemos. Pues cuando llegamos a conocer este aspecto oscuro nos damos cuenta de que la mayor parte de las veces la tristeza que nos proporcionaba se debía al hecho de que habitaba lo más oscuro de nuestro inconsciente. A medida que la dejamos aparecer a la luz, nos percatamos de que sus más molestas cualidades parecen más ligeras y soportables. Acabaremos por decir lo que dijo el chico del jardín de Stevenson, «¡ya no hay casi sombra!» si, cuando nuestro sol llegue a su zenit, nos hemos incorporado totalmente estos aspectos sombríos. Pero por el momento (que puede significar toda una vida), la sombra se verá en algún lugar, ya que estas energías, al ser concebidas para resistir, se convertirán gradualmente en poderes más creativos y nos darán el coraje y la fuerza de buscar cada vez más y más hondo en nuestra propia oscuridad en busca de nuevas figuras de sombras.
Dado que las figuras de la sombra pueden aparecer disfrazadas de mil maneras, luchar con ellas va a ser una batalla constante. Tan pronto como reconozcamos y aceptemos uno de estos aspectos reflejado en una persona conocida o familiar, surgirá de nuevo bajo una nueva forma. No será ya el vecino de la casa de al lado, esta vez será un pariente lejano quien va a afilar nuestros dientes. Otra vez vamos a sentirnos fascinados, obsesionados y embrujados. Esta vez, nos coge precavidos. Antes de dejarnos tentar en vano, deberíamos consultar a nuestro Mago interior y convencerle de que deje de jugarnos esas malas pasadas. Si lo hacemos con firmeza pero con cortesía puede ser, incluso, que nos ayude a identificar esa parte de nosotros que se halla fuera, al otro lado de la calle.
Por suerte no vamos a tener que identificar jamás al diablo como nuestra sombra, ni vamos a proyectar el peso total de su sombra sobre ningún vecino. Quizá nuestro vecino pueda, a veces, encarnar a nuestra propia sombra pero el Diablo, en terminología junguiana, representa siempre la sombra colectiva, lo que significa una sombra tan grande y tan abarcadora que sólo la puede soportar colectivamente toda la humanidad. Ninguna de estas dos fuerzas nos pertenece personalmente: ni la creatividad sobrehumana del Mago, ni la infrahumana destructividad del Diablo. Son ambas figuras arquetípicas que representan tendencias instintivas cuyo poder se halla más allá de nuestro alcance. Sin embargo, poseemos cada uno algo de la magia de la conciencia y para demostrarlo tenemos las mil tentaciones demoníacas que queremos rehuir. Para resistirse a estas tentaciones se requiere un alto grado de disciplina y de autoconocimiento.
Shakespeare comprendió este problema. En La Tempestad nos muestra el problema y la solución con verdadera fuerza poética. En esta obra, Próspero, un duque desposeído de su reino por las maquinaciones de sus antiguos amigos, se retira a una isla desierta donde estudia magia y urde su venganza contra los que le traicionaron. A través de su magia libera el espíritu de Ariel, que estaba prisionero desde hacía mucho tiempo en el tronco de un árbol por el maleficio de una bruja. Próspero hace de Ariel su esclavo, obligando a este espíritu a servirle en sus negros deseos, lo cual culminará desatando una terrible tormenta que va a llevar a la muerte a aquellos amigos que le traicionaron. Después, y por la intercesión de Ariel, Próspero abandonará sus intenciones de venganza y, haciendo de nuevo amistad con sus enemigos, liberará el espíritu de Ariel y de otros a los cuales había esclavizado con el arte de la magia negra. En su arrepentimiento, renuncia a este arte de la magia, abandona la isla donde ha reinado como soberano y vuelve al mundo de la colectividad humana, donde decide vivir su vida usando esos dones creativos de una manera humana y consciente.
Próspero, aislado en su mundo mágico, es un magnífico ejemplo del arquetipo del Mago. Ninguno de nosotros es un Mago semejante, así que no podemos desatar tempestades, literalmente hablando, desencantar espíritus prisioneros en la materia y obligarles a cooperar con nosotros; pero, a través del poder mágico de la ciencia, nuestro Próspero ha podido liberar el átomo, cosa que puede a su vez hacer más daño que las tempestades de antaño. Ya hemos visto esa energía horriblemente utilizada al ser liberada y somos conscientes de que fuerzas potencialmente aún más horrendas están disponibles para andar sueltas por el mundo.
Ninguno de nosotros es individualmente responsable de la magia de la ciencia ni de los horrores producidos por su mal uso. Hemos de llevar colectivamente entre todos esta carga. Seguramente vamos a ser destruidos por nuestra magia negra, si no somos capaces de liberar nuestro buen espíritu que se halla escondido tras el materialismo, la codicia y la venganza. En la undécima hora debemos de ayudar de alguna manera a nuestro Próspero a encontrar su camino de regreso hacia la humanidad.
Muchos de nosotros nos encontramos sin ayuda ninguna en esta situación. Hay poco que la persona de tipo medio pueda hacer de una manera individual para cambiar la situación. Somos pequeñas gotas de agua dentro de un cubo muy grande. Por suerte hay una conexión directa entre la claridad de cada una de las gotas y la calidad de las aguas colectivas en su totalidad. Cada vez que en nuestra vida personal renunciamos a la cómoda magia de una de estas pequeñas y negras proyecciones, o bien nos negamos a la tentación viciosa de vengarnos, la conciencia del mundo se clarifica y la negra sombra que sobrevuela nuestro planeta se disipa. Cada vez que, como Peter Pan, partamos en busca de nuestra sombra para coserla fuertemente a nuestro yo-mismo, habremos hecho mucho más de lo que imaginamos posible para enmendar los males de este mundo.
La razón para ello, y se trata de una cuestión crucial, es que la correspondencia entre lo interior y lo exterior no puede seguir considerándose como una simple analogía; se ha demostrado ya científicamente como un hecho probado. Esta conexión entre espíritu y materia intuida hace ya mucho tiempo por los alquimistas, los místicos y los poetas de muchas culturas, y expresada de manera vaga y metafórica, acaba de ser demostrada por los científicos como mucho más actual y directa de lo que se había imaginado. La idea alquímica de que nuestro Mago interior era la «fuerza-creadora-del-mundo» se ha demostrado de varias maneras que es mucho más que una verdad poética.
Probablemente la prueba más evidente que tenemos de que somos nosotros los que creamos el mundo objetivo es la que ofrecen los científicos en sus experimentos referentes a la luz. En éstos, hay dos pruebas concluyentes de dos distintas tendencias (las dos igualmente válidas), las cuales afirman que la naturaleza de la luz está constituida por «ondas», para unos, y para otros por «corpúsculos». A pesar de los esfuerzos realizados, estos hechos científicos tan diametralmente opuestos rechazan ser reconciliados. ¡La «luz» verdadera no va a darse a conocer a nosotros! La esencia última de la naturaleza permanecerá velada, dicen los científicos; ¡no será la naturaleza la que se revele a sí misma!
El defecto, dicen ellos, no estriba en los aparatos que el hombre ha hecho para observar la realidad exterior, sino que está en el hombre, en sí-mismo, en la limitación de su aparato sensorial. No hay instrumento, por perfecto que sea, que nos muestre la realidad «allá» oculta. Parece, pues, que vamos a quedar condenados a experimentar la naturaleza de la luz como «ondas» y como «corpúsculos», lo cual no atañe en absoluto al mundo de «allá», pero sí al de «aquí», nuestro mundo psicofísico. Somos nosotros mismos los que «creamos» el mundo. La naturaleza es y seguirá siendo un misterio.
Parece evidente que la realidad de la psique es la realidad, la única realidad. Hace muchos años, un monje Zen lo dijo de esta manera: «Este universo flotante no es más que un fantasma. Es un humo momentáneo». El astrofísico Sir Arthur Eddington, después de dedicar su vida a la investigación de la realidad del más allá, la resumió de la siguiente manera: «Algo de más allá (no sabemos qué) está haciendo algo, que tampoco sabemos qué es».
Así pues, estamos pegados a un mundo, que a veces experimentamos como «exterior» y a veces como «interior». Parece sorprendente que ahora le pidamos que nos revele con científica y matemática exactitud la correspondencia entre estos dos aspectos de la realidad única. Pero la dualidad de nuestra mente está tan arraigada que estas revelaciones nos parecen mágicas. Por ejemplo: el hecho de que los físicos puedan postular y describir un elemento en potencia, que todavía no se ha manifestado en la naturaleza y que lo hará después; o bien, que los matemáticos (independientemente de las observaciones astronómicas) hayan calculado con exactitud las leyes que rigen las órbitas planetarias y las hayan formulado de manera que cuadraran con el modo de comportarse en la naturaleza.
Aniela Jaffé comenta en El Mito del Significado la forma milagrosa en que estos cálculos matemáticos independientes cuadran tan exactamente con el hecho científico: «Parece asombroso y se puede explicar satisfactoriamente, declarando que existe un orden independiente y objetivo que deja su huella de la misma manera en el hombre y en la naturaleza; esto es, en la mente y en el cosmos».17 Es como decir que, a nivel psicológico, los modelos arquetípicos del mundo interior corresponden exactamente a los de la realidad exterior.
Casi todos nosotros podemos citar ejemplos de experiencias en las que un modelo interior correspondió de repente a un hecho externo de modo milagroso y sin que se pudiera establecer ninguna conexión causal entre los dos hechos. En estas situaciones una imagen interior se materializa de repente como realidad exterior, como por obra de un conjuro. Por ejemplo, a veces nos hemos sentido perseguidos por la imagen de una amistad de la infancia a quien no veíamos desde hacía más de veinte años y de repente, de no sabemos dónde, recibimos una carta, una llamada o una visita de este amigo.
Sincronicidad es la palabra que Jung utilizó para describir este hecho, esta coincidencia entre un estado interno y una realidad externa. Jaffé nos aclaró la idea de Jung de la siguiente manera:
«Por “fenómeno sincrónico”, Jung quiso significar la coincidencia significativa de un hecho físico y otro psíquico que no pueden conectarse entre sí y que están separados en el tiempo y el espacio (por ejemplo, un sueño que cobra realidad y el acontecimiento que predice). Estas coincidencias surgen del hecho de que para nuestra conciencia, espacio, tiempo y causalidad, que son condicionantes discretos de un suceso, se relativizan o quedan abolidos en el inconsciente, como ha quedado satisfactoriamente demostrado por los experimentos de percepción extrasensorial de J. B. Rhine. La conciencia separa en el proceso lo que en el inconsciente está todavía unido, oscureciendo o disolviendo la interrelación original de los acontecimientos en su “gran unidad”.
Los fenómenos de sincronicidad son como una irrupción de este mundo unitario y trascendente, en el mundo de la conciencia. Son siempre impredecibles e irregulables, pues, al no estar basados en una causa, despiertan un miedo aterrador en nosotros, pues convierten nuestra habitual manera de pensar en un sinsentido o en una tontería. Jung identificó la paradójica unidad del ser que revelan con el unus mundus de Dorn.»18
Cada vez que el mundo unitario irrumpe en nuestro mundo cotidiano de tiempo y espacio, causándonos alguna de estas sorpresas, podemos pensar que es nuestro Mago interior el responsable. Para que podamos observar como actúa esto voy a ofreceros un ejemplo:
Supongamos que estáis sentados leyendo este libro (como lo estaréis seguramente). En circunstancias «normales», esperamos conocer los arcanos uno tras otro y estudiar las cartas en su secuencia numérica natural, es decir, número tras número. Consideradas desde la secuencia del espacio/tiempo, vemos la evolución, de manera que podemos relacionar la actual con la que la precede y con la que la sigue. Veremos así cómo, en algún sentido, una carta es causa de la siguiente y efecto de la anterior. De acuerdo con nuestra manera lineal de pensar, a la que nos hemos acostumbrado, la carta veintiuno, el Mundo, estará al final del libro, después de que hayamos «hecho el viaje» a través de todo el libro y «a través del tiempo». Llegando por último al final, se nos muestra el unus mundus de los alquimistas, esto es, elmundo unitario que existe más allá de los límites del tiempo y del espacio.
Supongamos ahora, mientras estamos pensando esto que les explico, que de repente el libro se cae inesperadamente al suelo y se abre justo en la página en la que se halla la ilustración de la carta de la que les hablaba, el Mundo. Probablemente, estaríamos de acuerdo en que esta correspondencia entre el pensamiento interior y lo que sucede en el exterior no es más que un milagro, una coincidencia milagrosa que está más allá de las categorías lógicas espacio-temporales de causa y efecto. Ha sido nuestro Mago interior el que, desviando nuestra rutinaria manera de pensar, nos ha ofrecido esta visión del mundo trascendente permitiéndonos tener una experiencia de lo numinoso, de lo Eterno, que va más allá de las categorías humanas.
Mientras nuestro Mago está barajando el orden de nuestras cartas, podemos oír que nos dice con una sonrisa: «Lo ves, todo estaba aquí durante todo el tiempo, sólo que la abertura de tu conocimiento es tan estrecha que experimentas los hechos de una manera secuencial: uno tras otro solamente. Observa ahora el mundo de otra manera, con mis grandísimas gafas mágicas.
Cada vez que uno de estos fenómenos de sincronicidad se introduce en nuestro complaciente y ordenado mundo, es como una sacudida que nos obliga a reflexionar sobre el hecho y buscarle su posible significado.
En su trabajo como pionero en este campo, Jung definió la sincronicidad como una conciencia llena de significado. Después sustituyó la idea de «significado pre-existente» por el concepto más objetivo de «desorden sin causa». En el mundo del inconsciente colectivo, el arquetipo se ve como el factor que pone orden; el significado es una cualidad que el hombre ha de crear por sí mismo.
Jaffé nos aclara esto de la siguiente manera:
«La experiencia nos muestra que los fenómenos de sincronicidad suelen darse cuando nos encontramos cerca de un acontecimiento arquetípico, como la muerte, un peligro mortal, crisis, catástrofes... Podría decirse que el paralelismo inesperado entre acontecimientos físicos y psíquicos que caracteriza a estos fenómenos, el paradójico arquetipo psicoide se ha ordenado por sí mismo: aquí como imagen psíquica y allá como un hecho físico material y externo. Dado que sabemos que el proceso de la consciencia consiste en la percepción de los opuestos que se revelan uno a otro, un fenómeno de sincronicidad podría entenderse como una manera desacostumbrada de hacerse consciente de un arquetipo.»19
Cuando empecé a trabajar con las cartas del Tarot, los fenómenos de sincronicidad conectados con los Triunfos empezaron a sucederme con una frecuencia inusitada. Uno de los fenómenos más reveladores sucedió con el Mago. Desde entonces, miro al mundo y a mí misma de otra manera. Pero al principio no conecté con la idea de que «estos fenómenos pueden entenderse como maneras desacostumbradas de hacerse consciente de un arquetipo». Supuso bastantes años para mí encontrar las claves de su oculto significado.
El incidente se relaciona con un grabado de La mano de Dios de Rodin (fig. 15). Alguien me había prestado una lámina para su estudio y me hubiera gustado mucho tener una de mi propiedad. Me parecía que esta mano, como puede verse en la ilustración, realzaba de manera singular las cualidades andróginas del Creador. A mi juicio expresa la fuerza masculina y el apoyo del padre, combinándolo con el refugio y la ternura del claustro materno. Me gustaba mucho cómo estos dos polos de la creación, el Yin y el Yang, aparecían formando parte del Principio Creador, repitiéndose también esta idea en el abrazo de Adán y Eva. Dado que soy una mujer, me gusta mucho pensar que Eva tuvo contacto directo, esto es, por sí misma, con el Creador, y no tan sólo a través de Adán y su famosa costilla. Me emocionaba la forma en que, tanto la mano del Creador como aquellas dos figuras, parecían estar unidas en el mismo proceso. Con estas sensaciones en el corazón, empecé a buscar por todas partes una reproducción de estas dos esculturas de Rodin sin ningún éxito. Entonces, un día, mientras esperaba a una amiga en su recibidor, escogí casualmente una de entre las muchas revistas que estaban sobre su mesa. La revista se abrió por la fotografía que reproducía «La mano de Dios», de Rodin. Asombrada, miré la cubierta para averiguar el nombre de la revista y cuál no fue mi sorpresa al ver que la edición tenía ya doce años y el título de la misma era «Sabiduría», en su número de enero de 1957. Que el Mago escogiera la «Sabiduría» como su vehículo me pareció de lo más apropiado; igualmente mágico me pareció cómo había jugado con el tiempo, haciendo que, después de tantos años, esta revista me estuviera esperando... Me di cuenta de que se trataba de algo más que de una casualidad. No pensé que fuese mi deseo la causa de la aparición de esta imagen, pero sí sentí que este hecho de la sincronicidad tenía un mensaje especial para mí.
No cabe duda de que los acontecimientos sincrónicos se dan mucho más a menudo de lo que nos imaginamos, y que todo parece probar que deberíamos estar más atentos a ellos para nuestro provecho. Por suerte para mí, el hecho de la aparición de esta imagen de Rodin no pasó inadvertida ni se amontonó entre los hechos cotidianos de los días siguientes. Me pareció que «La mano de Dios» me había proporcionado un momento de profunda reflexión, aunque fue muy difícil descifrar su mensaje.
Me tomó más de un año de pruebas y errores conectar con el siginificado personal de esta experiencia. Como suele suceder con estos hechos milagrosos, el esfuerzo que hacemos para entender su significado real es ampliamente gratificador. Dado que estos hechos de sincronicidad son el mejor método que tiene nuestro Mago interior para comunicarse con nosotros, es importante aprender a descifrar su oculto lenguaje.
¿Cómo podemos descifrar un fenómeno de sincronicidad para determinar su oculto significado? Cada uno ha de encontrar su propio procedimiento. Voy a compartir aquí algunas experiencias personales por si le sirven a alguien. Estos acontecimientos me enseñaron mucho sobre los usos (y abusos) de la magia.
Cuando empecé a escribir acerca de las cartas del Tarot, ocurrieron algunos hechos como el que acabo de describir en que una imagen que necesitaba o un fragmento de información se me proporcionaban mágicamente. Al principio estaba tan emocionada por los hechos externos y tan embrujada por los sucesos milagrosos, que olvidé por completo su significado más profundo. Sentía entonces que un suceso así querría decir simplemente que yo tenía que tener esa lámina o esa información. Sentía que la vida confirmaba mi deseo de escribir este libro. Estas no eran conclusiones irracionales, el problema era que me frenaban en la búsqueda de significados más profundos. Como resultado, me encontraba fascinada por la magia exterior de estos acontecimentos y no me sentí intrigada por la posible conexión emocional ni por su posible significado. Dado que estas sincronicidades empezaron a repetirse con una cierta frecuencia, fui sintiéndome más y más fascinada por ellas. Pronto me convencí de mis cualidades innatas para la magia y empecé a imaginar que tenía unos poderes poco frecuentes. Algunos clichés apropiados para estas ocasiones rondaban mi cabeza: «Tengo que estar bien, estoy en una situación Tao» etc... No tenía exactamente la sensación de que el Todopoderoso era mi copiloto, pero sí de que empezaba a sentirme como especial e importante.
Por suerte, antes de que esta situación me subiese los humos a la estratosfera, tropecé con la siguiente advertencia de Jung:
«Los milagros atraen solamente la comprensión de aquellos que no pueden percibir su significado. Son simples sustitutos para la incomprendida realidad del espíritu. No quiero decir con esto que la presencia viva del espíritu no se vea acompañada ocasionalmente por el acontecer de hechos físicos maravillosos. Solamente quiero subrayar que estos hechos no pueden ni reemplazar ni esclarecer la comprensión del espíritu que es lo único esencial.»20
Empecé a darme cuenta de cómo la enorme fascinación de los acontecimientos relacionados con la parapsicología (tan usuales en nuestra cultura) podrían convertirse en «simples sustitutos de la incomprendida realidad del espíritu». Me di cuenta de que también yo me había permitido quedar atrapada por su magia y había olvidado usar estas sincronicidades como puente hacia la auto-comprensión. Parecía más práctico, pues, cambiar mi tendencia a batir mis alas y alardear de «mis maravillosas sincronicidades» y dirigir estas energías hacia el examen del posible significado que estos acontecimientos tenían para mí.
Estaba garantizado, pensé, que yo estaba destinada a tener imágenes y otras informaciones sobre el Tarot. Empecé a pensar ¿por qué caían en mis manos por arte de magia estas cosas cuando el resto tenía que buscarlo por el camino normal? Llegué a la conclusión de que las cosas que llegaban simplemente como respuesta a mis deseos debían de tener un significado más profundo y personal que el deseo de poseer aquella imagen. Al aplicar esta visión interior a la milagrosa aparición «La mano de Dios» de Rodin, empecé a preguntarme: ¿qué carencia mía o qué desconocida potencia en mi vida podía representar esta imagen? ¿Dónde necesito yo que «La mano de Dios» toque mi vida cotidiana? Naturalmente, las respuestas a estas preguntas son tan personales que son casi incomunicables.
Aunque este incidente sucedió hace ya varios años, lo escribo en presente ya que hay aspectos ocultos de su significado que aún hoy descubro. Cuanto menos me dejo embriagar por la magia de estas sincronicidades, más libre me siento para conectar con el significado interno que me ofrecen. En otras palabras, como sucede con el Moisés haciendo brotar el agua, «cuando el pueblo está sediento» el Mago no puede ser la figura central de la imagen. Juntos obran el milagro que trasciende a ambos pero que, a la vez, nos hace sentir en pie sobre el suelo de la realidad humana.
Como dice Jung, cuando se producen sincronicidades ello significa que se ha activado un poder arquetípico. Dado que los arcanos del Tarot simbolizan estos poderes, es comprensible que estimulen acontecimientos de este tipo. Si usted va a hacer un cuaderno de notas del Tarot, es importante que coleccione todas las experiencias que se relacionen con estos hechos. He aquí algunas sugerencias para hallar el significado oculto de hechos milagrosos de este tipo. No cabe duda de que usted descubrirá otras formas por su cuenta.
Puede empezar preguntándose: ¿qué hay en mí que necesitara este hecho? ¿qué carencia o potencia mía representa esto? Apunte cualquier respuesta que aparezca, procure plasmar el aroma de las personas o cosas relacionadas con la sincronicidad, deje que su pluma se pasee libremente, con pareados, aleluyas, en verso libre o con aparentes tonterías. Trate de dibujar o de dar forma a las sombras o figuras que aparezcan en su escenario interno. La comprensión artística de este trabajo no es la meta; si no tiene talento, tanto mejor, no se sentirá tentado por el perfeccionamieto y puede disfrutar y jugar con sus sentimientos de manera espontánea y libre.
Hay veces en las que una experiencia de sincronicidad no conlleva estos hechos; en tales casos puede uno acercarse al mensaje de modo retrospectivo y observar qué es, si es que algo sucedió, lo que sucedió después del hecho sincrónico. Una vez más voy a ilustrarle con una experiencia personal. Esto sucedió hace ya años, en Zurich, donde yo había ido para estudiar y para seguir un análisis personal. Mi Mago estaba en uno de sus días más juguetones, ya que me había encerrado dentro de mi apartamento, a la hora precisa en que tenía cita con mi analista. Cuando a la semana siguiente le conté la curiosa coincidencia a mi terapeuta, anticipé como respuesta un profundo discurso sobre el significado de la sincronicidad. En lugar de esto, mi doctor empezó a reírse a carcajadas; cuando finalmente pudo hablar otra vez, me hizo una pregunta muy significativa: ¿qué hizo con su tiempo en vez de...? Examinar detalladamente lo que había hecho con esta hora «en vez de» fue tan reconfortante que veinte años después todavía pienso en este pequeño acontecimiento como uno de los más cargados de significado de mi vida, pues evidencia de manera inolvidable cómo reaccioné a la frustración. En vez de aceptarlo inevitablemente y utilizar aquella hora de manera creativa, la malgasté en inútiles esfuerzos por ser más lista que el destino. Cuando todos los intentos por escapar a mi prisión fallaron, escapé psicológicamente bebiendo hasta casi emborracharme.
Dado que el Mago es un artista más que un dictador, nos pide que seamos nosotros los que intercalemos un poco de prudencia. Si van a seguir alguna de mis sugerencias, háganlo de manera prudente. Llegar a conocer el significado de los acontecimientos de sincronicidad no es un proyecto de trabajo. Lo que se sugiere es más bien un ánimo de exploración. Todas las preguntas y técnicas que muestro en este libro intentan ser poéticas y sugestivas, no didácticas ni directivas. Investigar un hecho milagroso como si fuese una tarea o un deber sólo va a servir para enterrar el contenido emocional que buscamos. Será mejor que ponderemos el significado de los hechos de la sincronicidad a medida que se produzcan en la rutina diaria... El más esclarecedor «ajá...» suele darse cuando estamos lavando la vajilla o bajo la ducha.
Las sincronicidades son fenómenos naturales, no hay evidencia ninguna de que sean proyectadas por el destino para dar lecciones de moral. Al igual que las flores y los frutos, son productos de la naturaleza, crecen de manera espontánea y esperan en nuestro jardín a que los descubramos; se presentan para nuestro alimento y deleite.
Muchos hechos de la sincronicidad afectan a imágenes interiores que se materializan de forma milagrosa en el mundo exterior. Todas las imágenes tienen tendencia a materializarse de esta manera; es su manera peculiar de expresarse en la realidad exterior. Al igual que «El cautivo» de Miguel Ángel, las visiones quieren que se las dé a luz, luchando contra nuestro letargo e indiferencia para liberarse del inconsciente. Sabiendo eso, usamos las imágenes de manera consciente: contamos corderitos para conciliar el sueño o visualizamos una pacífica escena o un mandala para calmarnos cuando nos sentimos confusos. Cada vez son más las personas que encuentran un tiempo cada día para implantar en el inconsciente imágenes favorables mediante la autohipnosis u otras técnicas. Pero estos procedimientos tienen un valor limitado. El inconsciente es, por definición, inconsciente. No podemos manipular su actividad con el poder de la voluntad. Una técnica mucho más útil sería la de observar nuestras imágenes interiores, sentimientos y pensamientos, para permitir que cualquier imagen que aparezca de modo espontáneo fluya a través de nuestro escenario interno. El choque que produzca la observación de lo que «realmente somos» por dentro producirá un cambio. El Mago interior puede ayudarnos a caer en la cuenta de las visiones de poder, venganza, culpa o cualquier otra que actualmente existan en nuestro interior; así podremos hacer frente a estos aspectos desde un punto de vista más consciente. El Mago puede también ayudarnos a descubrir y traer a la realidad nuestras imágenes creativas. De esta manera, consciente e inconsciente se relacionarían de una forma más llena de significado.
Una antigua máxima de la alquimia dice: «Lo que el alma imagina, sucede solamente en la mente, pero lo que Dios imagina, sucede en la realidad». Cuando el Mundo Unitario irrumpe en nuestro consciente, quizás es cuando vislumbramos por un momento el mundo tal como Dios lo imaginó.
¿Cómo tenemos, pues, que ver a nuestro Mago en términos junguianos? ¿Es el ego consciente el que crea la ilusión o es la autoconsciencia la que la disipa? ¿Es la voluntad del hombre o es la Intención de Dios? La respuesta es que ambas cosas a la vez. Pues a través de la consciencia nos vemos envueltos en el mundo de las categorías y de las cosas, y es también a través de la consciencia como nos liberamos de las confusiones. El Mago crea el laberinto y nos conduce a través de él. En este sentido el hombre se puede considerar a la vez como redentor y como aquél a quien hay que redimir. Con el Loco, el ego y el yo-mismo se aliaron, puesto que desde el yo-mismo es de donde surge el ego. Si el Loco simboliza «el yo-mismo como una prefiguración del ego», entonces el Mago puede considerarse como la encarnación de un nexo de unión que se hace más consciente entre el sí-mismo y el ego.
Alan McGlashan, al llamarlo «el huésped no invitado», lo compara con el sujeto central de nuestros sueños: el Soñador. Es las dos cosas a la vez: el sujeto que tiene la experiencia y el objeto del sueño que es observado; un «guía fantasmal» hacia los dominios del inconsciente. De este soñador dice McGlashan:
«Como el misterioso juglar de la baraja del Tarot, el Soñador está continuamente haciendo lo aparentemente imposible, invirtiendo el sentido de nuestros más solemnes conceptos como son el nacimiento y la muerte, manipulando el espacio y el tiempo con una desfachatez impresionante, desembarazándose sin miramientos de nuestras más queridas y firmes convicciones.»21
Sabemos que los sueños pueden hacerse realidad. Innumerables veces «soñamos» el mundo en que vivimos, nuestros personajes y nuestras metas, de acuerdo con nuestras imágenes interiores. Algunas imágenes aparecen mientras estamos despiertos, mientras nuestra mente consciente está ideando o imaginando. Esto es algo de lo que nos damos cuenta con facilidad. Sin embargo, las imágenes arquetípicas que aparecen en nuestros sueños mientras nuestra mente consciente está desconectada vienen de niveles más profundos de la psique y es más difícil identificarlas. Aquí puede ayudarnos otra vez el Mago, enseñándonos el truco por el que introducirnos en su mundo del sueño.
El primer paso, por supuesto, es que recordemos nuestros sueños. Para aquéllos que «no sueñan» es útil reemplazar este pensamiento negativo por una actitud de ferviente espera. Muchos de estos «no-soñadores» encuentran que preparar un lápiz y un papel en su mesita de noche establece una conexión entre la conciencia diurna y el mundo de los sueños. El papel puede quedar en blanco algunos días, pero si permanece usted quieto después de despertar, con los ojos cerrados, finalmente un atisbo de lo soñado la noche anterior aparecerá flotando en su escenario interior. Quizás al principio sólo atrapará una vaga figura o solamente una frase. Sin embargo, escríbala. A menudo sólo esto ya traerá otras imágenes o quizás una representación completa. Es muy importante escribirlo todo inmediatamente, pues los sueños se olvidan con facilidad.
Dado que estas imágenes soñadas juegan un papel tan amplio en la conformación de nuestras vidas, nos importa sobremanera conocerlas. De esto trata este libro. Los veintidós arcanos del Tarot muestran personalidades y situaciones arquetípicas. Al conocer estas figuras del Tarot, aprenderemos a reconocerlas cuando aparezcan en nuestros sueños. El prestar atención a nuestros sueños, aunque no hagamos otra cosa con ellos, tendrá un efecto sobre nuestras vidas. Según nos comportemos con el inconsciente, así se comportará él con nosotros. Los personajes de nuestros sueños, como los familiares y los amigos, han de tomarse en serio. Les gusta sentir que sentimos interés por ellos y por lo que hacen, que nos afecta tanto como a ellos.
El Mago es el que nos ayuda a conectarnos con el mundo de los sueños. El Loco entra y sale de nuestras vidas ocasionalmente, el Mago se queda delante de nosotros. El Loco puede traernos sueños aparentemente imposibles, pero el Mago los hará aparecer sobre la mesa para someterlos a nuestra consideración. Es él quien nos ayuda a hacer que nuestros sueños se hagan realidad.
Todos nosotros compartimos los poderes mágicos del Mago. Nuestro es el potencial para la iluminación y la realización de acontecimientos ni siquiera soñados todavía. Nuestro es también un poder de destrucción gigantesco. Podemos hacer que nuestro planeta salte por los aires; podemos enterrarlo y enterrarnos a nosotros mismos bajo un billón de artilugios de plástico; o podemos también mimar y proteger nuestro entorno y a la humanidad. La elección es nuestra. Quizá mientras intentemos que el Mago interior nos ayude a conocer nuestros sueños, nuestras pesadillas no lleguen a realizarse nunca.