Epílogo

Dos años más tarde

Un pequeño grupo de amigos y familiares se había reunido en la playa de fina arena frente al Hotel Saint Géran, en Isla Mauricio. Estaban sentados en sillas blancas. La brisa procedente de un mar turquesa agitaba suavemente las hojas de las palmeras, y las flores rojas y amarillas mezclaban su aroma con el intenso perfume de ylang-ylang característico de la isla. El sol se había escondido tras las montañas y ya no quemaba la piel, pero seguía haciendo calor. Los invitados sudaban pese a sus camisas y vestidos de verano, y los niños, vestidos de pajes y damas de honor, se agitaban incómodos. El mar bramaba a lo lejos contra la escollera, y unas vistosas nubes color púrpura reposaban sobre la línea del horizonte. De repente apareció Kate montada en un precioso caballo blanco, con su vestido de Vera Wang y un velo.

Candace, Scarlet, Letizia y Angélica, vestidas con trajes de color marfil, escotados y sin tirantes, la esperaban con ramos de flores blancas.

—No entiendo cómo he llegado hasta aquí, vestida de esta manera y asistiendo a esta comedia —susurró Candace.

—No puedo creer que hayan llegado hasta aquí —dijo Angélica.

—Todavía no se ha acabado —le recordó su amiga con ironía.

—Ahora no habrá quien la detenga.

—Está guapísima. —Letizia tenía lágrimas en los ojos.

Scarlet la miró horrorizada.

—¿No estarás llorando, verdad?

Pero lo que de verdad horrorizaba a Scarlet era tener que estar de pie en la entrada, con un vestido convencional que le llegaba a los tobillos.

—Yo también tengo ganas de llorar —dijo moviéndose incómoda—, pero por una razón muy distinta.

—Y yo —dijo Candace—. ¿Cómo se nos ocurrió aceptar convertirnos en damas de honor? Sonreíd, que ya llega, y parece un anuncio de Estée Lauder.

Kate llegaba sonriente, con los ojos chispeantes de felicidad. Desmontó sonriendo y esperó a que un encargado del hotel se ocupara del caballo. Las chicas se alisaron las arrugas del vestido y se prepararon. Los niños ocuparon sus puestos detrás de la novia con cestitas repletas de pétalos y conchas que debían ir arrojando sobre ella cuando recorriera el pasillo de la iglesia con su marido. Las chicas irían detrás. Como Letizia tenía los ojos llenos de lágrimas, fue la única que no vio el elaborado adorno que tenía en la espalda el vestido de Kate. Las sillas estaban adornadas con guirnaldas de flores blancas y frescas hojas verdes. Del brazo de Art, Kate se dirigió hacia el altar, donde la esperaba su conde, orgulloso como un pavo real. Tod estaba sentado en la primera fila con la madre y los hermanos de Kate, y el pequeño Hércules se agitaba en sus rodillas, embutido en una camisa y pantaloncitos blancos de Marie Chantal. Art entregó la novia a Edmondo. Los novios se miraron llenos de amor y se volvieron hacia el cura para pronunciar sus votos.

De repente se abrió la puerta. Entró una ráfaga de aire y se oyó un grito. Kate miró a Edmondo y éste miró hacia la puerta y puso cara de circunstancias. Quien había proferido el grito era Pete, que se acercaba al altar gritando «¡Kate, te quiero!»

—Ya te dije que esto no había acabado —le susurró Candace a Angélica.

—¿Qué hará ahora?

Kate rompió a llorar. Levantó las puntas de su bonito vestido, se desprendió de una patada de sus elegantes zapatos Loubotin y corrió por el pasillo con un melodramático sollozo.

—¡Bueno, lo que me quedaba por ver! —exclamó Candace, arrojando su ramo sobre la arena.

—Es muy emotivo —dijo Letizia entre hipidos—. Siempre ha querido a Pete.

—Es un buen momento para que se reconcilien —dijo Candace con ironía.

—¿Y si nos quedamos? A lo mejor se casa con Pete en lugar de con el conde —sugirió Angélica.

—¡Esto no es Mamma mia! —replicó Candace.

Art se puso de pie con los brazos en jarras.

—¿Cómo es que no lo vimos venir? —Se volvió hacia las chicas—. Creo que Tod y yo estamos preparados para otra luna de miel.

Hércules consiguió bajarse de las rodillas de Tod, y sin que nadie se diera cuenta, se quitó la camisa y los pantalones y corrió desnudo hacia la playa.

—¡Dios mío! —exclamó Candace al verlo.

—¿Qué? —Angélica siguió la mirada de su amiga. —Oh, Dios mío —repitió asombrada—. Es igual que...

Una por una, las chicas apartaron los ojos de la estampa de Pete y Kate en un arrebato de pasión y miraron al pequeño que corría desnudo por la arena.

Art se quedó boquiabierto.

—¡Dios del cielo! Bueno, eso sí que no me lo esperaba.

En la nalga derecha de Hércules había una marca de nacimiento rosada, en forma de fresa.

* * *

No llores por los muertos. Conserva todo tu amor por los vivos. A medida que te haces mayor deberías abandonar la prisión del mundo físico, porque todo lo que tenemos es prestado: las posesiones, los amigos, los amores..., incluso el tiempo que vivimos.

En busca de la felicidad perfecta, por J. A. Braai

Agradecimientos

Esta novela me la inspiró una gira de promoción que hice por Sudáfrica hace unos años. Me enamoré del paisaje, que me recordaba curiosamente a Argentina, tal vez por sus cielos inmensos y sus maravillosos horizontes. Conocí a gente estupenda y visité unos viñedos preciosos en Constantia. Puesto que mis dos novelas anteriores estaban localizadas en América Latina y en Europa, decidí cambiar de continente. Desde aquí doy las gracias a mis queridos amigos sudafricanos por contestar con paciencia a mis innumerables preguntas y enseñarme con tanto entusiasmo y generosidad su bonito país: Cyril y Beryl Burniston, Julia Twigg, Gary Searle y Leighton McDonald. ¡También doy las gracias a Pippa Clarke, que es en sí misma una inspiración!

Me aproveché de mi prima Katherine Palmer-Tomkinson, que hizo un viaje a Ciudad del Cabo. Le escribí preguntándole un montón de cosas sobre viñedos, y tuvo la amabilidad de traerme fotografías y un informe sobre la vendimia escrito por James Dare, el director de marketing y ventas de la Hacienda Warwick. Agradezco a James Dare el trabajo que se tomó. Si he conseguido describir la vendimia en Sudáfrica, es solamente gracias a él.

A mi padre le agradezco que haya sido siempre un ejemplo para mí —todos los personajes sabios de mis novelas tienen algo de él— y a mi madre sus consejos y sus buenas ideas.

Gracias también a mi agente, Sheila Crowley, de Curtis Brown, y a mi editora de Touchstone Fireside, Trish Todd. Es un lujo ver mis libros publicados en Estados Unidos. Trish Todd y su estupendo equipo están llenos de entusiasmo e iniciativa, y publican mis libros con unas portadas preciosas. Se lo agradezco mucho.

Pero sobre todo quiero dar las gracias a mi marido Sebag, que no sólo me ayuda a dibujar las tramas de mis novelas, sino que me hace reír más que nadie en el mundo.

Título original: The Perfect Happiness

Editor original: Hodder & Stoughton, Londres

Traducción: Isabel de Miquel Serra

1.a edición Febrero 2013

Copyright © 2010 by Santa Montefiore

First published in Great Britain in 2010 by Hodder & Stoughton

All Rights Reserved

© de la traducción 2013 by Isabel de Miquel Serra

© 2013 by Ediciones Urano, S.A.

Aribau, 142, pral. — 08036 Barcelona

www.umbrieleditores.com

ISBN: 978-84-92915-24-8

E-ISBN: 978-84-9944-491-8

Depósito legal: B-262-2013

Fotocomposición: Montserrat Gómez Lao

Impreso por Romanyà Valls, S.A. — Verdaguer, 1 — 08786 Capellades (Barcelona)

Impreso en España — Printed in Spain

\'7b1\'7d Juego de palabras intraducible. En inglés «salvia» es sage, que significa también «sabia». (N. de la T.)

\'7b2\'7d Hovis es una conocida panificadora en el Reino Unido. (N. de la T.)