Al día siguiente, Hem y Haw abandonaron sus hogares y regresaron de nuevo al depósito Sin Queso, confiando, de algún modo, en volver a encontrar Queso.
Pero la situación no había variado; el Queso ya no estaba allí. Los liliputienses no sabían qué hacer. Hem y Haw se quedaron allí, inmovilizados como dos estatuas.
Haw cerró los ojos con toda la fuerza que pudo y se cubrió las orejas con las manos. Lo único que deseaba era bloquear todo tipo de percepciones. No quería saber que la provisión de Queso había ido disminuyendo gradualmente. Estaba convencido de que había desaparecido de repente.
Hem analizó una y otra vez la situación y, finalmente, su complicado cerebro, con su enorme sistema de creencias, se afianzó en su lógica.
—¿Por qué me han hecho esto? —preguntó—. ¿Qué está pasando aquí?
Haw abrió los ojos, miró a su alrededor y dijo:
—Y, a propósito, ¿dónde están Fisgón y Escurridizo? ¿Crees que ellos saben algo que nosotros no sepamos?
—¿Qué demonios podrían saber ellos? —replicó Hem con sorna—. No son más que simples ratones. Escasamente responden a lo que sucede. Nosotros, en cambio, somos liliputienses. Somos más inteligentes que los ratones. Deberíamos poder encontrar una solución a esto.
—Sé que somos más inteligentes —asintió Haw—, pero por el momento no parece que estemos actuando como tales. Las cosas están cambiando aquí, Hem. Quizá también tengamos que cambiar nosotros y actuar de modo diferente.
—¿Y por qué íbamos a tener que cambiar? —replicó Hem—. Somos liliputienses. Somos seres especiales. Este tipo de cosas no debería habernos ocurrido a nosotros y, si nos ha sucedido, tendríamos que sacarles al menos algún beneficio.
—¿Y por qué crees que deberíamos obtener un beneficio? —preguntó Haw.
—Porque tenemos derecho a ello afirmó Hem.
—¿Derecho a qué? quiso saber Haw.
—Pues derecho a nuestro Queso.
—¿Por qué? insistió Haw.
—Pues porque no fuimos nosotros los causantes de este problema —contestó Hem—. Alguien lo ha provocado, y nosotros deberíamos aprovecharnos de la situación.
—Quizá lo que debamos hacer —sugirió Haw— sea dejar de analizar tanto las cosas y ponernos a buscar algo de Queso Nuevo.
—Ah, no —exclamó Hem—. Estoy decidido a llegar hasta el fondo de este asunto.
Mientras Hem y Haw seguían tratando de decidir qué hacer, Fisgón y Escurridizo ya hacía tiempo que se habían puesto patas a la obra. Llegaron más lejos que nunca en los recovecos del laberinto, recorrieron nuevos pasadizos y buscaron el queso en todos los depósitos de Queso que encontraron.
No pensaban en ninguna otra cosa que no fuese encontrar Queso nuevo.
No encontraron nada durante algún tiempo, hasta que finalmente llegaron a una zona del laberinto en la que nunca habían estado con anterioridad: el depósito de Queso N.
Lanzaron gritos de alegría. Habían encontrado lo que estaban buscando: una gran reserva de Queso Nuevo.
Apenas podían creer lo que veían sus ojos. Era la mayor provisión de queso que jamás hubieran visto los ratones.
Mientras tanto, Hem y Haw seguían en el depósito de Queso Q, evaluando su situación. Empezaban a sufrir ahora los efectos de no tener Queso. Se sentían frustrados y coléricos, y se acusaban el uno al otro por la situación en que se hallaban.
De vez en cuando, Haw pensaba en sus amigos los ratones, en Fisgón y Escurridizo, y se preguntaba si acaso habrían encontrado ya algo de queso. Estaba convencido de que debían de estar pasándolo muy mal, puesto que recorrer el laberinto de un lado a otro siempre suponía un tanto de incertidumbre. Pero también sabía que, muy probablemente, esa incertidumbre no les duraría mucho.
A veces, Haw imaginaba que Fisgón y Escurridizo habían encontrado Queso Nuevo, del que ya disfrutaban. Pensó en lo bueno que sería para él emprender una aventura por el laberinto y encontrar Queso Nuevo. Casi lo saboreaba ya.
Cuando mayor era la claridad con la que veía su propia imagen descubriendo y disfrutando del Queso Nuevo, tanto más se imaginaba a sí mismo en el acto de abandonar el depósito de Queso Q.
—¡Vámonos! exclamó entonces, de repente.
—No se apresuró a responder Hem. Me gusta estar aquí. Es un sitio cómodo. Esto es lo que conozco. Además, salir por ahí fuera es peligroso.
—No, no lo es le —replicó Haw—. En otras ocasiones anteriores ya hemos recorrido muchas partes del laberinto y podemos hacerlo de nuevo.
—Empiezo a sentirme demasiado viejo para eso —dijo Hem—. Y creo que no me interesa la perspectiva de perderme y hacer el ridículo. ¿Acaso a ti te interesa eso?
Y, con ello, Haw volvió a experimentar el temor al fracaso y se desvaneció su esperanza de encontrar Queso Nuevo.
Así que los liliputienses siguieron haciendo cada día lo mismo que habían hecho hasta entonces. Acudían al depósito de Queso Q, no encontraban Queso alguno y regresaban a casa, cargados únicamente con sus preocupaciones y frustraciones.
Intentaron negar lo que estaba ocurriendo, pero cada noche les resultaba más difícil dormir, y al día siguiente les quedaba menos energía y se sentían más irritables.
Sus hogares ya no eran los lugares acogedores y reconfortantes que habían sido en otros tiempos. Los liliputienses tenían dificultades para dormir y sufrían pesadillas por no encontrar ningún Queso.
Pero Hem y Haw seguían regresando cada día al depósito de Queso Q, donde se limitaban a esperar.
—¿Sabes? —dijo un día Hem—, si nos esforzásemos un poco más quizá descubriríamos que las cosas no han cambiado tanto. Probablemente, el Queso está cerca. Es posible que lo escondieran detrás de la pared.
Al día siguiente, Hem y Haw regresaron provistos de herramientas. Hem sostenía el cincel que Haw golpeaba con el martillo, hasta que, tras no poco esfuerzo, lograron abrir un agujero en la pared del depósito de Queso Q. Se asomaron al otro lado, pero no encontraron Queso alguno.
Se sintieron decepcionados, pero convencidos de poder solucionar el problema. Así que, a partir de entonces, empezaron a trabajar más pronto y más duro y se quedaron hasta más tarde. Pero, al cabo de un tiempo, lo único que habían conseguido era hacer un gran agujero en la pared.
Haw empezaba a comprender la diferencia entre actividad y productividad.
—Quizá debamos limitarnos a permanecer sentados aquí y ver qué sucede —sugirió Hem—. Tarde o temprano tendrán que devolver el Queso a su sitio.
Haw deseaba creerlo así, de modo que cada día regresaba a casa para descansar y luego volvía de mala gana al depósito de Queso Q, en compañía de Hem. Pero el Queso no reapareció nunca.
A estas alturas, los liliputienses ya comenzaban a sentirse débiles a causa del hambre y el estrés. Haw estaba cansado de esperar, pues su situación no mejoraba lo más mínimo. Empezó a comprender que, cuanto más tiempo permanecieran sin Queso, tanto más difícil sería la situación para ellos.
Haw sabía muy bien que estaban perdiendo su ventaja.
Finalmente, un buen día, Haw se echó a reír de sí mismo.
—Fíjate. Seguimos haciendo lo mismo de siempre, una y otra vez, y encima nos preguntamos por qué no mejoran las cosas. Si esto no fuera tan ridículo, hasta resultaría divertido.
A Haw no le gustaba la idea de tener que lanzarse de nuevo a explorar el laberinto, porque sabía que se perdería y no tenía ni la menor idea de dónde podría encontrar Queso. Pero no pudo evitar reírse de su estupidez, al comprender lo que le estaba haciendo su temor.
—¿Dónde dejamos las zapatillas de correr? —le preguntó a Hem.
Tardaron bastante en encontrarlas, porque cuando habían encontrado Queso en el depósito de Queso Q, las habían arrinconado en cualquier parte creyendo que ya no volverían a necesitarlas.
Cuando Hem vio a su amigo calzándose las zapatillas, le preguntó:
—No pensarás en serio en volver a internarte en ese laberinto, ¿verdad? ¿Por qué no te limitas a esperar aquí conmigo hasta que nos devuelvan el Queso?
—Veo que no entiendes nada —contestó Haw—. Yo tampoco quise verlo así, pero ahora me doy cuenta de que nadie nos va a devolver el Queso de ayer. Ya es hora de encontrar Queso Nuevo.
—Pero ¿y si resulta que ahí fuera no hay ningún Queso? —replicó Hem—. Y aunque lo hubiera, ¿y si no lo encuentras?
—Pues no sé —contestó Haw.
Él también se había hecho esas mismas preguntas muchas veces y experimentó de nuevo los temores que le mantenían donde estaba.
«¿Dónde tengo más probabilidades de encontrar Queso, aquí o en el laberinto?», se preguntó a sí mismo.
Se hizo una imagen mental. Se vio a sí mismo aventurándose por el laberinto, con una sonrisa en la cara.
Aunque esta imagen le sorprendió, lo cierto es que le hizo sentirse bien. Se imaginó perdiéndose de vez en cuando en el laberinto, pero experimentaba la suficiente seguridad en sí mismo de que encontraría finalmente Queso Nuevo y todas las cosas buenas que lo acompañaban. Así que, finalmente, hizo acopio de todo su valor.
Luego, utilizó su imaginación para hacerse la imagen más verosímil que pudiera concebir, acompañada por los detalles más realistas, de sí mismo al encontrar y disfrutar con el sabor del Queso Nuevo.
Se imaginó comiendo sabroso queso suizo con agujeros, queso cheddar de brillante color anaranjado, quesos estadounidenses, mozzarella italiana, y el maravillosamente pastoso camembert francés, y…
Entonces oyó a Hem decir algo y tomó conciencia de hallarse todavía en el depósito de Queso Q.
—A veces, las cosas cambian y ya nunca más vuelven a ser como antes —dijo Haw—. Y esta parece ser una de esas ocasiones. ¡Así es la vida! Sigue adelante, y nosotros deberíamos hacer lo mismo.
Haw miró a su demacrado compañero y trató de infundirle sentido común, pero el temor de Hem se transformó en cólera y no quiso escucharle.
Haw no tenía la intención de ser grosero con su amigo, pero no pudo evitar echarse a reír ante la estupidez de ambos.
Mientras se preparaba para marcharse, empezó a sentirse más animado, sabiendo que finalmente había logrado reírse de sí mismo, dejar atrás el pasado y seguir adelante.
Haw se echó a reír con fuerza y exclamó:
—¡Es hora de explorar el laberinto!
Hem no se rió ni dijo nada.
Antes de partir, Haw tomó una piedra pequeña y afilada y escribió un pensamiento muy serio en la pared, para darle a Hem algo en lo que pensar. Tal como era su costumbre, trazó incluso un dibujo de queso alrededor, confiando en que eso le ayudara a Hem a sonreír, a tomarse la situación más a la ligera y seguirle en la búsqueda del Queso Nuevo. Pero Hem no quiso mirar lo escrito, que decía: