Capítulo 60
Aldea de Río Primo
Ligige’ quitó la nieve de la pila de leña y la pateó para soltar varios maderos. Pensaba en la cesta que estaba confeccionando, que no era de piel de pescado —como las que había hecho desde niña—, sino de hierba. Aqamdax le había enseñado cómo hacerlas. Las puntadas de un lado eran flojas, y la cesta se montaba del revés. Si la deshacía hasta el sitio donde había comenzado la última vuelta…
Recogió los maderos que saltaron de la pila, protestó al erguirse y emprendió el regreso al refugio. Ghaden y Grita Alto se encargaban de la leña, pero esa mañana Observador del Cielo los había llevado de cacería. Deseaba que la suerte les sonriese. En invierno la carne fresca calentaba el cuerpo tanto como las llamas del hogar.
Se agachó en el túnel de entrada y entró la leña tirando un madero tras otro. Yaa la apilaría en el refugio en cuanto terminara de raspar la piel de caribú tal y como le había encomendado. La muchacha necesitaba salir un rato del recinto cargado de humo.
Ligige’ se frotó los ojos. Las hogueras invernales siempre acababan por enrojecerlos e irritarlos. A veces recorría los senderos de la aldea simplemente para aspirar aire fresco. Respiró hondo y el aire era tan frío que tosió.
Aunque todavía faltaba mucho para la primavera, tuvo la sensación de que los días eran algo más largos y claros. Probablemente se tratara sólo de la expresión de los deseos de una vieja.
Movió la cabeza para entrar en el túnel y algo llamó su atención: alguien estaba en la cima de una de las colinas del norte de la aldea.
¿Observador del Cielo había regresado? El temor aguijoneó su corazón. ¿Se encontraban bien los niños?
El trillado sendero con huellas de raquetas partía de detrás de su refugio y llegaba a las colinas. Lo recorrió hasta que la nieve cedió y se hundió hasta las rodillas. Se sentó, liberó los pies, gateó hasta el refugio y volvió a incorporarse.
Comprobó aliviada que no era Observador del Cielo. Se trataba de un hombre muy voluminoso que caminaba pesadamente. ¿Quién era? Tal vez un mercader o, peor aún, alguien a quien, por el motivo que fuese, los suyos habían expulsado. En la aldea no querían a un visitante de esa calaña.
Decidió que lo mejor era advertir a los hombres. Echó a andar hacia el refugio de los cazadores, obligándose a avanzar con rapidez por la senda helada y resbaladiza. Arañó el faldón de la puerta, saludó en voz alta y Coge Más respondió en un tono que denotaba irritación.
—Ven aquí —ordenó Ligige’, perdiendo la paciencia ante la falta de cortesía del cazador.
Cuando estaba en compañía de otros hombres Coge Más se comportaba como si tuviese derecho a tratar a las ancianas igual que a las esclavas.
—¿Cómo? —preguntó Coge Más desde el interior del refugio—. ¿Qué has dicho? ¿Quién eres? ¿Ligige’?
—Sí, soy Ligige’. Alguien se acerca. Es un hombre. Lo he visto, y ahora ya lo sabes.
La anciana volvió la espalda al refugio, miró hacia las colinas y aparentó no darse cuenta de que Coge Más salía a su encuentro.
—Estoy solo —informó el viejo.
Ligige’ gruñó sin decir nada concreto. Coge Más era de Río Primo y ella no. Tal vez conociera al que se acercaba. Pero cuando el hombre coronó la colina más próxima, Ligige’ lo reconoció, y pronunció su nombre con voz muy queda:
—Sok.
Aunque pequeña, la aldea tenía buen aspecto, con los refugios sólidos y el humo escapando en espiral por sus orificios. Sólo su refugio mostraba esa apariencia descuidada que caracteriza a las viviendas que ya no están ocupadas.
Varias mujeres recorrían los senderos de la aldea. Reconoció a Ligige’, de pie junto al refugio de los cazadores. La acompañaba un hombre. ¿Coge Más? Sok levantó la mano a modo de saludo, aunque la gravedad de lo que tenía que comunicar frenó sus pasos. Pensó en sus hijos, por lo que repentinamente la pena y la alegría convivieron en su corazón.
Coge Más se cubría los hombros con una manta, como si hubiese salido deprisa y corriendo del refugio de los cazadores. El anciano permaneció acurrucado junto a la entrada del refugio y Ligige’ fue a su encuentro. Las primeras palabras de la vieja no lo sorprendieron:
—¿Dónde está Chakliux?
Sok no pudo responder. Miró por encima de la cabeza de la anciana, saludó a Coge Más con un ademán y preguntó:
—¿Y mis hijos?
—Están bien —replicó Coge Más.
—El pequeño se encuentra en el refugio de Pájara Amarilla —precisó Ligige’—. Crece muy rápido. Observador del Cielo ha salido de caza con Grita Alto y Ghaden.
A Sok lo desilusionó no ver enseguida a Grita Alto; sin embargo, se alegraba de que Observador del Cielo hubiera ejercido como padre en su ausencia.
—¿Y Chakliux? —insistió Ligige’.
Sok notó que Coge Más temblaba y se volvía para entrar en el refugio.
—Espera, tío. —Sok se volvió hacia Ligige’ y repuso—: Mi hermano no volverá.
El cazador bajó la cabeza y empezó a dar explicaciones. Ligige’ y Coge Más se acercaron tanto que se percató de que estaba hablando en un tono tan imperceptible que no lo entendían.
Levantó la cabeza y empezó de nuevo:
—Permanecimos muchos días en la tienda de caza. Mi hermano no dejó de cuidarme. Mantuvo el fuego encendido. Mi difunta esposa se presentó cada noche con el viento y la nevada e intentó que la acompañase, pero Chakliux la alejó con sus plegarias y narraciones. Yo estaba en trance. No distinguía el día de la noche y oía a mi hermano como si hablase desde muy lejos. La mañana que recobré el sentido vi que el fuego se había apagado. La bolsa de hervir estaba vacía y de alguna manera habían robado el espíritu de mi hermano. —Ligige’ empezó a gemir—. Creo que fue la venganza de mi esposa por sus narraciones y plegarias —explicó Sok a Coge Más—. He regresado a la aldea para cerciorarme de que no ha robado a mis hijos.
—Están a salvo, nadie los ha robado —aseguró Coge Más y lo guio al refugio de los cazadores.
Ligige’ permaneció en el exterior y estuvo sola hasta que sus gritos de duelo apartaron a los aldeanos de los hogares.
Dii preguntó:
—¿Crees que traerán su cuerpo?
La noche había caído. Durante el día Ojos Largos y Dii se habían sumado al duelo de las mujeres. Su esposo se había disculpado y se había quedado en el refugio de su madre.
En cuanto regresó con Ghaden y Grita Alto, Observador del Cielo fue a ver a Hombre de Noche. Ambos se dirigieron al refugio de los cazadores, pero Hombre de Noche se quedó sólo un rato.
Dii repitió la pregunta y su esposo dio un brinco, como si lo hubiese arrancado del sueño.
—Observador del Cielo ha dicho que irá con Primera Águila.
—Tal vez deberían dejar el cuerpo donde está si la difunta esposa de Sok es quien ha robado el espíritu de su hermano. Seguramente los lobos ya lo habrán encontrado.
—¿Sabías que…? —empezó a decir Hombre de Noche, pero calló.
Dii percibió cólera en su expresión y en su tono de voz. ¿Cuál era el problema? Hombre de Noche odiaba a Chakliux y nunca lo había ocultado, por lo que debería estar contento con su muerte.
—La esposa más joven de Coge Más me ha contado algo —dijo.
A Dii se le heló el corazón. La esposa de Coge Más también le había contado algo a ella: la buena nueva de que Aqamdax seguía con vida y estaba en el Manantial de los Cazadores.
—La esposa de Coge Más es estúpida —afirmó Dii—. Siempre cuenta mentiras.
Hombre de Noche se encogió de hombros, señaló a su madre con el mentón y preguntó:
—¿Ha comido?
Ojos Largos seguía sentada como si no los oyera y movía los dedos para trenzar el tendón.
—Desde esta mañana ha comido dos veces y también ha echado una cabezada.
El cazador gruñó y se recostó en el respaldo de sauce trenzado que Dii había hecho. La mujer le acercó un cuenco con carne, pero él lo rechazó y volvió a concentrarse en sus pensamientos.
Dii buscó la labor y pasó la lezna por los bordes de la costura. Pensó en Chakliux. Lo conocía desde que tenía memoria. Era un buen hombre, y un cazador muy hábil con la lanza pese al pie de nutria.
Imaginó el cuerpo de Chakliux, que seguramente lobos y cuervos habrían descubierto a esas alturas. Se acercó la costura a los ojos e intentó espantar las imágenes de muerte pensando en la lezna y el hilo de tendón.
De pronto Hombre de Noche lanzó una carcajada. Dii levantó la cabeza sorprendida. ¿Lo había oído reír alguna vez? Lo miró, pero tuvo la sensación de que su esposo había olvidado que no estaba solo en el refugio.
—¿Quién la protegerá? —preguntó Hombre de Noche con los ojos fijos en el hogar, como si hablara con las llamas—. Su marido ha muerto, y durante unos días los cazadores…
Hombre de Noche echó bruscamente la cabeza hacia atrás y sus carcajadas se elevaron hasta lo más alto del refugio.
Ligige’ despertó porque oyó una voz de mujer que la llamaba. Miró a Ghaden y a Grita Alto. Los niños dormían, agotados por la cacería, la alegría del regreso de Sok y la pena por la muerte de Chakliux. Yaa se incorporó en el lecho y murmuró:
—Hay alguien ahí fuera.
Ligige’ abandonó el lecho, se internó en el frío túnel de entrada y apartó el faldón de la puerta exterior.
—Soy Dii —anunció la mujer.
Ligige’ la reprendió por haber salido tan tarde y por permitir que el aire de la noche entrase en su refugio, pero le hizo señas de que pasase y se acurrucaron junto a las ascuas del hogar, con las que la anciana se calentó las manos.
—No puedo quedarme —reconoció Dii.
—No, no puedes —confirmó Ligige’—. A no ser que estés dispuesta a permanecer sentada mientras los demás dormimos.
—Mi esposo cree que he ido a buscar carne al escondrijo de alimentos.
—Pero has venido aquí. ¿Por qué?
—Hombre de Noche sabe que Aqamdax está viva y que se encuentra cerca del Manantial de los Cazadores. Irá allí por la mañana.
Ligige’ se tapó la boca con las manos y preguntó con voz asordinada:
—¿Cómo se enteró?
—Coge Más se lo contó a su esposa más joven que, como sabes, es incapaz de guardar un secreto.
La anciana permaneció sentada en silencio unos instantes. Por fin, desentumeció brazos y piernas y tomó las manos de Dii entre las suyas.
—¿Dices que tu marido piensa ir por la mañana? —Dii asintió con la cabeza—. Entretenlo tanto como puedas. Pediré a Coge Más que avise a Aqamdax.
—¿Crees que irá?
—Si no accede iré yo —aseguró Ligige’.